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Don Evaristo Paico y sus hijos

En el caserío de Cruz Loma, en la zona andina del distrito de Inkawasi vivía la familia Paico Quispe. Don Pedro que fue uno de sus fundadores de este caserío, tenía una familia compuesta por sus hijos llamados Julián Paico, Francisco Paico, Diego Paico y dos hijas más. Don Pedro Paico era una persona sumamente trabajadora y aquellas tierras que tenía eran propias, tuvo que esforzarse mucho para conseguirlas, también contaba con su ganado vacuno, el cual también comenzó de a poco a poco. Todo lo que consiguió lograr, lo hizo con el fundamento de formar una buena familia, su mujer también le ayudaba para lograr ese proyecto familiar, ambos esposos esperaban hacer de sus hijos unos hombres de bien, unos hombres que no solo tuvieran educación sino también buena instrucción. Todo lo que hacía don Pedro era por ellos: “ellos eran sus hermosos sueños”. Solía levantarse de madrugada para vigilar su ganado y ver cuando había luna llena sus sembríos, de cómo verdeaban haciendo olas y tumbos por el fresco viento de la madrugada iluminadas por toda la luna llena. Todo lo hacía por ellos para que sus hijos alcanzaran mejores metas de las que él pudo alcanzar. Es por eso que así él se esmeraba más, el siempre decía: “mis hijos tienen que alcanzar sus sueños, esos hermosos sueños que tengo yo para ellos”, por ellos trabajaba bastante, tanto que se quedaba desgastado, olvidándose totalmente de su cuerpo, pero aun con todo don Pedro con la poca alimentación y la bastante ilusión y con la fe puesta en sus hijos, para que se realizaran en este mundo. Así con esa esperanza sacaba fuerzas del alma para seguir sin doblegarse .Don Pedro era un hombre de buenos sentimientos adaptado a la recia naturaleza de estos lugares, un hombre que se enfrentaba con valor al duro día que siempre le esperaba, creía que todo lo que se le presentara en su contra lo fortalecía más; así siempre fue su manera de actuar y su pensamiento de este señor.
El tiempo fue pasando y sus hijos al comienzo se dedicaron al estudio con empeño: primaria, secundaria y a seguirse preparando para su futuro. Pero algo sucedió en los propósitos de ellos, no se dedicaron solo al estudio, sin explicación habían adquirido desenfrenos. Desde allí nunca más vieron el esfuerzo que hacia su padre, ni les interesaba ese agotamiento que hasta en sus ojos se le veía, ese agotamiento que salía de las profundidades de don Pedro. Así se presentaba la vida a don Pedro por alcanzar esos ideales sueños: “los sueños cuestan” eso se repetía en cada arada, en cada palanada.
Algunos padres son preocupados por los hijos pero él se preocupaba mucho más. Sus hijos fueron cambiando, la apatía de no ayudar en sus horas libres de estudio a su padre; sus hijas en algo ayudaban a su madre. Sus hijos dedicados al comienzo a la instrucción, comenzaron hacerse otros proyectos, a plantearse otras realidades entre ellos, ha desdeñar sus tradiciones de ayudar en las faenas comunales, a dejar de lado la empatía propia a todos los comuneros. Se volvieron egoístas, repararon que su padre los veía como oro, y se creyeron así, simplemente avistaron en su padre un esclavo más. Mal interpretaron el deber y amor del padre, mal dilucidaron todo, la nociva manera de pensar, que hasta tenía que dar don Pedro su vida por ellos. Porque fue él quien los trajo al mundo, a este mundo tan ruinoso, donde únicamente viven los vivos, allá que se maten trabajando los tontos, los tarados: “de creer que el pan se come con el sudor de la frente”; como se dice “el vivo vive del zonzo y el zonzo de su trabajo” se volvieron deshonestos y licenciosos. Para esto ya don Pedro comenzó a tener repitentes pesadillas con ellos, la maldad que sus ojos de padre bueno no veían, su subconsciente lo captaba, y por las noches se lo trasmitía a través de esas pesadillas.
