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Por qué no estoy ni con Uribe, ni con las FARC

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Guste o no, en Colombia se vive en un estado de guerra permanente, donde las dos partes cometen excesos.Sin embargo, como es costumbre en un contexto de fuertes connotaciones belicistas, ambos lados asumen el conflicto desde abiertas posiciones maniqueístas, bajo el influjo de las clásicas técnicas de propaganda en medios de comunicación. Así, el gobierno Uribista y las Farc asesinan la verdad en nombre de sus fines políticos, según el tradicional esquema bipolar diseñado por la industria cultural durante el apogeo de la era de bloques.Por ello, cuesta hablar del tema sin caer en los reduccionismos de antaño y por ahora con Chávez. Hoy en día, la prensa de derecha se hermana con el periodismo progresista de izquierda, para leer el asunto en función de viejas categorías manidas en blanco y negro: víctimas y victimarios, ellos y nosotros, terroristas y hermanitos de la caridad del cobre, narcotraficantes y justicieros, policías y ladrones. Toda una impostura fácil de desmontar.  Por decir algo, Uribe es tan asesino, tan violador de los derechos humanos, tan cruel, tan aliado de los carteles de la droga, tan secuestrador, tan torturador y tan deshumanizado como Tirofijo. A Uribe se le acusa, con irrefutables pruebas en la mano, de colaborar con la mafia de la cocaína, de apoyar a la causa paramilitar, de tapar las atrocidades de sus senadores corruptos, de cooperar en matanzas colectivas, de esconder las fosas comunes de sus cómplices,de ser el consentido de Pablo Escobar, de autorizar la red de aeropuertos de los barones del polvo blanco, y pare usted de contar. Ni hablar del prontuario de Marulanda, responsable del progresivo descrédito de la guerrilla sudamericana. No obstante, la realidad filtrada por la esfera mediática, es muy distinta. En ella reina el orden de la doble moral y el imperio de la desfiguración. Por ejemplo, en el relato de la condescendencia altermundista, las Farc aparecen como una noble organización de filantropía popular, como el último bastión de la resistencia campesina, enfrentada a la conspiración turbocapitalista del Plan Colombia. Es el mito de David contra Golliat. Aquí Uribe sería el títere de Bush, y Tirofijo, el nuevo Robin Hood de la comarca, lleno de ideales y evocaciones románticas. A su lado, Pancho Villa es un enano de la historia. El bueno es él. El malo es el Presidente de Estados Unidos. Por su parte, el amarillismo de la tinta reaccionaria, también carece de objetividad y mesura. Para El Tiempo y para El Nacional, la reciente muerte del número 2 de las Farc, es un triunfo en la guerra contra el terrorismo. Es un motivo de celebración, a pesar de la oscuridad de la operación, al restablecer las cuestionables prácticas del Plan Condor en el cono Sur, con su irrespeto a la soberanía de los países. Pero eso no importa, porque “cayó” el bandido de la aventura del viejo oeste, y cabe exhibirlo como trofeo de cacería para la carroña informativa, cual Jesse James, Sadam Hussein o Ché Guevara.Desde entonces, poco o nada tiende a evolucionar en el contenido de la estética sensacionalista, a favor de sus intereses económicos.Es un pequeño canto al asesinato como forma de obtener conquistas políticas. Está bien matar a un guerrillero de manera cobarde, porque se lo merece. Ojo por ojo, pues. Y así matamos a dos pájaros de un solo tiro:la posibilidad de alcanzar una paz negociada en Colombia y el proyecto del intercambio humanitario. Lo mejor es soñar con la derrota del enemigo, aunque sea imposible de alcanzar, después de 50 años de intentarlo. Eso garantiza más votos, y el adormecimiento del país, mientras se aplican las terapias de choque, importadas por el FMI. Es una promesa populista increíble. Del mismo modo, ocurre con la idea de victoria de Las Farc. Es inverosímil e inviable. Nunca llegará. Al fin y al cabo, la única solución en Colombia pasa por una mesa de negociación, no por el centro de las miras telescópicas y los cañones. No en balde, ya van cinco décadas perdidas en el juego de la guerra, a costa de la miseria del colectivo.Por desgracia, nadie quiere ceder un milímetro entre sus trincheras. La misma infraestructura de la guerra lo impide. Lo demás es pan y circo por medios de comunicación. Una necedad esquizofrénica y contradictoria, disponible en radio, prensa y televisión. Sintonícela en su canal de confianza. Aló Presidente acaba de anunciar el retiro de nuestra misión diplomática en Colombia y el blindaje de nuestra frontera. Vaya locura paranoica absurda. Vaya escenografía de película catastrofista o de complot. En dos minutos, se armó la grande. Es el síndrome de “Teléfono Rojo”.    ¿Las Farc son terroristas?¿ Uribe es el terrorista? No me hagan reír,cuerda de intelectuales precarios. No me manipulen, por favor. Todavía tengo algo de conciencia, a diferencia de Mario Silva y Leopoldo Castillo, de Ernesto Villegas y Milagros Socorro, de los chicos de bobolongo y de Díaz Rangel.   

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