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Sobre acoso sexual y parcialización periodística

Hermano latinoamericano,

Quizás ya has oído al respecto: la imagen que se tiene de los extranjeros en el venerable y siempre admirado “viejo mundo” no es necesariamente hermosa. Sólo hace dos semanas una amiga me preguntó si era seguro viajar a Venezuela y yo le respondí que el único temor real que debía tener era la inestabilidad política relacionada a las elecciones y que en octubre habría mas claridad al respecto. Que antes de octubre no era problema viajar, tomando siempre las mismas precauciones que toman los millones de habitantes del subcontinente a diario para evitar el crimen, un mal que afecta el mundo en general, pero que en algunas de nuestras ciudades se agudiza dramáticamente. Que en octubre sabría si viajar en noviembre era buena idea o no. No porque un país en conflicto sea más inseguro, sino porque, hablo por experiencia, un conflicto político serio se traduce en vuelos cancelados y oficinas cerradas, lo cual no es el momento ideal para andarle tomando fotos a las guacamayas.

Cual no sería mi sorpresa al oír que su temor real no eran las elecciones, sino el rumor de que en Venezuela le tiran piedras a los turistas. No pude contener la risa. Lo único que atiné a responder fue que no hablara muy duro, no fuera ella a regalarle ideas a algún radical infiltrado.

Estigmas

Tristemente tengo que comunicarte, hermano latinoamericano, que aunque hay muchos europeos menos ingenuos, más despiertos y auténticamente interesados en lo que sucede en el resto del mundo, ideas como la anterior no son excepciones. Hoy día los ministerios europeos de relaciones exteriores recomiendan a diario no visitar múltiples países del mal llamado “tercer mundo”. Eso es más fácil que explicarle a la gente que no se puede caminar, como si nada, con una cámara de mil euros guindada del cuello por las calles de una ciudad donde la gente gana diez veces menos que eso en un mes.

Pero ahí no para la cosa. Los inmigrantes son estigmatizados en casi todas las sociedades europeas y se les acusa masivamente de mudarse al continente con intenciones criminales o con el firme propósito de aprovecharse vilmente de sus sistemas de seguridad social. De más está decir que la idea de eliminar los múltiples obstáculos para que un inmigrante tenga la oportunidad de trabajar está fuera del debate y una relación entre dichos obstáculos y las estadísticas que presentan a los inmigrantes como frecuentes responsables de hechos punibles no se le ocurre a la gran mayoría, que considera tal análisis un “clásico razonamiento de extrema izquierda”.

La segregación es un fenómeno que varía de un país al otro. Así, los latinoamericanos somos segregados en países como España o Italia, mientras otras comunidades son segregadas en otros países. En Bélgica, por ejemplo, los grandes segregados son los marroquíes. Y cada vez que un marroquí hace algo malo arde Troya. En Bélgica no se ataca nunca la criminalidad sin dejar en claro que los criminales son de origen extranjero. Nunca se discute sobre la tasa de desempleo sin agregar que hay que hacer algo para defendernos de los extranjeros. Nunca.

Que culo, mi hermano

Últimamente se encendió una discusión similar, pero esta vez sobre el sexismo. El sexismo, en este caso manifestado como acoso callejero, es un problema universal que desciende de nuestro pasado reciente. En todo el mundo se ha considerado hasta hace muy poco, menos de 100 años en casi la totalidad del planeta, que la mujer es un ser inferior. La mujer ha tenido que luchar por los derechos más evidentes y esa lucha aun continua en un mundo en el que la mujer sigue siendo tratada como un objeto sexual que sirve para vender productos, un mundo en el que el salario de una mujer es inferior que el de un hombre y eso es visto con triste normalidad por la sociedad, un mundo en el que la mujer que se pasea por la calle es una víctima en potencia de las más primitivas apetencias del hombre, del macho. En el menos malo de los casos, no nos engañemos, los hombres latinoamericanos somos capaces de gritarle cualquier barbaridad a una mujer que osa caminar por la vía pública. Y eso está visto con una normalidad sorprendente. Quizás porque la mayoría de las veces respetamos esos limites invisibles que nadie ha firmado, pero que están ahí. “Miamoooooooor” susurramos sin la menor sensación de atrevimiento. “Que culo, mi hermano” exclamamos sin un dejo de culpa morbosa. Con frecuencia nos pasamos de la raya. La frecuencia de esos excesos es mayor cuando hay alcohol de por medio o nos envalentona estar rodeados de “amigotes”.

El extremo de este comportamiento es registrado en el cortometraje “Mi Señora”, de Juan Rivadeneyra, ganador del premio FoxTV del festival CINEMAD 2003. Dura unos dos minutos:

El acoso callejero, esa figura del hombre o los hombres que susurran piropos o gritan vulgaridades o incluso llegan a perseguir a una mujer un par de cuadras, reaparece en todos lados. El cortometraje es andaluz, pero los italianos también tienen fama de ejercitar a diario esta práctica y a los latinoamericanos también se nos relaciona universalmente con este comportamiento. Se suele sugerir que el ultimo bastión del pensamiento colonialista se haya en la lujuria contenida del hombre blanco cuando mira sin recato el culo de una negra.