Hasta que dejando de lado sus sentimientos que lo segaban, la razón le ganó y le señaló que no todos sus hijos eran como sus pesadillas, eran los dos primeros que no concebía por qué se inclinaron para el mal: Julián y Francisco. Se preguntó de dónde les venía esa mala sangre a sus hijos, De que antepasado habían heredado, el ser chuecos; como que sabía que de huevecitos de pajaritos no nacen culebras, de nuevo se preguntaba, serán las malas amistades. Diego se diferenciaba largamente de ellos. Lo acompañaba en el trabajo, el aportaba de acuerdo con su esfuerzo de pequeña edad. Diego notó que su padre comenzó a sumirse en una profunda tristeza, observó que trabajando la tierra con su sudor se mezclaba con sus lágrimas…Diego con angustia corría a alcanzarle agua en un cuenco. Así a veces se presenta la vida, sus hijos mal interpretaron todo; no fueron capaces de ser hijos, no comprendieron el cariño. Groseros se volvieron, endureciendo su corazón, sin metas claras, el esforzarse de cambiar sus vidas por otras mejores, para ellos mismos. Se dedicaron a beber y gastar en las ferias de los caseríos.
El tiempo no es inmóvil y pasa, para unos más rápidos porque están llenos de felicidad, y pasa despacio para otros que botan el sudor con cada palanada, en cada momento que se pone gris el día, o se pone gris el alma, o se desvanecen las esperanzas, sea por lo que sea, lo gris que siente el corazón al palpitar. Don Evaristo Paico siempre se aferraba a su trabajo y siempre creía que sus hijos cambiarían, dejarían ese egoísmo y esa mala vida que llevaban. Y el demasiado trabajo que realizó toda su vida, le estaba pasando por su parte la factura, y esto lo fue descubriendo por las noches cuando venía aquel dolor que se postraba sobre él, cuando él se rendía sobre su colchón o sobre su petate o sombre las mantas en el piso; la dolencia lo cubría. El malestar le venía de la ingle y él ya sabía algo de ello, porque a un comunero le había sucedido algo similar. En cuanto a esa enfermedad la llevaba de tiempo y no lo dejaba orinar normalmente, él no comunicó a su esposa por no causarle más preocupación, y el dolor avanzó más de lo que puedo soportar. Y es allí que con tristeza manifestó a su esposa y ella a sus hijos e hijas. Sus hijos lo tomaron como algo que iba a pasar, la madre les señalaba que esa enfermedad estaba pegado a él de tiempo.
Don Pedro, en un momento de desesperación llamo a sus hijos y manifestó que ya no podía más, que el trabajo le resultaba muy fuerte, que si trabaja lo liviano, el dolor se tornaba demasiado anormal, y que poco avanzaba en su faena: “les estaba pidiendo ayuda y ellos con sus indiferencias, con miradas secas, con la forma silenciosas de contestar”. Entonces don Pedro lleno de coraje manifestó su decisión, de vender algo de su ganado para hacerse ver por los médicos, porque así le habían recomendado los curanderos de la zona. Sus mayores hijos dieron un grito al cielo con molestia, para que iban a vender el ganado, si esas reces eran su herencia, para que, por qué mal gastar ese ganado en algo que ya ha vivido y tiene que cumplir con lo que es parte de este mundo como es el morir. Don Pedro les manifestó a todos que lo que el tenía nunca lo heredó de nadie, por qué él, lo logró con su esfuerzo, y lo que les comunicaba no era para pedirles permiso, quería su apoyo moral… Julián y Francisco tasaron a su padre que no daría para más.
