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El Terminal

Dir: Steven Spielberg. 2004.

De entrada, la idea resultaba de lo más atractiva: descubrir el absurdo burocrático y sistemático de cualquier aeropuerto, a partir del estallido de una situación incontrolable con un turista europeo, obligado a permanecer en el JFK por causas de índole política. De salida, el film termina siendo una gran decepción tanto estética como éticamente.

En efecto, habían razones de peso para esperar una comedia negrísima, muy física y hasta tatinesca, o cuando menos, una sátira ligerísima como Atrápame Sí Puedes, con un Tom Hanks en plan de hacerse el retonto, cual Forrest Gump.

Pero lo que nunca presentimos es que en la gran pantalla nos estaba aguardando la segunda parte de Cast Way, enteramente filmada en una Terminal, o en un Terminal (como decimos acá cuando vamos al nuevo circo), donde el naufrago ya no juega con Wilson y viaja con Fedex, sino que come Burger King, bebe gaseosas en Sbarro, guarda su memoria en una lata de Planters (osea, tiene un cerebro de maní), hace shopping en el Dutty Free, consume y engorda sin parar como una versión ingenua del hombre de Super Size Me, aprende inglés en menos tiempo de lo que se dice yes, flirtea con la azafata más guapa del no lugar, consigue trabajo y dinero de la misma forma en que Forrest Gump se convierte en el hombre más rico del planeta, le resuelve la vida a los demás como Amelie, acepta dócilmente perder su identidad para ganar su pase entrada al american dream, y todo sin salir de la isla, sin ni siquiera haber traspasado las fronteras del limbo administrativo. Y de lo que sucede de la puerta para allá, es decir, en el territorio de lo posible, es preferible callar. Sin embargo, sobre lo que sí valdría la pena conversar, largo y tendido, es del por qué Spielberg se esfuerza por encubrir, bajo un velo de colores chispeantes e incandescentes, las nuevas políticas represivas, instauradas a nivel aeroportuario por parte del departo de aduanas norteamericanas, a consecuencia del once de septiembre.

En cambio, el director prefiere brindar una imagen civilizada y democrática del sistema de terminales aéreos, en cuyo seno anidan personajes cuadrados, pero también, almas benévolas. Es decir, como en Sentencia Previa, el problema no es el estado o la regencia de gobierno, sino quienes se encargan de administrarlas. Lo contrario a la crudeza de Tiempos Modernos, Playtime, Metrópolis y Teléfono Rojo, donde los hombres, independientemente de su moral, eran simples engranajes de una maquinaría alienante, absolutamente kafkiana y obstaculizadora de los intercambios sociales.

Inversamente, El Terminal parece simplificar, después de todo, las comunicaciones entre las personas, sean o no de la misma raza. Por consiguiente, la película culmina en una inverosímil apología al melting pot, sin contradicción alguna. Y asimismo, la convivencia multiétnica se da por sentada en la imposible subtrama del matrimonio interracial o en la no menos insostenible relación entre Tom y Zeta Jones, bajo un ambiente peliculero de chico encuentra chica en el lugar menos indicado, con profusión de gags malogrados, como para despertar carcajadas de trámite en grupetes de recién conocidos. Panas Sí Hay, porque aquí todos somos amigos al sabor de la ICE. Y nos encanta echárnoslas de sabrosones, de pedrosos.

 Ahora bien, sabemos que Spielberg no era un garantía de buen humor, porque la farsa le sale tan gris como el amor rosa a la apesadumbrada escritora de la Flor de Mi Secreto. De hecho, sus fracasos más sonados de crítica se inscriben dentro del género que hizo famoso a Keaton. Es más, ninguno de sus sainetes han alcanzado la fortuna en taquilla que obtuvieron en el pasado, aventurillas como Jurasic Park, E.T.(phone home) e Indiana Jones.

También entendemos que el artesano con pretensiones de Kubrick, dirige films que se parecen cada vez más a un tema de U2, porque comienzan en alto, se pierden por la mitad y nunca se enderezan hacia el final, donde todo siempre se echa perder entre un mar de redundancias empalagosas, como en un happy ending del peor Frank Capra.

