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Estreno de «Zamora» en el Teresa Carreño: una telenovela personal

Capítulo 24: ¿con qué se limpia el excremento de la revolución?

Lee la primera parte aquí

Tengo ganas de tomar agua y hacer pipí. El Doctor no me lo recomienda: “chamito, si sales, a lo mejor no te dejan entrar. ¿Por qué no te aguantas hasta el final?”. Y voltea con cara de amargado. Yo le respondo: “pana, de verdad me hago encima. Le voy a dar rápido. Cualquier cosa, les meto una coba”. Sin verme, replica serio: “ al final es problema tuyo. Ya te lo advertí. Si te quedas afuera, no cuentes conmigo para nada. Chao. Marca la milla.”

Me levanto, volteo hacia arriba y veo el portón de salida no sólo cerrado, sino con dos guardias nacionales custodiándolo. Ambos cruzan sus fusiles de lado, como si fuese los pomposos centinelas del Palacio de Buckingham.

No puedo creer la ridiculez de nuestras gloriosas fuerzas armadas. Siempre es así: una solemnidad impostada para marcar una estratégica distancia con la gente de a pie. Y luego el presidente se llena la boca al vender la nueva imagen de las FAN, al servicio del pueblo.

En el Teresa confirmamos la realidad detrás del eslogan: los militares son una cuerda de neuróticos arrogantes a las órdenes de su Comandante en Jefe.

Yo, por lo pronto, estoy aburrido y quiero orinar, para matar el tiempo. Por los megáfonos, continúan las falsas promesas: “El Presidente Chávez llega en cualquier momento con su comitiva”.

Empero, se corre un rumor distinto en la sala. Supuestamente, el tipo acaba de salir de Miraflores y encima hay cola. Como mínimo, tardará media hora en arribar. Como mucho, cincuenta minutos. Son las ocho y menos quince. La cita era a las siete de la noche. Llevamos cuarenta y cinco vueltas a las manecillas del reloj, de retraso.La puntualidad tampoco es una virtud del Teniente Coronel.

Sus fanáticos y feligreses pueden esperar, sin agua y comida. Total, lo hacen día a día, con paciencia, frente a las rejas de su Palacio, para pedirle desde trabajo hasta milagros. Los pobres peregrinan a su Montaña de Sorte, en busca de salvación y consuelo. Por lo general, regresan a sus casas con resignación, después de ser recibidos por una alcabala burocrática, por una oficina de atención al cliente donde archivarán sus peticiones, junto con los reclamos de miles de menesterosos y necesitados.

En La India, los ayudantes de Sai Baba te reciben y te esquivan por igual. En Caracas, el Ejecutivo copia los clichés del Gurú y se proyecta como un santo reencarnado, como la resurrección de “Zamora”. Por eso, juega con el tiempo de sus fieles. Aunque su aislamiento de ellos, le puede costar el cargo. Hace tiempo, Hugo perdió el contacto con la realidad de su audiencia, para sumergirse en su placenta de anillos de seguridad, viajes por el mundo, programas de televisión y reuniones de consejo ministerial. Por ello, es un Telepresidente abstraído y alienado por la mediática, las veinticuatro horas del día.

Cabizbajo, embarcado y con la autoestima por el suelo, subo por la escalera rumbo al incómodo encuentro con los boinas verdes. Al topármelos cara a cara, me espetan de inmediato: “no hay permiso para salir, ni para entrar”.

-¿Y si quiero ir al baño?

-Pues te aguantas, no hay permiso para salir, ni para entrar.

El uniformado insiste con ritmo robótico. En mi defensa, apenas logro articular un argumento escolar: “de verdad es una emergencia. Discúlpenme, por favor, me estoy orinando. Yo voy rapidito, se los juro”. Los custodios ríen por la banalidad de mi alegato, porque no los quise confrontar, por mi tono de niñito victimizado y acceden con una sola salvedad. El hecho de salir, no me garantiza la posibilidad de retornar a la sala.

Desesperado, incómodo y atribulado por el vapor de la claustrofobia, acepto las condiciones y los términos de la negociación. “Al fin soy libre”, pienso y me evado del contexto. Ya veré como regreso.

A la salida, reina una tensa calma por falta de vida y le alcanzo a decir a un cabo: “voy y vengo, estoy con los panas de Avila TV”. Y el joven me responde afirmativamente con un “okay”. De frente, casualmente, me consigo con Delfina Catalá y con el presidente de la Villa. Se notan preocupados e inquietos. Caminan rápido y me cruzan con trote firme.A la primera la deconstruimos en capítulos pasados. Al segundo le dedicaremos el próximo episodio.

Mientras tanto, atravieso el “platillo protocolar” y me topo con un comando de la policía de inteligencia. Me detienen por la pinta. Me revisan de arriba a abajo. Me interrogan. Me piden la cédula ciudadano. Me permiten continuar. Me ocurre ,por primera vez, en el Teresa.

Justamente, cuando comienzo a atravesar el umbral del baño, un olor penetrante invade mis sentidos.Es una combinación de aromas fétidos, como de las riberas del río Guiare.Es el tufo característico de los chiqueros de oriente. Es la pestilencia propia de los baños de carretera.

Adentro, dos soldados orinan, con cara de pocos amigos. El de la izquierda se tapa la nariz por el hedor. El de la derecha se abanica con un periódico doblado y asienta con picardía: “se cagaron y no fue de la risa”.

