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¿Por qué somos como somos? Los venezolanos en la política. Parte I

Después de las últimas elecciones presidenciales, nos han asaltado dudas que no conseguimos acallar con los simples argumentos esgrimidos por unos y otros contendores. Todos ellos no superan los niveles de superficialidad más allá de sus empíricas vivencias y mediatizadas creencias.

A pesar de que todos participamos, experimentamos, padecemos o sufrimos la misma realidad de país, no todos lo hacemos de la misma manera, y mucho menos la percibimos igual. Por lo que cada subjetividad cuenta a la hora de buscar respuestas y de plantear preguntas que nos alivien un poco, al menos intelectualmente, de los sinsabores políticos de estos días.

Esa subjetividad, que pareciera tener un contrapeso en una supuesta objetividad, no es más que el modo de ser, de pensar, de actuar de cada persona, y en lo absoluto excluye las influencias de su entorno, ni las causas razonables que lo lleven a actuar de una manera y no de otra. Así que se considerará que tanto subjetividad como objetividad confluyen dentro del mismo individuo con preponderancia de una u otra, difícilmente equilibradas.

Tal diferenciación nos puede servir, sin embargo, para mantener cierta claridad y categorización entre un estado que llamamos de sentimientos y otro de razones, o emociones y pensamientos. Como se dijo, no se trata de que estén divorciados dentro del individuo, sino de que en ocasiones una u otro tengan más peso a la hora de tomar decisiones, de actuar, de expresarse. Al mismo tiempo, tales estados en la personas pueden ser maleables según las circunstancias que le rodeen y las influencias a las que esté sometido.

En las sociedades actuales, los medios para manejar dichos estados en las personas son muy variados. En la política específicamente, se ha instalado la filosofía de Maquiavelo resumida en “el fin justifica los medios”. A través de ella, y con todos los recursos disponibles, se puede llegar a consecuencias insospechables que favorezcan, incluso, el suicidio colectivo de una sociedad.

En un estudio sobre el Populismo que realiza el intelectual venezolano Luis Britto García (La máscara del poder: 1 Del gendarme necesario al demócrata necesario, 1988), encontramos algunas explicaciones muy atinentes respecto al modo de hacer política a la venezolana.

Comienza aclarando en su estudio los intentos que se han hecho en definir dicho fenómeno, sus orígenes conocidos, y las características de las naciones latinoamericanas que se ven envueltas en estas prácticas infructuosas políticamente.

Por ejemplo, en cuanto a los rasgos comunes que presentan las naciones donde han aparecido los populismos el autor menciona las siguientes:

– “Dichos movimientos surgen en países que experimentan violentos procesos de modernización y de paso de la economía agrícola a la industrial.

– Tienen por base social sectores movilizados en forma masiva por los antes mencionados procesos.

– La movilización de estos sectores rebasa las disponibilidades de absorción e integración ofrecidas por las oligarquías tradicionales.

– El núcleo dirigente por los mencionados movimientos está constituido por una élite de la pequeña burguesía que inicialmente se presenta como anti-stau-quo.

– Esta élite canaliza la movilización organizándola en partidos “de masas”.

– Dichos partidos presentan orientación “policlasista”, tendiente a lograr alianzas o acuerdos entre las clases dominantes y los sectores movilizados.

– Estas alianzas se traducen tanto en planes y ejecutorias reformistas, como en la promesa de meras dádivas.

– Las organizaciones son dirigidas por líderes “carismáticos”, es decir, personalistas y portadores de los signos externos del liderazgo caudillista tradicional.

– Tales líderes transmiten un mensaje en el cual preponderan rasgos superficiales de la tradición cultural.

– Dichos movimientos adquieren y mantienen el poder en función de la posibilidad de redistribuir un excedente económico, y tienden a perderlo en momentos de crisis”.

Estas características pueden rastrearse fácilmente en la historia latinoamericana, aunque hay que precisar que tal fenómeno no es exclusivo de este continente.

Y agrega el autor “En fin, a pesar de su ubicuidad y del poder de que han disfrutado, ninguno de los populismos resolvió los problemas fundamentales del país respectivo.

Cuando un populismo tiene éxito, este se traduce en mera capacidad de autoperpetuarse. Con él se eternizan el atraso, la desigualdad social y la dependencia”.

Los rasgos antes mencionados puedan emparentar a distintos países y movimientos a nivel mundial bajo el patrón del populismo, que nació como “doctrina de los intelectuales rusos del siglo XIX, quienes querían instaurar el socialismo promoviendo las formas de cooperación tradicional de los campesinos, tales como la comuna agraria y la asociación de artesanos o artel.” También los norteamericanos, los franceses, los italianos con el fascismo y el nacionalismo alemán. Otra autora como Margaret Canovan, mencionada por LBG, diferencia tipologías del populismo tales como “la dictadura populista, la democracia populista, el populismo reaccionario, y el populismo de los políticos”.

En Venezuela, la izquierda política estuvo desligada de las prácticas populistas de los partidos hegemónicos AD y COPEI. Hasta que un militar con grado de Teniente coronel aprovechó la crisis coyuntural creada por esos dos partidos durante unas cuatro décadas para reunir todos los ingredientes de la práctica populista y, autodesignado de la izquierda, comenzar su cruzada política, con nuevo traje pero con viejos trucos.

Como esencia del populismo se señalan dos factores primordiales: el policlasismo y la tradición popular.

