panfletonegro

En Venezuela el teatro se llama degradación

mimi.jpg 

Se cierra el telón, se abre el telón y aparece Mimí Lazo con una malla de licra a cuerpo entero, recitando un monólogo de Mónica Montañes. El Aplauso va por dentro.

Se cierra el telón, se abre el telón y aparece Luis Fernández echado sobre un sofa en plan de divo arrogante, declamando un pasaje escrito por él mismo. No eres tu, soy yo.  

Se cierra el telón, se abre el telón y aparece Luke Grande disfrazado de Judas,el traidor, mientras entona una balada rock mal doblada al español.Jesucristo Superestrella. 

¿Cómo se llama la obra? “Bienvenido a la destrucción cultural del teatro en Venezuela”.

 

Hagamos ahora un repaso por su ficha técnica. En el apartado de los actores, debemos imputar a los siguientes responsables por la autoría conjunta de semejante descalabro: Ana María Simon, Pastor Oviedo, Gustavo Rodríguez, Carlota Sosa, Haydee Balza, Wilmer Ramírez, Nacho Huett, Carlos Omobono,Simón Pestana, Iván Tamayo y un largo etcétera. Todos ustedes, cuerda de bandidos, son cómplices del crimen. Sin embargo, todos ustedes apenas llegan al rango de marionetas. Por tanto, deben ser enjuiciados como tales, por un delito menor pero grande en su escala.

Por ende, es el momento de revisar el listado de los promotores intelectuales del atentado: Javier Vidal, Héctor Manrique, Michel Haussman, Mario Sudano,Viviana Gibelli, Mariela Romero, Guillermito González, Carmencita Ramia, Solveigh Hoojestein, la familia Cohen, la familia Escalona y pare usted de contar homicidas turbocapitalistas del proscenio.

De hecho, ellos cometen la fechoría con total alevosía en pro de sus oscuros intereses comerciales. Para mí, son igual de ladrones, igual de rastreros, son el equivalente refinado de una pandilla de capriceros, de guapetones de barrio, prestos a disparar por puro afán de lucro, sin compasión y sin miramientos, bajo la obvia colaboración de las autoridades competentes en materia de difusión y producción de eventos. Léase desde políticos de la clase dirigente, hasta la cámara de representes municipales, por no reparar en la abierta contribución del inmundo, ignorante y complaciente público de la república boliburguesa, cuyo respaldo incondicional garantiza la perpetuación del estado de impunidad sobre las tablas de Venezuela.

 

Con la maestra Ximena, vengo tomando nota del asunto en medios de comunicación, y nadie nos hace caso, nadie nos quiere publicar, nadie nos quiere dar tribuna.Ni en radio, prensa y televisión. Hemos intentado denunciar el tema en revistas, pretendidamente serias, y sus editores prefieren evadir la discusión, so pena de buscarse mayores problemas.Por un lado, dicen defender la libertad de expresión; por el otro, nos condenan a la censura y a la exclusión cuando osamos a poner el dedo en la llaga del cadáver putrefacto de la escena nacional.

La razón para silenciarnos es evidente: darle espacio al debate, pondría en juego su negocio redondo con los anunciantes y patrocinantes del aborrecible teatro nacional. De igual modo, comprometería a la lectoría, en su visión maniquea de la realidad contemporánea, según la cual, existen dos formas de cultura: una fea, la del gobierno, y una bonita y chévere, la impulsada por la oposición. Pero nada más falso. Ambas son las dos caras de una misma moneda de corrupción y de expresión de la progresiva tragedia caraqueña, de nuestra progresiva deshumanización.Y como nosotros rechazamos el esquema binario y señalamos con el dedo a los agresores y a los sospechosos habituales con nombre y apellido, somos marginados, somos relegados, somos rechazados, somos apartados de las gloriosas páginas de la izquierda y la derecha. Sin embargo, el esfuerzo por acallarnos carece de sentido y es en vano, porque aquí venimos, aunque sea en internet, a romper con el celofán del mutismo, a drenar lo abiertamente aplacado y contenido por el muro ideológico del colegio nacional periodistas. Otro hermoso órgano a favor de la muerte anunciada del teatro criollo. Desde aquí, los retamos a respondernos, pila de cobardes.  

 

Por su parte, las instituciones encargadas de velar por el derecho a un teatro de calidad, tampoco ayudan, desde el Celarg hasta el Teresa Carreño, pasando por el Ateneo del Hatillo y terminando en el caduco Trasnocho Cultural, donde sus directivas y directores cierran el paso a cualquier iniciativa experimental, poco rentable en términos económicos, para acabar favoreciendo a la eterna rosca farandulera de los mercaderes del gremio.

 

Así pues, mientras el Trasnocho Cultural le cierra sus puertas a grupos y proyectos alternativos, le da carta blanca a cuanto desastre se le ocurre a Héctor Manrique, porque el hombre garantiza flujo de caja. No en balde, viene de estrenar, junto con Carolina Rincón, su desastre de adaptación del no menos anacrónico texto de Vargas Llosa, “Al Pie del Támesis”, a beneficio de los bolsillos del grupo Actoral Ochenta. Un timo avalado por la presencia del propio escritor peruano, quien fue importado por algunas horas para darle el visto bueno a la pieza de marras. Según la prensa oficial, el frustrado candidato presidencial y novelista de la esterilidad conservadora, aprovechó la ocasión para comer arepas con Manrique y Fabiola Colmenares, en compañía de dinosaurios de la talla de Teodoro, Manuel Caballero y compañía. Todo un mal síntoma del devenir del teatro nacional.

