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HERO

Dir.: Zang Yimuo. 2004.

Este heroísmo pacifista no me lo creo. Menos proviniendo de la pseudodemocracia China. Pero así son las cosas, los estados que menos respetan los derechos humanos en la práctica, son paradójicamente quienes más los defienden en la teoría del cine. Si no miren el caso de Cuba, Estados Unidos o de la propia Venezuela, donde la estética cumple la función de encubrir la realidad bajo un manto de garabatos kistch a lo Barrio Adentro.

Igualmente cuestionable es el tufito imperialista y nacionalista de la película, apenas comparable con el de ciertos largometrajes de propaganda producidos por el régimen de Mao. Contradictoriamente, la cinta se promociona como un nuevo grito del cine Chino, más allá del socialismo real y de sus taras chauvinistas. Sin embargo, Hero resulta siendo tan o más patriotera que la propia Alexander Nevski, cuando Eisentein se remontaba al pasado para reforzar, en la víspera de la segunda guerra mundial, el espíritu de unidad e identidad nacional por medio de la magnificación de los grandes próceres de la historia Rusa, en provecho del culto a la personalidad de Stalin.

A propósito cabe destacar una frase de Peter Burke, extraída de su clásico Visto y No Visto:

El nacionalismo resulta relativamente fácil de expresar en imágenes, tanto si éstas caricaturizan a los extranjeros (no es el caso de Hero), como si celebran los grandes acontecimientos de la historia de la nación. Otra manera de expresar los sentimientos nacionales o nacionalistas consiste en evocar el estilo del arte popular de la región, como ocurre en el llamado estilo patrio…

Por eso, el mensajito de Hero no me lo trago ni con veinte comentarios favorables de El Amante Cine. Además, si el ideal del guerrero es deponer la espada, como dice el film, entonces por qué Yimuo no la envaina de plano para dirigir, comercializar y mercadear su film en todo el mundo. Porque vamos estar claros, el publico no fue preparado y condicionado por la publicidad de la cinta, para ver un alegato pacifista en tiempos de guerra. Por el contrario, la gente, hasta lo que yo sé, fue convocada y reclutada por los avances de la obra para presenciar una suerte de El Tigre y el Dragón con Jet Li; una de sables y artes marciales, arraigada en el círculo vicioso de la violencia. Y que me perdonen los fanáticos de Yimuo (de quien prefiero su etapa con Gong Li).

 

El Capitán América ya tiene su dream team

El Capitán América era, como diría Luis Britto García, un integrado que quería acabar con los apocalípticos, al igual que Superman. Hoy en día su espíritu, entre lo grotesco y lo maniqueo, ha renacido en el alma de George Bush, el amor platónico de Condelezza, quien además forma parte de su Team America.

Juntos y revueltos han hecho y desecho a diestra y siniestra con su brazo armado: la World Police. En general, todos ellos integran un equipo de ensueño que hace las delicias de grandes y chicos.

Primero los conocimos en la caja boba. Después llegaron a la gran pantalla, gracias al creador de la serie “La Cruel Verdad”. Ahora podremos verlos y disfrutarlos en su versión animada, en su representación caricaturesca a través de la película Team America : World Police, una interpretación de la “doctrina preventiva” del “Llanero Solitario”, según la óptica de un titiritero iconoclasta.

Team America no es otra tonta película de acción en tiempos de Fahrenheit 9/11. Pero la posibilidad de que lo sea es tan grande, tan obvia y tan irónica como la pipa de Magritte. Parece también un capítulo de Thunderbirds (aquella serie de “teleñecos” en clave de propaganda infantil), pero escrito y producido por algún secuaz de Michael Moore. De hecho, uno de los directores de Team America , Trey Parker, figuró en un entrevista de Bowling For Columbine. Y además ostenta el apócrifo honor de ser, junto a Matt Stone, el “creador de South Park”, una síntesis de pura blasfemia animada en contra de la mitología americana, y por extensión, de la imaginería de Disneylandia.