A partir de ello hicieron lo posible e imposible para no dejar que ese ganado se venda. Para don pedro comenzó su suplicio su calvario, su esposa únicamente atinaba a traerle hierbitas silvestres para aplacar su dolor y ese sufrimiento de saber que ellos sus hijos eran su peor enfermedad. Don Pedro comenzó a secarse y secarse a falta de agua que no tomaba porque no podía orinar y su vejiga comenzó a crecer de forma anormal; se dio cuenta que no aguantaría más. Entonces don Evaristo acompañado de su último hijo cogió su diminuta mano de diego, como quien coge un bastón y comenzó a ver el infinito y ver el final hasta donde alcanzó su mirada, a un enorme vacío llegó, el vacío que se habían transformado todas sus ilusiones, nada de nada, sus ojos cristalinos se volvieron serenos. Luego cerró sus ojos mirando en su interior, viendo en lo más profundo de como sus batallas se iban perdiendo, de hecho su guerra estaba vencida; su cuerpo se secaba más.
En un momento de lucidez don Evaristo abrió sus ojos y su mujer le alcanzó lo que él le estaba señalando. Eran las pocas fotos que tenía de sus hijos y las miró repasándolas con su mirada, hasta que llegaron las imágenes de Julián y Francisco, y recordó cuando ellos todos débiles e indefensos se aferraban a sus brazos y el cómo los abrazaba pasándole todo su amor de padre y los bendecía. Luego se olvidó de sus recuerdos para verlos tal como estaban hoy. Hombres tan llenos de fortaleza y maldad: “En qué les fallé” pudo apenas quejarse, después ya controlado pensó, “si les di todo”, para que sean cóndores, para que vuelen alto, tan alto para alcanzar el cielo, pero estos han alcanzado el infierno, pensaba que el infierno quedaba abajo, pero don Pedro descubrió que el infierno no tiene lugar, el infierno se encuentra en todo sitio en todos los lugares, en ese momento el infierno estaba en su casa y dentro de él.
. Don Pedro cogió las dos fotos de sus dos hijos y las arrugó en sus manos, luego vio las dos fotos de sus hijas y las pasó de largo, cogió la foto de su último hijo Diego que lo contemplaba con tristeza y la bendijo. Don Pedro se sumergió en su última agonía. Sus dos hijos mayores estaban en el caserío embriagándose, esperando la noticia, hasta que llegó el rumor, que don Pedro había fallecido. Todos ebrios los hijos llegaron con el carpintero para que le tomaran las medidas, querían hacerlo todo de una manera impresionante, y los sucesos se dieron como ellos quisieron. Vendieron unas reces para hacerle un buen sepelio e invitaron a toda la comunidad, el aguardiente corrió por todos los lados, en fin, buenos hijos para los comuneros. Después del entierro, rápidamente tomaron las riendas del hogar. La madre por el tanto sufrimiento murió a los días de un dolor al corazón, a ella si la enteraron humildemente, para no gastar mucho más.