No olvidemos que el “midas de Hollywood” se reconoce como el fanático número uno de Qué Bello es Vivir, una cinta impecable hasta el principio de su forzado desenlace (para complacer a la censura del mercado), al igual que lo era Inteligencia Artificial hasta el momento en que el replicante era salvado de las aguas por unos amigos de E.T. (las especulaciones de la bolsa atacan de nuevo). Un despropósito tan mayúsculo como atreverse a concluir Rodrigo D No Futuro y Alemania Año Cero con un planote de una colchoneta que espera, como las sabanas de Soflan, por el impacto de dos jóvenes suicidas.

Finalmente reconocemos que el cineasta tiene sus méritos, y que cuenta con no pocos admiradores de renombre. Hablo de gente como David Suarez, quien en vida le dedicó un certero análisis a su Parque Jurásico. O de algunos chicos de la nueva guardia de Cahiers Du Cinema, una revista con mucha disposición a calificarlo de “autor”, para arriba y para abajo. O también de los amigos de El Amante Cine, quienes se deshicieron en elogios para criticar El Terminal.

En cualquier caso, sus opiniones son tan válidas como las nuestras, y unas se complementan con las otras, sin contrarrestarse. Así pues, y en definitiva, El Terminal no es el estudio antropológico sobre los no lugares, que nos vendieron por ahí, sino otro no lugar cinematográfico en la carrera de Spielberg, un rey en eso de envolver de trascendencia cualquier futilidad que toca.

Con menos ruido y autobombo,  el estreno de Las Mujeres Perfectas es un ejemplo de por dónde vienen los tiros de la comedia progresista americana; cuyo retroceso hacia las tendencias más retrógradas se presiente en una película como El Terminal, una cuña turística de dos horas que nos invita a dejarnos llevar por la magia de La Gran Manzana, pero no por la de las malas calles, sino por la de sus grandes avenidas, sus lujosos hoteles y sus atmósferas hedonistas de ficción. Una ilusión óptica reñida con la realidad y las circunstancias de una ciudad herida de muerte, que como Spielberg, ríe y celebra para no llorar por el pasado reciente. Es el cine no como sostén de la memoria, caso de la Lista de Schindler, sino como soporte de la evasión y del olvido. 

Hijo de gato, caza ratón

No tengo palabras para calificar y mucho menos para comprender cómo El CNAC tuvo la osadía de otorgar un financiamiento al hijo de José Ramón Novoa y Elia Schneider. Por dios, el niño tiene apenas 18 años, acaba de salir del bachillerato, ”pretende” estudiar derecho, y su gran experiencia consiste en “participar en la producción” de las películas de sus padres, así como en el hecho de “haber cursado estudios de cine en Estados Unidos”.

Imagínense la cantidad de viejos zorros, con el triple de méritos, descartados y descalificados por el jurado seleccionador, para coronar al sucesor de los creadores de Huelepega y Garimpeiros.

Según información concedida por el propio ente cultural, “se estudiaron 31 proyectos de cortometrajes listos para rodar, de los cuales el CNAC” acordó financiar la filmación de cinco: Cadena Reversible, de Joel Xavier Novoa; La librería, de Hernán Jabes; P.B. de Pedro Blanco Uribe; Yasmín, de Tuki Jencquel y Mi historia es Tu historia de María Verónica Zubillaga.

5 guiones aprobados de 31 introducidos. Por respeto profesional no mencionaré los nombres de los 26 derrotados por el mozalbete. Pero algo sí les digo: casi ninguno de ellos merecían perder en tan mala lid. Mucho más cuando el mismo año, durante el mismo concurso, se decide favorecer, en la categoría de “terminación de largometrajes”, a José Ramón Novoa por su película El Don. Es decir, la misma familia pego dos kinos en un mismo sorteo. Dos de dos. Todas las de ganar en un solo juego. Una probabilidad teóricamente imposible y éticamente indecorosa.

