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Sobre la indignación del escritor y su premio

Cadivi

Me lo pensé mucho antes de escribir estas notas. En primer lugar, porque no me gusta soslayarme en la dignidad de nadie que anda mal. Y en segundo lugar, porque en el ámbito de la cultura, señalar los efectos nocivos del socialismo es algo que genera mucha indignación. Pero algunas cosas hay que decirlas, por aquello de “nobleza obliga”.

Leí la indignada esquela del escritor Arnaldo Valero, publicada aquí hace algunas horas. Para resumirla: el autor se queja porque ganó el Premio Internacional de Ensayo Mariano Picón Salas, cuya bolsa era de cincuenta mil dólares americanos, pero se la pagaron en bolívares, a tasa oficial Cadivi, es decir a 6,30 bolívares fuertes por cada dólar.

A decir verdad, yo también estaría indignado: la cantidad resultante es una miseria. Pero lo que realmente me indigna es el reclamo en sí. Porque el escritor se pronuncia sobre lo que considera una injusticia personal, pero no sobre la verdadera injusticia, que no le afecta solo a él, sino a todos nosotros, los ciudadanos venezolanos.

Porque, ¿cuál es la razón por la que al cambio, esos dólares del premio se vuelven sal y agua? Pues es simple: el control de cambios y la bestial devaluación que produce.

Desde hace doce años, los venezolanos no podemos intercambiar divisas, solo podemos comprarlas al Estado a la tasa que éste fije.

En un principio, se vivió una fiesta en Venezuela, porque el Estado aprobaba casi sin cortapisas cualquier solicitud de divisas, y los venezolanos adquiríamos, subsidiadas por la renta petrolera, divisas a muy por debajo del valor que tendrían si no se hubieran controlado. Así, comenzamos a vivir una fiesta: viajábamos como locos, teníamos un cupo electrónico de más de tres mil dólares, y todo estaba divinamente subsidiado. Éramos felices y botaratas.

Pero, como siempre en nuestras borracheras petroleras, llegó la hora de la resaca: el dinero se fue acabando, el país seguía siendo improductivo, y el Estado debió ir reduciendo los cupos de divisas. Cadivi, el ente encargado de repartir esos dólares, se reveló como un nido de corrupción y tráfico de influencias, que desangró la economía venezolana, cuando se aprobaban dólares para cubrir necesidades de importación de productos y servicios básicos, que en realidad fueron a parar a empresas de maletín, en el mayor desfalco de la historia contemporánea de nuestro país.

Hoy, los efectos son devastadores: no hay medicinas en las farmacias, los hospitales no tienen insumos, en los anaqueles no hay muchos alimentos, porque el aparato productivo está casi parado y las importaciones también. En paralelo, el Estado ha decidido culpar a los ciudadanos, acusándolos de “raspar cupos” y “bachaquear” comida, cuando en realidad es el Estado, con sus draconianos controles, los que han provocado todo esto.

No sería tan grave, si no fuera por el dolor humano de la situación: personas amputadas por falta de insumos médicos, amigos desesperados buscando una medicina, otros amigos luchando por un potecito de leche para sus hijos pequeños, personas peleando por comida en los mercados y un empobrecimiento feroz de todos, especialmente de la clase media profesional y técnica, que ha visto cómo sus ingresos desaparecen, algo que ha potenciado la diáspora de venezolanos al exterior.

En ese contexto, tenemos la situación de Valero, un autor que gana un premio, seguramente merecido por sus logros literarios, pero que hace un reclamo cargado de mucha insensibilidad.

En su carta, el escritor se queja porque le pagaron el premio a 6,30 bs por dólar. En otro medio, se queja de que el ofrecimiento inicial había sido que se lo pagarían a 12 bolívares.

¿Es justo el reclamo de Valero? A decir verdad: No.

En Venezuela es ilegal cobrar en dólares. Repito, es ilegal: desde 2003 es un delito. En Venezuela, hay personas presas por comprar y vender dólares. En Venezuela se ha acusado a viajeros de “raspar el cupo” cuando viajan, porque los dólares que el Estado les asigna no se pueden usar libremente. Por tanto, siendo ilegal la compra y venta de dólares en el país, el señor Valero no puede pedir que se le pague un premio en dólares. Como dice él mismo en su indignado artículo: las bases mismas del premio son claras: si el escritor es venezolano, el premio se le da en bolívares; si es extranjero, en dólares. ¿Eso por qué? Pues porque los extranjeros no deben atenerse o ser afectados por las leyes venezolanas, pero los venezolanos sí. El Estado puede convocar un premio en dólares si así le provoca y pagarlo solo a extranjeros, ya que el Estado, desde 2003, tiene el monopolio de las divisas en Venezuela, mientras que los ciudadanos tenemos prohibido disponer de nuestros bienes de manera libre. Repito, así es desde hace 12 años. Incluso anunciar un alquiler en dólares es un delito.

En tal sentido, lo que el Ministerio de la Cultura hizo está apegado a la ley, ya que paga el premio a la tasa que reconoce como legal: la tasa oficial. Esa tasa es de 6,30 Bs por dólar.