Su manera de transgredir el género consiste en revertir la estructura semiótica de la caricatura convencional, hasta convertirla en una forma de expresión de la contracultura, cuyo significado y significante se conjugan y conjuran en función del mismo desmontaje, del mismo atentado simbólico, inspirado en el humor negro del dadaísmo.

South Park adopta la forma de un inofensivo cartoon para niños, pero su trasfondo puede llegar a malherir la buena conciencia del adulto promedio. La ácida y oscura incorrección política de la serie tiende a confundirse con una impostura fascista de rebelde sin causa, aunque en realidad se trate de otra manifestación del nihilismo posmoderno, y su glorificación de la perdida de sentido, de la parte Diablo y de la inteligencia del mal a la manera de Baudrillard en el Intercambio Imposible: El mundo nos ha sido dado como enigmático e ininteligible, y la tarea del pensamiento es hacerlo, si es posible, más enigmático e ininteligible. Ya que el mundo evoluciona hacia un estado de cosas delirante, hay que adoptar sobre él un punto de vista delirante.

Y ya que la primera potencia del mundo involuciona hacia un estado de fanatismo demencial, Team America ha asumido sobre ella un enfoque extremista, visceral y esquizofrénico en su intención de parodiar no sólo a la política exterior de la policía global comandada por George Bush, sino también a su contrapartida ideológica: el inconsecuente e incongruente pacifismo idealista y come flor, encarnado por las grandes estrellas de Hollywood, entre las cuales figura, por mérito propio, el violento de Sean Penn, quien hasta poco era reconocido por sus ataques de machito incomprendido, por su intolerancia y por sus agresiones al infausto gremio de los paparazzi. Pero ahora resulta que nos quiere dar lecciones de moral , urbanidad y humanidad. Por desgracia, tanto a él como al resto de los falsos embajadores de la hermandad global, Team America les propina una autentica paliza intelectual, reduciéndolos a burdas y simples caricaturas de sí mismos o al nivel de sus estereotipos audiovisuales, como el caso de Danny Glover, antes agente de la reacción para la franquicia Arma Mortal y después autoproclamado representante del pensamiento crítico.

En paralelo a la desmitificación de la izquierda divina, la cinta tampoco deja títere con cabeza cuando dirige sus bombas inteligentes en dirección a la ultra derecha. Pero quienes definitivamente sufren casi todos los daños colaterales, son los discursos de la voluntad de poder, comenzando por la retórica antiterrorista y culminando en su traducción cinematográfica : las superproducciones de la meca por estilo de The Matrix, Kil Bill, Troya y La Guerra de las Galaxias, donde se justifica la venganza, el mesianismo, el contraataque y la destrucción etnocéntrica de las alteridades culturales.

En el mismo sentido, la película pone al descubierto el engranaje audiovisual del género bélico, al desnudar su tosco patriotismo, su absurdo melodramatismo, su gratuito erotismo pornográfico, su lenguaje contrahecho de lugares comunes, y su curioso parecido con las más recientes intervenciones armadas de Norteamérica en el medio oriente. De hecho cualquier semejanza entre la devastación de Faluya y el prólogo de Team America  (donde se destruye media París con el fin de capturar a Osama Bin Laden) no es mera coincidencia.

Team America fue censurada en algunos estados de la unión republicana, a diferencia de la nueva producción de los estudios Disney: Los Increíbles. La primera es una película sobre el ocaso de los ídolos occidentales. La segunda es una renovación del arquetipo del superhéroe. Entre unos y otros se debate el presente de un país donde la libertad de expresión se quema a 451 grados Fahrenheit. Y para más inri, por cuatro años más.

 

La Espalda del mundo

Dir.: Javier Corcuera. 2000.

La Pelota Vasca

Dir.: Julio Medem. 2003.


En España, el cine de ficción le da espalda al mundo que refleja la no ficción. Las películas censuran y omiten a conciencia, cual un noticiero de TVE, la “cruel verdad” que revelan los documentales como La Pelota Vasca.