Anticipándose a las acusaciones por tráfico de influencias o por otras dudas razonables, el joven ganador repite con insistencia un alegato de abogado defensor cuando se le invita a declarar en medios de comunicación: la verdad es que metí el corto en el concurso sin decirle nada a mi mamá. Por favor…

Naturalmente, nadie ha levantado su voz de protesta ante uno de los peores fraudes de la historia del cine nacional. Todos prefieren callar, por complicidad, por seguir chupando de la tetica, sin parar y hasta dejarla bien sequita.

Este hecho consagra a la gestión de Juan Carlos Lossada como una de las más cuestionables de los últimos tiempos. La raya que le faltaba al CNAC para terminar de convertirse en un Centro Nacional de Amigos Cinematográficos; un punto de referencia para el mundo del clientelismo, el nepotismo y el envilecimiento institucional.

En último caso, recompensar a Cadena Reversible significa darle continuidad a nuestra monotonía cinematográfica, permitiendo su conversión en manierismo y en hegemonía. Larga vida al reinado y a la rosca de los elegidos de siempre.

 

Before Sunset

Dir.: Richard Linklater. 2004.

I

Da la impresión de ser una comedia romántica del montón. Una de chico reencuentra a chica, por casualidades de la vida. Una de “donde hubo fuego, cenizas quedan”, porque así lo decreta Her Arquímides Rivero y Leonardo Padrón.

Sin embargo, Antes del Atardecer no es todo eso y mucho más, por una simple razón: la dirige el refinado Richard Linklater, sin el trazo grueso de Roman Chalbaud.

En Before Sunset, el autor vuelve a reunir a la misma pareja protagónica de su Before Sunrise, en otro contexto y bajo otras circunstancias.

Tras conocerse y “resolverse” hace nueve años en Viena, Jesse (Ethan Hawke) y Celine (Julie Delpy) se toparán de nuevo en París, redescubriendo el sentido del destino, del paso de las horas, de los flechazos juveniles y de sus marcas en la memoria.

Juntos y revueltos cerrarán el inconcluso primer capítulo de su novela rosa, como si la dupla de Perdidos en Tokio se reencontrará en China, dentro de una década.

Así las cosas, el estreno de Before Sunset reabrirá la puerta de entrada a una vieja clase de producción en serie: el folletín por entregas con olor a Jazmín, aunque en esta oportunidad la cosa tenga tufo de cineasta independiente.

Al igual que Tarantino y Rodríguez, Linklater prefiere rememorar antiguas glorias de su pasado, en vez de darle un vuelco de 180 grados a su carrera. Sin duda, no son tiempos violentos de ruptura, sino de regresión y reincidencia.


II

Como en la nueva ola y en el viejo molde de Woody Allen, la parejita protagónica sufre de incontinencia verbal, y se comporta como en un cuento moral de Eric Rhomer, pero adaptado por un indie nostálgico.

En la escena sobre el Sena, la fotografía es un completo desastre, y el raccord de iluminación se pierde entre babor y estribor, ante el jarabe de lengua de los dos personajes.

 Sus diálogos pecan de sentenciosos y hacen añorar la frescura de las conversaciones de la primera parte. Ahora hablan como Linklater en una rueda de prensa, descargándose al american way of life desde el enfoque de un franchute con buena conciencia ecológica.

Con todo, el hombre tiene un corazocito conservador y cree en el romance a primera y a segunda vista, así como en el poder del amor para reunificar culturas y nacionalidades en conflicto. Estados Unidos y Francia reconciliadas por la fuerza del cariño.

El retrato social de ambos países es tan estereotipado como el paisaje de la película. Dos personajes sin vida declaman entre postalistas de la vieja Europa. La artificialidad del contexto consuma un contrasentido del cine: hacer ver un exterior como un interior de un estudio gigante de Universal Studios, con un sol amigable y condiciones climatológicas favorables.

