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Problemas con la tecnología casi inconfesables

I
Puerto La Cruz, un día de 2010, exteriores, día

Andaba yo fiebrua no me acuerdo con cuál asunto, un sábado que cayó un palo de agua. Unos panas me llamaron a ver si nos reuníamos en la piscina de mi residencia. Claro, vénganse, voy bajando para agarrar una mesa. Decido llevarme la laptop, como lo he hecho otras veces, cuando no tengo internet y bajo a cazar señal. Ya había escampado, pero la sombrilla empotrada en la mesa estaba mojada. En una de esas, el viento movió la sombrilla y tres gotas cayeron sobre el teclado. Después de un rato, me dispongo a escribir algo y me doy cuenta que la tecla de que da el espacio no funciona, en ese momento me atacó un frekeo que duró varias horas.

Por mi show: tecla “n”, “b” y “espacio”, inservibles. El apocalipsis, creo que hasta lloré. ¡¿Y ahora qué voy hacer?! Mirada Lupita Ferrer dirigida al cielo raso. Tranquila, usa el teclado virtual hasta que resuelvas. Lunes a primera hora el técnico me informa que hay que remplazar el teclado completo. ¡Ostias! Bueno Adri, aquí lo puedes conseguir, pero más barato sale comprarlo afuera. No se diga más, ahí veo cómo hago, pero no caigo en la trampa de la especulación venezolana. Ni siquiera averigüé cuánto cuesta aquí. Tampoco sé cuánto cuesta allá. El hecho era que lo voy a comprar es allá y punto.

Alguien ofreció prestarme un teclado que se conecta con un cable, gesto que después interpreté como un insulto, porque esa cosa diabólica, de plástico, endeble e inútil es simplemente inhumana. Como buen ser humano, a las semanas me acostumbré. Cuando me siento en una computadora con el teclado 100% operativo me toma unos minutos renunciar al gesto condicionado de buscar el teclado virtual. Ha pasado, calculo, un año desde esta tragedia. Por diferentes razones, que no contaré para no aburrir, no he comprado el teclado nuevo. Pero pronto.

Cuando alguien me pide prestada la computadora le explico cómo debe hacer para usarla. Terminada la explicación me dirigen una mirada de profunda lástima y tratan de lidiar con el asunto. Por supuesto, hay personas con más capacidad que otras para aguantar tal anomalía. Una vez nos reunimos varios panas en mi casa a celebrar un triunfo. John Manuel Silva me pide prestada la laptop y creo que no aguantó ni ocho minutos: “¡No puedo Adriana!” En esos casos, procedo a prender esto

Ese dinosaurio es la computadora de mi abuela. Ella tiene 76 años (mi abuela, no la computadora) y es una señora que no se ha permitido quedarse en el aparato en cuanto a tecnología se refiere. Esta máquina tiene una rutina bien estricta establecida por ella, a saber: Póker, runrunes, recetas, revisar si depositaron la pensión, pagar luz y teléfono. Decirles que en esa computadora se hace algo diferente a esas seis cosas sería mentirles.

Inciso pertinente

Las jornadas de póker son intensas. Mi abuela tiene tres o cuatro cuentas en PokerStar. Ella administra las fichas que esta página da diariamente como la buena jugadora que es. Pero hay veces que la mala racha la deja en la lona. Un día, me pidió el favor que le abriera una cuenta nueva porque quería seguir jugando. Mientras ella estaba en la cocina preparando el almuerzo, me siento y empiezo a buscar nombres de usuarios, todos los que intentaba estaban tomados. Para ella, trato de buscar nombres fáciles de recordar. Casualmente, ése día se cumplía un aniversario más de la muerte o nacimiento de Reny Otolina, el facebook se había encargado de recordármelo reiterativamente. Meto el nombre y está libre. Creo la cuenta (yo y mis geniales ideas). El dialogo fue más o menos así:

Yo: Abue, aquí tienes, nombre de usuario, Reny Otolina, clave, 123456
Ella: Adriana y ¿Cómo se te ocurre meterte con ese hombre que está muerto? Yo no puedo hacer eso
Yo: Pero abuela y eso qué importa. No puedo cambiar el nombre de la cuenta
Ella: Coño, tú tienes unas vainas
Yo: Pero abue… Por lo menos usa las fichas de hoy. Después te abro otra cuenta
Ella: No, yo no voy a jugar con el nombre de un muerto

Cosas del póker

Fin del inciso

A una de las pocas cosas materiales a la cual le tengo un cariño genuino es a mi laptop. No tenerla significaría una gran pérdida para mí, años de trabajo, de guardar links en favoritos, etc. Todos tenemos nuestras rutinas, ritos y costumbres. Hoy en día, tu computadora personal se ha convertido en un objeto muy personal e íntimo.

Entrar en la máquina de otra persona es como entrar en una cocina ajena, abres todas las gavetas hasta finalmente encontrar los cubiertos o el colador. Porque tu computadora es tu laberinto personal. Más allá, diría, que abrir la carpeta de música o el fondo de pantalla te dice muchas cosas de una persona. Por ejemplo, google Chrome está diseñado de una manera que, a simple vista, te permite tener una buena muestra de los intereses y pasiones de la gente que lo usa.

II

No tener corneta en el tráfico venezolano es un castigo divino. Se quema la corneta y estás invalido, frustrado, ojos en blanco, insultos solitarios y débiles. Yo me tomo esto de manejar muy en serio porque me gusta. Modestia aparte, he logrado desafiar las estadísticas femeninas en cuanto a desempeño al volante. En el tráfico patrio abundan los “Materazzi final del Mundial del 06” y uno tiene que, a veces, actuar como ese impecable caballero que es Zinedine Zidane (José Urriola dixit) y para eso son las cornetas señores.

Pero descubrí que hay algo peor que no tener corneta: no poder acentuar. Desde pequeña he sufrido una especie de dislexia con todo el rollo de acentuar. Ya vieja, me puse en los palitos, porque la ingeniería de un texto me parece vital para trasmitir una idea, y mientras una tilde cambie el sentido de una oración, tendré que acentuar siempre, simple cortesía para con el lector y el idioma. Por lo tanto, práctico y refuerzo hasta escribiendo una lista de compras.

Un buen día, la computadora del trabajo dejó de acentuar, en lugar de hacerlo, entre las consonantes aparecía una doble tilde. Mal día ése. Senté a toda la oficina a resolverme el problema, nada, la computadora embrujada. Cuando Word no me acentuaba «está» o «éste», buscaba en google la palabra acentuada y pegaba en el texto, de ese tamaño era mi infierno.

Pero alguien, muy amablemente, desde un sitio remoto, entró a mi máquina (para mí, eso fue pura y simple magia) y me dio el diagnostico: virus doble tilde. El virus además, ve las claves y ahí sabrás lo que es irse en pálida. Están avisados entonces: un enfermito creó un sádico virus llamado doble tilde, se resuelve así.

III

Sí, integrada, emigrante digital, todo eso, pero sobre todo, una gran fascinada con lo que está presenciando ahora, la rapidez vertiginosa con la que la tecnología evoluciona me tiene constantemente sorprendida. A pesar de mis limitaciones en el campo, los problemas domésticos y de los mucho que odio las celdas y columnas de Word, estoy consciente que la tecnología está cambiando profundamente el mundo que yo conocía, en todos sus aspectos. Y eso más que asustarme, me tiene expectante y curiosa. Me gusta ser testigo de esta era que apenas comienza y que presiento será algo grande.

A mis nietos les contaré cómo pasé un año completo, pegada, como sólo un niño puede ser pegado, viendo Dumbo en el Betamax de la casa, mi tía se apiadó de mi y cambiamos la peli por la Bella durmiente ¿les recito los diálogos? Le contaré, de cómo, para grabar un mix tape, pasaba horas escuchando una emisora de radio, hasta que ponían la canción que me gustaba, y rápidamente apretaba play y record. 60 minutos de canciones cortadas. Pura ciencia ficción.

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