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Buscando un enchufe, encontré un país

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Eran casi las diez de la noche. A medida que nos íbamos adentrando en el barrio la tensión en el ambiente se hacía más espesa, se sentía a través de los vidrios ahumados del carro y a pesar del aire acondicionado.

Aunque no había llovido en el día, la calle estaba mojada y bajo el agua los cauchos acusaban la irregularidad del pavimento, cuyos abundantes huecos hacían que el carro diera botes y nos obligaban a ir a mínima velocidad.

En la soledad de la calle, vimos unas mujeres sentadas al frente de su casa junto a una mesa en la que se encontraba un termo de café. Evidentemente, la bebida no era más que una mampara para el verdadero negocio que las mantenía a esas horas allí y que les es mucho más rentable que la venta de vasitos de café: las drogas.

Nos aproximamos a la acera para preguntarles qué tan lejos se encontraba nuestro destino y, al bajar el vidrio, un vapor pestilente entró en el carro. El agua que cubría el pavimento provenía de algún tubo de aguas negras que, vaya usted a saber desde cuando, se encontraba roto.

A las dos mujeres no parecía incomodarles la pudrición, ¡el olfato es un sentido que se acostumbra tan pronto a todo!

-¿Buenas noches, dónde queda la ferretería “El marañero”?

-¿”El Marañero”? -dijeron ambas a coro y se miraron extrañadas.

-Sí, así nos dijeron que se llama. O “El Maraña”.

-¡Ah, Maraña! Sí, es al final del la calle, todavía faltan unas cuantas cuadras. Sigan derecho.

Agradecimos la indicación, subimos los vidrios con la náuseas alborotadas por el hedor y con los vellos de los brazos y la nuca cada vez más erizados por la tensión y el susto. Continuamos lentamente recorriendo la ahuecada vía hasta alcanzar nuestro objetivo.

Llegamos al final de la calle, un montículo de arena y ladrillos abarcaba más de la mitad de la vía, supusimos que una de esas casas que lo circundaban debía ser la de “Maraña”. Pasamos la pequeña montaña y me bajé, con los cojones en el cuello, a preguntar en la primera casa que mostró síntomas de vida, por el famoso maraña.

-¿Quién lo busca? –preguntó una joven como de 16 años.

-Es que me dijeron que él podía tener un enchufe trifásico que necesito – dije, sintiendo que la voz me salían en un hilito imperceptible.

Dentro de la vivienda se empezó a notar movimiento al sentir una presencia extraña. Salió una señora que nos informó que “Maraña” se encontraba haciendo un trabajo lejos, estaba llevando una mudanza hacia el sur de la ciudad pero que los muchachos que estaban estacionando un camión en la casa del frente tenían llave de la ferretería y nos podrían vender el anhelado enchufe.

Crucé la calle mientras Cristian se mantenía en el carro con el motor encendido y los vidrios arriba, saludé a los dos muchachos que estaban descargando el camión y le pregunté si podían venderme el enchufe.

-Yo creo que de esos no hay, pero esperen un momentico que ya “Maraña” está por llegar. El venía detrás de nosotros así que en un ratico está aquí.

Yo ya estaba tan asustado que pensé en subirme al carro y que nos fuéramos de allí de una vez pero me pareció que podía ser más peligroso arrancar así, intempestivamente, que esperar al hombre. Sin darme cuenta, la cuadra se fue llenando de jóvenes y calculo que aparecieron como unos 8 o 10 que comenzaron a hablar y echar cuentos entre ellos mientras yo aparentaba normalidad y permanecía junto al grupo. Uno de ellos que estaba muy divertido echando un cuento acerca de su encuentro un rato antes con la policía, dijo entre risas:

-Entonces yo le dije al tipo: “No señor marihuana, yo no estoy fumando policía”.

Todos rieron a carcajadas, yo traté de esbozar una sonrisa pero no sé si lo conseguí, sentía que los músculos de la cara no me respondían.

-¿Y usted vino recomendado por quién? –me preguntó el muchacho que tenía al lado, agregando inmediatamente de manera enfática –Porque usted no es de por aquí.

————o————

Toda esta historia comenzó el día anterior.