Si el encuentro carece de sentido y parece obra de la mente de un escritor amateur, el desenlace es de comedieta rosa con Drew Barrymore y Adam Sandler. Una arbitrariedad absoluta, incompatible con el resto del guión, con el espíritu de la cinta original, donde toda la magia residía en la separación final. Ahora, con los dos unidos y felices para siempre, sólo falta que se pongan a rodar una nueva secuela, bajo el título de After The Wedding:  The Golden Years.

Otra evidencia de que la carrera de Linkalter se fue por el despeñadero, desde que aceptó dirigir ese pequeño infortunio que llaman Escuela de Rock. Mientras tanto y de la misma forma, Kevin Simith hace otra inutilidad con su amigo Ben Affleck, Padre Soltero. Los indies tienen hambre y trabajan por comida.

 

Spider

Dir.: David Cronenberg. 2002.

Cronenberg es sinónimo de nueva carne, mutación, eros y tanatos, psicoanálisis, gore de autor, ciencia ficción hard, literatura gótica, hombres duplicados y atormentados por la culpa, viscosidad, cibernética, alienación catódica, virulencia y contagio, simulación y simulacro, perdida de toda referencia real, alucinación, pesadillas, muerte,existencialismo a la Existenz, pandemonios, descensos a los infiernos, canibalismo, inmolación y tragedia; tropos y proyecciones de nuestro Apocalipsis Now.

Su apellido podría haber figurado, junto a Deleuze y Guattari, en la portada del clásico Antiedipo, el famoso tratado sobre el capitalismo y la esquizofrenia, un par de Dead Ringers.

Pero su nombre se encuentra ligado al de autores y artistas tan visionarios y disímiles como Howard Shore, James Ballard, James Woods, James Spader, William Burroughs, Herbert Marcuse y Marshall Mac Luhan, en el sentido de entender a los medios y a sus matrices electrónicas como extensiones del hombre posmoderno.

Seis contraseñas estilísticas se reconocen en su puesta en escena: grúas en permanente ascenso y descenso, travellings laterales como los de Tarkowsky en Nostalgia, interpretaciones gélidas, escenografías austeras y desoladas, naturalezas muertas y bandas sonoras atmosférico -industriales. Una estética minimal, maquinal y glacial como el quirófano de Inseparables.

Aunado a ello, el equipo creativo del autor es todo un dream team, con el cual ha trabajo desde sus orígenes en la serie Z de Canadá, hasta su consagración en Cannes con la subversiva y nihilista Crash, una terapia de choque contra la autoestima de la racionalidad dominante.

En su paso por Venezuela fue absoluta incomprendida y menospreciada por nuestra crítica moralista. Se le acuso de traficar con sexo, violencia y lágrimas. Al mismo tiempo, la cinefilia caraqueña de entonces, no muy diferente a la de ahora, prefirió satanizarla, antes de preocuparse por entenderla.

Las señoras encopetadas que lloraron a moco tendido con Cinema Paradiso, pegaron el grito al cielo, mientras los caballeros que fruncieron el ceño con Irreversible, bajaron los pulgares al salir del estreno en la Margot (ahora hacen lo mismo,pero bajo el auspicio del Movie Press Club).

Por fortuna, en otros lares del continente, el film corrió con mejor suerte al momento de ser valorado por la prensa especializada. Sin necesidad de irnos muy lejos, podemos remitirnos al caso de Perú y su revista analítica La Gran Ilusión:

Las ideas que chocan y se agitan en Crash son muy elocuentes. Cronenberg se las debe en gran parte a J.G. Ballard, el escritor homónimo de su protagonista. El canadiense comparte con el británico el mismo pesimismo humanista que proyectado al futuro ha engendrado un matrimonio autodestructivo de la tecnología, el sexo, de la carrocería y la carne. El progreso científico ha acelerado la ruina moral y mental de la civilización; la búsqueda de placer está atada con un cinturón de seguridad indestructible a los choques que nos llevarán a un clímax agónico. Es la profecía que Vaugahn y su patética collera quieren conjurar representándola en accidentes automovilísticos, y crash, más que una onomatopeya, es el sustantivo para mucha explosiones finales, para una cadena de anónimos y letales bing bangs.