Por consiguiente, el reclamo de Valero es bastante acomodaticio; porque lo que pide Valero, lo que me indigna, no es que cese la ley que impide que los venezolanos cobremos en divisas. No. El escritor exige que se haga una excepción con él, o lo que es lo mismo: que se le trate como un privilegiado. El escritor no pide el levantamiento de una medida que le está haciendo mucho daño a los venezolanos. Incuso, su participación en el concurso previo conocimiento de las bases, me pone a pensar que el autor hasta está de acuerdo con esa medida (más adelante volveré sobre este punto). El autor se queja de que no se le trate de manera especial.

Debo decir que eso me molesta. Porque los intelectuales muchas veces creen que son más importantes que el resto de las personas. Como si los pacientes que están muriendo de mengua en los hospitales por falta de una medicina importada no merecieran ese privilegio que el escritor exige para sí, mucho más que él. Mi problema con el artículo de Valero, es como parecer importarle poco ese gentío peleando por comida o haciendo interminables colas para comprar un racionado paquetico de harina o café; y en cambio exigir un trato especial que le permita acceder a las divisas que le están negadas a millones de hambrientos en Venezuela, que deben parir para medio comer, producto del control de cambios y las políticas económicas socialistas del gobierno, que tanto nos han jodido la vida a todos.

Hay algo que me resulta tan hipócrita en sus palabras. Un fragmento: “El Ministerio del Poder Popular para la Cultura viola el principio de igualdad consagrado en la Constitución cada vez que patrocina un concurso cuyas bases establecen que el premio será cancelado en dólares si el ganador es —o reside en el— extranjero, mientras que lo pagará en bolívares si el ganador resultase un venezolano, o alguien residente en el país. Pero hay algo aún peor: cuando los funcionarios de ese despacho deciden pagar un premio internacional tasando el dólar a 6,30 están valorando el trabajo intelectual de los venezolanos por el rasero más bajo, lo que los convierte en los detractores más desvergonzados que haya tenido nuestra cultura en todo lo que llevamos de vida republicana. Tal es la fobia que los funcionarios de ese despacho tienen por la cultura y el conocimiento que, en lugar de honrar el compromiso contraído al publicar las bases del concurso, lo que han hecho es estafarme”.

No, estimado escritor, usted no ha sido estafado. Usted participó en un concurso organizado por un Estado que nos ha negado nuestra libertades económicas desde que llegó al poder. El problema no es que un “escritor” venezolano cobre en bolívares, el problema es que todos los ciudadanos debemos cobrar en una moneda sobrevaluada y artificial, porque el Estado nos suprimió nuestro derecho a la libre circulación del dinero, lo que nos ha hecho más pobres, más hambrientos, más necesitados de medicinas.

Otro fragmento: “Es por este tipo de atropellos que buena parte de los venezolanos prefieren raspar cupo, bachaquear, jugar Parley o irse del país, en vez de ponerse a trabajar en esta tierra que tanto esfuerzo requiere para sobreponerse a la catástrofe.”.

No, estimado escritor, los venezolanos trabajan mucho, es el Estado el que les robó su trabajo al impedirles proteger su dinero. Es el Estado el que los puso a “contrabandear” comida, gracias a gente como usted que cree tener privilegios sobre los demás. El bachaqueo es parte de la neolengua del poder socialista, es un pseudodelito creado por quienes impiden el libre acceso a las divisas que potenciarían el aparato productivo, haciendo que la comida no escaseara y provocando que nadie la revendiera, es decir, produciendo el fin del supuesto bachaqueo. Si usted habla de bachaqueo, yo infiero que usted entonces está de acuerdo con los controles. ¿Es así?

Estimado escritor, los enemigos de la cultura son quienes se oponen a las libertades económicas para seguir defendiendo una sociedad de privilegiados que creen tener el “derecho” de acceder a aquello que la ley estatal le niega a las mayorías, solo porque se dedican a escribir. El verdadero atentado contra la cultura es que el Estado siga organizando premios “en dólares” para escritores, mientras la gente come mierda en las calles, por falta de los mismos, por falta de libertad económica, por falta de productividad. El problema, estimado escritor, es esa petulante concepción de que quienes nos dedicamos a la escritura o a cualquier rama de la actividad artística, nos merecemos un trato especial del Estado, mientras participamos de sus concursos validando las políticas que tienen a los demás, a los que no son “artistas”, pasando hambre y trabajo. Hay que sacarse de la cabeza el chip de que «la cultura» es más importante que el hambre de millones.

Su indignación me será cercana, cuando usted deje de quejarse de que el Estado no lo privilegió y exija igualdad ante la ley para todos; y eso es el fin de los controles económicos. Si usted no está de acuerdo con eso, entonces sepa que lo que el Estado hizo con su premio es lo justo: tratarle con el mismo desprecio con que nos tratan a todos los ciudadanos desde hace años, cuando nuestras libertades fueron conculcadas.

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