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Reflexiones del Maestro Z
(parte I)

-Homero de la Mole
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INTRODUCCIÓN

   Cuán inocente fui al pensar que los libros de la "New Age" podrían llevarme al estrellato... ¡fortuna! ¡poderes místicos! ¡viajes a planos desconocidos!... Ah, no son más que un manojo de deseos que hoy no se han convertido más que en trivialidades...

   Con este libro no pretendo alcanzar el acercamiento de las masas, ni convertirme en el centro focal de ideas que de algún modo no me pertenecen en absoluto. Solamente soy otro heraldo o vocero de los grandes maestros. Pero, ay suerte agobiante que sea yo entre otros tantos hombres quien debe revelar los secretos de aquél maestro poco gentil y en extremo demente a los sentidos del hombre común -que como diría Shakespeare "Con el cuerpo lleno y el alma vacía va a tomar su reposo" o "ese mísero que consagra sus días al trabajo y pasa sus noches dormido, tiene la grandeza y la superioridad sobre un rey" -. Pero esas son otras ideas que en este libro carecen de importancia, ya que ¿cómo vamos a retroceder?, luego de haber transitado por múltiples caminos espinosos y algún sendero luminoso. Hay quienes se expresan a sí mismos de esta manera "ya he alcanzado mis metas espirituales, y por esa causa descansaré ahora por un tiempo entregándome al ocio", pero mi maestro me susurró que dichas almas jamás siguieron una senda espiritual con el corazón, sino que, llenos de codicia quisieron penetrar a pie en un sendero de espinas, mientras que existe la posibilidad de hacerse nacer alas, para que, en vez de caminar podamos volar junto a las hadas por los senderos más elevados hasta llegar al umbral donde se cumplen todos los deseos. Entonces, decida usted qué tipo de servidor a la energía más alta desea ser, puesto que para mi maestro solamente existen dos, la que se prepara para ascender alada, o la que camina sobre espinas, y que cuando justamente llegan al umbral de los deseos, no piden otro que no sea la curación de los estigmas que se hicieron al caminar.

   Ahora bien, estas reflexiones en claroscuro las encontré un día por casualidad, cuando en sueños entré a la ermita del maestro tres días después de su muerte. Abrí un viejo cofre de metal y ahí estaban... unos cuantos pergaminos llenos de símbolos extraños a mis ojos, pero que en sueños podía entenderlos cual estuviese leyendo un libro de cuentos para niños. Apenas expondré unos pocos... es mejor tener una pequeña idea del Maestro "Z" antes de empezar a adentrarse de lleno en su mundo... y si sus deseos son los de encontrar la iluminación con él... busque en otro lado...


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EL ARTISTA

   El artista abre fugazmente sus ojos una mañana violeta de diciembre, el cielo parece incendiarse en la diversidad de sus tonos.

- ¡Qué comience el espectáculo!...

   Vacila antes de abandonar su lecho. Muy cuidadosamente se levanta con el pie derecho. La vieja cafetera de metal estalla mientras Anastasia plancha su camisa más curtida. Entonces le saluda can una sonrisa atolondrada y un gesto de agradecimiento. Se acerca, le sujeta muy lentamente por la cintura y muy apasionada y agresivamente le roba el alma en un beso.

   Un cigarrillo de los más fuertes lo hace tambalearse por unos instantes, luego se sonríe y le dice al diminuto tabaco: "Tú no puedes más que yo". Una nube gris y azulada inunda el pequeño estudio del artista. Luego unta un poco de goma en su delgado bigote para enroscar ambas puntas y concluye como siempre: "Ayúdame Dalí".

   "Being For The Benefit Of Mr. Kite!" suena en el viejo tocadiscos. El vecino de arriba golpea ferozmente con su escoba, entonces el artista ríe a carcajadas y se tiende en el suelo al tiempo en que Anastasia sale del apartamento.

   Bufanda, pantalón y suéter negros cubren su piel de marfil. Toma sus zapatos más lustrados, sus guantes y sus gafas de sol y se dice: "Bello Ragazzo" . Metódicos pasos de tango le llevan hasta el estudio.