Terminan la faena, cierran sus cremalleras y se largan a paso de vencedores. De inmediato, me aflojo el blue jean y me descargo sobre el urinario del fondo, cargado al tope, casi a punto de rebasarse. Un anciano de Misión de Cultura hace lo mismo, ayudado por un joven con franela roja. La imagen es tierna y simbólica. En el interín, me pica el gusanillo del morbo, del periodismo de infiltración, del reporterismo de investigación.

También me creo Sherlock Holmes y me monto mi propia película de detectives en la cabeza. No contaban con mi astucia. Me trago una pastilla de “chiquitolina”, para pasar desapercibido y arranco para la sección de los excusados, con la lupa del Inspector Clouseau en puntillas de ballet.

Sigilosamente, me introduzco en la segunda cabina de la fila, tranco el cerrojo y observo el interior con detenimiento. Arriba, en la pared, un cartelito informa sin éxito comunicacional, sin poder de convencimiento: “Baño fuera de servicio por falta de agua”. Abajo, un comediante improvisado y ocioso, acota a punta de bolígrafo:”pero no será por falta de mierda”. La frase es incoherente y cumple con su cometido. Me cago de la risa.

Subo el periscopio y tampoco encuentro papel higiénico. De ahí el curioso contenido del cubo de basura, dispuesto a un costado de la poceta. Su pequeña dimensión es rebasada por docenas de hojas arrugadas y manchadas de periódico, de la prensa alternativa, comunal, parroquial, revolucionaria y comunitaria, subvencionada por los órganos de propaganda del estado.

Los favoritos de los pregoneros son “Temas”, “Febrero Rebelde”, “Proceso”, “Opinión”, “Fuerza.4”, “Punto de Vista”, “Sembrar y Cosechar”, “La V” y “OIR A Los Trabajadores”, cuyo títulos denotan la calidad y la monotonía ideológica de sus páginas amarillas. Es un barril sin fondo, un agujero negro de dinero derrochado e invertido en sostener un aparato proselitista de impresión de clichés, de mentiras repetidas mil veces. Otro deja vu, otro video loop  para garantizar la adhesión del soberano y su dependencia para con el Príncipe maquiavélico.

No obstante, el esfuerzo vuelve a ser en vano. A las pruebas me remito. Frente a mis narices, un pasquín obsoleto del proceso cambia su valor de uso, para mutar en un órgano de limpieza corporal. Y así la tinta negra se lava con la tinta, el desecho con el desecho tóxico, en un ciclo perfecto y redondo de la explotación capitalista de nuestro excremento del diablo, con propósitos de evangelización leninista.

Inconscientemente, los niños del estado se vengan de su protector paternalista, al retornar a su etapa de fijación anal, cuando marcaban territorio y resistían al control por medio del esparcimiento terrorista de sus heces fecales. De manera involuntaria, o sin querer queriendo, en el Teresa no paran en mientes a la hora de asearse el trasero con los folios de los materiales reciclados de la predica oficial. Es igual al acto blasfemo de romper la Biblia para fumársela con marihuana.

En el pipote de los desperdicios, percibo la iconografía sacrílega de una exposición improvisada de arte conceptual contestario. De extraerlo y presentarlo en el Salón Pirelli o en el de Jóvenes con FIA, me gano el primer premio. Atención, amiguitos de la movida underground.

La realidad rebasa, de calle, sus fantasías iconoclastas de Damien Hirst, Bansky , Chris Ofili y Andrés Serrano, quienes bañaron de pipí y bostas de elefante a estampas religiosas, para escandalizar a las doñas puritanas y a los custodios de la moral. Ni hablar de Piero Manzoni, con sus caca de artista enlatada. A la lista podría agregar el atentado de coprofagía de John Waters en “Pink Flamingos”, las duchas doradas y marrones del género porno gore, y los ataques de incontinencia de los Hermanos Farrelly. La tragicomedia escatológica mainstream en pleno. Con ustedes, la revolución Jackass.Olvídate del mojón de Nelson Garrido.

Al respecto, el teórico Daniel Kuspit sentencia: “el postarte excremental es suicida”. No hay futuro para la cultura. Es el fin de la ilusión. Actualmente, sobrevivimos en la entropía del fenómeno estético.

Por ende, suelto la carcajada al divisar el álbum de fotos de la Venezuela heroica del siglo XXI, cubierto de ñoña. Contemplo embobado la escena de un mitin, el retrato del líder personalista levantando sus brazos en señal de victoria, como CAP con chaqueta carmesí. Es hora de irme. Salgo del sitio, pretendo enjuagarme las extremidades inferiores, pero tampoco hay agua. En la losa de los lavamanos, diviso mi última evidencia, mi última pista del capítulo: una torre de ejemplares de ”El Bolivariano”. Tomo uno, lo abro, lo palpo, lo olfateo y aprecio su composición. Lo guardo debajo del brazo y emprendo la retirada.

Al final, distingo a un caballero agarrando su copia de “El Bolivariano”, mecánicamente, y perdiéndose en el abismo endógeno del gas metano, donde un fósforo volaría y acabaría con todo.

De nuevo, en el camino, sueño con un desenlace tarantinesco a lo “Bastardos sin Gloria”. Yo taparía los inodoros con los restos de “El Bolivariano” y provocaría la inundación infecta de los pasillos del Teresa. El estreno de “Zamora” sería suspendido, “por razones de causa mayor”. De repente, me despierta el reencuentro con la ley en el portón de acceso al patio de la sala Ríos Reyna.

El próximo miércoles prometo continuar.

Es todo por hoy.

Gracias por acompañarme, una vez más.

Su respaldo es mi paga y mi único alimento.

De verdad.

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