Soñé que estábamos en Escocia, en las tierras altas, cerca de Inverness, cerca de las ruinas del castillo Urquhart, en el asiento trasero de un automóvil que parecía alquilado pero resultaba ser de dos ancianos que lo conducían. El carro era blanco, pequeño, cuadrado. Nos bajamos y yo insistí en que te acercaras a la orilla del lago y tú ¿para qué? no tenías idea de dónde estábamos. El agua era negra pero transparente a la vez, la arena de color carne, casi naranja. Tenías una caja de chocolates dorada con una cinta roja, una bufanda, una sonrisa vacilante. La navidad estaba cerca. Había un pueblo en donde realmente sólo está el centro de visitantes del Lago Ness. Éramos felices, la vegetación espesa y tropical, casi como la de Barlovento. Pero hacía frío. Estábamos tan lejos de todo que la gente difícilmente hablaba inglés, el cielo era gris, y en los claros del bosque, la grama nítida, caótica y perfecta. Esta madrugada en el territorio onírico, todo funcionaba. Todo, hasta el ganado, era sublime. Los viejos habían desaparecido y éramos sólo tú, y yo, y nuestra hambre de mundo.