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Clive Owen en Petare

1776_9374Son sólo unos minutos, o deberían serlo, 2 o 3, no más,  pero se convierten en 15 o 20. Empieza 2 cuadras antes, en un mundo distinto, con un aire distinto, gente distinta. Entonces comienza la película en slow montion: hay que tomar una decisión, tengo pocos segundos para hacerlo, luego perderé el chance y quedaré atrapada. Pero tengo mucho que sopesar, el viaje largo, el cansancio, el calor… y la gente, mares de gente que se amuñuñan y que se sortean unos a otros. Estoy demasiado absorta en mis audífonos escuchando lo que sólo alguien muy arrecho o estúpido oiría en Petare, como para prestarle atención a la advertencia del chofer: «si se van abajar, háganlo ya porque cierro la puerta hasta el metro». Ni modo, en realidad prefiero quedarme en el arca que me llevará a mi destino arrastrada por la marea del tráfico, que ser parte de esa marea. Pocas veces me bajo. Necesitaría unos audífonos más potentes que compitan con las cornetas de los cidiceros, una nariz y brazos nuevos, ropa de campaña y hasta es probable que tenga que cortarme el pelo, para estar preparada y sambullirme diariamente en el océano humano de Petare. Algunas veces sueño con mimetizarme lo suficiente con la masa como para que no se den cuenta cuando les robe de refilón a los buhoneros. Es que la tentación es muy grande! No existe espacio alguno entre sus mercancías y mi cuerpo, yo solo me estoy dejando llevar, sería algo pequeñito, que me quepa en la mano, unos zarcillitos no más, apenas tengo que estirar el brazo. ¿Cuáles serían las consecuencias de robarle a un buhonero de Petare? ¿Sería tan malo?

Allí estoy, aguanto el bochorno tarareando canciones mil veces repetidas, hay una eternidad hasta el metro, pero ¿cuál es el apuro? Vamos paso a paso, relax, llegaremos, quién dijo que no? Pasar el puente es una buena señal, estamos cerca, pero hoy no es cualquier día, estamos en diciembre y es casi la una de la tarde. Hay más buhoneros de lo normal, deben ser como 200 por metro cuadrado, hay que avanzar un poco más para poder aterrizar, algunos minutos adicionales no le harán daño a nadie.

Buscando un resquicio para desembarcar, avanzamos con la parsimonia de una procesión de elefantes. Ya me dio sueño. ¿Donde está esa canción que me pone a bailar en mi asiento? Bueh, no la necesito, hay suficiente reguetón allá afuera, pero no es fácil perrear sentada. Desespero es el demonio que  quiere poseerme en ese momento, cuando aparece él a mi rescate. Lo veo como en cámara lenta, se apagan todos los absurdos sonidos y me está mirando. Está tapándole el sol a los mangos, a los zapatos, a los envases de plástico, que sé yo. Solo sé que cobija a alguien que no ha reparado en su presencia. Es él, es Clive Owen y está en Petare!

Me quiere vender algo, lo comprendo, tiene que adaptarse a la situación, pero está un poco desubicado, esa fragancia no creo que la conozcan en el sambilito. Le pregunto qué hace aquí, no es excusa el estar estampado en un lona, qué derecho tiene de perturbar mi recorrido petareño cotidiano con esa sonrisita sabrosana. Me voy a poner malandra si me sigue mirando con su aire de macho británico, «no te queda chamo, aquí eso no funciona, no te das cuenta que nadie sabe quién carajo eres tú? Crees que alguien sabe que le cortaste la cabeza a Benicio del Toro, que zarandeaste a Madonna o que lloraste a moco suelto por Julia Roberts? Coño, nisiquiera estás en un puesto de películas piratas! Debería darte pena exponer tu seducción londinense en Petare, cómo se te ocurre? No insistas Clive, no me vas a convencer, te agradezco el esfuerzo, involuntario por demás, de querer abstraerme del marasmo por unos segundos con tu pinta de 007 underground, pero debo volver a la realidad, ya llegué y me tengo que bajar, y zigzaguear entre mil tarantines, y aguantar la respiración, y entrar al metro lo más rápido que pueda. No te quiero ver mañana ni ningún otro día, no importa cuanto sol pegue, espero te sustituyan por un pendón de sandalias Sifrinita’s. No vuelvas por aquí, no te conviene, yo sé lo que te digo, conozco mi cartel». Creo que sonrió sarcástico, como si entendiera de lo que hablaba. Pero hasta para perderse son puntuales estos ingleses. Me hizo caso. La única que lo extraña en Petare soy yo.

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