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Top-5 peores noches en Caracas

Top-5: s. Lista arbitraria, extremadamente personal, hecha por un colaborador de Panfleto Negro.

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Solo dos respuestas. De verdad, no encuentro cinco noches tan malas como para ser nombradas, lo cual agradezco a la providencia.

Top 2: Una vez me fui con una amiga a un hotel, sin ninguna razón de peso para hacerlo: realmente no nos gustábamos y realmente no nos sentíamos tan solos. Incluso teníamos mejores cosas que hacer. El resultado es que a la madrugada siguiente nos despertó la radio con un tema de Fiona Apple y terminamos convencidos de que eso había sido lo mejor de la noche.

Top 1: Un dia fatídico el personal de seguridad de Maxy´s decidió humillarme en la via pública con el sólo argumento de haber estado mucho rato en la tienda, con mis hermanos. En retrospectiva, mi error fue abrir la boca, pero sólo dije, lo juro, “¿acaso parecemos malandros?”. Uno de seguridad me agarró por el cuello, acusándome de “alzao”, uno de mis hermanos se movió hacia mí para defenderme y lo tumbaron al piso y le apoyaron un zapato en el cuello, el otro se quedó quieto ante una mirada amenazadora. Me empujaron y me golpearon aunque yo estaba mas quieto que Ghandi, revisaron las bolsas y no encontraron nada. Regresamos a la tienda llorando de la rabia pidiendo al gerente de seguridad y botaron a uno de los carajos (que consiguió la dirección de mi casa y se acercó a la semana a pedir perdón). Ese mismo día, el eje trasero del carro se rompió en una autopista y el caprice ´82 parecía protagonista de una escena de Back to the future, por el montón de chispas. Más tarde, un taxi nos dejó cerca del taller mecánico de un tío político. Cerca, porque no llegó: la punta de eje delantera se le partió girando a la derecha en la cuadra anterior, a menos de diez kilómetros por hora. Camino a casa, descubrimos que no podríamos llegar en autobús a casa gracias a un oportuno paro de transporte y tomamos otro taxi. Nos dejó en la puerta del edificio, según el reloj de Castorila, a la medianoche. Ni un minuto antes.


5. “Carajito, levántate que _________ se murió”. Esta es la frase con la que mi papá, con mucho tacto, ha comenzado más de una noche larga. Compite con “Carajito, levántate que están tumbando al gobierno”, pero esa última ya no ocurre tanto porque los cobardes, los asesinos y los golpistas son ahora gobierno.

4. Si las enumerara por separado probablemente llenarían dos listas, así que incluyo en un solo punto todas esas noches en las que repetido el nombre de una sola mujer y me he dicho mil veces “todo esto debería ser más fácil” mientras la infinita autopista Francisco Fajardo brilla iluminada por una sobrecarga de anuncios ilegibles entre las lágrimas.

3. Peor que llorar toda la noche a una mujer inalcanzable es tratar de dormir junto, o cerca de una que sabes que no te ama, mientras afuera los caraqueños tampoco se aman y se escuchan los tiros. No llenarían una lista, pero también agrupo para resumir.

2. Me despertaron a medianoche. Cuando llegamos al apartamento, su cuarto evidenciaba una fructífera encerrona con ginebra y vodka. Estaba al borde de un coma etílico. Mientras mis tías recogían las botellas, cargué, no sé bien cómo, con esos ochenta kilos, fuera del apartamento, por el estacionamiento, el carro y la clínica, escuchando una larga letanía de “Dios te bendiga” que terminó emborrachándome por vía aérea.

1. Disparos. Mi papá salió corriendo, al rato trajeron a dos de los niños. A un primo lejano que vivía cerca “se le salieron” unos tiros, uno de ellos entró por la mejilla de la hija mayor, de 10 años, igual que yo. Le destrozó los molares y la dejó sin oído. Mi papá se ocupó de eso, yo me di cuenta de que era un inútil cuando mi mamá enmudecía de pánico.








Las peores noches en Caracas son, en el recuerdo, una sola noche repetida una y otra vez en un fondo de edificios a oscuras y lejanas luces encendidas. Las noches del insomnio. Los minutos que se marcan con un sonido seco, antipático, en el reloj despertador junto a la cama. Los pensamientos que pasan ente el cinematógrafo de la imaginación con la velocidad del vértigo. La falsa sed que produce el desvelo. El automatismo de abrir la llave del agua, asomarse a la ventana, encender un cigarrillo, contar objetos. La idea de que al otro lado del mundo es de día. Que justo en ese instante, en otra latitud, un hombre despierta sonriente después de un buen sueño. La envidia ante ese arquetipo hipotético. El sonido desesperante de un mosquito que zumba en la oreja. La absoluta inutilidad de los libros de la biblioteca. La tendencia a decir: que pase el tiempo, que amanezca, con algo que lleva implícito una plegaria . Pensar, como aquél personaje de Bryce Echenique, que nuestra cama es el lugar del horror. Pensar que el insomnio es una borrasca y que la vigilia es una balandra atrapada en mitad del temporal.






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