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«El pasajero de Truman» de Francisco Suniaga

Esta novela traza la historia trágica del candidato a Presidente de Venezuela, Diógenes Escalante. Amparado en un acucioso trabajo de investigación, Francisco Suniaga nos ofrece la crónica de un período político crucial, cuyo fracaso dio pie a cuatro golpes de Estado y gran parte de la ingobernabilidad del país a mediados del siglo XX. Sin embargo, el énfasis excesivo en los hechos y la poca atención a los aspectos estilísticos inherentes a una novela entrampan el libro en el vicio de la literatura venezolana, que reduce todo a lo periodístico, a la crónica y a la narración de hechos históricos con poca atención al desarrollo de la prosa.

La narración es dejada en mano de dos personajes ficticios, basados en sujetos históricos (uno de ellos el oscuro presidente Ramón J. Velásquez), quienes se lanzan en largas disquisiciones en primera persona sobre lo que ocurrió. Suniaga nos explica, al final del libro, que sus entrevistas con Velásquez y Hugo Orosco formaron la piedra angular sobre la cual se apoya su novela.

Es allí tal vez donde radica la fascinación y el punto fuerte del libro, así como su talón de Aquiles. El lector se encuentra ante un hecho histórico, trabajado en detalle, del cual se obtiene la información más minuciosa posible. Suniaga se esfuerza en presentar un cuadro hiper realista, donde casi nada queda a la imaginación y donde, gracias a su trabajo periodístico, cuesta creer que la historia de Escalante haya sucedido de otra manera.

Sin embargo, esta excesiva atención al detalle y a la entrevista ensombrece los aspectos literarios del libro, hasta reducirlos a la nada. El autor escoge la narración en primera persona, a través de la cual «Humberto Ordónez» / Hugo Orosco nos relata su relación con Escalante y cómo presenció su deterioro físico. Cuando no es Ordónez quien habla, es el propio Diógenes Escalante, también en primera persona, también en «voz de entrevista», también en pasado. Es así como el lector termina lamentando la pobreza estilística, porque esta aproximación narrativa sólo funciona de a ratos y reduce el libro, su valor, su aporte, a la colección de crónicas e historias que narrarán los personajes y no a la forma en la que lo hacen.

Esta elección, por parte de Suniaga, no deja de sorprender, sobre todo cuando constatamos la fuerza y lo prolijo de su pluma cuando le da por escribir «sin barandas». Muchos capítulos empiezan con taimadas y poéticas descripciones de Caracas, mientras Velandia acude a Altamira a entrevistar a Ordónez («En las tardes de agosto, el trópico sitia a Caracas y la derrota», p. 79), lo cual hace que el lector sólo pueda degustar este pequeño caramelo literario antes de sumergirse en la narración-entrevista histórica de nuevo. No cabe la menor duda de que Suniaga tiene las herramientas para avanzar a paso firme con sus exploraciones literarias, ¿entonces por qué condenarse a reducir la prosa a la narrativa unívoca y directa en primera persona?

Esta aproximación descompensa el libro y obliga al lector a sacar de él únicamente los datos históricos, aunque ficticios, que relatarán ambos personajes, Ordónez y Escalante. De todas maneras, los acontecimientos y hechos presentados se vuelven fascinantes, sobre todo hacia el final del libro, cuando el ritmo aumenta ante la tragedia previsible y el lector galopa hacia las últimas páginas. Es allí donde podemos sacar provecho del trabajo de Suniaga, especialmente cuando el lado periodístico del texto se impone. En ese sentido, el autor deja entrever que es un excelente investigador y columnista, capaz de hacernos reflexionar sobre el presente utilizando claves históricas. Sus ideas, presentadas a través de los personajes, constituyen un juicio mordaz a la realidad actual venezolana y se convierten en perlas políticas:
« [Miraflores] es un caserón mestizo que no es italiano, ni español ni venezolano. La Casa Blanca y Washington conforman una unidad, el Palacio de Nariño y Bogotá son armónicos, la Casa Rosada y Buenos Aires son tal para cual, pero Miraflores es un engendro arquitectónico que en nada se parece a Caracas, Humberto. Paradójicamente, por ser nosotros hijos de la contradicción, resulta que Miraflores es lo que nos corresponde, es la sede perfecta para poderosos ignorantes y confundidos que nunca han distinguido entre mandar y gobernar» (p. 49).

Es allí donde empezamos a entender el valor real del libro, que se sitúa más del lado de la reflexión y el ensayo político-histórico, que del lado literario. Su capacidad para llevar la crítica a la Venezuela de hoy, utilizando los hechos y opiniones de sus personajes de 1945, es verdaderamente brillante, así como su establecimiento de un punto de inflexión en la democracia del siglo XX alrededor de la demencia de Escalante. Suniaga traza con lucidez esa línea entre dos períodos separados por sesenta años, tan diferentes y tan similares a la vez:
«Lo de llamar oligarquía a esa macolla de tontos [los que apoyaron a Gómez], era una simplificación (…). En realidad, no se podía considerar oligarquía a tres o cuatro ricos sin visión ni sentido de clase dominante; unos, inmigrantes recién llegados que no llevaban al país en su corazón, y otros, sobrevivientes de la clase mantuana que había sido aniquilada en las guerras de Independencia y Federal. Mi opinión era que en Venezuela la oligarquía había sido un invento del caudillaje militarizado que ocupaba el poder desde que Bolívar lo dejó en 1828» (p. 96-97).

Es a través de párrafos como este dónde el lector encontrará la carne del hueso que es «El pasajero de Truman»: Un proyecto y una idea basada en nuestra historia reciente que, de haber sido trabajada un poco más, podría alzarse hasta estar a la altura de obras como «La fiesta del Chivo», por ejemplo. Lamentablemente, no ha sido la apuesta de Suniaga y como tal aporta poco desde un punto de vista narrativo. Claro que, tomando en cuenta la desértica y nada competida escena literaria venezolana, «El pasajero de Truman» se perfila como uno de los libros más interesantes y profundos que puede conseguir el lector de obras nacionales. En ese sentido, el trabajo de Suniaga es sintomático de la tímida, conformista y poco creativa pluma venezolana contemporánea, a la cual le cuesta trascender lo anecdótico o explorar caminos literarios novedosos.

Reconforta la idea de ver en esta novela un escritor prolijo y taimado del cual se pueden esperar grandes cosas, siempre y cuando logre ir un poco más allá de las propias barreras que su profesión de periodista le ha impuesto. Por ahora, y a falta de mejores cosas que leer, podemos recomendar «El pasajero de Truman» para todos aquellos interesados en la política venezolana de la primera mitad del siglo veinte.

El pasajero de Truman
de Francisco Suniaga.
Ediciones Mondadori, 2008.
(3,5 puntos sobre 5).

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