 Pesimismo humanista, tecnología, progreso como ruina moral, autodestrucción y escepticismo ante el futuro son las constantes en el filmografía del autor, desde Crimes of The Future hasta Spider. Entre ambas median un total de trece títulos, a revisitar y a reconsiderar cuanto antes(mejor).

Según el autor José Manuel González Fierro, el cine de Cronenberg se divide en seis etapas, entre las cuales figuran su período de formación (1979 y 1982), su fase de integración a la Gran Industria (1983 y 1986) y su ciclo de madurez(1988-1995). Indiferentemente del año o de la década en cuestión, el escritor identifica cuatro fijaciones temáticas en la carrera del autor: la enfermedad o el virus como elemento liberador, el dilema cartesiano cuerpo/alma o la nueva carne, la alteración sexual y la visión subjetiva de realidad.

Las primeras de Cronenberg, en las postrimerías de los setenta, fueron masacradas por la crítica académica, pero celebradas como piezas de culto por los fanáticos de Tobe Hooper y George Romero.

De esa época es la inquietante The Brood, tildada por el mismo director “ como su Kramer vs. Kramer particular”. Recordamos en ella su homenaje a Goya, con Samantha Eggar “devorando” a uno de sus hijos, cual Saturno.

Los conservadores y ambiciosos años ochenta no inciden sobre el proyecto estético del realizador, quien a diferencia de sus compañeros de ruta, aprende a congeniar el show bussines con el arte y ensayo. Mientras Copolla, Cimino y Lucas desaparecen por completo a finales de la era Reagan, David Cronenberg filma dos obras maestras entre 1985 y 1988: La Mosca y Dead Ringers.

La primera es una atípica reflexión sobre la vejez, y un remake tan logrado como su fuente de origen. La segunda constituye una de las diez mejores películas de los ochenta, según la redacción de prestigiosas publicaciones como Dirigido Por. Protagonizada por un soberbio Jeremy Irons por partida doble, Inseparables marca un definitivo punto de inflexión en la carrera de David Cronenberg, al deslastrarse de sus falencias narrativas para darle paso al rigor dramatúrgico, sin renunciar a sus viscosidades alegóricas, a su escatología y a su obsesión por la degeneración del cuerpo como expresión de la degeneración de la mente. En efecto, como asegura Calos Losilla:

La desintegración física y mental de la persona, de esta manera, acaba superponiéndose también en los filmes de Cronenberg al deterioro mental, a una cierta forma de locura…A partir de ahí, la característica más atractiva del cine de Cronenberg consiste en su habilidad, en su franqueza a la hora de describir el proceso de descomposición, de manera que todos sus filmes se estructuran a través de varias etapas mostrativas de la caducidad de la carne y la mente.

De igual modo, Ramón Freixas sostiene:

El cuerpo, sus mutaciones, su descomposición, las malformaciones genéticas dan carta de naturaleza al concepto de “Nueva Carne”(esto es, la fusión inevitable entre carne y materia inorgánica, una particular visión de la interacción organismo humano-tecnología). En palabras del ginecólogo Mantle de Inseparables(Dead Ringers): “debería haber concursos de belleza para el interior de los cuerpos”. De Parasite Murders hasta Crash, pasando por la espeluznante Videodrome o la pesadillesca Inseparables. Como sintetiza Antonio Weinrichther, Cronenberg crea “obras viscerales(de vísceras), virulentas (de virus) de un simbolismo visual extremado y a veces muy desagradable”. La infección en Cronenberg crea un mundo donde alucinación y realidad comparten idéntico plano y estética.

 Así lo reconfirmará su cine de los años noventa, con películas como M. Butterfly, Naked Lunch y Existenz, donde la realidad se somete a diversos grados de descomposición alucinógena.

