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El Imperio del sentimiento

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El escenario político del país se ha transformado radicalmente durante el último mes. Después de la muerte de Chávez, el oficialismo ha introducido elementos mítico-religiosos que han convertido al chavismo en algo más parecido a una secta que a un partido político. No es sólo una estrategia electoral. Evidentemente, Maduro va a intentar ganar la presidencia elevado por el mito de Chávez, pero la figura del líder inmortal también se está erigiendo como garantía para el futuro. La idea es que Chávez sea el Gran Hermano omnisciente que desde el más allá supervise los avances de la «revolución».

Las declaraciones de Isaías Rodríguez, los escapularios, los altares y el cuento de Maduro con el pajarito son algunos de los elementos de una estrategia a largo plazo con dos objetivos principales: que Chávez gane las elecciones y que consolide la permanencia del proceso. Adicionalmente, se han introducido otros símbolos para estrechar los lazos emocionales del chavismo con Maduro, construyendo, igual que antes se hizo con Chávez, una relación netamente carismática. Con esto buscan que la gente sienta y no piense, que el voto sea emocional y no racional. Por supuesto, repite el logo de la campaña anterior, un corazón.

Durante este mes de campaña Maduro ha presentado El «baile de la obsesión», el rap y la maldición de Macarapana. Lo más preocupante es que la gente parece estar respondiendo a esto. A la masa le encanta la repetición y la risa. Esto no es nuevo, alrededor del mundo la política es pasional y personalista, los líderes son elegidos por las emociones que despiertan en las personas. La mayoría no vota por ideologías, valores o sistemas. En mi opinión, este fenómeno es particularmente fuerte en países latinoamericanos pero eso es tema para otro momento.

Una de las consecuencias (hay muchas y muy graves) de este irracionalismo místico es que el pueblo chavista se encuentra encapsulado, completa y absolutamente impenetrable frente a los argumentos que Capriles y la oposición pueden darles, inoculados contra toda lógica. No hay comunicación, no existe el debate. Son dos realidades alternas, dos universos paralelos que no tienen punto de contacto.

Capriles ha intentado construir puentes desesperadamente, pero hasta ahora no parece haberlo conseguido. Él sabe, y nosotros deberíamos saberlo también, que los votos de Octubre no son suficientes para ganar las elecciones. La respuesta tampoco está en la abstención, que probablemente va a aumentar en relación a las presidenciales de octubre. La clave está en el chavismo, en convencer a cientos de miles en un par de semanas. ¿Es posible? Cualquier cosa es posible, pero en las condiciones actuales es muy difícil.

La maquinaria comunicacional del gobierno, comparada con la presencia casi nula en televisión que tiene Capriles, representa una gran desventaja. La mayoría del pueblo no tiene cuenta de Twitter ni perfil en Facebook, estas elecciones no se van a decidir por la influencia de Internet.

¿Qué hacer entonces? Parece que no hay tiempo ni recursos para hacer mucho más de lo que ya se está haciendo. El único elemento multiplicador disponible es el activismo ciudadano, pero fuera de la presencia en las redes sociales no se observan movilizaciones importantes. Habrá que ver en dos semanas el alcance real que tuvieron eventos como el del 5 de Abril con un grupo importante de artistas que se oponen al gobierno, pero la sensación es que nuevamente van a quedarse cortos.

Esto no es una crítica, es algo más parecido a un desahogo. Mientras veía el segmento que prepararon Laureano Márquez y Emilio Lovera, con un humor inteligente que intenta hacer pensar a la gente para que votar sea un acto de convicción y argumentos, dije: Qué lástima, la mayoría del país no está preparada para esto. Prefieren bailar, reírse, odiar al imperio y reconocerse en Chávez.

He conversado con algunos abstencionistas radicales, entre ellos hay quienes no han votado en más de 20 o 30 años. Dicen que la democracia es un engaño, que no funciona porque la gente no está capacitada para elegir, que es más fácil manipular a la masa para que elija lo que alguien más quiere que enseñarla a pensar y a asumir la responsabilidad de su propio destino. Los griegos eran superiores, dicen, sobrestimaron la condición humana.

Recuerdo a Dostoyevski y a El Gran Inquisidor. Pienso en el Mesías prisionero, juzgado y condenado por desconocer a su propia creación, por exigir demasiado a los hombres y abandonarlos a la suerte de sus propias limitaciones. Parece que en realidad la democracia se parece más a un dejarse arrastrar por las decisiones de las mayorías que imponen sus tiranías, mientras pasivamente intentamos resistir con un voto que se acerca más a la resignación que a la elección.

Borges (Jorge Luis, no Julio) escribió que algún día los hombres se merecerían no tener gobiernos, creo que fue uno de sus mayores disparates. La sabiduría popular, mucho más simple y desencantada, nos conoce mejor y en cambio dice que cada pueblo tiene el gobierno que se merece. Lamentablemente es así.

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