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Sobre la ausencia de proyecto como pragmática discursiva en Venezuela

Un argumento recurrente que aparece en la discusión política es la falta de ideas entre los opositores al gobierno, lo cual contribuye a la percepción según la cual el Presidente disfruta de un acceso privilegiado a la mente de los venezolanos. Según esta tesis, sólo él conoce y entiende «al venezolano» -sus aspiraciones, sus carencias y sus necesidades-, lo cual explicaría, (1) el éxito y la popularidad de su propuesta y (2) la imposibilidad de la oposición de crear un discurso creíble, que cale y comunique con «el venezolano». Es por eso que se me hace interesante preguntar: ¿Existe un proyecto político en Venezuela? ¿Qué forma posee ese proyecto y que rol juega en el discurso político?

Cualquier discusión entre venezolanos se hilvana más o menos de la misma manera y conduce, tarde o temprano, al mismo argumento: Criticar al gobierno, bien, pero a nivel de proyecto y propuesta política, la oposición carece de proyecto, carece de ideas y sólo se reúne ante la primitiva y menstrual reacción de «ABC» (anything but Chávez –cualquiera menos Chávez). Amén del recurso retórico que busca justificar los tropiezos del gobierno con la aproximación de realpolitik según la cual el gobierno es malo, pero es el único gobierno posible, vale la pena preguntarse qué idea se mueve detrás de dicho gobierno. Resumiendo: Para mí es obvio que la oposición no tiene propuesta o proyecto de gobierno. Lo que intentaré demostrar aquí es cómo el gobierno también carece de proyecto, lo que me lleva a preguntarme, ¿será que la «ausencia de proyecto» es algo inherente a la política venezolana tout court, igual que el fenómeno de alienación y disculpa encuentra sus raíces en el discurso venezolano, no solamente en la política?

¿Qué es un proyecto político? ¿Qué lo conforma?¿Cómo se construye? El discurso político, como un todo, busca avanzar una serie de ideas generales y producir resultados visibles a través de un proyecto. Es decir, de la idea general, «mejor y más equitativo sistema de salud pública», la administración Obama intentará, en el 2012 y de querer reelegirse, producir una serie de resultados (aumentos y/o disminuciones estadísticos) con los cuales convencer a los electores de que su proyecto (léase: los pasos implementados para alcanzar ese fin) fue acertado, partió de un diagnóstico correcto y ayudó a mejorar la situación. Los republicanos contestarán las cifras en cuestión, cuestionarán los costos del proyecto y propondrán otros diagnósticos y soluciones. En general, el discurso político se desarrolla de esa manera.

Según esta lógica, es obvio que el señor Chávez, en 1998, llevó a cabo la campaña más exitosa en cuanto a la posibilidad de plantear ideas generales que generaran consenso entre los venezolanos en torno a los problemas del país y los ideales que deberíamos alcanzar. Chávez supo ir más allá de los planteamientos de bonanza consumista y regreso al «grado cero del derroche» que movilizaron a los electores en la muy primitiva y freudiana búsqueda de protección bajo los totémicos Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera. Después de años de negación de la realidad y de evasiones del diagnóstico necesario amparados en la elección de super-salvadores anacrónicos que re-editarían los años de las vacas gordas mágicamente, el triunfo electoral de Chávez se debió en parte a su capacidad de proyectar una idea de país que había estado ausente del debate político venezolano durante al menos dos décadas. Pasados los nefastos intentos de Back to the future post-viernes negro, él supo imponer una idea que sedujo al electorado, a los medios y a los «intelectuales» (no olvidemos el entusiasmo que despertó, en esos años, la candidatura de Chávez). Era una idea. Una aproximación. ¿Pero había proyecto?

Si nos referimos al «árbol de las tres raíces» o cualquier otro texto que busque plasmar las ideas del gobierno, notaremos que lo que se nos propone sigue el mismo estilo y utiliza la misma construcción pragmática: Una propuesta de ideas generalizadas que buscan conectar con el lado afectivo del lector/elector (un efecto pragmático perlocutorio, como diría John Searle) y una proyección de metas a cumplir (en algunos casos y según el documento). La idea general, ya sea en los escritos o en los discursos, es repetida ad nauseum y justificada desde ciertos imperativos morales calcados de nuestra herencia judeo-cristiana occidental: La injusticia social, el derecho a la igualdad, la compasión e incluso el amor (véase la campaña presidencial vacía de contenido y cargada de sentimentalismo del 2006).

Acto seguido, esta idea general es traducida en una serie de propuestas y resultados pragmáticos a ser alcanzados en cierta cantidad de tiempo. El lector notará entonces el salto lógico: de la idea general, saltamos a la acumulación de resultados, de donde suponemos y nos felicitamos de la existencia de un proyecto (que jamás hemos definido ni discutido).

Ejemplo: de la idea general «accesibilidad a atención médica para todos, especialmente los más desfavorecidos», saltamos a la creación y mise en place de módulos ambulatorios en los barrios (una de las misiones más conocidas del gobierno). Al carecer de un proyecto o línea rectora que articule los ambulatorios con una propuesta médica nacional, terminamos con una red desarticulada de ambulatorios inscrita paralelamente a un sistema hospitalario vergonzoso e ineficiente, sin ninguna conexión entre estos dos polos. Luego, se arguye que existe un proyecto de salud, porque se abrieron miles de centros ambulatorios, sin ninguna proyección a futuro en lo que pudiese ser un gran plan de salud nacional a largo plazo.

¿Cuáles son las implicaciones de esta lógica en el discurso político venezolano? Por un lado, existe la incapacidad de analizar, profundizar o mejorar la iniciativa dada la ausencia de proyecto. Más allá de mejorar los ambulatorios, garantizar recursos y luchar por la eficiencia puntual, no hay acciones ni reflexiones que hacer que salgan de la escala micro-interventora. El propio gobierno se ve obligado a repetir conductualmente sus logros y resultados para multiplicarlos de manera autista y convencerse de que sí hay proyecto, de que sí hay forma de acercarse a la idea general que dirige la iniciativa.

En el plano de la crítica, la ausencia de proyecto produce dos resultados retóricos notorios ya que el interlocutor será obligado a posicionarse en alguno de los extremos de la discusión (porque no hay proyecto que discutir). Es decir, la persona que critica la iniciativa de módulos ambulatorios en los barrios será atacada con uno de dos argumentos:
a) A partir de la idea general: «Usted está en contra de la misión porque no le interesan los pobres»; o
A partir de los resultados: «Usted quiere negar la realidad y negar los progresos que estos módulos han traído a la población».

Cualquiera de las dos aproximaciones retóricas anula la discusión del proyecto y enmascara su ausencia, al mismo tiempo que lanza al interlocutor en una senda de auto-justificaciones que sólo buscan mermar su crítica.

Quisiera terminar con una aclaratoria/duda: Me parece que la oposición, de estar en el gobierno, sería incapaz de producir un programa ya que intuyo que tomaría la ruta del resultado pragmático-demostración de eficiencia antes mencionado (que está lejos de ser una invención del gobierno actual). Entonces, ¿es esta mediocridad programática un síntoma de nuestros tiempos políticos, o será que es algo que está inscrito en nuestros modelos venezolanos-discursivos particulares? Me inclino por esta segunda opción: Creo que la «falta de programa» es sólo un reflejo del estado cultural-social de Venezuela, algo mucho más profundo que la dicotomía gobierno-oposición que muchos utilizamos para proyectar nuestras imperfecciones y frustraciones personales y sociales. Intentaré escribir sobre eso la próxima vez.

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