Lo mismo ocurre en Norteamérica y en casi todos los países del primer mundo, con sus honrosas excepciones. A Michael Moore se le debe reconocer, a pesar de sus innumerables defectos, la voluntad y el compromiso de exhibir la realidad y la muerte que ocultan las pantallas de los multiplex con su oferta de fantasías escapistas.

Al tiempo que Hollywood estrena cine de evasión puro y duro en la víspera de la navidad, otro Guernica tiene lugar en Faluya, ante las narices de las naciones unidas y de las grandes plumas de alquiler, quienes prefieren cerrar los ojos, taparse la boca y los oídos, como los tres monitos, frente al dantesco genocidio iraki. Para ellos, es un holocausto sin importancia y hasta irrelevante. Pero si lo comparamos con otro reciente atentado a la humanidad, podría ser equivalente a un once de septiembre multiplicado por cien.

Entre tanto, los midas de la meca aprovechan la ocasión para hacer negocios redondos, como Dick Cheney, a cuenta de explotar los temores y las frustraciones del ciudadano norteamericano, mediante la glorificación de sus fantasías de poder, libertad y consumo sin límites. Así, la última de Zemekcis es un canto a la esperanza; la nueva de Pixar, una apología del heroísmo familiar; y la próxima de Scorsese, la historia de un visionario de la aviación.

Tanta fe en la idea de progreso, en el santuario de los grandes genios de la historia y en el carácter mesiánico de sus gestas, parece intentar esconder el fracaso del proyecto moderno, con sus miserias sociales, económicas y políticas. Pero mientras la industria cultural insiste en desconocerlas y ocultarlas a la vista de sus audiencias, documentales como La Pelota Vasca y La Espalda del Mundo se empeñan en descubrirlas, desnudarlas y denunciarlas a la manera sociológica de Pierre Bordie.

La Pelota Vasca es un caso excepcional de cine político. No toma partido por ninguna de las partes involucradas en el conflicto vasco, y se molesta en entrevistar a no menos de 75 personas de diferentes tendencias ideológicas, para constituir su alegato a favor de la tolerancia y en contra del terrorismo, venga de donde venga. Una autentica muestra representativa al lado de los contados y exiguos invitados a participar en reportajes como Cuál Revolución y su antitesis maniquea La Revolución no será transmitida.

Su director, Julio Medem, sobresale no sólo como periodista imparcial, sino como montador de lujo, con la categoría, el temple y la creatividad de los maestros rusos. Cada empalme despierta ideas en el espectador, y cada encuadre nos reconfirma las propiedades expositivas del autor, quien dirige, sin duda alguna, su obra más despojada, minimalista y profunda, pero no menos conceptual en la constitución de su poética del espacio. Para el director, el hombre y la naturaleza siguen siendo unidades indisolubles dentro de una geografía bucólica, bajo la que subyacen oscuridades y oscurantismos de todo tipo. Abstracta, lírica y dolorosa como el choque de la piel contra la piedra, La Pelota Vasca es una lección de arte y ensayo al servicio de la comunicación, el dialogo y la negociación entre extremos en oposición.

La espalda del mundo es, asimismo, otro soberbio documental en contra de la censura del entretenimiento. Sus tres protagonistas no se recuestan en El Otro Lado de La Cama, y tampoco se refugian en la zona de confort del entretenimiento ibérico. Más bien se les puede ubicar en los márgenes del cine global. Así pues, son seres desterrados dentro un género relegado por el mercado.

El primero de ellos, el más joven del conjunto, sobrevive como “picapiedra” en la periferia de Lima. Es un niño sin futuro como un personaje de Vitorio De Sica. Sin embargo, nada más auténtico que su tragedia neorrealista.

Un refugiado político incorpora el segundo caso de estudio. Su único delito: haber defendido la causa Kurda en el país equivocado. Su condena perpetua: el exilio, la persecución y la soledad en territorio extranjero. Su última voluntad: una quimera imposible. Visto como prototipo cinematográfico, encuadra perfectamente en el imaginario nostálgico de Tarkowsky, otro gran expatriado pero del mundo del cine, como Welles y Chaplin. No visto como carácter de ficción, encaja en el mismo marco que Salman Rushide.