En M. Butterfly se “narra la historia de René Gallimard quien se instala en China con una idea fija de lo oriental que en realidad sólo existe en su imaginación, pero a la cual acabará dándole vida”(Federico de Cárdenas).

En el mismo orden ideas, Nake Lunch “ rompe con el realismo. Cada una de sus imágenes es expresión de un teatro de fantasmas: el que vive en la imaginación de los personajes. Por cierto, la película es una adaptación del libro homónimo de Williams Burroughs. La relación entre ambas obras es similar al que mantiene Lee(el protagonista) con su máquina de escribir. El film es como una mutación del libro infilmable: a la vez una recreación y una alteración”(Ricardo Bedoya).

Análogamente espectral y onírica fue la delirante Existenz, un ensayo a lo Baudrillard sobre un crimen (im)perfecto: el asesinato de lo real en manos de la virtualidad, el nuevo orden de los simulacros, los paraísos artificiales, las matrices de última generación y las subculturas cibernéticas. La esquizofrenia asumida finalmente como existencia colectiva, en un mundo de video juegos, parques temáticos y experiencias vicarias. Nuestra conciencia divida entre la mediatización triunfante y la hiperrealidad prefabricada, la inteligencia artificial y la inconsciencia programada, la interactividad y la interconexión con redes de carácter fractal, todo en plena correspondencia con las siguientes ideas de Baudrillard:

Lo que hemos desaprendido de la modernidad, en la que hemos acumulado, adicionado, sobrepujado incesantemente, es que sólo la sustracción da la fuerza y que de la ausencia nace la potencia. Y como ya no somos capaces de afrontar el dominio simbólico de la ausencia, estamos sumidos en la ilusión contraria, la ilusión, desencantada, de la proliferación de las pantallas y las imágenes. Ahora bien, la imagen ya no puede imaginar lo real, ya que ella misma lo es. Ya no puede soñarlo, ya que ella es su realidad virtual. Es como su las cosas hubieran engullido su espejo y se hubieran convertido en transparentes para sí mismas, enteramente presentes para sí mismas, a plena luz, en tiempo real, en una transcripción despiadada. En lugar de estar ausentes de sí mismas en la ilusión, se ven obligadas a inscribirse en los millares de pantallas de cuyo horizonte no lo sólo ha desaparecido lo real, sino también la imagen. La realidad ha sido expulsada de la realidad.

Este exorcismo se consuma en Existenz a través de argumentos como los de Matrix, y otras películas de los años noventa, donde se hace evidente la radicalización de las posturas tecnofóbicas, ante el arribo de fenómenos como la clonación, el boom comunicacional de internet, la posthumanidad y la intervención de la fotografía por medios digitales. En un contexto relativamente retrofuturista, indeterminado como cualquier no lugar sobremoderno, Cronenberg vuelve a superponer el espacio natural con el sintético, hasta disolverlos en un mismo referente híbrido. Nuevamente en su cine, la vida es sueño, pero también pesadilla, locura y fantasía.

En el mismo sentido y bajos los mismos hilos conceptuales, Spider llega a las marquesinas de la aldea global, mientras el planeta se deja embelesar por las mentiras heroicas de Spider Man, como una mecanismo de defensa contra la inseguridad, la inestabilidad y la tensión bélica. La guerra se pierde en Irak, pero se gana simbólicamente en la gran pantalla. Otro síntoma de las enfermedades diagnosticadas por David Cronenberg.

  Entre las dos películas no existen semejanzas aparentes, pero sus claras diferencias permiten esbozar un panorama de las ambivalencias y contradicciones cinematográficas del tercer milenio.

  Spider Man era optimista, cándida y alentadora: un sueño americano. Spider es pesimista, cerebral y demoledora: una pesadilla kafkiana. La primera fue dirigida por Sam Raimi, un director de películas rápidas y mortales. La segunda corre por cuenta de un profeta de la metamorfosis.

