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Enemigos Públicos: el crepúsculo de los dioses

En su nueva película, Michael Mann apuesta por una confrontación conceptual, histórica y audiovisual entre los “Enemigos Públicos” de ayer y los de hoy, con el claro propósito de hacer una lectura de la crisis del presente sobre la base del pasado sociológico de la depresión de los años treinta, cuando ,como ahora, los fantasmas de la represión y la violencia cobran sus víctimas desde la realidad hasta la pantalla grande.

Por ende, y más allá de sus discutibles resultados, el último proyecto del realizador merece ser destacado como un poderoso ejercicio de reflexión metalinguística, alrededor de temas de completa vigencia, como el uso y el abuso de la fuerza por parte de la autoridad, la corrupción institucional, el crimen organizado, la ley del hampa y su glorificación mediática a través del aura del séptimo arte, a la luz del nacimiento y del fallecimiento del género negro.

Aquí la riqueza semiótica y poética del largometraje, depara incalculables sorpresas para el espectador avisado y avispado.

De hecho, la secuencia de cierre es no sólo un ejemplo de virtuosismo técnico,a la manera del Brian De Palma de “Los Intocables”, sino también un logrado y pesimista llamado de atención, cuyos impactos fulminantes apuntan hacia la propia muerte del cine clásico, como lo entendemos en la actualidad, según la mira y la perspectiva de unos verdugos fantasmales, registrados en video de alta definición.

Así, el autor graba y pone en escena una ejecución metafórica, casi de índole suicida, donde la abstracción y el lenguaje figurativo se conjugan para testimoniar el réquiem por el sueño del Hollywood dorado. Es decir, para dejar por sentada la defunción y el asesinato de la era fundacional de la meca, a manos de sus emblemas contemporáneos, en el marco de un reconstrucción posmoderna del film noir.

De ahí la escogencia simbólica del soporte digital para rodar la cinta. En tal sentido, el uso del HD permite vislumbrar tres de las propuestas medulares del cineasta: revisitar el filón del gangsterismo americano, dinamitarlo por dentro y rendirle un homenaje, antes de proceder a darle santa sepultura. Por cierto, lo mismo se había avizorado en el desenlace fatal de “Inland Empire”.

En ambos casos, se trata de evidenciar la extinción de los paradigmas canónicos en la industria, de cara a los sistemas de producción en boga, pero sin caer en el terreno de la nostalgia hueca o en el espacio de la polarización moralista. Lo blanco y lo negro se descartan como categorías de análisis. Las distancias de lo malo con lo bueno, son difusas y relativas. De igual modo, ocurre con los argumentos, los personajes y las formas de expresión de “Enemigos Públicos”.

En el plano de la iconografía, el creador de “Heat” vuelve a sacar provecho de la metodología documental, para seguir erosionando los límites de la ficción con la no ficción, al recrear la leyenda oscura de John Dillinger a la usanza de un reportaje verista, en clave de guerrilla dogmática, tipo “Dogville” conoce al “Scarface” de Howard Hawks.

A propósito, el director tiene la oportunidad de profundizar en sus investigaciones perfiladas por la joya “Collateral” y por la dispareja “Miami Vice”, igual de fallida pero estimulante como “Enemigos Públicos”.

La cámara en mano apoya la empresa de desmitificación, mientras secunda a la banda armada del protagonista, a la zaga de sus secuaces inspirados en la pandilla glamorosa de James Cagney.

La única diferencia estriba en el carácter realista, seco, duro y distanciado del retrato del antihéroe en el 2009, quien ya fue consagrado por trabajos seriados de escaso vuelo a 24 cuadros y en televisión.

Por algo, su figura puede llegar a engrosar la lista de un curioso subgénero de la cultura de masas, capaz de trascender al paso del tiempo y de las décadas, por su aureola de rebelde sin causa, de forajido y de Robin Hood enfrentado a la reserva federal y a su reino bancario; receptores y depositarios de los todos los rencores colectivos impulsados a raíz de la primera caída de Wall Street.

En consecuencia, es lógico deducir el por qué de la impronta de “Enemigos Públicos” ante el reciente hundimiento de la bolsa de Nueva York, bajo la infausta despedida de Bush y la bienvenida de Obama a la Casa Blanca.

Entonces, el estreno de la pieza debe interpretarse en su debido contexto. La taquilla responde al mensaje de fondo, en cuanto la audiencia reclama la catarsis. Un estudio capitaliza el discurso de descontento y el estado de malestar de la democracia herida, aunque jamás se salga del círculo vicioso de la prosperidad y la recesión.

El espectáculo apenas cumple con plasmar la pintura  goyesca de una época, similar a la nuestra, pero sin entrar en detalles y en honduras comprometedoras.

Michael Mann tan sólo revela la punta del iceberg del problema, regenerando paradójicamente el relato cronológico deconstruido por su lente nervioso.

La mayoría de las secuencias carecen de nervio, y el camino autonconsciente de la desdramatización perjudica el desarrollo de la trama. De repente, se cae en el recurso manido del cliché de acción, reiteradamente, al punto de dar la sensación de “deja vu”, pues aquel robo luce como un plagio del atraco inicial. Poco se indaga en la psicología del criminal, reduciéndolo a la condición de barajita repetida o de tarjetita postal, marca “Hallmark”.

No faltan a la cita el amor imposible, el binomio del “bad” y el “good cop”, las alusiones al terrorismo de estado, las fugas inverosímiles, los gritos, las lágrimas de cocodrilo, las excentricidades del Capitán Perla Negra, los tics del anabolizado John Connor, los duelos de vaqueros, el machismo visceral, los interrogatorios a punta de golpes, los diálogos forzados y las situaciones predecibles, cual “soap opera” de lujo.

En el camino, los críticos y los escépticos de siempre sonreímos al descubrir o al percibir la tragicómica relación, voluntaria o involuntaria, con “Caballero de la Noche”.

Christian Bale pareciera moverse con su cara de piedra, enyesado con el traje de Batman por debajo de su gabardina, tras la huella del villano de la partida. Por desgracia, en “Enemigos Públicos” brilla por su ausencia el humor de EL Guasón. La culpa es de la solemnidad del autor intelectual en complicidad con su aire de importancia. Y la culebrera intervención de la estereotipada Marion Cotillard, tampoco ayuda. Por poco, se nos puso otra vez a cantar como el gorrión de París, Édith Piaf.

Por fortuna, Johnny Deep vuelve a sacar la cara por el reparto, al hacer de nuevo de Johnny Deep. Uno goza de lo lindo con él y él goza con mirarse en el espejo de Clark Gable, a la distancia. Su ironía es parte del juego cinéfilo planificado por la película, para contrastar a los arquetipos de dos generaciones disímiles y equidistantes, hermanadas por lazos de sangre.

Posiblemente, la herencia y la descendencia se corten, de momento, con la implacable conclusión de “Enemigos Públicos”, saldada con un sintomático tiro en la espalda. ¿Así muere el cine clásico en formato digital? Mejor véala, disfrútela y después la conversamos.

Por lo pronto, despreocúpese. Las imágenes en movimiento nunca fenecerán. Mucho menos agonizará el empaque romántico de John Dillinger. En efecto,para el 2010 se anuncia su futura resurrección. Lo retro es la moda. Una culebra se muerde la cola. El reciclaje se eterniza. A repetir la dosis. Nos vemos en su sala de confianza. 

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