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Me pregunto si a Archibaldo le duele la cabeza

archibaldo

Era como que estaba escrito que Archibaldo entrara en la familia. Una tarde de fuego, de las pocas que azotan a Copenhague en verano,  fui a recibir a Noah que venía del jardín de infancia en el transporte. Noah me muestra su sonrisa XL, me entrega el morral y me extiende los brazos para que lo cargue, sin dejar de agitar una cosa amarilla de patas largas que parece  un pato. Luego me enteré por las maestras que lo llaman pollo peluche.

Le pregunto al chofer si sabe de quién es el peluche. Como no supo decirme, decidí que Noah lo trajera consigo, con la condición que lo devolveríamos al día siguiente.

Después de una breve inspección, me doy cuenta que al pollo le falta un ojo, y al constatar de que es un pedazo de plástico blanco pegado a la tela, me apresuro a chequear que lo que le falta al pollo no esté en la boca de mi hijo. Desgraciadamente así es, allí está, le pongo mi mano en forma de totuma debajo del mentón de mi hijo, quién conoce la seña, sacude la cabeza, y resignado entrega el botín, pero me arranca el peluche y lo agita como un abanico mientras desaparece en dirección a su cuarto.

Le pusimos Archibaldo, porque el nombre me recordaba a los peluches del programa los Muppets

A Noah le compramos una culebra en el zoológico de Frederiksberg,  un “Nemo” de peluche en el acuario de Berlin, a Sigurt, un caballito de mar en acuario de Charlottenlund  y sólo quedaron par decorarle la cama, porque nunca les interesó. Se enamoró de un poster de “Angry Birds” y con la esperanza de que tuviera su peluche, le compramos el cojín en forma de pájaro, que terminó sufriendo igual suerte. Con toda ésta información en mente, me imaginé que sería fácil esconder el muñeco y reportárselo a la maestra. Fallé en lo primero.

Al día siguiente llamé al jardín de infancia, y les comenté que Noah se trajo un peluche en forma de pato. Agregué lo del incidente del ojo, por lo cual me disculpé y comenté que por supuesto, era una vergüenza entregarlo así. También informé  que ya habíamos encargado uno nuevo para reponérselo al dueño. El peluche resultó tan barato, que decidimos comprar dos: uno para Noah y otro para el verdadero dueño, que dicho sea de paso, nunca apareció.

Las maestras decidieron dejarlo de repuesto para Noah, en caso que al que dejamos en casa le pasara algo.

Desde entonces, Archibaldo y Noah se han vuelto inseparables. Si Noah se estresa, agarra a Archibaldo por las patas y lo agita un millón de veces antes de meterse debajo de la mesa.

Los turnos de Archibaldo son de 24/7, por lo que no hemos podido lavar al pobre muñeco. La pura mugre le ha conferido al muñeco un tinte grisáceo que ya ni recuerdo los viejos esplendores de otros días. Noah lo suelta sólo para bañarse, y una vez que lo secamos, se apura a recogerlo del suelo, justo donde lo dejó minutos antes.

Noah abanica el viento con Archibaldo, mientras le susurra historias en su idioma secreto. Me pregunto si Archibaldo le contesta cuando nadie mira. Me pregunto si se queja del maltrato, me pregunto si le duele el cuerpo de tanto zarandeo.

A Noah le dolió Archibaldo el día que una de las patas cedió a las sacudidas. En una manito la pata cercenada y en la otra el resto del cuerpo.  Aquellos ojitos mojados me suplicaban que lo arreglara, y que el asunto era de urgencia. Tomé acción de inmediato, le cocí la pata lo mejor que pude y Noah lo agradeció como él sólo sabe: tocándome la frente con sus manos.

A la hora de dormir, Noah sienta a Archibaldo en la cabecera, sin olvidar cruzarle las patas y cuando Noah se pasa a media noche a nuestro cuarto, que se le olvide todo entre cielo y tierra, pero Archibaldo, Archibaldo viene con él.

 

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