   Una vez dentro encuentra el único sombrero de copa en la región, y con suma elegancia se lo coloca en la cabeza. Un grito del viejo abrigo en el perchero le induce con imperante cinismo que a ningún sitio saldría sin él.

   Ya casi está listo para salir al triunfo, al éxito, al mundo del espectáculo. Empieza el último ritual de la mañana, un trago del mejor escocés , un cigarrillo muy fino y "La Balada para un Loco".

   El artista está listo, toma el maletín, se persigna, abre la puerta y como siempre pierde la apuesta con el pajarraco de Annie... "¡Sí, ya sé, pero apuesto el doble a que mañana amanecerá de verde, ya lo verás!" -dice con aire satíricamente optimista al tiempo en que coloca cuatro monedas en una de las cientos de torres del loro africano de Anastasia -. Sonríe de nuevo y con bastón y maletín en mano coloca el pie derecho en la calle.

   Camina siete cuadras hasta el bazar y coloca la tienda de cigarrillos, sí, la magnifica tienda de cigarrillos del artista, saluda al resto de los comerciantes con desprecio y se sienta a sudar bajo el sol resplandeciente de su cálida ciudad...


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MUSA XXI

   "¿Dónde estás?", grito desesperadamente en el salón de los espejos, "¡Silencio!"... aparece entonces, no puedo verla, faceta desconocida, voz indescifrable, fragancia... "¿Cuál es tu fragancia?"... Entonces me pierdo, ya no busco otra cosa, mi espíritu envenenado se acopla a sus danzares. Así empezamos, ella succiona mi lengua y mi alma en un beso, arrebata mi pluma y rompe mis pergaminos, ¡No puedo escribir!, me ahoga en el miedo, abismado comprendo que no hay nada oculto cuando está conmigo.

   Desgarra toda moral, toda herencia, desnuda mi esencia... Es la muerte del genio, el sacrificio del artista, la belleza es echada a la hoguera. Siete ángeles ¿orientales? cantan con navajas en sus manos, sus muñecas vendadas y en sus ojos la historia comprimida girando en órbita elíptica.

   Miré y un ángel posaba un pie en mi rostro y el otro en mi ombligo. Y la tercera parte de mi rencor desapareció, y la tercera parte de mi ira se transmutó en tolerancia, y la tercera parte mi intelecto se convirtió en inocencia. Luego pude vomitar el fruto, ya no podía percatar mi desnudez. Las cuerdas filosas de una guitarra acompañaban mi metamorfosis, volvía al génesis, volvía a deambular a solas con la musa, más sin embargo no dejaba de gritar, y esta vez a todo pulmón: "¿Dónde estás?", y una lágrima roja y espesa se deslizaba lentamente por mi mejilla derecha hasta detenerse en mi barbilla.

   "¡La salida!"... Ah!, una luz opaca se divisaba a unos cuantos metros, recordé que ya no tenía piernas, me arrastré como pude hasta encontrar otro salón. Y ahí estaban los apóstoles caídos tras la masacre de la misma, entre ellos recuerdo a muchos, a muchos a quienes todavía se les llama por su nombre, y que sencillamente carecen del mismo.

   Fue entonces cuando una fuerza desconocida me tomó ferozmente por la nuca y fui arrastrado de nuevo al salón de los espejos, sellando todas las puertas, dejándome solo en compañía de los ángeles, y de ella... la MUSA XXI.


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AUGUSTO EN EL CLAUSTRO

   Pasé a la habitación oscura, nada de ese lugar provocaba algún estímulo en mí, cerré la puerta y se hizo el silencio a mi alrededor. Me tendí en suelo y empecé a silbar. Durante las primeras horas resolví que pensar era el más grave error. Así mismo se me hizo inevitable recordar el cause del río cuando me hice aquella afirmación, reí durante un rato por haberme dado cuenta que de algo me había servido ese montón de ejercicios junto a Isa.