Después de un increíble mes de vacaciones por Estados Unidos, al llegar a la casa con la mente aún embotada por el viaje y por las maravillosas experiencias vividas en varias ciudades del imperio, cuando ya eran como las 12 de la noche y el aire acondicionado del cuarto tenía cerca de cuatro horas encendido, comenzó a oler a plástico quemado.  Algo no estaba funcionando bien con el aparato. Lo apagué. Esperé unos minutos y lo volví a encender. Nada. El aire acababa de fallecer y me esperaba por delante una calurosa noche aderezada con los altos índices de humedad que ofrece el clima marabino.

Al día siguiente, luego de maldormir, salimos a ver precios de aparatos de aire, consultamos varias ventas de electrodomésticos y, sin tomar aún una decisión, nos fuimos a trabajar. Luego de un mes de vacaciones es mucho el trabajo atrasado y las cosas que hay que poner al día así que el día estuvo bastante ajetreado y, sin darme cuenta, ya eran las cinco de la tarde, las tiendas cierran a las seis y no habíamos comprado el aire.

Aterrado ante la idea de pasar otra noche de calor sofocante después de tan agotador día, le dije a Cristian que corriera a comprar el aparato antes que la tienda cerrara, llamé, confirmé precio, hora de cierre y que tuvieran en existencia y Cristian se fue a comprarlo llegando al lugar unos 20 minutos antes de que cerraran.

A eso de las ocho de la noche estábamos llegando al apartamento, descargando el pesado aparato y subiéndolo por las escaleras. Agotados pero felices de haber podido cumplir con nuestro cometido. Rompí las cintas y la caja que envolvían al aire y, cuando ya nos disponíamos a instalarlo en el hueco de la pared destinado para tal fin, sucede la tragedia:

-¡Coño de la madre! –Grito- ¡Esta vaina no tiene enchufe!

La punta del cable tenía tres pelos con unos garfios de metal, el enchufe había que comprarlo por separado, de acuerdo a la toma de corriente que uno tuviera en su casa y el desgraciado que nos lo vendió no nos pudo advertir eso temprano, cuando todavía teníamos tiempo para ir a algún sitio a comprar el bendito enchufe.

Llamé a varios sitios y, los que no estaban cerrados ya, estaban a punto de hacerlo y no nos daría tiempo de llegar. Llamé al técnico de aire que es panita para ver si me podía sacar del apuro pero él tampoco tenía enchufe. Luego de pensar y pensar decidimos acercarnos a un barrio cercano que aunque un amigo que vive allí nos había advertido que era peligroso, no nos lo parecía tanto como para detenernos.

Allí fuimos a dar a una venta de periquitos para autos que abre 24 horas pues, en nuestro desespero, guardábamos la esperanza que, a pesar de que no era su ramo, tal vez el tipo tuviera un enchufe de tres patas para vendernos.

Pues no. El hombre no tenía el ansiado enchufe pero muy amablemente nos recomendó que fuésemos al final del barrio, a donde “El Maraña”, que tenía una ferretería en su casa y seguramente contaba con el pequeño y atesorado artículo.

No sé si era por efecto del largo viaje o de las prolongadas  vacaciones que nuestra mente estaba como embotada y no nos permitía pensar con claridad o si el terror a pasar una noche de calor abrasador nos hacía temerarios. Ni siquiera atendí al consejo de una hermana que, al enterarse del nuestro drama nos recomendó que pasáramos la noche en un hotel y al día siguiente resolviéramos el problema de la instalación del aire. Consejo que al día siguiente me repitió un hombre en la cola del banco cuando contaba lo sucedido.

-Para la próxima váyase a un hotel, esa aventura fue demasiado peligrosa. Suerte tiene de estar contándola. -Dijo.

No sé qué nos pasaba que no razonábamos, como autómatas nos dirigimos a la dirección que nos había dicho el hombre sin pensar en el peligro ni en las posibles consecuencias.

———-o———-

Tragué grueso ante la pregunta del muchacho, quien me miraba por encima del hombro intrigado acerca de cómo había ido a parar yo al barrio. Respondí:

-Me mandó un amigo que conoce a “Maraña” y me dijo que él podía tener el enchufe que necesito.

