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Er Relajo Der Loro: Desventuras de los Dueños de la Película


La apuesta de John Petrizelli era no sólo válida sino arriesgada. Narrar la historia de los últimos cincuenta años de Venezuela desde la perspectiva de un animal, de un loro parlachín, suerte de figura espectral de la pesadilla de Darwin.

La astuta ave aprende a hablar por acto reflejo casi como una marioneta del infierno.

En el pasado la idea sentó precedente en la industria por medio de títulos como “Paulie” y “Río”, de reciente data. También fue el chiste seguro de cientos de comedias enlatadas y de aventuras de piratas en el caribe.

La originalidad del estereotipo brillaba por su ausencia. Con todo, debíamos brindarle el beneficio de la duda a su adaptación local por dos motivos: el nombre de su director y el trasfondo de la movida.

En principio, el realizador asombró a propios y extraños por su notable carrera como documentalista, desde “Carrao” hasta “El Santo Salvaje”.

Aun así, lo criticamos por los visos demagógicos y condescendientes de “Maria Lionza”, cuyo andamiaje tendía a ocultar el lado oscuro del culto en beneficio de un retrato ingenuo y evangelizador de su colectivo de adoradores, a quienes se les miraba con ojos de antropólogo inocente.

De cualquier modo, lucía como la justificada mancha en el expediente del clásico realizador en ascenso.

Nada hacía prever el desfase creativo de “Er Relajo der Loro”, su ópera prima de ficción. Esperábamos una sátira indomable y consistente alrededor del caso bajo la senda de los hitos de la modernidad en el género. Ya antes conocíamos de iniciativas paralelas y similares con éxito.

Recuerdo “Al Azar de Balthazar”, donde Robert Bresson desnudaba la deshumanización de la sociedad francesa a partir de la óptica de un burro triste, explotado por sus diferentes y sucesivos dueños.

Sin ir muy lejos, “Caballo de Guerra” asombró a la academia por su ajustada reflexión bélica, según el enfoque del curioso protagonista, un jamelgo especial y heroico.

A lo largo de las décadas, el rocín de Spielberg galopaba como testigo silencioso de excepción por las trincheras de la memoria culposa de la civilización occidental, en búsqueda de su libertad.

Salvando las distancias, “Er Relajo der Loro” plantea una tesis equivalente pero con un resultado fallido, producto de un guión malogrado y de una puesta en escena imposible de defender.

Apenas destacan las actuaciones principales de Gonzalo Cubero, Luis Gerónimo Abreu, Carolina Torres y Verónica Arellano.

Los secundarios dan pena ajena, empezando por el cliché del capataz encarnado por Aroldo Betancourt, pasando por la infumable caricatura de Pedro Porras y terminando por la desagradable intervención de Alejo Felipe, cayendo bajo al incorporar el papel de una loca burguesa y bohemia, rodeada por Omer Bretón y su combo. Echamos en falta mayor estima por la comunidad o minoría retratada. Dichas viñetas refuerzan prejuicios homofóbicos en la audiencia, sembrados por la semilla de la destrucción de los programas de la caja boba, supuestamente divertidos y paródicos.

En realidad, banalizan el decorado mediático y lo condicionan al esquema fijo de un patrón, de un modelo populista acartonado y caduco, carente de la menor gracia.

Mutatis mutandis, “Er Relajo der Loro” quiere ser ocurrente y espontánea, apelando a los resortes del humor barato, simplón. Al final te ríes por no llorar de la inmensa cadena de despropósitos. Arranca la función con una serie de animaciones de espanto y brinco. Al respecto, los diseñadores gráficos prefirieron lavarse las manos y desaparecer de la sección de créditos. Los entiendo. No es un trabajo para sentirse orgullosos.

Típicas mamarrachadas de la Villa.

El libreto insiste en dibujar un mundo criollo en blanco y negro, de buenos y malos, con trazo grueso. Aliento para reconfirmar viejos fantasmas marxistas de la polarización.

En consecuencia, los pobres son víctimas de las rapacidades e iniquidades de los ricos extranjeros y locales, asociados a la Cuarta República.

