panfletonegro

Mamá, quiero ser artista

/home/depr002/panfletonegro.com/v/wp-content/themes/panfleto2019/images/random/depr_37.jpg

Hay una frase conocida por todos que explica muy bien el espíritu del sistema en el que vivimos: No existen los almuerzos gratis. Significa que todo tiene un precio, que en algún lugar de la cadena, aun cuando no lo parezca, alguien paga por ello. Todo lo que existe tiene un valor monetario asignado, vivimos en un sistema basado en la acumulación de dinero.
 

En esencia este no es un post sobre economía y no voy a plantear una discusión sobre las causas por las cuales las cosas son de este modo o si son mejores o peores. Por el momento, es solo un llamado a reconocer un condicionamiento de nuestra realidad: dependemos del dinero. En mayor o menor medida, todos dependemos del dinero para cubrir hasta las necesidades más básicas, les pido que lo tengan presente.
 

Hace unos días me enviaron un artículo publicado en Gawker titulado «Cuando la gente escribe gratis, ¿quién paga?» que motivó las líneas que estoy escribiendo ahora. Trata sobre la situación que enfrentan los escritores profesionales en Estados Unidos frente a crecientes propuestas para escribir en periódicos y revistas sin recibir un centavo. Algo que no solo está sucediendo en medios pequeños sino también en grandes como el Atlantic.
 

Los bandos se dividieron y comenzó el debate. El caso es que lo que está sucediendo en el periodismo es un reflejo de lo que pasa con el arte en general y considero importante plantear la discusión de este lado. Pero antes de comenzar es necesario establecer un contexto.
 

En cierto sentido Internet evolucionó como una reacción al sistema. Ha sido una especie de proyecto que intenta lograr en el mundo digital lo que no hemos conseguido en la realidad por culpa (en parte) del establishment. Exigimos en la red lo que tímidamente esperamos en nuestras vidas: mayor libertad y menor intervención de los gobiernos. Un espacio para ser lo que no nos han dejado ser y hacer lo que no nos han permitido hacer.
 

En teoría suena bien, muy bien, y con ciertos matices podemos reconocer que se han logrado cosas importantes. Internet ha transformado la estructura comunicacional del mundo y ha influido directamente sobre acontecimientos históricos como la reciente crisis en Egipto o la elección de Obama. Los límites entre Internet y lo que llamamos «la vida real» son cada vez más borrosos. Si no lo creen, miren lo que puede hacer Glass.
 

El punto es que la red transformó nuestra visión del mundo y las expectativas que tenemos sobre él. Una de las ideas más populares y peligrosas engendradas en Internet es que todo debería ser gratis. La masificación de la información y los recursos han incubado esta noción de que todos deberíamos tener libertad para hacer casi cualquier cosa.
 

El primer golpe lo recibió la industria de la música. El mp3 apareció no solamente para reemplazar al CD, sino para transformar el modelo de intercambio. Todos sabemos que en general las disqueras explotaban (y explotan) a sus artistas, la mayoría de los ejecutivos no tienen la más remota idea de lo que es buena música y se preocupan mucho más por hacer dinero que por difundir arte. Eso está claro y no es tema de discusión, el modelo era injusto (en mi opinión lo sigue siendo) y tenía que cambiar.
 

Lo que está en discusión es la noción de que todo pueda y deba ser gratis: Un disco, un libro, una sesión fotográfica o un artículo editorial. Poco a poco el modelo de intercambio planteado por Internet ha ido erosionando el concepto del arte como trabajo, el reconocimiento de que el artista se esfuerza tanto como cualquier otra persona que dedica ocho o más horas de su día para producir algo y merece una compensación por ello, no porque quiera enriquecerse, sino porque necesita vivir de lo que hace. Recordemos el párrafo inicial, en mayor o menor medida todos dependemos del dinero.
 

Cord Jefferson, el autor del artículo publicado en Gawker, escribe acerca de un estudio demográfico realizado para conocer la diversidad de la población que escribe en los medios impresos. Los resultados fueron alarmantes: el 93% de las historias sobre el reciente período electoral publicadas en primeras páginas fueron escritas por jóvenes blancos de clase media alta. ¿Qué quiere decir esto?
 

El escenario es el siguiente: Un escritor, que tal vez sea talentoso, consigue trabajar en un par de periódicos conocidos pero aceptando hacerlo gratis. Por supuesto decide hacerlo, pero necesita pagar el alquiler, la comida y cubrir sus necesidades mínimas. No tiene a quién pedirle ayuda, y se ve obligado a encontrar una fuente de ingreso, necesita dinero (de nuevo, primer párrafo).
 

Trabaja de 6 a 8 horas diarias como mesonero, llega a casa a cualquier hora de la noche completamente saturado del día con apenas unas pocas horas para dedicarle a la escritura. ¿Es posible hacerlo? Sí ¿Va a escribir sus mejores artículos en esas condiciones? Difícilmente.
 

El argumento de los periódicos y revistas es que si él no lo hace, hay otros dispuestos a hacerlo. La clave está entonces en quiénes. Están dispuestos los que tienen el apoyo de sus padres, porque viven con ellos o porque reciben un soporte regular, lo hacen quienes no necesitan trabajar para sobrevivir. Lo aceptan quienes tienen 6 o más horas cada día para dedicarse a la escritura sin preocuparse por su sustento.
 

