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Néstor Mendoza – Pedagogía libertina (Efebofilia en el tocador)

 
*Arte por Francis Denis
 

Leí por primera vez La filosofía en el tocador a los 18 años. Era estudiante universitario, con parca experiencia amorosa. En ese tiempo, sentía inclinación por las corrientes filosóficas. Dos asignaturas me tentaban especialmente: Filosofía de la Educación y Ética del Docente. Cada clase era un constante debate ontológico; por una parte, las orientaciones incisivas de los profesores; y por otra, mis inquietudes elementales. Recuerdo la sobria y pasmosa serenidad de uno de ellos, sus preguntas que dejaban mal parado a cualquiera. Aquella vez en que me hizo enterrar mi cabeza en el escritorio por una respuesta liviana en torno a la fe religiosa. Sin darme cuenta, ese profesor de Filosofía nos enseñó que, además de la conciencia filosófica, debe existir una conciencia política y moral (“Lean la Biblia, lean la Constitución”, nos decía). Es decir, reflexión abierta y no militancia miope.

Roxana (una compañera de clases) y yo nos reuníamos un día a la semana para filosofar: en un cuaderno anotábamos algunos principios básicos y dábamos nuestros argumentos. Intercambiábamos lecturas, citas y proyectos futuros; por ejemplo, abandonar la carrera de Educación y estudiar Filosofía en la UCV. Queríamos confrontar ideas: el pensamiento y las diatribas existenciales. Todo esto se afianzó en el 2003, durante las clases de la profesora Marelis Loreto Amoretti: su cara sin maquillaje, pelo claro y lacio, joven y menuda. Marelis caminaba de un extremo a otro del salón, casi siempre mirando al piso, y nos hablaba sobre la importancia de la polis y del ágora.

En ese semestre leímos Frankenstein, El extranjero, El príncipe, El perfume, La filosofía en el tocador y los diálogos platónicos; discutíamos sobre el Ser, el deber ser, la moral provisional, la ética, el imperativo categórico, el hedonismo, los presocráticos, Nietzsche y Kierkegaard. Era una pequeña cofradía congregada en un salón aislado, todos los jueves a las 7:00 am.

Conocer al Marqués de Sade a los 18 años, con pudor y asombro sexual, desmitifica ciertos mitos alrededor del ejercicio de la escritura. La filosofía en el tocador es una obra sin prohibiciones: es la suma de la perversión. Todo es descrito minuciosamente y las imágenes son ráfagas de realismo. Es la historia de la virgen Eugenia y sus primeras lecciones de libertinaje.

Eugenia se inicia en los bajos placeres con dos grandes maestros de la sordidez: Madame Saint-Ange y Dolmancé: “Dolmancé y yo meteremos en esa linda cabecita todos los principios del libertinaje más desenfrenado, la abrasaremos con nuestros fuegos, la alimentaremos con nuestra filosofía, la inspiraremos nuestros deseos…”. Eugenia tiene quince años, cabellos castaños “que le bajan hasta las nalgas”, tez blanca, boca pequeña y es “alta para su edad”. La descripción que hace uno de los personajes no se aleja mucho del idealismo renacentista, aunque con un énfasis sexual evidente. En La filosofía en el tocador hay un desfile de posturas en mil sentidos distintos, perversiones, tríos amorosos, ensayos voluptuosos, sadomasoquistas y parafílicos. En los actos abundan los detalles. Dolmancé admira a Eugenia desde atrás: “¡Vive Dios, qué relleno y qué frescura, cuánto brillo y elegancia!… ¡Jamás vi uno tan hermoso!”.

La filosofía en el tocador es un texto provocador, que cuestiona los preceptos morales de la sociedad francesa del siglo XVIII. La misma sociedad que juzga moralmente de día y se entrega a los placeres y excesos nocturnos. La erupción sexual de esta obra colma la percepción sensorial. Nada, o casi nada, es sugerido: todo se muestra plenamente; no hay muros religiosos, recato o pudor. Pese a esto, hay momentos de gran fuerza figurada: “…vistámonos estas túnicas de gasa: de nuestros atractivos sólo velarán aquello que hay que ocultar al deseo”. El Marqués de Sade ruboriza y compite con los medios audiovisuales actuales. Mezcla la excitación y el asombro descarnado. Por eso Madame Saint-Ange insiste, pedagógicamente: “¡Bien, mirad, heme aquí completamente desnuda: disertad sobre mí cuanto queráis!”.

Fuente original: http://colectivorionegro.cl/columnistas/?p=357

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