Comenzaron a repartirse la herencia: valorar el terreno, a contar el ganado, a ver la casa y repartirse a la manera de ellos en silencio pero con la misma mirada codiciosa de ambos: ellos ya se habían desposado antes y sus dos hermanas también. Aconteció que cuando ellos esperaban la felicidad; comenzó a darse sucesos extraños en este sitio, en las posesiones de don Pedro, en todo lo que fuera de don Pedro, en primer lugar una niebla oscura se postró en todo lo que fuera de don Pedro. Los comuneros que veían de lo alto y de los costados decían: “y por qué esa nube oscura no avanza, por qué el recio viento no la moviliza si silva fuerte, y se ha quedado en las tierras del finado Pedro, o será que es una humareda o se estará quemando algo”. Los hermanos se dieron cuenta que algo funesto estaba ocurriendo. Por las noches don Pedro les tocaba con su manera singular las puertas, cuando salían no veían a nadie, luego don Pedro comenzó a meterse en sus sueños los mortificaba dándoles pesadillas, tras pesadillas, así fueron atacados. Comenzaron a sentir ese peso tan grande sobre ellos: “don Pedro los molestaba demasiado”. Descubrieron que cuando salían de la casa y de las tierras todo se tranquilizaba, dedujeron que lo que tenían que hacer era apartarse de las tierras y de la casa y llevarse el ganado a otro sitio, hasta que todo vuelva a la normalidad. Fue así que cada uno fue a vivir a casa de sus suegros llevando su ganado. Julián con su esposa llevado su ganado, Francisco con su esposa hizo lo mismo. Aconteció que cuando llegaron con sus reses donde las tierras de sus suegros, en los pastales las reses de ambos hermanos no deseaban comer, el suegro de Julián dedujo que esas reces estaban enfermas, a Juan le sucedía lo mismo, qué estará pasando. Los suegros que vivían separados les dijeron a los dos hermanos las mismas palabras: “estas reses no comen, están demasiado flacas es preferible que las vendan a cualquier precio, antes que se mueran”, ni bien dijeron esto, todas las reses amanecieron muertas, trataron de cortales el cuello para desangrarlas, lo que brotó se sus venas no fue sangre sino pus viva y sumamente pestífera, con desesperación Julián abrió una de las reses, estaba en completa descomposición, lo mismo le sucedía a Juan en el pastizal de su suegro. Comprendiendo esto los suegros de ambos hermanos, los echaron de sus propiedades, porque exponían que ellos traían la maldición de don Pedro, ya que sus mujeres de ambos les contaron a sus padres el mal comportamiento que tuvieron con su finado suegro. Fue allí que comprendieron que algo malo estaba sucediendo con ellos, de que lo oscuro los había alcanzando: “o era la justicia divina o la venganza de su padre”. Las esposas no regresaron con ellos, y cuando llegaron al caserío la noticia había cundido por todas partes, fue así que fueron largados de todo lugar; qué les quedaba, claramente regresar a lo suyo. La casa vacía y polvorienta, el terreno vacío sin nada de siembra cubiertos por el mismo nublado negro, allí se acentuó más la tragedia para ellos. Tenían hambre, tenían sed; el agua fresca que corría por detrás de su casa ahora parecían aguas servidas, entre ellos se decían y ahora que hacemos. Para esto ya don Pedro nos los fastidiaba, ni había pesadillas, porque las pesadillas ya estaban con ellos en esa realidad que vivían. Por más que buscaban agua no la encontraban, se vieron obligados a tomar esa agua porque la sed era insoportable, luego les vino la disentería, las ganas de hacer y hacer, hasta quedar tan deshidratados que parecían esqueletos vivientes, no soportaban los cólicos los dolores, aun así resistieron ya que tenían cuerpos jóvenes que nunca habían trabajado, ellos siguieron bebiendo de aquella agua apestosa, hasta que se adaptaron. Tuvieron hambre y encontraron harina con heces de ratas, buscando encontraron un deposito lleno de grasa de cerdo, con la harina y la grasa hicieron unas cachangas o tortas, y así comenzaron a vivir como salvajes seres. Hasta que llegó el momento que se les acabó la harina; se veían Julián y Juan y no soportaban la deformidad en que sus cuerpos se habían trasformado. Esa hambre se volvía insoportable. Hasta que decidieron entre ellos hacerse daño. Pero siempre algo extraño se daba, lo que pensaba uno, pensaba el otro. Julián pensaba en