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Emotion in motion

-Fanny Díaz
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   A Sergei le entretiene hablar conmigo cuando vuelvo por las tardes, contenta de tener casa. Allí está, todo el día, a la puerta de nuestro edificio de alquiler regulado; “un portero de lujo”, alcanzo a entenderle en su lengua rebelde a nuevos vocablos. Dice que le gusta mi inglés, que casi no entiende, salpicado de erres caribeñas y, según él, algún dejo “francés” que le da distinción a mi acento. Se empeña en largos y con frecuencia infructíferos interrogatorios desde que supo que vengo de “por allá”, de donde crecen las frutas todo el año y siempre hay sol.

   Cuando era niño quería ir al sur porque creía que ahí las manzanas se daban durante todo el año mientras en su pueblo sólo tenían durante tres meses. Le cuento que no hay manzanas de donde yo vengo, que hay que traerlas de lejos, que las manzanitas criollas parecen siempre tristes como en un cuento. Si conocieras la guanábana nunca más pensarías que fuimos expulsados del paraíso por cualquier otra fruta. Y si te paras frente al Ávila una tarde de junio, sabrás que en realidad nunca fuimos expulsados. ¿Entonces qué haces en este barrio oscuro, poblado de viejitas melancólicas y comidas de nombres impronunciables? Todos vivimos nuestro éxodo particular, Sergei. Unamuno dice que “...hay que viajar, por fotofobia, para huir de cada lugar, no buscando aquel al que se va, sino escapándose de aquel de donde se parte”. Yo digo que algunos nunca dejamos nuestro lugar de origen, sólo queremos ir hacia nuevos lugares. Siempre quise viajar, darle la vuelta al mundo de ochenta formas, dice. Hay gente que nunca ha salido de su pueblo, digo. Hay gente que nunca podrá salir de su isla, dice. Enmanuel Kant, digo, nunca salió de su pueblo y rompió el mundo con puro pensamiento. Sonríe, no sin ironía. La diferencia entre Kant y el resto del mundo es que él eligió quedarse en un solo lugar. Los demás, tendremos que conformarnos con la grandeza del deseo. ¿Por qué hay gente, como tú por ejemplo, que defienden vidas que jamás vivirían? ¿Me habla a mí, que no soy capaz de defender más nada que esta necesidad de ir de un lugar a otro? Me gusta la sensación de estar de paso, de ser tan verdaderamente uno contigo mismo que ya el entorno deje de importar. ¿O es más bien que el viaje produce ese milagro? Estar solo frente a tu historia. Desnudo ante ti mismo. De pronto todas las piezas de tu vida comienzan a encajar por obra de una calle desconocida.

   Regreso tras regreso, ahí siguen Sergei y sus preguntas. Sin pesadumbre, cree que si Lenin, “El Padre del Pueblo”, viviera, él no hubiera perdido su pierna a causa de Chernobyll, pero tampoco hubiera vivido el sueño de conocer otro mundo, ver el tránsito ajeno desde su puerta y hacer sentir a alguien que tiene casa a pesar de su éxodo o precisamente por él. Las circunstancias lo forzaron a elegir. Y esto, aunque sea una ilusión, sigue siendo el gran privilegio humano.



   

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