La dictadura cae a trancazos por presión de una masa informe y alienada, mientras la democracia se funda en el saqueo y el robo de bienes materiales ajenos.

Una turba de miembros del partido blanco entra a una oficina de la burocracia de Pérez Jiménez, a comportarse como un pandilla de ladrones y linchadores, pegando gritos y rompiendo el inmueble.

Jamás conoceremos las razones y los matices del grupo aludido, cuestionado. Nadie se salva de la condena, de la inquisición política de Petrizelli. Aunque hay unas diferencias a señalar, reveladoras de la impostura y de la doble moral.

A los Adecos los despluman por corruptos, bebedores de caña, clasistas, oportunistas, chabacanos y esnobistas. A Chávez lo mencionan de soslayo por sostener a un loro con la mano. Corte directo. Es el año 2000. La ciudad sigue gris y el avechucho nos deja, nos abandona para irse volando al Amazonas.

Postal turística de la conquista del sur.

Entonces se pierde la ocasión de encontrar las conexiones entre los burócratas de la época de Lusinchi y los funcionarios envilecidos del PSUV.

Volvemos al reinado de la autocensura en el mercado vernáculo, a objeto de garantizarse el respaldo de la plataforma y las autoridades competentes, con los reales de PDVSA.

Por ende, es relativo lo de “una película crítica de las élites gobernantes”. De hecho, la mentada sátira y denuncia roza la punta del iceberg y se contenta con amplificar, con redundar en el discurso de “Días de Poder”, fabricado para agradar a los caballeros de la revolución roja, a costillas y a expensas de la burla de sus enemigos de bancada en la Asamblea.

Es usar dinero de todos los venezolanos, para glorificar los programas del sectarismo y el divisionismo, a favor de la campaña permanente del Comandante.

“Er Relajo der Loro” no le quitará el sueño al Presidente. De seguro, a sus acólitos les fascinará su descripción “irónica” del expediente negro de la oposición, cercano a los teatros de títeres de Vive TV, amén de sus muñecos cubanos de “Vampiros en la Habana”. Los potentados chupan la sangre de los cándidos patas en el suelo de la iconografía autóctona.

El loro, por consiguiente, supone una encarnación de un pueblo apresado, secuestrado y manipulado por la clase dirigente. Allí comparto el pesimismo de “Er Relajo”. El bochinche, anunciado por Miranda, nos conduce por un destino incierto.

Por ello, percibo a la conclusión del relato como una traición, como una negación de sus postulados precedentes, como nuestro eterno escape del presente, como una evasión acomodaticia.

En el 2000, el loro simplemente debía cambiar de dueño y repetir el ciclo anterior, una vez más. Mínimo dejarlo en su jaula como símbolo de las prisiones contemporáneas, domésticas y judiciales.

Vivimos en cárceles, ranchos y apartamentos blindados con barrotes por la inseguridad.

Ojalá la solución fuese montarse en un avión e irse para la selva.

Para el olvido, la voz de Emilio Lovera en fase de “Libro Gordo de Petete”, de maestro de primaria, de paisano ilustre. Lo preferimos como “El Malandro Asustado”. Aquí luce como un versión plumífera e involuntaria del “Chunior”, repitiendo la clase de “Érase una Vez un Barco”. Locución obvia y prescindible.

Rescatable la fotografía de Alexandra Henao, el arte de Andrés Zawisza y la música de Alonso Toro, auténtico especialista en la materia.

Mención especial para los pobres loritos. Los someten a una tortura y sobreviven para contarla. Triste porque en un par de segmentos, les pegan golpes a sus jaulas. Ellos sufren así.

Por último, el homenaje a Adilia Castillo constituye un momento gratuito, consecuente con la arbitrariedad del argumento. Apreciamos su dignificación. Reprobamos su reivindicación kistch.

En suma, balance negativo.

Loro viejo del cine documental no aprende a hablar tan rápido el lenguaje de la ficción.

Suerte para su segundo intento.

Es sabroso aprender con la escuelita de papá estado a punta de subsidios.

Un campo de entrenamiento bastante caro, saldado con un fiasco de taquilla asegurado.

Lección de bancarrota.

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