 

Del primero se dice que se da una “aceptación de la coexistencia de clases sociales antagónicas”, según el autor, los populismos incluidos en su estudio “desenfatizan la tesis de la lucha de clases”. Hoy es evidente la inclusión del tema en los discursos del Presidente venezolano actual, en donde se recrea el tema marxista a nivel discursivo, mas no a nivel práctico social.

Del segundo se plantea un “mensaje centrado en la tradición cultural popular”. Según el cual, a través de la manipulación de la tradición cultural popular, se domina a las masas bajo su consentimiento. Es decir, “es a través de la manipulación de la cultura política que se logra esencialmente el objetivo de soslayar la lucha entre clases. (…) la fuerza más determinante de un poder de opresión no es ciertamente la violencia sino por el contrario, el consentimiento de los dominados a su dominación”.

También dice, para explicar mejor el segundo punto, “mantener una coexistencia entre clases antagónicas ha sido la finalidad esencial del poder político en todas las sociedades clasistas. (…) Cuando un determinado poder nutre su retórica de elementos superficiales y descontextualizados provenientes de la tradición cultural de las clases dominadas, para incitarlas a aceptar la condición de tales, estamos en presencia de un populismo. Las armas de la tradición del pueblo son expropiadas –como su plusvalía- y vueltas contra él”. Al sol de hoy, el mantenerse en el puesto de quien detenta el poder sin límites es quizá la finalidad más entroncada del populismo con careta de izquierda que vive Venezuela y que pareciera duplicarse en otros países del hemisferio.

En nuestro país, como en Latinoamérica, las principales causas que promueven la aparición del populismo son las económicas y las sociales. Las mismas se traducen en una “determinada praxis política la cual es justificada a través de un mensaje que manipula la cultura política tradicional”.

En el plano económico se evidencia que:

– “Los populismos latinoamericanos se han dado en países que experimentan violentos procesos de transformación económica, tales como el cambio de un modo de producción agrícola a otro industrial o el paso de un modo de vida rural a uno urbano.

En el plano social:

– En dichos países, las transformaciones económicas citadas dieron lugar a procesos de movilización de clases, fracciones de clases y grupos diversos. En Venezuela, el cambio económico se tradujo a su vez en rápida expansión demográfica; intensas migraciones hacia los centros poblados; cambios de ocupación y de modo de vida de densos sectores; abandono de las relaciones y vínculos de la vida rural y búsqueda de integración en el nuevo panorama urbano e industrial.

– Dicha movilización rebasó las capacidades de absorción e integración que ofrecía el bloque de poder, y asimismo superó las posibilidades de dicho bloque de reducir tales sectores a la total inmovilidad política.

– Los sectores movilizados no disponían de la organización clasista, de la disciplina y coherencia efectivas y necesarias para a su vez tomar el bloque de poder y solucionar el conflicto constituyéndose en fracción dominante de éste.

– Otra clase, fracción de clase o grupo asumió la función de mediadora entre el bloque de poder en crisis y los sectores movilizados, a fin de pasar a formar parte de dicho bloque, y lograr un papel hegemónico en el mismo.

En cuanto a su perduración:

– El populismo mantiene la adhesión de su clientela en la medida en que puede satisfacer de manera real o simbólica las más inmediatas vindicaciones de ella, retardando o adormeciendo los conflictos entre los diversos integrantes de tal clientela y su enfrentamiento con el bloque de poder dominante a través de dádivas y retórica.

En efecto, por la misma razón de que se proclama mediador entre clases o sectores sociales que en el fondo son antagónicos, el populismo está condenado a no dar satisfacción entera a ninguno de ellos, o a satisfacer a uno o a varios a costa de los restantes”.

“(…) Cuando esta capacidad de retardar el conflicto por las concesiones mínimas o la manipulación simbólica se agota, el mismo se hace nuevamente inocultable, y termina por manifestarse. En tal caso, el populismo sustituye los mecanismos de conciliación por los de la represión a nivel interno, a nivel nacional o a nivel internacional…”

Y asegura el autor que “el partido comprende perfectamente que agotada su posibilidad de postergar el conflicto, lo sustituirá en tal tarea el más fuerte de los sectores del bloque de poder. Por ello, el populismo represivo siempre toma partido por esta fracción hegemónica, si bien para disminuir la intensidad de la confrontación, busca definir al adversario como un grupo distinto del sector dominado. En este sentido, (…) jamás admitirá estar adoptando una política de exterminio contra el ‘pueblo’ o el ‘proletariado’: dentro de su retórica, el enemigo deviene el ‘activista’, el ‘terrorista’, el ‘extremista, o el ‘extranjerizante’’”.

Las citas son abundantes en este caso porque ilustran las características de los partidos o grupos que ejercen el poder de manera hegemónica, esto es, llevando hasta sus últimas consecuencias la máxima de Maquiavelo que se menciona más arriba.

Citando a Torcato Di Tella, el autor adopta la definición del populismo como: “un movimiento político con fuerte apoyo popular, con la participación de sectores de clases no obreras con importante influencia en el partido, y sustentador de una ideología anti statu-quo. Sus fuentes de fuerza o sus nexos de organización son: 1. Una élite ubicada en los niveles medios o altos de estratificación y provista de motivaciones anti statu-quo. 2.

Una masa movilizada formada como resultado de ‘la revolución de las aspiraciones’. 3. Una ideología o un estado emocional difundido, que favorezca la comunicación entre líderes y seguidores y cree un entusiasmo colectivo”.

En las venideras partes, se irá develando el entramado de este ejercicio del poder en el que el pueblo es engañado una y otra vez, tanto por los dictadores a la manera tradicional, los civiles de la era democrática y los militares autores del intento de golpe militar del año 92.

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