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Megadeth Fast Food company: música empaquetada,comegatos Super Size y salsa roja rojita

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Hemos aterrizado en el reino de la contradicción, en el imperio del absurdo contracultural, donde rebelarse sigue vendiendo y desafiar al sistema sí tiene precio.No es el mundo al revés de Eduardo Galeano pero se le parece. Las franelas oficiales del concierto cuestan caro: de 40 bolívares fuertes para arriba. Las chimbas, las piratas salen por la mitad del precio, salvo para los conejos y los pavitos de Caracas. Ellos son el nicho potencial de los buhoneros apostados fuera del Misael Delgado, el recinto “acondicionado” para celebrar el magno evento de la belleza metalera. Es la quinta edad del rock, la de estadio, según la organización de caimanera del comunismo del siglo XXI. Es decir, un capitalismo populista con fachada de torneo de bolas de criollas.Arrímese al mingo porque lo que viene es boche sobre boche.      En la entrada predomina el orden del neoliberalismo salvaje bajo la sombra de la mano invisible del mercado en la era del rebusque. Olvídate de Marx, de Neruda, de patria, socialismo y muerte. Es la hora, es la hora del sálvense quien pueda. Good Bye Lenin. De izquierda a derecha priva el mismo panorama oscuro oscurito: tarantines y más tarantines de remate de cualquier chamuchina alusiva a la empresa musical de David Mustaine, porque ya es imposible llamarle banda. Si acaso es una banda de comerciantes del ultrasonido. De igual modo, la pandilla de minoristas de la economía informal hace su agosto a cuarenta años de mayo del 68, a costa de la imagen reciclada de Megadeth.

La calle aledaña al foco del espectáculo recuerda al centro de Caracas en Diciembre. Sólo falta la banda sonora de Don Omar a full volumen para terminar de componer el cuadrito navideño. En su lugar se escucha a lo lejos el eco de “Countdown To Extincion”, uno de los blockbusters del protagonista de la función.

Para caminar por la acera debes sortear un campo minado de top mantas, bucaneros ambulantes y cazadores de fortuna de diversa especie. Hoy les toca, por necesidad, disfrazarse de expendedores de camisas negras, black flags y autoperiquitos anarcoides. Más adelante, por obligación, volverán a lo suyo: ofrecer mercancía de contrabando a la demanda de consumo de la industria deportiva, sin descuidar a los compradores compulsivos de banderas tricolores, piticos, gorritas y chucherías políticas del gusto bipolar en tiempos de campaña esquizofrénica, a favor o en contra del régimen de turno.

La masa siempre es la masa, como diría Canetti, y al final cae rendida ante los rituales colectivos del poder. No en balde, aquí el río humano se deja llevar, sin ejercer la menor oposición, por el becerro de oro de la fama americana a lo VH1, cual rebaño de ovejas, cual desfiladero de reses al matadero.

El público carece de identidad. Es un ejercito dócil y obediente de fanáticos, apóstoles y devotos del semidios Mustaine, máximo líder de una próspera secta de marginados sociales, inadaptados y jóvenes creyentes de la teología de la liberación trash.Él los hipnotiza con su sonar de flautista de Hamelín al compás de la marcha altermundista. Palabras más, palabras menos, es otro pare de sufrir al estilo de Kusturica subsidiado por Juan Barreto. En este caso, la fórmula se repite aunque al servicio de las autoridades competentes de Carabobo. El concierto de Megadeth funciona como antesala a la proyección de dos fichas del P.S.U.V. en el estado del Forum de Valencia: Paul Gilman, aspirante a Alcalde, y Mario Silva, candidato a suceder en el trono al monarca en ejercicio,Luis Felipe Acosta Carles. El mecenazgo cultural en tiempos de quinta república.  A pesar de ello, la demonizada empresa privada también participa en el selecto grupo de compañías patrocinadoras del evento. Por decir algo, ni el Osito, ni las Colas incautadas y criminalizadas  durante el paro brillan por su ausencia.   En consecuencia, se respira un clima de cervezada estudiantil,de matiné darketón en colegio de bomberos, en una loca academia de policías. ¿Alguien dijo club de Toby?Bromas aparte, la dominación masculina del entorno invoca al análisis de Freud sobre la homosexualidad latente detrás del exhibicionismo de la fuerza machista. Involuntariamente y sin querer queriendo, el tiempo parece retroceder hasta la época de Village People. Incluso, existe la oportunidad de refrescar la memoria del vocalista de Judas Priest, quien además de ser declaradamente gay, universalizó la moda sadomaso al combinar la indumentaria de cuero con la panoplia queer disponible en el lado rosa del Soho de Londres. 

