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Vicisitudes

A veces no entiendo. Se levantan lanzas, se resquebrajan corazones y ruidos extraños propician mi angustia. Mañana llega el alba y en la aurora los hombres se levantan en armas y persiguen rumores tardíos que llegan de algún lugar que nadie conoce. Creo que quisiera estar en ese lugar. A veces los temores se unen y suben a los cielos, se vuelven maremotos de desolación y perecen en mi pueblo. La llama se lleva por dentro, la revolución va por dentro. Algunos creen en falsos ideales, otros sólo buscan respuestas. Mi pueblo se muere de hambre. A veces las revoluciones tardan, pero siempre llegan. A veces son sólo excusas que se convierten en razones. los venezolanos llevamos el fuego por dentro. Fuego de libertades que crece con la injusticia y las vejaciones continuas. Algunas veces hay que ser valiente para salvar al pueblo

   




Por qué no me voy del país

Porque quiero ser el ultimo en apagar la luz y el primero en encenderla.

Por la sangre derramada y la sangre contenida.

Por todos los exiliados que volvieron ante la primera oportunidad y dejaron beneficios, ventajas, chances por la misma perra lucha de siempre, en el país, con el país.

Por esas mujeres que dan vueltas en la plaza todos los jueves y estas más recientes que giran por sus ahorros, por los dos extremos de esa metáfora que somos.

Porque no quiero sufrir o disfrutar el país, fuera del país.

Porque dice el Martín Fierro, no te apartés del rincón donde empezó tu existencia / vaca que cambia querencia / se atrasa en la parición y dice en la Biblia que, cada cual busque entre los suyos.

No me iría por los amigos y, mucho menos por los enemigos.

No me iría porque este país es mío, de mis padres y mis hijos y ¿Cómo podría dejar lo que es mío y pertenecerme aún?

Cada uno, al irse, deja lo mejor.

Porque todavía le falta mucho al sauce que planté en el patio, mi hijo no conoce Buenos Aires o la nieve y tengo que conversar con unos quinientos poetas de la palabra argentina y sentir su amor, su maravilla.

O a lo mejor sí ,me iría del país ,pero llevándome llanuras, cordilleras, ríos, el mar y el fondo del mar, y los desiertos y los inundados y todas las latas, todo nuestro silencio inmenso de pájaros, entonces sí, me iría con 37.000.000 de argentinos, con ellos sobre todo, me iría a cualquier lado, pero, ya lo estamos haciendo, viajando al infierno, a la esperanza.

Porque el dinero es lo único que importa cuando ya nada es importante y siento que es importante este vecino que pasa con su fervor o su llanto hacia el viento o el de ayer que se apuró a pedirme un destapador para la cerveza de la siesta.

Porque me niego a temer el hambre y la impotencia hasta el punto de abandonarla en otros y negarme en la historia.

A creer que no fuimos, no somos ni seremos.

Porque todas las mentiras, los robos o la frivolidad, no son ni una brisa en el rostro de nuestros héroes de bronce y carne.

Porque todos lo jubilados, los asesinados, los subalimentados, los que están naciendo hoy, los que están muriendo hoy, claman en el corazón de mis sueños y mis días.

Porque el futuro de los hijos no es una coartada, ni la inteligencia o las carreras profesionales que se pagaron con el sudor del pobrerío o de la usura, ni esta inextinguible fantasía de la clase media (material o simbólica) por comprarse la sensación de vivir en una propaganda televisiva.

En todo caso prefiero ser un hombre entre las ruinas a un fantasma en prometidos paraísos.

Porque dediqué toda mi vida a la belleza y sus palabras y no encontraría jamás el término exacto para describir el resplandor de estos cielos del sur a aquellos que no tuvieron ni estos padecimientos ni esta luz.

Porque ser argentinos es una fatalidad que no sella pasaportes.

Decía Marechal la patria es un dolor que no tiene bautismo y cada uno de nosotros es el agua bendita y el nombre de la patria.

Porque esta tierra, y sus seres, me hicieron posible saber que, al fin, lo cierto, está enterrado hondo entre nuestros huesos de humillación o hastío o a lo sumo en esos rostros junto a los cuales crecimos y envejecimos, en la casa de los muertos y los brazos maternos del albor.

Que se vayan aquellos a quienes les queda chico el país y su esperanza, los que se sienten prescindibles, inútiles, errantes, aventureros...

Siempre será ésta su patria (eso es la infancia por ejemplo) su tierra abierta al fin del mundo...

No me voy del país porque, me queda grande el país, y estoy aprendiendo recién a merecerlo.


-Alejandro Schmidt
publicado en El Diario del sur de Córdoba - Villa María, Córdoba. Argentina – Enero de 2002