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30 años Llamando desde Londres

london-callingAyer, como cada mañana, el despertador, ese bastardo del infierno, me cortó el sueño en lo mejor.

Ring! Ring! It’s 7:00 A.M!/ Move y’self to go again/Cold water in the face/ Brings you back to this awful place (*)

Así que, como cada mañana, me moví a mí mismo para marchar de nuevo. Y mientras el agua fría en la cara me traía de regreso a este feo sitio, sintonicé, como cada mañana, el noticiario de Radio Nacional, para irme enterando de cómo de feo era el sitio ese día en concreto. Y entonces el locutor dijo: «hoy se cumplen treinta años de la publicación del álbum London Calling, de The Clash»
Se me esfumó la somnolencia. Pensé: ¿Cómo? ¿que ya han pasado treinta años? ¿cuándo? ¿por dónde? ¿tan viejo me he vuelto?
El locutor recitó los parabienes habituales (uno de los mejores discos de la historia del rock, etcétera) y anunció que para celebrarlo (¿qué coño hay que celebrar? si esto es una tragedia) la discográfica Epic había lanzado una edición especial, con los extras habituales en estos casos (o sea, todo lo que suele ir a parar a la papelera; las cintas demo, los cortes desechados, unas fotos inéditas por malas, por movidas o por sobreexpuestas) Supongo que es la misma edición y los mismos extras que lanzó cuando el 25 aniversario (mierda, ahora lo recuerdo: ¡hubo un 25 aniversario! Efectivamente, me he vuelto TAN viejo).
Con un clic de interruptor envié a la mierda al locutor, a la Epic y al resto de las noticias del día, Encendí el reproductor y puse London Calling. No la vieja edición en vinilo (un álbum doble a precio de sencillo, un gol que le marcaron los Clash a su discográfica CBS; con el siguiente disco, Sandinista!, un triple a precio de doble, le marcarían otro) que había comprado a principios de los 80, porque hace tiempo que perdí todos mis vinilos en una mudanza y de todas formas ya no tengo plato para reproducirlos. Tampoco puse el CD que hace tiempo que acumula polvo en un estante, junto con otros quinientos, sino la grabación que de éste hice en formato WMP hace años (tengo toda mi colección de CDs grabada en un disco duro externo del tamaño y la forma de una caja de puros) y estuve escuchando London Calling, Brand New Cadillac, Jimmy Jazz (mi seudónimo cuando era dibujante de comics), Train in Vain y Spanish Bombs mientras terminaba el acicalamiento matutino.
Treinta años, Dios mío, volví a pensar dándome los últimos toques ante el espejo, observando la abundancia de canas que tengo ahí donde solía tener unos pinchos engominados y teñidos de rojo violento; sintiendo en la nuca el aliento del cocodrilo que perseguía al Capitán Garfio, oyendo el tictac inexorable del reloj en su vientre. Treinta años ya del advenimiento del disco más emblemático del punk rock (con permiso del Never Mind The Bollocks de los Sex Pistols; pero The Clash siempre fueron mucho mejores músicos y mucho mejores compositores), del mejor disco de la década de los 80 (y a la mierda con Michael Jackson y Madonna) y de uno de los mejores discos de la historia del Rock (¿Sgt. Pepper’s, dices? All this phony beatlemania is biting the dust (**), o sea que vete a cagar. ¿The Dark Side Of The Moon? ¡Largo de aquí, hippy!) Treinta años de la publicación de la foto más emblemática, sin discusión, del punk: la que sirve de portada, y que hizo Pennie Smith durante el concierto del Palladium de Nueva York de 1979, en la que se ve a Paul Simonon golpeando su bajo contra el suelo; una referencia a sus ancestros The Who, lo mismo que el diseño de las letras de portada, en rosa y verde, iguales a las del álbum de debut de Elvis Presley (El primer Elvis, el de Sun Records, era todo un punk avant la lettre; el punk recuperó el espíritu original del rock’n’roll primigenio, y así lo quisieron dar a entender Joe, Mick, Paul Y Topper).
Treinta años. Treinta años que han dado para mucho: para enterrar a la última generación del rock, ahora sustituida por la generación del mp3 y los 40 principales, una generación más domesticada que los delfines del espectáculo de Marine World; para enterrar el concepto mismo de revolución juvenil (ahora eso suena a anuncio de pantalones vaqueros) y toda una forma de entender la música (y de vivir de ella): porque hoy en día es imposible hacer un disco como London Calling, y no sólo porque no haya gente con talento suficiente, que quizá la haya, sino porque una producción de ese tipo, para un grupo de vanguardia como ése, resulta económicamente inviable en estos tiempos de descargas gratuitas y pirateos generalizados. Además, los chavales de hoy en día no entienden el concepto de álbum como obra unitaria (Sgt. Pepper’s y The Dark Side of the Moon son igualmente marcianos para ellos ¿te enteras, hippy? ¿te enteras, beatlemaníaco?). Para ellos un álbum no es más que una recopilación de canciones, y lo suyo es descargarse sueltas las que te gusten. Su capacidad de atención no da para los ochenta minutos que dura London Calling; a duras penas da para los cuatro acordes de un ringtone.
Treinta años ya. Y era verdad, no teníamos futuro. Ahora encima tampoco tenemos juventud, ni rock ni revolución.
Al menos, tampoco tenemos a Margaret Tatcher. Algo es algo.

(*) The Magnificient Seven, del disco Sandinista!. The Clash
(**) London Calling, del disco homónimo. The Clash

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