querer matar a Juan para comer carne fresca y Juan pensaba lo mismo, aunque sea cruda. Caníbales eran: se aferraban a la vida, se aferraban a ese infierno, así vivían los dos, andaban con sus cuchillos para maltratarse. Su desconfianza los hizo que durmieran en diferentes habitaciones bien aseguradas, esperando que el otro muriera de hambre, para podérselo comer. Entonces el pájaro mal agüero, llamado tuko comenzó a cantar, “el tuko canta cuando alguien va a morir”, eso lo sabían los dos, Julián deseaba que fuera Juan quién muriera, y Juan deseaba que fuera Julián; así rogaban al tuko: “tuko por favor llévatelo a él y déjame a mi” ese era su pensar de los dos, era el pensar de dos seres desquiciados… en el mismo infierno. Hasta que sucedió que una tarde, tocaron la puerta, se dijeron: “ese es nuestro padre que viene por nosotros. Ya no es nuestro padre es el demonio que viene; nosotros en eso lo hemos convertido”, sin deducir que eran ellos los demonios. Ambos se acercaron a la puerta y destruir a ese fantasma o lo que sea a cuchilladas, pero cuando iban hacer el intento vieron que era Diego, el menor de sus hermanos. Diego los miró con una increíble tristeza, frente al hermano menor quedaron pasmados, no hicieron nada y soltaron los cuchillos de sus manos. Diego les dijo: “Vamos para el caserío hermanos, vamos para allá y ellos dijeron par que vamos a ir para allá, si somos mal vistos, nos van a apedrear, nos matarán y nos quemarán, nosotros conocemos los pensamientos de los comuneros, son llenos de supersticiones, y nosotros no somos superstición, somos una maldita realidad, somos peor que la peste negra. Pero Diego dijo nada les pasaría, vamos, vamos conmigo, nada tienen que perder, sígame”. Les pareció que una intrusa fuerza los empujó, y se fueron tras de él, tras su hermano menor. Sucedió que el caserío estaba abandonado, parecía que todos se habían escondido o habían desparecido, nadie los esperaba, soledad y silencio. Llegaron hasta la capilla, hasta la única capilla que había allí, una capilla humilde de adobe. Dentro de la capilla se encontraba la notable imagen de Jesucristo: Era la imagen del señor del cautivo, era una imagen bien esmerada, tan real, que asustaba por todas las vivas heridas en su cuerpo y esa soledad en sus ojos, que desconcertaba. El pequeño Diego dijo: “Este señor ya ha recibido las nueve misas, cada año, ha recibido bastante bendiciones, pido que esas bendiciones pasen a ustedes, para que sean perdonados, inclínense hermanos, pidan perdón con toda su alma, con todo corazón, con toda sus vidas”. Sus hermanos se agacharon y suspiraron, sus suspiros eran profundos, ellos se dieron todo, como que agonizaban, como que morían, como que eran flagelados, como que iban hacer crucificados, todo ello sintieron, los dos hermanos. Al final cuando voltearon vieron que en la puerta se les presentó don Pedro, ellos no hicieron nada don Pedro se retiró de allí, afuera de la capilla una pequeña garúa comenzó a caer sobre don Pedro como si lo bautizara y el comenzó a desintegrarse en leve neblina blanquecina. Abajo en la casa y las tierras la nube negra también se desintegró, dejando la luz del sol volver alumbrar aquella casa y aquel terreno…y la chorrera de agua volvió a volverse cristalina.
Todo se desintegró, la justicia, el castigo o la maldición. Ellos cambiaron, pero les costó bastante tiempo restablecerse, para lograr la paz en su corazón, tanto tiempo que ya habían encanecido. Se arrepintieron con el verdadero arrepentimiento a que se comprometen los hombres sinceros, cuando quieren cambiar, esta decisión les llevó a la verdadera felicidad, la compasión profunda se alcanza cuando por fin logramos vernos iguales a todos, de notar las necesidades ajenas como propias, el respetar, el honrar. Todo lo alcanzaron en su madurez. El tiempo había pasado, les quedaba una corta vida por vivir; ellos quedaron satisfechos, porque esa pequeñez de vida se trasformaba en un presente infinito. En ese estado ya no interesa el tiempo: fuera un año un mes un minuto o un segundo; se habían librado de toda esa carga que en un tiempo hicieron por su egoísmo, El tan monstruoso infierno que se habían adueñado de ellos… al final alcanzaron esa felicidad de evolucionar de nuevo en seres humanos.

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