En el largometraje con Tobey Maguire, un chico se transforma en araña para atrapar entre sus redes a los bichos malos de la gran manzana. Es la política de cero tolerancia contra el hampa, adaptada al cine. En el film con Ralph Fiennes, otro chico se hace pasar por arácnido, pero sus redes no aprisionan a nadie en específico, salvo a sí mismo. Son los hilos de la esquizofrenia, entretejidos por el arte y ensayo.

Spider Man costó millones y recaudó millones, pero representó un retroceso para su director. Spider supuso otro fracaso de taquilla para David Croneneberg, pero constituye otro adelanto en su obra. En definitiva, Spider es la antitesis, la respuesta y la refutación a la doctrina reaccionaria de Spider Man. Y de igual modo, es la versión apocalíptica de Fresas Salvajes, ya no desde el enfoque de una ancianidad nostálgica a la espera de la muerte, sino desde la óptica de una esquizofrenia melancólica en busca de reconstruir su memoria fragmentada, como un rompecabezas sin armar o un espejo fracturado, imagen prototípica en la filmografía del cineasta.

Lógicamente, la película es una continuación de las ideas esgrimidas por el autor en su carrera. Por tanto, descubrimos en ella una inmediata fascinación por los abismos psicopáticos, por las Dead Zones, por los paisajes estériles de la cinematografía canadiense, y por mujeres de la mala y la buena vida, dispuestas a encarnar todas las fantasías femeninas del realizador, quien entiende a la mujer como una proyección de los delirios masculinos.

Surrealista inconfeso pero manifiesto, Croneneberg coincide con Lynch, Burton y Browning en la intención de desenmascarar la irrealidad de la realidad, la anomalía de la normalidad, y la monstruosidad de la condición humana, ante un presente en descomposición. En tal sentido, Spider entreteje una acertada alegoría de las miserias del mundo moderno, con sus carencias de afecto, sus soledades y sus trastornos.

 

Mi vida sin mí

Dir.: Isabel Coixet. 2003.

Cuando la lluvia comienza a caer sobre Sarah Polley y escuchamos su voz en off, presentimos que algo no marcha bien en esta película. Después cuando ella decide redactar su lista “ de cosas que le gustaría hacer antes morir”, asumimos que la cosa va de mal en peor, y que terminará como termina, esto es, como un “ canto a la vida”, como “un poema a las ganas de existir” y como un melodrama manipulador que nos quiere conmover a fuerza de golpes bajos, lanzados con toda la pedantería y la afectación del caso.

Su catalogo de despropósitos incluye las siguientes formulitas de soap opera:

10) Familia pobre pero bella, bonita y honrada, con dos niñitas Chicco y un papá GAP, encarnado por el galán de Felicity.

9) Enfermedad terminal como punto de no retorno, como detonante dramático. Y en consecuencia, descubrimiento progresivo y paulatino del valor de la vida. Dos argumentos de manual de guión. Dos clichés desgatados por el romanticismo de quinta categoría.

8) Búsqueda de madre sustituta por parte de la propia moribunda. Y lo que es más grave: encuentro de madre sustituta.

7) Entrada triunfal de Mark Rufallo como la oportunidad de oro para la protagonista de echarse una canita al aire, antes de pasar al otro mundo.

6) La desagradable sensación de que detrás de cada acción, hay alguien diciéndonos “no dejen para mañana, lo que pueden hacer hoy.” O aconsejándonos a “aprovechar el día”, tal como lo alentaba el profesor de La Sociedad de los Poetas Muertos.

5) El reencuentro entre padre e hija. Ocasión para nueva moraleja de capitulo aleccionador.

4) La duda razonable de que Pablo Coello haya escrito el guión bajo un seudónimo. Qué fraude.

3) La estética de Coixet:  una forma consecuente con un fondo “trascendental”.

2) La martirización de la bondad hecha mujer.

1) El final de derrota con sabor a victoria.

En suma, el existencialismo según la era del vacío, la generación de relevo y la insoportable nadería de la cultura light, cuyo peso es tan leve como una barra de chocolate, equivalente a 21 Gramos. Good Bye Camus, Good Bye Sartre. Welcome Coixet and Iñarritu.