   Una vez dentro, mi pensamiento viajó hasta mis días infantiles, cuando apareció en mí una terrible fobia a las profundidades del mar mientras leía 20.000 leguas de viaje submarino. Definitivamente, el viaje que ahora estaba haciendo era mucho más peligroso. No se trataba de esconderse en el océano, ni en la tierra, ni en el cielo... el escondite que estaba a punto de conocer era el más temido por todos lo hombres, era aun más espeluznante que perderse en las infinidades del espacio, nada de lo que veía en la ciencia ficción podía ser similar a la expedición en el mundo de las sombras... era el encuentro con el hombre mismo, el encuentro con la liberación, ¡todo hombre podía ser liberado de todas las barreras de este mundo!, pero muy pocos desean hacerlo, no es cuestión de pasar por muchas vidas lo que produce en nosotros un efecto prodigioso ante la liberación... la liberación a un ser humano común y corriente es a poner el tablero de control de un avión en manos de niño. ¿cómo habría de manejar esta nave?, y a pesar de que en la historia de Verne todo se complicaba para el capitán Nemo, mi viaje carecía de complicaciones sin dejar de ser igualmente peligroso y aterrador.

   En lo que había vivido hasta aquél momento despreciaba la luz del sol, despreciaba al hombre, a la vida, a todo lo que llevase consigo el sello de cualquier supremacía, aun no puedo entender qué era lo que tanto odiaba para aquél entonces. Hoy he olvidado millones de deducciones acerca del mundo. Admito que en más de una ocasión desee internarme en un claustro... pero nada de ello, nada de mis antiguas especulaciones eran similares a los primeros instantes dentro de esta extraña sepultura.

   No divisaba las paredes, no había principio ni final para la vista, el oído y el gusto, la vida dentro de aquél lugar se limitaba al tacto. Era lo único que me ataba al mundo, del resto podía disponer a mi gusto. Son infinitas las formas que se pueden observar dentro de la oscuridad, los continuos gritos de desesperación carentes de sentido e indescifrables para cualquier idioma.

   Amo y señor de unos cuantos metros sobre la tierra, mi posición era mucho más grande que a la de cualquier rey su propio reino o cualquier emperador su imperio entero. No importaba cuan extensos fuesen los legados de cualquier imbécil considerado amo cuando debía adherirse a las imposiciones de este mundo, de niños lo aprendemos en la vieja fábula que si mal no recuerdo un emperador era vilmente engañado y aparecía desnudo frente a su reino. ¡cuantos habían hecho durante su monarquía el papel de idiotas!.. Yo carecía de súbitos, es verdad, mas poseía el tesoro más anhelado para cualquier patriarca, ¡el poder!, continuamente he repetido esta palabra alrededor de todo el texto, mi vida siempre fue regida hacia el poder, y en ese instante lo tuve, lo saboree, lo digerí y no me gustó. Y entonces, a usted lector, que cree vivir encadenado a la sociedad, le digo que no hay nada más gracioso para un hombre que ser la más indiscreta marioneta de cualquier patrón, claro, no es que sea la gracia anhelada, pero al menos es la más conveniente para quien se siente asqueado cuando se ve a sí mismo.

   El día y la noche no existían, lo que producía en mí el efecto de que el tiempo no importaba, todos lo sucesos se adherían a la simultaneidad, Isamar no se equivocaba, pero es que ¿acaso ella lo había vivido?, no lo creo, a mi pensar nadie a quien yo hubiese conocido se habría sometido en un momento determinado al sepulcro.

