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El espejo.

Primero pensé en hacer un cuento para ilustrar la increíble situación que mi mamá me relató esta tarde. Pero mi desgaste es tal que decidí, más bien y por no dejar, “echar el cuento” – que no es lo mismo -.
Mi mamá es doctora en matemáticas puras (¡uff ) y por decisiones personales, de esas que nos pueden hacer arrepentirnos, se fue a vivir hace años ya a una ciudad del interior del país. Allá trabaja, tiene su casa, su pequeña red de conocid@s*, va al gimnasio y… bueno, a parte de eso e ingurgitar libros y libros en la casa, no hace más nada (como mucha gente en todas partes del mundo, por cierto).
Pero centrémonos en lo laboral. Ella da clases de secundaria en un pequeño liceo público, en una zona « caliente » de la no mencionada ciudad. También da (¿daba?) clases en una universidad privada.
En cuanto al liceo, las múltiples historias asombrosas que me ha contado hasta ahora van del nivel de la ficción al “realismo mágico”, de lo simplemente “imposible” a lo humanamente inaceptable, de la resignación al dolor, de una vida atrapada a múltiples vidas perdidas… ¡y que conste que no hablé del proceso enseñanza-aprendizaje para no sonar ridícula!
Voy al punto – pues la idea de este texto es ser breve y claro -.
Esta tarde mi mamá me dijo que tuvo que renunciar a su puesto de profesora en la universidad privada. Me lo dijo tranquila y sin remordimientos. Al preguntarle sobre el por qué, ella me dijo que eso no era cuento nuevo. Que hace unos meses l@s alumn@s (de ingeniería civil) le enviaron una carta – sinceramente cordial – donde le pedían hacer un poco más accesible el conocimiento impartido. Es decir, los alumnos le pedían “bajar el nivel”, argumentando que encontraban las clases demasiado complicadas y que ell@s iban a graduarse de ingenieros y no de matemáticos…
Pues mi mamá decidió aflojar un poco el ritmo, pero igualito ayer los alumn@s le pidieron una reunión donde le dijeron que les iba a ser imposible pasar la materia, que ellos pagaban mucho dinero en esa universidad y que no podían darse el lujo de “raspar”. Según mi mamá la reunión fue clara, directa y sin prejuicios. Ella les dijo que le era simplemente imposible eliminar más temas del programa, pues ya estaba a la mitad de lo que teóricamente debía enseñarles y que éticamente era insoportable.
L@s alumn@s y ella llegaron a un acuerdo: mi mamá debía renunciar. No había y no hubo otra solución sensata. La directora aceptó y dijo: “ell@s se lo pierden”.
Tener un diploma, ni siquiera por tenerlo y decir que se es diplomado en algo, si no efectivamente para salir al mercado de trabajo a piratear durísimo, en este caso las construcciones « seguras » : casas, edificios, calles… de Venezuela.
Esos somos los venezolan@s (ok, no todos pero demasid@s). Sé que eso existe en nosotros desde hace mucho tiempo porque mi mamá es profesora desde que nací. Antes ella ni bajaba el nivel, ni negociaba, raspaba a todo el que no estudiaba (muchísimos) y después la gente se fajaba en reparación. Hoy en día ella negocia más porque la experiencia le ha enseñado a no ser tan intransigente, pero renuncia porque la franqueza de los alumnos que asumen su mediocridad como personas y como profesionales la deja desarmada.
Mañana no se que vendrá. No quiero imaginarlo porque hoy no estoy de humor optimista.
Esto, señoras y señores, no pretende ser un tratado político. Se trata de algo muy diferente : un espejo.

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*La utilización de la @ servirá a establecer la diferencia de género.

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