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Hugo llueve sobre mojado en su cierre de Campaña


El tsunami rojo devino en vaguada dentro del imaginario venezolano. Semióticamente fue el peor escenario posible para el cierre de campaña del presidente, quien gusta adornarse con parábolas y alegorías. De hecho, en un intento desesperado por darle la vuelta al chaparrón, calificó a la lluvia como una bendición para el cierre «con broche de oro» de su campaña. Pero en Venezuela, a nadie le gusta el recuerdo de las latas de agua y menos de los truenos, considerando nuestro frágil ecosistema. Ricardo Azuaga lo tradujo en una frase inteligente: la naturaleza se le opuso. A partir de ahí, comenzó el deslave del evento de hoy, donde se impuso la ley de Murphy. En adelante, todo salió mal. Las cámaras con el foco empañado no encontraban el lugar adecuado para descansar y reposar. Las tomas eran cortas y confusas, producto del extravío del montador, desesperado a la búsqueda de imágenes nítidas y con gente. De repente, los errores humanos descubrían las costuras del cojín uniforme desplegado a lo largo de la avenida Bolívar. Al fondo observamos huecos y espacios en blanco. Por ello, «El Triunfo de la Voluntad» se filmó con una mejor planificación. En cambio, el Goebells detrás de la charada acontecida el jueves, lucía desbordado por la circunstancia no controlada. Después, el Potro y Hany calentaron la tarima con su tonada conductista y demagógica, mientras el animador del circo gritaba de forma histérica el nombre de «Hugo». A falta de referentes, optaron de nuevo por apelar a la barajita repetida de José Vicente, un personaje pavoso y sombrío. Tampoco despierta la menor simpatía en el colectivo. Ya saben. Los asesores de «Chacumbele» no saben mucho de publicidad y mercadeo político. Si llamas a la alegría, pues no te conviene rodearte de muertos en vida, de zombies. Finalmente, apareció el caballero con una cara de luto y preocupación, difícil de disimular. Abrazó a Rosines. Ella, como niña, no podía ocultar su rostro de melancolía por el estado del tiempo. El papá la cubrió y la invitó a recobrar el ánimo.
Acto seguido, presenciamos la crónica de una despedida involuntaria y anunciada. La carencia de ideas dominó el discurso, plagado de insultos y de referencias egocéntricas. El comandante abusó del culto a la personalidad, para autodenominarse el único salvador de la patria de cara a la supuesta amenaza de la oposición. En televisión la mentira se magnificaba. Las redes sociales respondían con virulencia.
Por fortuna, la arenga terminó y las palabras manidas se las llevó el desfile de autobuses pagados, actualmente circulando por las arterias del país, de vuelta a sus lugares de origen.
El proceso arrea a sus militantes como un rebaño de ovejas y sardinas en lata. Mañana solo quedará el ratón moral. El domingo será otra historia.

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