   Aprendí a hablar la lengua de mis egos internos, grandes copulaciones se unían a rendir culto al gran ego, y debo decir que mi séquito no era menor que a cualquier hombre el suyo. Ahora algo que supuestamente estaba muerto empezaba a cobrar vida, no era mi nueva redención, no una nueva Jerusalén para Augusto, ¡nada de eso para Augusto!, ¡grandes orgías de hombres barbudos y mujeres mundanas bailaban a mi alrededor!, todos mis sueños galopaban simultáneamente, los sueños que el pobre Augusto no podía desarrollar porque entregarse a un ápice de cualquiera de estos lo llevaría a la ruina, a la locura, ahora se abría la puerta de todos mis demonios y de todos mis ángeles, a partir de aquella etapa se abría el nuevo ciclo, ¡era la nueva era!, ¡la etapa decisiva!, ¡la lucha entre el bien y el mal!, el Augusto niño se refugiaba en los libros, el joven en Isamar y el hombre en su caverna, ¡hombres a sus cavernas! - gritaba excitado -, tomaba a mis egos virtuosos y los estrangulaba, a los viciosos los echaba a la hoguera...

   Luego llegaba la paz, no hablo de la paz eterna que buscamos continuamente, eran cortos períodos de tregua entre unos bandos y otros. En aquellos lapsos cantaba himnos propios de un San Francisco de Asís.

   Por cierto, no sé durante cuanto tiempo pensé en recluirme a la vida Franciscana, la única doctrina seductora que había conocido hasta entonces y que aun al pensar en ella mi espíritu se alza poderosamente, derrumbando las fuertes murallas.

   Extraño ¿no?, que un hombre tan vanidoso como yo hubiese llegado a soñar con un tipo de vida tan humilde, es verdad que yo era todo un manojo de defectos, mas pecaba por mi sensibilidad, y si en algún trazo determinado de alguno de los autorretratos que he manifestado alrededor de mi historia he hablado de frivolidad propia me retracto, ¡siempre he sido un ser humano en contradicción!.

   Entonces bien, de vez en cuando me deleitaba soñando con que vestía mis hábitos de Franciscano, extraño a los ojos de cualquier hombre, siempre en peregrinación cantando los himnos del santo varón. Recuerdo que mantenía - y aun conservo este deseo - en mí las ganas de morir a causa de los estigmas, al igual que Francisco Bernardone... Ah, ¡cuan hermoso hubiese sido si en algún punto de mi vida llegase a denominar a todo cuanto vive sobre la tierra como a un hermano!, hablarle a las aves y entender su idioma, domar a las bestias con amor, abrazar a leprosos, sufrir y llenarme de gracia a causa del prójimo. Este era un hermoso deseo que guardaba celosamente dentro mí. Había espacio dentro de mi cascarón para soñar con una vida distinta a la que tenía.

   Llegó el momento en que inconscientemente aprendí una lección que más tarde interpretaría, y es que por más pequeño que fuese todo espacio, todo tiempo, razón o si se quiere llamar imposición, siempre habrá un inmenso e infinito rincón para abrigar sueños, ya sé, esto no es nada que no se halla dicho antes, pero qué grande y valioso llega a ser cuando se aprende por cuenta propia.

   Ah, pero pareciera que le estuviese contando mi redención dentro del claustro, y en verdad le digo que dentro de aquél lugar ni dentro de mí mismo había encontrado la redención o la gloria. No importaba qué grande fuese el lote de lecciones aprendidas mientras no fuese feliz, porque cuando se es feliz no se desea aprender nada.

   Así como me respondí múltiples enigmas dentro del claustro, debo admitir que las interrogantes fueron mucho más grandes e inexplicables, y todavía, en esta etapa de mi vida no puedo traducir los jeroglíficos tallados en mi cerebro durante mi estadía entre las sombras.

   ¿Quieren encontrar a dios? ¡búsquenlo en un claustro! ¡solamente somos las porosidades de los muros que rodean a dios!... gritaba a toda voz este tipo de afirmaciones. Me retorcía enfermo y desquiciado por el suelo frío, escuchaba el murmullo de las ratas y exclamaba: ¡ya tengo compañía!, ¡Has perdido anciano!, ¡Yo gané!, ¡retráctate maldito!... a lo que seguían mudos sollozos y un eterno esperar, ¿cuanto tiempo había pasado? ¿tres semanas? ¿un mes? ¿un año?, la única idea de pensar que había transcurrido apenas un día me llenaba dolor.


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