 

Conceptual y formalmente, el cuadro lejos de mejorar, empeora. En términos genéricos, abundan las comedias de medio pelo , los melodramas reaccionarios y las obritas infantiles. Pero la regla es el trillado esquema de la pequeña farsa de cámara, según el patrón argentino y mejicano de la revista de variedades. Es decir, la negación absoluta del teatro de investigación, de análisis y de confrontación. En lugar de ello, reina la complacencia del argumento convencional de baja definición, resignado ante el compromiso de la risa fácil y el chistecito grueso, para consentir y masajear el ego populista del respetable en su grado cero de amplitud intelectual.

 

Los guiones pecan de superficiales y exigen lo mínimo para ser decodificados por la audiencia. Se evade olímpicamente la realidad del país, y cuando se la afronta, el resultado sigue siendo fallido y desolador, al optar por la salida rápida del moralismo, el estereotipo, el maniqueísmo y la miserable parcialidad política de nuestros días, a favor o en contra del proceso, como en el caso de “Yo Soy Carlos Marx”, supuesta alegoría antichavista, o del musical rojo rojito “A Barrio Vivo”, socorrida reivindicación del coraje cultural del pueblo. Meras propuestas reduccionistas y oportunistas, orquestadas para sacar partido económico e ideológico de la situación vigente. Nadie se plantea una obra diferente y a la inversa del cerrado dilema contemporáneo.

 

En el plano de la puesta en escena, los montajes hacen gala y derrochan escasez de ideas, invirtiendo solo en lo estrictamente necesario y demostrando la incapacidad para compensar la ausencia de presupuesto. Se utiliza a la crisis como pretexto y como excusa para justificar la austeridad de medios, aunque al final se prefiera ahorrar el dinero para incrementar el índice de recaudación a repartir entre los involucrados.

De ahí la búsqueda pragmática por reproducir monólogos a diestra y siniestra, o en su defecto, conversaciones banales y costumbristas a cuatro bandas en un escenario desnudo. Por desgracia, la austeridad de nuestro teatro de costumbres jamás deriva en una meditación formal y estética a la manera de Bertold Bretch. En cambio, la norma es hacerlo al estilo del cartón piedra del grupo Rajatabla.

 

En cuanto a las actuaciones, ni hablar. Las actuaciones brillan por su ausencia. La carencia formativa impone la sobreactuación o la subactuación insegura, ante la nula exigencia de los directores, cuya verdadera preocupación radica en incorporar a la última vedette del horario estelar en sus filas protagónicas, para ganar más efectivo por concepto de taquilla.

De tal modo, caemos en un círculo vicioso, donde la necesidad de sobrevivir obliga a pactar con el diablo de la frivolidad mediática. Por ello, Winston Vallenilla puede convertirse tranquilamente en el monarca, en el soberano imbatible del teatro musical, con su disfraz de “Hércules”.

 

Al mismo tiempo, Fabiola Colmenares puede hacer lo propio con “Los Productores”, aun cuando sus dotes como cantante y bailarina sean tan poco elocuentes y encomiables como los del inconsistente Roque Valero.

De igual manera, Michael Haussmann logra catapultarse y erigirse en el semidios de la opereta criolla,tipo Broadway de Chacaíto, gracias al consenso y al concurso de un país de ciegos, atolondrados y oligofrénicos.

 

El encumbramiento de Michael Hausmman certifica la mala hora del teatro criollo, y la emergencia de una nueva mafia especulativa dentro del gremio. Por algo, Michael Hausmman delega sus responsabilidades en otros hombros, como los de Luz Urdaneta, para dedicarse al oficio de alimentar su ego delante de la prensa, a costa del esfuerzo ajeno. Por supuesto, no pasa de ser otra rémora intelectual de la cultura foránea, condenada a repetir, a destiempo, formatos ya procesados en el extranjero. Por consiguiente, es el gemelo teatral del dueño de la franquicia Graffiti, acusado de contrabandear mercancía de segunda.En paralelo, su sed de prestigio y de reconocimiento lo lleva a desconocer y minimizar la labor de sus incondicionales, creyéndose con el derecho de encabezar la ficha técnica de los créditos, porque él paga los salarios de hambre, cobra las entradas(a precios inflados) y se da los vueltos.

 

Para rematar la historia, el bodrio de “Visa para un Sueño” amenaza con destronar o pelearle el puesto de liderato al equipo de Michael Hausmman.

“Visa para un Sueño” es un musical sobre la odisea mayamera y gusana de Raúl González, el de Chamokropolis, en su búsqueda material, espiritual y existencial del sueño americano. Vaya imbecilidad, vaya mediocridad, vaya apuesta chabacana y mercantilista a lo Sábado Sensacional, legitimada hasta por las primeras planas de los cuerpos de cultura de la gran prensa nacional. Así de enorme es la degradación del teatro nacional.

 

Frente a ello, sólo nos queda ofrecer resistencia y llamar al completo boicot. Es el momento de sumarnos a la conspiración del aguante o de tomar las tablas por asalto. Tu decides ,mi pana.Lo otro es cruzarse de brazos y aguardar por la hecatombe en el marco la Quinta República. Al final y después de todo, el socialismo del siglo XXI es puro teatro. 

 

 

Salir de la versión móvil