Mujer de la calle

En Bruselas, una de las encarnaciones más populares de este comportamiento es una calle en la que hombres de origen magrebí se sientan a tomar el té en las amplias aceras, en las terrazas de los cafés, desde las cuales suelen piropear a las mujeres. Hay extremos, claro: hay algunos que le dan una vuelta religiosa al asunto y consideran que una mujer que se pasea dejando ver las rodillas es una puta. Hay otros igualmente idiotas que no entienden la diferencia entre un piropo y el acoso sexual; idiotas que suelen ser los mismo que no entienden el significado de la palabra “no” y hay que montarles un ojo antes de que hagan una vaina irreparable.

Normalmente a tipos así se les considera retrógrados o pervertidos, según el caso, en todas las sociedades del mundo. Pero eso no es lo que pensó la cineasta Belga Sofie Peeters, cuando decidió “atacar el problema”. El resultado fue la película “Femme de la rue” (Mujer de la calle), un reportaje de menos de 20 minutos que muestra a los hombres de origen extranjero que habitan un barrio pobre de Bruselas, la capital de Europa, y su comportamiento, que va de la simple mirada lasciva, a la más amenazante sarta de vulgaridades e insultos. La cineasta responde sin temor la pregunta “no temes que tu película sea catalogada como racista?” diciendo que ella “solo está presentando los hechos”.

Lo que no dice es que ella sólo presenta los hechos que tienen que ver con un grupo de hombres en una calle. Me da mucha curiosidad saber como es visto por un público con un contexto tan distinto como el latinoamericano (el video sera seguramente eliminado prontamente).

En la película se entrevista a jóvenes mujeres que sufren un problema real. Jóvenes que son acosadas sexualmente. Jóvenes que tienen miedo de salir a la calle en falda. Jóvenes que evitan el transporte público y que toman desvíos de varias cuadras para no enfrentar lo que ellas consideran hordas salvajes de hombres musulmanes. Sólo de hombres musulmanes. De ese barrio. La entrevista con un actor de origen marroquí revela con descarnada honestidad y autocrítica que el problema es complejo. Y que en el caso de la población musulmana tiene que ver con una hipocresía y un pudor que tiene un trasfondo religioso que guarda relación con el espíritu prohibitivo que viene de la mano con la mujer velada. El joven actor se extiende y hace referencia a una sociedad, nuestra sociedad, que explota a la mujer y la presenta como un objeto subordinado del deseo. Una sociedad en la que la imagen sexualizada de la mujer se usa para vender CUALQUIER COSA.

Una sociedad en la que la mujer es entrenada para ser bella y generar reacciones y luego es víctima de la atención no deseada. Una sociedad en la que los escándalos sexuales no son ajenos. Una sociedad en la que en el mismo parlamento una ministra en falda tiene que esperar que cesen los silbidos de los diputados antes de empezar a presentar sus ideas.

Una sociedad, además, en la que tal comportamiento está innegablemente relacionado a la educación y al nivel socioeconómico, lo cual nos asigna a todos un pedazo de la culpa, pues ese comportamiento es también un producto de las desigualdades de nuestra sociedad. Una sociedad en la que ese miedo, además, no solo está en el atacante, sino también, como la belleza, “in the eye of the beholder”. Porque en Europa, anno 2012, lo único que tiene que hacer un inmigrante para ser temido es montarse en el tren. De inmediato la gente sujetará con fuerza su cartera. Si se acerca demasiado en una librería, los locales huirán despavoridos y le contarán a otros que se les acercó un criminal que “hacia como que leía”, pero lo identificaron a tiempo y lograron huir.

Los Extranjeros Impunes

El problema es complejo y no puede ser visto sin relacionarlo con todos esos aspectos oscuros del funcionamiento de la sociedad occidental. Pero no, “Femme de la rue” no es una película sobre nosotros y nuestro problema como sociedad. “Femme de la rue” es una película sobre ellos, los extranjeros impunes. Y sobre nosotros, las víctimas.

Le película fue presentada el 25 de julio simultáneamente en una sala de cine y en uno de los programas de opinión más populares del país europeo. En una sociedad como la belga, en la que tantos debates son silenciados, mostrar la película sería una bomba. El cálculo de los medios de comunicación fue tan acertado como predecible. Cuantas líneas no se han escrito ya al respecto: los periódicos han estado llenos de opiniones sobre el tema durante mas de diez días. El fenómeno empieza a adquirir un tenor europeo, inclusive, pues la cineasta ha empezado a dar entrevistas hasta en la República Checa.

Hermano Latinoamericano

Justo en este momento en el que la historia de su horrible experiencia en Bruselas le da la vuelta al mundo, el momento en el que ella predeciblemente se tomará unas merecidas vacaciones de la tormenta mediática, yo espero oír que ella saldrá algunas semanas de Bruselas rumbo a algún destino tranquilo, donde la maldición del hombre macho y grosero no la alcance.

Es entonces cuando ella anuncia que se va un par de semanas de vacaciones a pasear por Latinoamérica. Para mi absoluta sorpresa, porque si sufrió tanto en Bruselas, Latinoamérica la a va a destrozar.

Por eso escribo estas líneas, hermano latinoamericano, porque si una caraja con cara de gringa se te acerca en las próximas semanas para preguntarte en inglés o en un español sospechoso por qué la piropeas, HUYE! Porque es muy posible que sea una joven cineasta con una cámara escondida y aires de justiciera y tiene sobre todo una visión muy parcializada del periodismo y muchas ganas de acusarte secretamente de un mal que afecta a todo el mundo.

Menos a los belgas, según ella.

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