FLN.

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Nadie nos dio un duro. Todo lo empezamos nosotros y todo lo hicimos con nuestro propio bolsillo. Cuando empecé clases, me hice amigo de Ernesto, militando en el mismo partido político de la Universidad. Entramos al mismo tiempo y pronto nos aburrimos del partido. Le faltaba chispa, era demasiado aburrido para nosotros. La corrupción, el nepotismo y la falta de acciones concretas nos empujaron fuera de él.
Al tiempo de salirnos, empezamos a planear lo nuestro. Se nos unió Miguel, un amigo que había abandonado ingeniería hace años. Era el hombre indicado. Era el bomberman.
Miguel era hábil. En esos tiempos trabajaba en su casa con nitrógeno y todos los aspirantes a Brayan O’conner, el tipo de Fast and Furious, lo contactaban para pimpear sus autos. Se metía una pasta con ese negocio. Recordaba la bomba con la que explotó la cantina del colegio el último año de bachillerato, la cual hizo con jugo de naranja, papas, hielo seco, bicarbonato de sodio y otras cosas más. Años después, ya había mejorado sus habilidades.
Ernesto y yo quisimos mantener el grupo lo más reducido posible, pero fue necesario que entraran más personas. Contacté a Valentina, una genio en informática que ahora trabajaba como desarrolladora de software libre independiente. Ella se encargó de hacer de la casa de Miguel una burbuja fantasma anti rastreo. Pero sus habilidades de hacker eran limitadas, y trajo consigo a su novio, Antonio, otro genio informático, pero que se especializaba más en la rama de la ilegalidad.
Reemplazamos la esvástica nazi que tenía Miguel en su pared y en su lugar colocamos un pendón 5×5 que hice en photoshop. Tenía las estrellas y la bandera de Venezuela, con la cara del general Marcos Pérez Jiménez. Nos llamamos el Frente de Liberación Nacional.
Lo primero fue el Ministerio de Paz. Hartos de despertarnos con noticias de secuestros, robos, asesinatos y demás, tomamos acciones.
Boom
Estoy seguro que Miguel tuvo algo parecido a un orgasmo cuando vio en el noticiero la parte de abajo del edificio volar en pedazos. Horas antes rayamos en la institución con graffiti rojo las palabras NO FUNCIONA. Nuestro punto quedó claro.
Inflación por las nubes. Escasez en los mercados. La gente haciendo cola para adquirir leche. Ministerio para la Economía. Tampoco sirve.
Booooom.
Más potente que la anterior. Concreto volando por los aires. Humo escapando de las ventanas del ministerio como espectros grises. Sabía que la prensa nos llamaría terroristas, pero eso de asociarnos con Al- Qaeda estuvo comiquísimo. Esta vez no pudimos rayar con graffiti nuestra marca, pero desde el primer atentado la cosa estaba clara.
Antonio, el novio-hacker de Valentina, informó que el Gobierno empezaba a intervenir con mucha agresividad el internet y los teléfonos. Pudo contener las intromisiones y nos mantuvo invisibles. Miguel preparaba una verdadera belleza, a la que llamó La negra. Trabajó en ella durante más de tres días en la cocina y no nos dejó verla cuando estuvo terminada.

 
Nos calmamos durante una semana. Paseamos por la ciudad, escuchamos opiniones de la gente. La gente concordaba en que éramos unos asquerosos terroristas y debíamos ser aniquilados.
Subimos a la torre Esperanza a la medianoche, una torre empresarial que el Gobierno construyó y dejó a mitad de hacer porque se robaron el dinero. Ahora convertida en una guarida de drogadictos y lacras sociales. Miguel llevó en dos toneles plásticos algo que llamaba “pegamento inflamable”. Con brochas escribimos FRENTE DE LIBERACIÓN NACIONAL en la parte de enfrente del edificio. Colocamos una mecha de veinte metros que nos dio tiempo suficiente para alejarnos de la escena. Las palabras iluminaban la noche. Las llamas ardían como si fuese una película de Tarantino.
Ahora teníamos una identidad. El presidente dedicó horas a insultarnos y amenazarnos en cadena nacional. Un pequeño grupo voló en pedazos una institución estadal y agarraron a los responsables tres días después. Dos hombres que rondaban los treinta años, estudiantes de ingeniería. Los agarraron por falta de preparación. Nunca habíamos escuchados de ellos. Lo hicieron por iniciativa propia.
Otros grupos desconocidos para nosotros volaron una oficina estadal. La ciudad se llenó de graffitis rojos con las palabras NO FUNCIONA, hechos por personas que desconocíamos. El Gobierno prohibió la venta de sprays a las ferreterías y doblaron la seguridad del país. Por esos días nos dedicamos a planear. La policía iba por la calle deteniendo a más gente de la normal.
Se generaron protestas en los sectores más jóvenes del país y detuvieron a muchos. Muchos utilizaban la máscara de Guy Fawkes. Les daban palizas en los módulos policiales y eran devueltos a sus casas con serias consecuencias físicas.
Parece que la policía no funcionaba tampoco. Miguel y yo nos vestimos de personal de correo y colocamos a La negra al lado de un destacamento de la guardia, donde habían ocurrido las denuncias más graves de violencia contra los jóvenes protestantes. Luego de ver el video en las noticias, entendí por qué a Miguel le gustaba tanto La negra. Sí tenía algo de negra: dejó en el piso un gran hueco negro, de unos cuatro metro de radio y dos de profundidad.

 
Empezaron los llamados a la paz. Más comparaciones con los terroristas del 11 de septiembre. Valentina se salió luego de La negra. Antonio se quedó, lo que causó la ruptura de la relación.
Miguel fue arrestado un mes después, cuando construía otra Negra. Lo detuvieron en una ferretería. Yo le advertí que no comprara sus insumos en los mismos sitios, pero eventualmente se veía venir. Había rumores de que el Gobierno había pedido ayuda a la CIA.
En su casa encontraron todo y pronto nos agarraron a mí y a Ernesto. Antonio escapó a Colombia. Fuimos recluidos en una cárcel de máxima seguridad, con máximas penas, con máximo todo. Conocí a presos políticos y mafiosos en ese recinto. Un mafioso nos palmeó la espalda, nos dio la mano y las gracias.
En los periódicos pedían la horca. Cuando me preguntaban por qué lo hicimos, yo no sabía qué decir. Quería un cambio, pero era una respuesta un tanto ilógica. Mis padres y familiares lloraron en el juicio y me sacaron del testamento familiar. El fetichismo por el nazismo que fue encontrado en la casa de Miguel le dio la sazón final a la historia. Los periodistas salivaron con eso. Envidié a Ernesto, su madre se quedó con él. Al menos mientras la dejaron. Nos prohibieron las visitas y cualquier contacto con el mundo exterior.
Nos extraditaron a otra cárcel. Durante el vuelo nos pusieron bolsas negras y al aterrizar nos dieron tal cual piñata. Estoy seguro de que recibí golpes del mismo Presidente. Al llegar, me costaba abrir los ojos por la hinchazón. Parecía picado por abejas africanas.
A los tres nos separaron. No hace mucho Miguel intentó volar su celda pero lo agarraron a tiempo. Me sorprende cuánta gente me ha agradecido con el pasar de los años. Me pregunto por qué. El nuevo gobierno parece estar haciéndolo bien. Al menos retrocedió en su intención de recortar la pensión de los adultos de tercera edad al ver que aparecían en las calles los graffitis rojos de FLN.

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