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The Bling Ring: Otra Impostura de Sofía Coppola

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El caso es conocido.
Un grupo de chicas y chicos de Los Ángeles se hicieron famosos, de la noche a la mañana, por irrumpir en casa de las celebridades, beberse su alcohol, disfrutar de sus comodidades y saquearles su patrimonio, llegando a amasar un botín calculado en 3 millones de dólares.
Se escribieron análisis y textos para entender la génesis del problema.
Culparon a Facebook, a la influencia de la frivolidad mediática, a la depresión, a la crisis del capitalismo, a los padres de las criaturas, a la falta de familia, al consumismo alentado por la publicidad chic.
Al final, los muchachos terminaron enfrentando a la justicia y pagando condena.
Los convirtieron en los chivos expiatorios del momento, del Hollywood concienciado.
Sofía Coppolla les dedica entonces una película, donde la directora quiere marcar su distancia irónica y satírica con ellos. A lo sumo, guarda un poco de compasión por el personaje del chico de la pandilla, retratado como víctima de la cabecilla del “Bling Ring”: una joven escaladora de armas tomar.
En manos de Gus Van Sant tendríamos otro resultado, más humano, ambiguo, poético e interesado en comprender el trasfondo social del asunto.
Sofía equivoca el rumbo por dibujar a sus protagonistas como estereotipos de una clase media alienada y confundida por los paraísos artificiales de la cultura materialista.
Aciertan los colegas al compararla con “Spring Breakers”.
Harmonie Korine se pasa por el forro la corrección política, trafica con un humor negro de mayor trascendencia y juega a la posibilidad real de ser cómplice de sus ladrones de medio pelo.
No es descabellada la idea de ver en la cinta una obra autobiográfica, una proyección de las fantasías sacrílegas del realizador.
James Franco es alter ego del autor, rodeado por un harem de niñas descarriadas del club Disney.
También hay pesimismo y crítica al círculo vicioso del mundo hedonista de hoy en día. Pero Korine no se olvida de extraer de allí un mensaje de resistencia, de disidencia y de afecto por la actitud desviada de sus caracteres.
Ellas ocupan un lugar de antihéroinas posmodernas, antes de quedar desdibujadas como unos clichés negativos del paternalismo moralista y progresista. En “The Bling Ring” sucede lo opuesto.
A Sofía Coppolla se le sale la clase de hija consentida de una dinastía de abolengo, con pretensiones de pertenecer a una casta ilustrada como los Kennedy. Me da risa porque en Caracas abunda gente así de extraviada, snob y pacata. Sofía no tiene piedad con sus villanas.
Era preferible cuando en “María Antonieta” sugería el inevitable y cruento desenlace de una nobleza encerrada en sus castillos de ostentación, mientras el pueblo miserable aguardaba por un pase de factura.
Sofía no le cortaba la cabeza a su reina, le daba el beneficio de la duda y se mostraba seducida por su encanto.
Con “The Bling Ring” invierte la interpretación, al sentar a sus forajidas en el banquillo de los acusados, rodeándolas de una serie de prejuicios elitescos contra la nueva era, los mantras de Beverly Hills, las drogas, los fanáticos de Paris Hilton, los adoradores del rebaño kistch de la prensa del corazón.
Una madrasta descerebrada, unas hijas malcriadas y unos abogados castradores complementan el cuadro de la denuncia hipster de la Sofía Coppola.
Lo mejor de la puesta en escena se reduce a los planos secuencia, desde lo lejos, enmarcando la situación dentro del contexto de una ciudad sorda y ciega ante la corrupción de sus ángeles dominados por el vacío existencial.
El minimalismo es el gran atributo expresivo de la Coppola.
Lo demás no merece comentario alguno.
Pudo haberlo rodado cualquier imitador binario y maniqueo de John Waters. Como de telefilm, de capítulo de “Archivo Criminal” sobre adolescentes “desorientados”.
Acá Sofía compite con Oprah. La madurez le pegó mal. Me gustaba más en “Vírgenes Suicidas” y «Lost in Translation».
Sin querer queriendo, en “The Bling Ring” solo justifica a las ligas de la decencia, al conservadurismo, a la reacción, a la junta de vecinos de su urbanización de alcurnia.
Los dilemas de una pobre niña rica, alérgica a las redes sociales.
Como si ella no formara parte del entorno socialité de su país. Imagínense el guardarropa de la muchacha.
Sofía no se viste con harapos.

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