 Por consiguiente, el desfile de botas, pantalones ceñidos ,camisitas ajustadas y correas de hierro enchapado, impresiona por su ostentosa uniformidad, al extremo de lucir como una fantasía, hecha realidad, de Omer Bretón. Mareas y mareas de pavosaurios invaden el espacio con su monocorde vestuario o su look retro de Chacaito en fase de decadencia ochentera.100% actitud pavosa.

La homogeneidad en el fashion, en la manera de vestir reconfirma la sospecha del carácter replicante de la faena en desarrollo. Por eso, el ritual de conversión para el recién llegado a la fiesta, implica el abandono de la vestimenta regular para asumir la pose convenida al adquirir la casaca oficial del encuentro. Por supuesto, el modelito incluye la imagen de la mascota de Megadeth, Vic Rattlehead, una suerte de plagio posnuclear de la calavera de Iron Maden, Eddie the Head.

Los chicos de la capital no sólo compran la franela como souvenir, sino como requisito para ingresar a la tierra prometida. De lo contrario, corren el riesgo de recibir las miradas asesinas de la intolerante concurrencia, ataviada rigurosamente para la ocasión. El monstruosismo kistch impone la norma de etiqueta y subraya el estado de excepción. La estética freak apenas mueve a la risa y si acaso revela la profundad candidez de la impostura general. De repente, una hermosa chica, sobrecargada de accesorios burtonianos, irrumpe en la escena y despierta una pequeña emoción de multitudes, a golpe de aullidos y mensajes regetoneros a viva voz.Las máscaras de solemnidad vuelven a caer en medio de una situación carnavalesca con visos de película militar y de comedia carcelaria, donde la intempestiva visita de una dama de la vida alegre pone a temblar a la tropa como en la secuencia de las conejitas Playboy en “Apocalipsis Now” de Francis Ford Copolla. Será la única mujer en 50 metros a la redonda. La divertida saga de “Meet The Spartans”, parodia de “300”, continúa. Una cuadra más allá, el show de la incoherencia pica y se extiende hasta llegar a los dominios de “Mc Donalds”. La octava edad del rock ha comenzado: el período Super Size Me. Dos imágenes lo desnudan. Primero, una larga fila de melenudos con acné, esperando pacientemente para ser atendidos por las entusiastas cajeras de la franquicia de los arcos dorados. Segundo, una parejita comegatuna, pasada de hora y de edad, matándose el hambre con sendos combos de hamburguesa en el sector del parque infantil. Así es imposible tomarse en serio el resto de la velada.

Por tanto, los invitamos a disfrutar de los demás contornos del disparatado menú.

El combo principal de la noche lo ofrece el consorcio invitado para clausurar el pan y circo del GilmanFest, Megadeth, una compañía de rock antisistema y antibush vendida al mejor postor. Usted pone la plata y ellos hacen el resto, como Chino y Nacho.  Por decir algo, en el 2005 tocaron para la Pepsi Cola en Argentina y en el 2008 son traídos a Venezuela por  cortesía de la renta petrolera, inflada por la guerra de Irak.De ahí la progresiva dulcificación, el pragmático aligeramiento de su repertorio pesado y de su puesta en escena(deslastrada de los excesos, de las improvisaciones y de los sacrilegios del ayer). De hecho, Megadeth brinda en el siglo XXI funciones tan prolijas, calculadas, antisépticas, serializadas y prefabricas como las de “Somos tu y yo”, “Walt Disney World on Ice”, “R.B.D.”, “Malanga”, “Caramelos de Cianuro” y “Soda Stereo”. Gracias totales a la Alcaldía Mayor, como diría Calle Trece. Atrévete-te-te, salte del closet…

Análogamente, los contratos de Megadeth son famosos por sus estrictas cláusulas y por sus especuladores arreglos.

Al igual que una miniteca o un disc play, Dave Mustaine suena por cuotas de tiempo convenidas con antelación. Negocia los minutos, el grosor de la lista de temas y los regresos de despedida. En Valencia, por ejemplo, Megadeth despachó el equivalente a una cajita feliz. En dos platos, los integrantes del grupo se condujeron por cronometro y por piloto automático durante hora y media, con breves pausas de interacción demagógica con el público a través de una retahíla de lugares comunes: los queremos, son lo máximo, nos encanta su país, regresaremos pronto y hasta hacemos el esfuerzo de hablarles “un poquito de español”.Semejante benevolencia, semejante hipocresía se contrapone a un episodio acontecido detrás de cámaras: por la lluvia se retrasó el itinerario del concierto, pero Mustaine se negó a cambiar la hora del toque para desgracia de los teloneros vernáculos.

