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De cómo se hacen los milagros

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Uno ya no puede esperar sorpresas provenientes de la Iglesia Católica desde que montaron al nuevo Papa Benedicto XVI en el mando del Estado más rico del planeta –y uno de los más pequeños, cabe acotar–. Sin dedicarme ahora a poner en duda los fundamentos de esta monarquía arcaica y ultraconservadora que arrebata arbitrariamente uno de los monumentos artísticos más importantes de Italia, como lo es la Basílica de San Pedro, hogar de la increíble Capilla Sixtina de Miguel Ángel, además de un centenar de obras invaluables y el arsenal de conocimientos ocultos más codiciado y protegido del mundo, no puedo dejar pasar los recientes «milagros» que han realizado por arte de magia los teólogos del Vaticano.

Recordando un poco lo que hace unos años informó al mundo el supra-cura Ratzinger, cuando declaró un buen día que resultaba, ¡ah, caramba!, que ya no existía el Limbo. Pues sí, al germano se le ocurrió la maravillosa idea de mandarlo a derrumbar, o bien recibió un memorándum de su demiurgo refiriéndole que Él había decidido clausurarlo permanentemente del Purgatorio. Hogar supuesto de las almas que no fueron bautizadas en el cristianismo (según el paseo de Dante a través de los estratos de la vida post-mórtem de los cristianos, en donde se encontró con algunos de los hombres más admirables de la historia universal que, ¡oh, desgracia!, no tuvieron el «privilegio» de nacer luego de que un loco, que se llamaba Simón, tergiversara las enseñanzas del filósofo esotérico Jesús, se cambiara el nombre a Pedro y fundara el imperio social más longevo de la historia), ¿no se le ocurrió a Benedicto XVI dónde reubicar a todas esas almas que se vieron «expropiadas» de sus parcelitas cuando quitó al Limbo de los registros del catolicismo? «¡Que se pudran Homero y Virgilio, no eran católicos!» pudo haber pensado el Pontífice.

Pero ahora, más allá de la capacidad milagrosa del Papa para derrumbar lugares fantásticos, cuarenta de sus teólogos subordinados y esparcidos por todo el mundo, como espías de la Inquisición, han encontrado, al parecer, que detrás de una de las tablas de Moisés había una nueva que, ¡ay, descuido!, no habían notado antes. Es esta la tabla en donde se encuentran grabados los nuevos «pecados informáticos», que, ¡por supuesto, cómo no se les ocurrió antes!, se aplican a la nueva era de Internet. Pues resulta que Moisés, por allá en el siglo XIII a.C., había tenido una revelación acerca del futuro tecnológico de la humanidad y, muy precavido el caballero, se encargó de anotar los pecados que pudieren ser penalizados cuando surgieran dichos avances. Y ahora, tras cuidadosas traducciones, la Iglesia ha declarado oficialmente los siguientes como delitos contra la fe (preste atención porque, muy probablemente, es culpable de la mayoría de ellos):

  1. Usar programas sin la correspondiente licencia.
  2. Crear y difundir virus informáticos.
  3. Enviar e-mails anónimos o con direcciones y datos falsos.
  4. Bajarse ilegalmente de Internet música o películas.
  5. Robar programas informáticos.
  6. Enviar spam.
  7. Ser un pirata informático y violar la privacidad y la seguridad de los sistemas informáticos.
  8. Abusar del chat y dar falsas informaciones sobre uno mismo.
  9. Crear o entrar en sitios pornográficos.
  10. Cometer adulterio a través de Internet.

«Perdóneme padre, porque he pecado» será la frase más popular entre los cristianos en los siguientes días.

También existe otra alternativa con respecto a la creación de estos pecados. La misma podría ser que, de la nada, a Ratzinger se le ocurrió (o le vendieron, como pudieron haber notado los lectores al leer varias veces las palabras «licencia» e «ilegalmente») inventar esos pecados. Su ser supremo, enterado sorpresivamente de este nuevo edicto, habrá tenido que posponer todos sus trabajos pendientes (que han de ser bastantes) para volver a juzgar a todas las almas con la medida de esta nueva tablilla de delitos religiosos, reasignando milagrosamente las almas a nuevos lugares de descanso. ¿Es, acaso, esta opción más fantasiosa que la primera? No, simplemente es otro de esos mitos bíblicos que la gente todavía está empeñada en creer.

¡Cuidado! Eso no es todo.

Por si fuera poco, más recientemente aún –teniendo en cuenta que los «pecados informáticos» existen desde junio del 2007–, la Iglesia ha afirmado que también han recibido de las manos de Dios otros, éstos llamados los «pecados sociales». El responsable de esta información es un tal Monseñor Gianfranco Girotti, quien dio a conocerlos el fin de semana pasado. Entre estos nuevos pecados destacan: la manipulación genética (¡ay, cuidado con tocar a las criaturas de Dios!); el daño al medioambiente (la revolución verde tocando a los vástagos de San Pedro); la acumulación excesiva de riquezas (y ¿quién sabe si hasta una revolución roja dentro de las filas eclesiásticas de Europa?…); el narcotráfico y el consumo de drogas (sin comentarios).

¿Si alguna vez he lanzado accidentalmente un papel al suelo… me iré al infierno? ¿Si soy un científico que se preocupa por el progreso de la medicina y de la biología al experimentar con las verdaderamente milagrosas células madre… no merezco el cielo? ¿Si soy un dueño de empresa que se ha esforzado toda su vida por ahorrar cierto capital para su tranquilidad futura y para la de sus hijos… debo «donar» así como así mi dinero a la Iglesia? ¿Si sufro de una condición que requiere de drogas para sanarme… debo dejarme morir para no ofender a Dios? No, lector, no interrumpas tu rutina y modo de vida por los caprichos estúpidos de los curas. No te dejes convencer por el palabrerío falaz de los pseudo-teólogos del catolicismo. No existe tal cosa como el pecado, sino las expectativas que tiene una religión decadente para ti, para el control más amplio de sus súbditos ciegos y para su enriquecimiento personal.

Estas arbitrariedades papales que lo que hacen es jugar con la mente de los feligreses que aún mantienen, son las pruebas más actuales sobre las mentiras que le ha vendido el catolicismo apostólico romano al mundo occidental por casi dos mil años, evitando el progreso de las sociedades a nivel tecnológico, no vaya a ser que el hombre descubra la verdad y no necesite nunca más de un pomposo líder espiritual paternalista que lo controle y lo guíe por el camino que más enriquezca a su Vaticano querido.

Animus a Nemo,

10 de marzo de 2008.

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