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El automóvil azul turquesa

Segunda entrega… y queda un chorrito más

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Me gusta el alcohol porque todo parece ir más rápido.
Beber no cambia nada. Cambia todo. La pradera verde con florcitas amarillas. Las acampadas en la playa, las charlas, los paseos a la tarde, las risas, las invitaciones a comer…las sesiones de cine porno. Que más, hubo más pero qué.
Nos hemos quedado sin licor. Y Lalo va a sacar algo de su casa. Tiene una grabadora con toca cd que podemos empeñar en la licorería. Tiene un reloj citizen que le regaló su papá el día de su boda. A mí se me acabaron las reservas. Lo que me queda son unos cigarrillos húmedos de la noche anterior. Y el sentimiento muerto por Nancy.
Nos ponemos las camisetas y salimos del cuarto. Mientras bajamos las escaleras nos encontramos con la dueña del edificio.
-Joven Jimi –dice-. Y antes de que continúe con su sarta de quejas Lalo indica: Te espero en la esquina, el aire huele a mierda y empiezo a tener ganas de vomitar.
La vieja se hace la desentendida. Sabe que si quiere lograr algo no tiene porque rebajarse con un mamarracho.
-Mire –dice cuando Lalo se pierde por las escaleras-. Usted me está hartando, le he explicado claramente que no quiero que venga a la madrugada haciendo escándalos. Ya los otros vecinos me están reclamando. La próxima vez va encontrar sus cachivaches en el patio, me importa un rábano si paga o no la renta. Qué se ha creído, que estos es un prostíbulo. Y dígale a su amigo Francisco o como se llame que deje de rondar mi casa porque ya mi marido contrato unos tipos para que lo golpeen. Mi hija es una señorita decente, jamás se fijaría en un rastrero mantenido, muerto de hambre, además me he enterado que está casado. Adviértale que se ande con cuidado porque mi marido no anda con juegos.
Después de su discurso belicoso sube las escaleras meneando su gordo culo en búsqueda de rollos de dinero que lo embutan.
Lalo me esta esperando en la esquina.
-La vieja dice que su marido ha contratado unos tipos para que te den una paliza –le digo-.
-Y tú ya te asustaste cabrón. Esa vieja y su marido pueden hacer lo que les de la gana. Nada va impedir que a Mariela le ponga la verga donde se debe.
-Nancy dijo que su papá me va a ser meter preso –le digo.
-No seas imbécil, bajo que cargo.
-Acoso, supongo.
-Ok –dice y escupe un gargajo sanguinolento, que queda colgado en una pared blanca como una campanilla.
Llegamos a casa de Lalo y sacamos la grabadora. Por suerte no encontramos a nadie así que podemos llevarnos también un cartón de cigarrillos extranjeros de una marca infumable, que un tío de Lalo le envía a su papá desde Holanda. Nos ponemos de acuerdo y decidimos no tomar fuerte sino aplicar los frenos con cerveza. Así que vamos al bar de Doña Lourdes, que abre desde las 10 de la mañana. Parecemos un par de ex convictos que no han dormido ni comido en años. Somos dos guiñapos ambulantes. Y las muchachas que atienden el bar saben muy bien nuestras historias.
-Cuantas cervezas nos da por esto Doña –pregunta Lalo, mostrando los cigarrillos y la grabadora. Mientras Lalo negocia con Doña Lourdes yo flirteo de forma obscena con Niki. Tiene ojos verdes y un cuerpo de estrella porno. Es una especie de hija adoptiva de Doña Lourdes, y la usa para llenar el local. Lleva una blusa pegada y sin mangas y unos jeans ajustados y a la cadera. Siempre espero que me acompañe, pero ella revolotea de mesa en mesa buscando el néctar de los bolsillos de borracho.
Esta vez esta sola.
-Que vas a hacer esta noche –le digo.
-Trabajar, que más.
– Me refiero a cuando salgas de aquí.
-Dormir.
-Que tal si te vienes conmigo –le propongo.
-Hoy vas a quedar para recogerte con pala –se ríe.
-No pienses eso, tu cuerpo me llena de energía.
-Niki –grita Doña Lourdes- quiero que me compres algo.
-Disculpa –dice y se raja.
Lalo se acerca con dos botellas de cerveza y una cajetilla de mallboro rojo.
-Jimi, deja de fastidiar a la niña –dice. Doña Lourdes no va a volver a dejarnos entrar.
Lo ayudo con una botella y buscamos una mesa que da a la calle.
-Niki está que bota chispa –le digo.
-No sé, no me gustan tan culonas.
-Un poco de carne para agarrar no cae mal.
-No desperdiciemos el tiempo –dice-.Tenemos dos cajones de cerveza que someter.
-Sólo dos.
-Lo tomaba o dejaba, la vieja me anuló las opciones.
-Eres un pésimo negociante Lalo. Por lo mismo eres un pésimo poeta.
-No hables guevadas y toma.
A medida que avanzamos con las cervezas dejamos de conversar y Nancy se mete en mi sistema y hay peligro de corto circuito.
No entiendo bien lo que pasa con Nancy. Supongo que es lo de siempre, querer enterrárselo hasta el alma, pero chocar solo contra un vacío oscuro. Querer marcar una cicatriz penetrante pero ver apenas rasguños inofensivos. Yo quiero amarla salvajemente. Meterme tan hondo como pueda pero ella se sostiene ante su vida cómoda, luminosa. Yo quiero mostrarle el abismo, la otra cara. Hacerla entender que no hay amor sino duele, y ella se enfrasca en la monotonía y la obviedad. Horribles padres que le han enseñado a aceptar el mundo como es. No se atreve a abrir la puerta y caminar por el pasillo. Dentro hay ventanas rotas, vigas podridas, un asesino melancólico, hay cuchillos y veneno y canciones de amor. Hay fuego y brisa de mar, litros de alcohol. Un niño lleno de traumas luchando contra la oscuridad. Y estoy yo, la mejor parte de mí, de pie ante todos esos escombros, diciéndole que la amo como un demente. Pero para ella lo mejor de mí, no es bastante. Ella permanece ajena, salvada por lo cotidiano, preocupada por mi salud mental. Se aleja entre el polvo, haciendo roncar el motor de su automóvil azul turquesa.

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