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Juguemos a hacer cine, mientras el cine no está

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A propósito de 13 segundos

De todos los vicios posibles, es la autoindulgencia el que más le pesa al cine nacional. Permitiéndonos la gran ilusión de que tal cosa exista, más allá de un manojo nervioso de equivocaciones. Más allá de una comedia coral de actores paupérrimos y envilecidos por las campañas de celulares, cocosetes, y zapatos de las que son portavoces. Los mismos que inundan ahora las salas de teatro con programaciones de cabaret intelectualoide, autoreflexivo y edificantes para el alma. Permitiéndonos la ilusión de que tal cosa exista, más allá de vacas sagradas que rumian millardos mientras dan un par de “directrices” y unos tijeretazos en la sala de edición. Más allá de una diminuta, por no decir ridícula industria que este año ha prometido un estreno nacional por mes, con o sin cine mediante. Entonces nos permitimos el espejismo, y vamos a ver -cautelosos y desconfiados- pero igual de interesados, el estreno correspondiente a este mes: Trece segundos.

No cabe revisión formal o intelectual de esta ¿película? No cabe en tanto su contenido altamente ofensivo (formal y argumentalmente) es reído y compartido por los espectadores inertes de las salas de cine. Ergo, si la gente celebra y comparte el mensaje ya puedo dejar el mood visceral y no seguir con el comentario, pues la loca sin duda, soy yo. Sin embargo, esta condición de necedad mental me impulsa aún más. Retomando; ofensivo es porque abusa de la forma, mal abusa de ella, si se permite el barbarismo, pareciera que recién descubrieron el FinalCut y el sin fin de efectos predeterminados que ofrece. Abusan con ínfulas –pseudos intelectuales, una vez más- de toda clase de absurdas transiciones y elipsis coloradas y decoloradas, sucias y manchadas, sin ninguna justificación. Abusan, si es que de ello se puede abusar, de la incapacidad y el desconocimiento de la técnica cinematográfica, y el abuso es por puro desconocimiento, o será descuido, o mala intención, o mera ignorancia. Imposible saberlo.

Hay dos caminos, uno largo en el que me rasgo las vestiduras por aquella agresión llamada 13 segundos, o uno corto en el que me río cínicamente. Como el nunca bien ponderado Señor Cobranza tomó ya el corto, me permito entonces  tomarme, un tercer e improvisado sendero: el de los trece míseros segundos. Como ya descubrieron, ese es el camino fácil. Comienza el conteo: 1. Aterradora secuencia de títulos que anuncia (locución de Loscher mediante) la inquisición moral que está por comenzar, 2. Voz en off que narra, describe, desarrolla, parafrasea, cada imagen y cada diálogo; mientras que alecciona, sataniza y enjuicia a los “personajes”. 3. Plot imposible, que desata absolutamente todos los cabos y genera situaciones insensatas, dejando como nuestra referencia más cercana a la realidad lógica “El laberinto del Fauno”. 4. Falsa promesa de cinema verite con material intrauterino. 5. Abortiva puesta en escena y peor dirección de fotografía. 6. Montaje inexistente y reinvención de técnicas de post producción chapulinescas y nauseabundas, por aquello de que tanto efectito marea. 7. Utilización del punto de vista del feto; una subjetiva a lo Depredador para el recuerdo y el infame recurso del latido del corazón de las criaturas, que ahora sabemos, son pequeños engendros, con todos sus derechos decretados. 8. Villano atroz, que deja a Gargamel como un tipo serio, y permite concluir sólo una cosa, si usted ve a ese señor en la calle, tiene dos opciones, puede correr o rociarle flí*9. Casting de niños zombies con problemas de personalidad, destacando al gordillo oligofrénico que balbuceaba sus líneas entre carcajadas. 10. La enfermera maldita chupasangre de niños no natos, como salida de Grindhouse. 11. El debate medieval y maniqueo del derecho femenino ¿o feminista? de decisión, basado en el argumento de la falsa ilusión de libre pensamiento que libera de la re-presión social; versus la materialización de Mefistófeles en cada “madre” que aborta. 12. El paquete chileno reaccionario, ultra conservador y derechista, que amaestra al espectador, pero sin la sutileza y la sobriedad (y sin los recursos) del Vaticano. 13. Y la reina, la autoindulgencia que muestran todos; público, amigos, medios y allegados, hacia este, nuestro cine nacional. Una palmada en la espalda y mis parabienes, por dejar impune tanta malandanza. Una nota tranquilizadora para los realizadores del ¿film? El Vaticano recién negó la existencia del limbo, así que no se preocupen por las almas de los 50 millones de vidas abortadas a las que hacen referencia al final del metraje, pueden estar tranquilos pues todas esas almas se irán directamente al Paraíso… a diferencia de las suyas… y la mía claro está.

¡BOOM! No exploté como chicharra, nomás quería dar una lección moral de cómo se hace cine en Venezuela.

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