Por eso el 93% de las primeras páginas fueron escritas por jóvenes blancos de clase media alta, los únicos que pueden darse el lujo de tomar un trabajo no remunerado porque no dependen de ese dinero. El problema no es solo que la competencia sea injusta, ni que un escritor merezca un reconocimiento por su trabajo, tan profesional y valioso como cualquier otro, lo más grave es que no sea la calidad lo que esté determinando quién es publicado, sino el poder adquisitivo. Al querer eliminar el dinero de la ecuación, los medios lo han convertido en una condición necesaria.
 

Apliquemos esto a la música. Actualmente casi nadie quiere pagar por un disco, no importa si es una obra maestra o no, la gente ha asumido como algo normal que la música debería ser gratis y los músicos regalan sus canciones como agua del grifo. El público está dispuesto a pagar por un concierto, pero no por un mp3. Si Pink Floyd lanzara mañana «The Dark Side of the Moon» o «The Wall», tendrían que publicarlo en Soundcloud como todos los demás.
 

Esta posición evidencia un desconocimiento total acerca del proceso de creación y producción musical. Todo cuesta dinero. Los instrumentos, las horas de ensayo, el estudio y los equipos del estudio, los ingenieros, el arte del disco, la promoción y un largo etcétera. Es una red que involucra profesionales de distintas áreas, muchos de ellos graduados en universidades, que garantizan la calidad de la música que finalmente escuchamos. Todos nuestros discos favoritos, los más épicos, los que mejor suenan, costaron dinero y esfuerzo. Cientos de horas de trabajo, miles de dólares y millones de bolívares.
 

Ningunas de esas canciones existirían hoy sin la inversión que realizaron las disqueras y que el público devolvió con su apoyo. Nuevamente, no estoy defendiendo el modelo antiguo, pero alguien tiene que asumir los costos del proceso. De toda la ecuación, el elemento más vulnerable es el artista porque invierte todo su tiempo en lo que hace y no obtiene un sueldo por ello. Sin embargo, es el artista quien está pagando el almuerzo gratis.
 

Durante estos años, desde que apareció Napster, algunos artistas como Radiohead han propuesto un modelo alternativo. Cuando la banda lanzó «In Rainbows» en 2007, ofrecieron una versión digital que le permitía a la gente elegir cuánto querían pagar por el disco. Al final reportó ganancias para la banda, pero la mayoría de quienes lo descargaron no pagaron un centavo, y estamos hablando de Radiohead. Para «The King of Limbs» en 2011 regresaron al formato tradicional, el mensaje quedó claro. Lo mismo le pasó a Nine Inch Nails con sus experimentos de mercadeo. Muchos reniegan de las disqueras pero hasta los artistas más «indie» firman un contrato y aprovechan las ventajas de su estructura.
 

Algunos dentro del medio promueven la música gratis, pero ¿quiénes son? En su mayoría son artistas que ya han recibido beneficios económicos gracias al modelo antiguo o que por circunstancias personales no necesitan el dinero para vivir. Es muy fácil pedirles a artistas emergentes sin recursos que renuncien a sus aspiraciones económicas cuando otros artistas establecidos viven de la fama y la trayectoria que han construido durante años. Cuando te llamas Thom Yorke tienes artículos, entrevistas y giras garantizadas.
 

La realidad actual venezolana también es evidencia de ello. La gran mayoría de los grupos más reconocidos actualmente, no voy a nombrarlos para no entrar en polémicas y distorsiones innecesarias, vienen de clases pudientes. Muchos discos y giras han sido financiados por padres y familias que cuentan con los recursos para apoyarlos. No lo crítico, es genial contar con ese soporte, pero es una ventaja explotada por un modelo injusto. La realidad es que, independientemente del talento que tengan, que lo tienen sin duda, pudieron alcanzar su estatus gracias a los recursos económicos de sus familias. Sin ese dinero la historia habría sido muy distinta.
 

El punto de todo esto es que nuestra visión del arte es profundamente cínica. Repetimos hasta el cansancio que es la expresión más elevada del ser humano, que es lo que le da sentido a nuestras vidas, pero no estamos dispuestos a pagar por obras de calidad a pesar de que gastamos cientos y miles en incontables banalidades. Exigimos experiencias trascendentales de discos, libros y películas mientras los reducimos a un hobby burgués financiado por padres acomodados.
 

Muchos empezarán a nombrar ejemplos de bandas y artistas del pasado y el presente que lo han logrado a pesar de las adversidades. A ellos les digo que siempre existen excepciones y que cada caso depende de determinadas circunstancias. En este momento estamos hablando de generalidades. En todo caso, es evidente que los tiempos han cambiado, el video más visto de la historia es el de «Gangnam Style», más de mil millones de personas, pero la mayoría no escuchado un disco de PSY, ni siquiera otra canción. Son estadísticas que se disuelven en la nada, están destinadas al olvido.
 

Nunca más un banda de rock tendrá un jet privado como el de Led Zeppelin, y mucho menos una de metal como Iron Maiden. Estos días oscilan entre la nostalgia y el entretenimiento barato. Cinismo pop, y poco más que eso.
 

Ya lo dijo Dylan, «the times they are a-changin'». A quienes nos esclaviza la pasión seguimos escribiendo y componiendo al escapar de la oficina.
 

 

 

Salir de la versión móvil