Como la sombra del bambú

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Cuando un pájaro, o una flecha, cruzan el cielo, no dejan huella. Todo es impermanente, en permanente cambio, surgiendo y desapareciendo, es lo que en la filosofía budista, en idioma pali, denomina anicha, impermanencia.

Nada en la naturaleza se queda por siempre, pasa, como el agua del río, que sigue su curso, quizá hasta el mar, y allí deja de ser río. Todo en la naturaleza está compuesto de vibraciones que surgen y desaparecen a cada instante.

La mente de un sabio, como ejemplifica Chuang-Tsé, es como un espejo, no retiene ni rechaza una imagen, sólo recibe, sin aferrarse a nada. Es una mente serena, ecuánime, que no fluctúa según las circunstancias.

Cuando una mente retiene, se aferra, o rechaza, se condiciona a tener reacciones condicionadas. Reacciones que hacen que se divida la percepción en “bueno y malo”, “agradable y desagradable”, manteniéndose en una falsa dualidad, que es el origen de los conflictos, de la infelicidad.

Cuando nos mantenemos en la falsa dualidad, nos identificamos con una parte del todo, con una nacionalidad, una ideología, un grupo, una religión, y rechazando todo lo que se oponga a esa parte, ocasionando los conflictos, la violencia, la guerra.

Tanto el budismo, como otras tradiciones orientales, nos invita a tener una “visión cabal”, o ver “las cosas tal y como son”, que en idioma pali denomina como vipassana. Esta visión cabal se logra teniendo una conciencia despierta permanente. Esta conciencia permanente se logra manteniendo la atención en el presente, en el aquí y el ahora, que es lo único que existe, ya que el pasado ha dejado de existir, y el futuro aún no existe.

Al tener la visión cabal, la mente deja pasar el pensamiento como el reflejo en un espejo, o como el pájaro en el cielo, y este pensamiento resulta tan inocuo como la sombra del bambú sobre la tierra.

Los conflictos sociales no se solucionan con nuevas ideologías, o cambios económicos, o cambios en los dirigentes, mientras se mantenga en nosotros una mente dual, una mente que se aferra o rechaza los acontecimientos. Sólo una mente serena, que se mantenga desapegada, en cada uno de nosotros, podría hacer surgir una nueva era.

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Mido un metro setenta y cinco. Tengo una docena de libros. En mi cuarto hay un altarcito con un Buda. Me gusta el color azul. A veces me despierto alunado. Prefiero los gatos a los perros, porque no existen gatos policías. Soy de acuario, pelo negro. No colecciono nada, guardo la ropa ordenada. Me aburro en las fiestas y soy de pocos amigos. Tengo los ojos color café tostao. Dicen que soy bueno, aunque no sea bautizado, y aún no me llevan las brujas. Nací a las siete y media de la mañana. No creo en ovnis ni en zombies (pero de que vuelan, vuelan). Uso prendas talla "m". Prefiero quedarme en silencio. Duermo del lado derecho y con franela si hace frío. De la vida yo me río, porque no saldré vivo de ella. No uso saco ni corbata, ni me gusta el protocolo. Estoy en buena compañía, pero sé cuidarme solo. No me complico mucho, no me estanco, el que quiera celeste, que mezcle azul y blanco. No tengo adicciones, mas que de leer y estar solo. Antes creía que no tenía miedos, hasta que vi la muerte a milímetros. No me creo ningún macho y soy abstemio, aunque si hay una buena compañía y un vinito se me olvida esto último. Prefiero más a los animales que a la gente. No tengo abolengo y dudo mucho que tendré herencia. Tengo una rodilla que a veces me fastidia. Tengo cosquillas, no las diré hasta que las descubras. No traiciono a mis principios, que son cinco. Me gusta ser muy sincero, por eso no hablo mucho. (Inspirado en una canción del Cuarteto de Nos)

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