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EL SEÑOR ESTÁ DESNUDO: EL CRISTIANISMO OBTUSO Y SUS DESFASES

El único cristiano que yo conozco murió en la cruz

Friederich Nietzsche

La semana santa ya está encima y, con ella, esos pequeños gestos que nos recuerdan que seguimos oprimidos por el discurso religioso. Calles trancadas por las procesiones, palmas y palmeros, doñas excitadísimas con rosarios y paseos por templos, sacerdotes felices al estar rodeados de «juventud, divino tesoro»… Claro que el peso de la religión es cada vez menor en nuestra vida diaria, afortunadamente. Sin embargo, y aunque a algunos les cueste admitirlo, sigue teniendo un impacto que entorpece la convivencia en una sociedad secular.

Por eso es importante que pongamos el tema sobre la mesa. Nuestra realidad inmediata es la de una presencia agobiante de cristianismo: gente que cree descalificar con el «pero no cree en Dios» o «es que no sigue los mandatos de la iglesia» (porque en el fondo esto es lo que dicen cuando critican a los gays, a los divorciados, a los poliamorosos y a todos aquellos que no nos conformamos a la imagen reducida de sociedad, familia e individuo que tienen los cristianos).

Hasta creo estar en lo correcto al decir que cada vez que dejamos pasar alguna de las estupideces que salen de bocas cristianas, somos cómplices de su visión retorcida de las cosas; de sus problemas con las pulsiones sexuales; con el placer, con la realidad social misma. Los pobres parecen no darse cuenta que la Edad Media se acabó hace muchos siglos, que la apelación a la autoridad es una falacia y que su mente estrecha, primero, no es la única forma de organizar a las sociedades y, más importante, no es ni siquiera la mejor. Sólo miren lo que pasa cuando se intenta negar la condición sexual de los humanos: curas enloquecidos por cuerpecitos ajenos.

Pareciera que la condición básica para ser cristiano, en cualquiera de sus formas se condensa en dos premisas fundamentales:

1. Obviar el hecho de que la biblia es solo un libro

2. Actúar como si nadie tuviese derecho a pensar distinto

Ambas caracteristicas se enlazan en una sola palabra, autoritarismo. La primera condición aludida expresa el autoritarismo epistemológico: «yo tengo la verdad en mis manos y está acá en este libro del año pum»; la segunda con el autoritarismo político: «como yo tengo la verdad tú tienes que hacer lo que yo diga, pues lo distinto a esto es falso y malo».

Si nos aprendemos estas dos notas y cómo responder a ellas, dejaremos sin poder a cualquier cristiano con ínfulas de salvaguarda del reino (del más allá). Para aquellos interesados en devolver el golpe (en vez de poner la otra mejilla) dejó acá un modelo de réplica posible:

Mire usted caballero, o doñita emperifollada (¡me tienta cortar esta palabra con un guión!), resulta que, está bien, usted cree que su dios, como no tenía email mandaba libros sagrados. El asunto es que nosotros no creemos en eso. Punto. No, no hay discusión posible. Es usted el que tiene que demostrar que ese libro es sagrado de modo universal. La tiene difícil por cierto, pues ese «libro» es un pasticho de textos, provenientes de distintos sitios, en distintos lenguajes, con hechos absurdos, imposibles y hasta contradictorios. Así que, cada quien es libre de creer en lo que quiera, como hace el otro 83% de la población mundial («cada quien es libre» debe enfatizarse furiosamente, y sí, los cristianos representan solo 17% de la humanidad actual). Así que crea y deje que otros crean lo que les de la gana, o que no crean, que al fin y al cabo eso es otra creencia.

Luego de esto, y precisamente porque tienen esas dos premisas escritas con sangre en la mente, el interlocutor va a seguir intentando convencernos, de manera epiléptica, como si fuese incapaz de entender lo que le decimos (¡así de embrutecedor es el cristianismo!). Si esto ocurre, desafortunadamente, no hay nivel para la conversación. Y lo que queda es trabajar para protegernos, cerrarles el paso porque sí, ellos tienen derecho a creer, pero no tienen ningún derecho en intentar dominarnos. En unos pocos casos la persona entiende y, sin respetarnos de todos modos, se va pensando que pasaremos la eternidad en el infierno. Por cierto, no te asustes si antes de dejar la conversación te da la bendición o te recita algún verso sacado de…, exactamente, del famoso librito.

Por todo esto es que son de cuidar, y por eso debemos afianzarnos en nuestro derecho a pensar distinto. Con esto entramos en el segundo punto, el de la lucha contra el autoritarismo político. Con esos buenos deseos, con esas ganas de que todos entremos al cielo (despues de amargarnos el aquí y el ahora con sus creencias), los cristianos terminen siendo peligrosos. No hay otro modo de decirlo: joden, joden y joden la paciencia. No son capaces de quedarse quietos, mucho menos callados fuera de sus iglesias. Se sienten envalentonados en su misión de traernos buenas nuevas a nosotros que no se las hemos pedido (como los españoles con los pobladores originarios de América). No se dan cuenta que tenemos cabeza para pensar (y ahora que lo pienso, tal vez es ese su problema).

A estas alturas del siglo XXI, algo que debe darnos confianza es que son ellos los que deben justificarse. No nosotros. Y, eso sí, la tienen dificil. Por ejemplo, ¿por qué tenemos que reproducirnos en este mundo superpoblado? ¿Por qué Cristo sobre Krishna o Buda? ¿De donde proviene la autoridad moral de la iglesia católica, toda vez que ya está más que derrumbada? ¿Dado su proceder, no aplica a Benedicto la definición de terrorista? Estas serían unas de las cientos de inquietudes que deberían plantearse antes de siquiera empezar con su retahila de regaños.

Así que cuando Eduardo Monzón (eduardomonzon12@gmail.com) nos indica en el suplemento Iglesia Católica en Valencia de Notitarde del domingo 17 de Abril de 2011 que «las creaciones de Dios son perfectas» y bla, bla, bla, la cosa se despacha rapidito. Nos está repitiendo los lugares comunes sacados de ese libro que algunos creen sagrado. Venga, el que quiera tiene derecho a ahorcarse en el palo que mejor le guste o convenga. Pero por favor, no pretenda que eso va a cambiar el pensamientos de una mayoría que, simplemente, dejó de creer en cuentos de hadas.

Y para que vean que tanto amor al prójimo es de todo menos sincero, el autor en cuestión nos deja la perla de Leviticos: «Si alguno se juntare con varón como con mujer, abominación hicieron; ambos han de ser muertos, sobre ellos será su sangre». ¡Imagínense un mundo regido por ideales católicos! En este mundo ya abierto a la diversidad, el posible escenario es claro: inquisición de nuevo, y pena de muerte para los gays: «han de ser muertos, sobre ellos será su sangre» (Lv 20: 13).

No soy yo quien lo dice, son ellos quienes piden a gritos que contengamos esa furia asesina que se presenta como «el amor de Dios».

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