Llegó “Maraña”, evidentemente, aparte de ser el dueño de la ferretería es un líder en su comunidad pues todos parecen respetarle y, por lo que entendí, es quien maneja el consejo comunal del barrio, administra los recursos que le dan y decide quién tiene derecho a los beneficios que puede obtener por medio de esta nueva figura de organización social.

Entre las consultas que le hacían, las quejas que le ponían, los chismes que le contaban sobre lo que estaba sucediendo en el barrio, logré preguntarle si tenía el enchufe trifásico que necesitaba para que me lo vendiera. Me dijo que esperara un momento, entró a la ferretería acompañado de algunos de los muchachos que ya contaban como unos 16 al sumar los que llegaron con él y al rato salió con la mala noticia de que no tenía el artículo que yo necesitaba. Se le habían agotado y sólo le quedaban enchufes de 110 voltios.

No sé si triste o aliviado de poder salir de una buena vez de ese sitio, me subí al carro y nos fuimos a la casa a ver cómo resolvíamos el entuerto del aire. Llamamos al técnico panita. Eran ya cerca de las 12 de la noche cuando llegó y a lo «Mc Gyver», cortó el cable del aire que se había deñado y con maña y “teipe” negro logro empatarlo al cable del aparato nuevo y este arrancó a enfriar inmediatamente.

Cuando le contamos lo que habíamos hecho y de dónde veníamos, peló los ojos y con tono de asombro y reprimenda nos dijo:

-¡Ustedes sí tienen bolas! ¿Cómo se van a meter a ese barrio solos y en la noche? Ese sitio es peligrosísimo. Los enfrentamientos entre las bandas de narcotraficantes son a puro tiro y lo mismo con la policía. Con decirles que tienen un sistema de vigilancia: un tipo se monta en un árbol de mango desde donde divisa la mayor extensión de la calle y desde allí avisa a sus compinches cuando viene la policía o los miembros de bandas enemigas. ¡Ese barrio es candela, ahí hay muertos cada nada!

Contento de poder dormir a una temperatura confortable, me acosté dispuesto a recuperar el sueño perdido la noche anterior. La mente, aunque agotada, no dejaba de trabajar. Pensaba: “¿Cómo  se podrá hacer para que este país deje atrás la violencia? ¿Quién podrá ponerle coto al narcotráfico, a esas ventas de droga que se han instalado en los barrios más pobres de nuestras ciudades? ¿Cómo se podrá controlar la corrupción que se ha extendido hasta la gente de los barrios quienes reciben aportes del estado para los consejos comunales donde unos cuantos se benefician de ese dinero sin que la mayoría de la gente del lugar pueda acceder a lo que el gobierno les ha prometido pues esos dineros no son auditados ni controlados por nadie? ¿Qué pasará en las ciudades si alguien con suficiente guáramo y decisión pone fin a ese despilfarro de dinero que va a parar a manos de los guapetones del barrio?” Me imaginaba a esa gente saliendo a incendiar ciudades porque no están dispuestos a perder esas parcelas de poder y de riqueza que han encontrado a costa de que sus vecinos continúen en iguales o peores condiciones que antes. Esos “líderes” de la comunidad saben lo que es pasar hambre y necesidades y lo que han conseguido lo defenderán a sangre y fuego. Muchos de ellos, con las mismas armas que el régimen les entregó para “defender la revolución”. Armas con las que salen a robar y a matar y que no dudarán en empuñar contra quien pretenda arrebatarles lo conseguido.

En esas andaba cuando el bendito aire recién comprado se congeló y ya no quiso volver a enfriar en toda la noche. Después de todo lo vivido, parece que hay días que están escritos en nuestras vidas y contra la fatalidad no se puede pelear. Parecía que no había forma de escapar a una noche de calor infernal.

3 Comentarios

  1. Golcar, cada vez mejores y hasta emocionantes, cuando escribes la novela???

  2. Tengo unas cuantas historias más largas, no sé si novelas o cuentos, a la espera de conseguir el tiempo para sentarme a escribir. Algùn día, Marian. Gracias.

  3. Vaya, Golcar, tardé, pero ya me llegué por aquí.

    Tengo que celebrarte que has educado el ojo para percibir esos detalles que también nos revelan, darle la vuelta a la cosa, es refrescante, por decir lo menos, y cómo hace falta.

    El diablo está en los detalles

    Saludos, nos estamos leyendo :)

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