Este sitio se vería mucho mejor con un browser que soporte estándares web, pero es asequible para cualquier dispositivo con navegador de Internet.





Cocinangelical

    El apagón de la noche dejó la casa en verdaderas tinieblas, tinieblas visuales y sonoras a la vez. La ausencia de energía silenció toda la casa librándola de los ruidos de bombas de agua, televisores, refrigeradores y alguno que otro ventilador que disipaba el calor en estas noches de verano. Me quedé sentado en medio del silencio cuando de pronto Angélica encendió el pequeño radio de baterías y sintonizó desde la cocina una antigua estación en AM. 

Sólo te pido que me beses Ángel
Esta será mi despedida, vida...

 A pesar de la penumbra en que me encontraba cerré los ojos de manera automática. La melodía me colocó justo en la puerta de  la cocina de la casa del sur aquel día después de mi cumpleaños número cuatro. Esa era la cocina de mi madre y ella estaba ahí cocinando y cuidando celosamente su refugio, su lugar favorito. Pude ver la estufa Across y la campana extractora de la misma marca. La poderosa licuadora Man y el set de cuchillos americanos listos para usarse sobre la larga barra de azulejos. El alto refrigerador blanco estaba ahí y como olvidar el pequeño horno eléctrico.

 Cocinas como los verdaderos ángeles mujer- dijo una de mis tías probando con un dedo el guisado y saliendo de la cocina con dirección a la sala en donde se encontraban su madre y otra de sus hermanas.

Sólo te pido que me beses Ángel,
Esta será mi despedida, vida.

Ahí parado junto a la puerta vi a mi madre acercarse con su sonrisa de hada, cerré los ojos y me dio un beso tibio en la mejilla. Después de unos segundos abrí los ojos lentamente y pude verla cocinando nuevamente. Esta vez era diferente a las anteriores, la cocina parecía más amplia y con más luz que de costumbre. Cuatro pequeños niños blancos, regordetes y con pequeñas alas revoloteaban por encima de la estufa y de la mesa cantando la misma canción de la radio. Uno de ellos probaba la salsa verde, otro agregaba grano por grano la sal al arroz rojo, el tercero movía el guisado lentamente con una cuchara de madera y el cuarto verificaba minuciosamente orden de la mesa.

 Me quedé sin habla observando el vuelo de los ayudantes de mi madre dentro aquella cocina y sonreí como el niño de cuatro años que era invitado por el espectáculo celestial que contemplaba. No pasaron ni dos minutos cuando los cuatro angelitos dejaron sobre la barra los utensilios de cocina y volaron alrededor de mi madre, asintieron con un suave movimiento de cabeza y en ese momento mi madre comenzó a emitir un color blanco luminoso como de lámpara fluorecente. Dos de ellos la despojaron del impecable delantal flamenco color blanco que ese día como todos los demás llevaba y los dos ángeles restantes la tomaron uno de cada mano y la condujeron a la ventana que daba al patio. Mi madre volteó a verme y me lanzó la última de sus amplias y ahora iluminadas sonrisas, la vi flotar y salir por la ventana.

Voy a estar bien Angelito, voy a estar bien – dijo sonriendo.

Los ángeles primeros dejaron caer el delantal frente a la estufa y la tomaron de los pies, pude ver como los cuatro niños alados se llevaban a mi madre volando, cruzando la amplia ventana y recorriendo el entonces despejado cielo. 

Nunca supe el momento exacto en el que se desplomó mi madre frente a la estufa. Sólo recuerdo el alboroto, los gritos de mis tías y de mi abuela llamando a un médico y pidiendo una ambulancia a la cruz roja mientras yo no dejaba de ver el cielo buscando a los niños que volaban. Fue hasta después que llegó la ambulancia y se llevaron el cuerpo de mi madre que una de mis tías se percató que observaba el cielo y comenzó a llorar mientras me abrazaba.

 De ese día no recordaba nada hasta ahora que la oscuridad y el silencio me han devuelto la memoria de esa trágica muerte. Ahora comprendo porque sin recordar nada cada vez que alguien me preguntaba acerca de mi madre siempre contestaba que se había ido volando al cielo.

 Mi padre se imaginaba que mis tías me habían dicho que mi madre se había ido con los ángeles y mis tías pensaban que mi padre había inventado esa historia para que no me enterara del infarto de mi madre aquel día en que ella se encontraba cocinando en casa, y él, mi ocupado padre, fuera de la ciudad trabajando.

La luz volvió y los sonidos de los motores aparecieron nuevamente sobreponiendo su ruido a la melodía del radio de baterías. Angélica llegó para anunciarme que la luz había llegado y que la cena estaba lista. No me imagino mi expresión pero ella se acercó preguntándome si estaba bien y limpiando una lagrima de cada una de mis mejillas me abrazó cariñosamente.

Estoy bien – le dije – tan sólo recordaba aquel último día en que mi madre guisaba feliz en su amplia y luminosa cocina angelical.