Aun así, la concurrencia celebró con una tragicómica ovación la mala noticia para la pobre gente de Arkangel y Resistencia, quienes se conformaron con subir a tarima y saludar rápidamente a sus incondicionales de la audiencia.

Otro momento divertido ocurrió cuando bajaron la bandera pirata del Gilmanfest contra la guerra, desplegada en el proscenio, para izar el pabellón internacional de Megadeth ante los aplausos de las barras bravas.

En cuanto al contexto general del suceso, traigo a colación las duras reflexiones del estimado Manú Cáceres, asiduo colaborador de panfletonegro.com: El Gillmanfest es parte un proceso de captación y posterior domesticación de las subculturas juveniles urbanas por parte de la llamada “Revolución” bolivariana, en este caso la del Heavy Metal. En el mismo sentido en que las misiones fueron un instrumento oficialista de captación de votos de sectores pobres carentes de educación (Mision Robinson, Ribas, Sucre, etc), empleo (Mision Vuelvan Caras), etc., o los festivales y marchas Gay organizadas por Juan Barreto para ganarse a la comunidad homosexual.Una avalancha de Gramcianismo tropical, una manipulación de las necesidades de los sectores excluidos. Puro marketing “bolivariano” para posicionar su decaída marca entre los sectores juveniles irreverentes. Aunque el resultado no ha sido el esperado por estos aprendices cuartomundistas de Goebbels.

      La reducida asistencia al concierto habla por sí sola. Finalmente, a las siete y cuarto arrancó la descarga Belmont de Megadeth.De inmediato y sin mediar palabra, encadenaron tres canciones seguidas en forma de popurrí para ganarle la carrera a las manecillas del reloj.De entrada, el sonido fue un verdadero desastre, una estafa denunciada por la zona caldeada de la olla.Sin embargo, Mustaine seguía tocando como si nada.

 

Desde lejos, el panorama era aun más desolador para quienes coleccionamos sus placas en vivo y en estudio. Megadeth se escuchaba mal y se veía del tamaño de una grabación de celular proyectada en youtube, con iguales problemas de acústica. El efecto Karaeoke retumbaba en el inconsciente colectivo, al instante de corear los clásicos de “Rust in Pace” , perfectamente ejecutados por los eternos rivales de Metallica, en una relación amor y odio de larga data a la usanza de Los Rolling Stones versus Los Beatles. Según la leyenda, Mustaine funda a Megadeth por venganza al ser arrojado al cesto de la white trash por los implacables amos y señores de Metallica, enemigos declarados de Napster y defensores a ultranza del derecho de autor. A su lado, Mustaine es un niño de pecho, como se demostró en el brillante documental “Some Kind of Monster”, el making off de “Saint Anger” de Metallica.

Allí, en una escena clave del largometraje, descubrimos el lado humano y el talón de Aquiles de Mustaine en una sesión de terapia con el implacable baterista de Metallica,Lars Ulrich, para limar sus asperezas. Lars apenas pudo responder a los llorosos reclamos de Mustaine, por haber sido botado de Metallica cual aprendiz de Donald Trump. Es en esos momentos cuando nos reconciliamos con Megadeth,justificamos el desprecio por Metallica, y entendemos el melodrama del atormentado Mustaine, cuya experiencia de descenso a los infiernos y posterior resurrección triunfadora, compensa sus innumerables debilidades por el dinero, el egocentrismo, el lujo y la atención mediática. El culto a la personalidad en la era del vacío.

 

Quizás una postal de su concierto en Valencia pueda exponerlo en toda su gloria y en toda su ruina. Inesperadamente, al fondo se cuela el preludio de “Sinfonía de la Destrucción”, el canto del cisne del vocalista pelirrojo, la única pegadita de Megadeth en la radio nacional, una brillante alegoría política sobre la alienación y un involuntario retrato del estado actual de David Mustaine como “Master of Puppets” ,como operador carismático de los hilos del poder.Acto seguido, el público entona al unísono la letra de la canción, con un fervor y un delirio de magnitudes épicas. Imagínense la pasión por el himno nacional multiplicada por quince. A confesión de partes, relevo de pruebas:                      

Tú tomas a un hombre mortal,

Y lo pones en control,

Míralo volverse un dios, 

Mire a la gente encabezar un rol un rol… 

Simplemente como los píos del Flautista

 Las ratas son llevadas a través de las calles

 Nosotros bailamos como marionetas, 

Balanceándose con la Sinfonía De la destrucción…        

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