Finalmente, un “dead man walking” cierra la santa trinidad de La Espalda del Mundo. Anteriormente fue sentenciado a la pena mayor en la capital mundial de las ejecuciones en serie, Texas. En el presente, aguarda por un indulto en el corredor de la muerte. Destellos del El Extranjero reverberan en su testimonio.

 Alrededor suyo, un sistema de sacrificio masivo, un engranaje de homicidio colectivo opera con la precisión y la puntualidad de un despertador. La burocracia de la muerte funciona como un reloj, y no perdonará a nuestro victimario-víctima, cuando le llegue su hora señalada por la ley del talión.

En suma, son tres presidiarios de la cárcel global: uno muy niño que hace trabajos forzosos, uno pobre y negro que perdió el derecho a la vida, y un alcalde reducido a la condición de asilado. En fin, tres historias de las que nadie habla.


Super Size Me

Dir.: Morgan Spurlock. 2004.

Varios problemas con este documental de denuncia. Primero, como afirma la redacción de Cahiers du Cinema, la omnipresencia de una dramaturgia tautológica y redundante, condenada a la fatiga desde su punto de no retorno: Morgan , el protagonista, acepta el reto de comer durante un mes comida chatarra de Mc Donalds, para comprobar si su cuerpo sufre trastornos orgánicos y si finalmente la dieta de las hamburguesas y los refrescos contribuye de alguna forma en el incremento del índice de obesidad en Norteamérica. A partir de entonces, nada cambia. Todos los días la misma rutina. Y de repente, una que otra información para no aburrir al público de galería.

Segundo, la obligación de presenciar en primera fila el calvario sadomasoquista de un narciso martirizado y crucificado por el pecado de la gula, todo en pro de su evangelio. Para ello contará con el apoyo de algunos apóstoles de la nutrición y la dietética. Y en conjunto celebrarán la última cena bajo el templo de los arcos dorados. Desde luego, no faltará la resurrección del mesías y la reconfirmación de su credo, en el último acto.

Tercero, un desarrollo hartamente previsible con un final sin sorpresas. Es la crónica de una hinchazón anunciada. Y como es de esperarse, Morgan engorda no menos de 20 libras entre el principio y el desenlace del experimento.

Tercero, la película acusa y aqueja de un moralismo antediluviano y culposo. A punta de golpes bajos, Morgan nos quiere demostrar lo mismo que el psicópata de Seven. Una estrategia fatal de corte transpolítico, inherente a una época de fenómenos extremos y riesgos máximos, donde se desafía a la muerte en aras del entretenimiento de masas. De ahí que la quijotada de Super Size pueda ser fácilmente comparada con cualquiera de las fanfarronadas de David Blane, quien ora permanece erguido sobre una columna durante días, ora se sepulta por varias horas, ora se aísla bajo hielo nada más para jactarse de que puede hacerlo, como un paracaidista compulsivo que sueña con batir alguna marca de salto.

Cuarto, la nula espontaneidad del guión. Gran parte de las acciones lucen demasiado ensayadas y Morgan parece memorizar algunas líneas antes de hablar frente a cámara. La primera escena con el protagonista, la de presentación, es tan natural como una introducción de Maite Delgado al Miss Venezuela.

Quinto, el inevitable parangón entre Super Size y I Bet You Will, la estúpida serie conducida por Morgan Spurlock para MTV, donde se invitaba y se alentaba a la juventud norteamericana a comer basura a cambio de ganarse unos dólares de más. Que ahora el animador de este degradante programa sea el inquisidor de Mc Donalds no resulta una ironía, sino un alarde de esquizofrenia mediática.

Sexto, el decadente egocentrismo de la puesta en escena, otra consecuencia de la era Michael Moore, y otro efecto del vedetismo reporteril como medio de comunicación. Aparte de su evidente culto a la personalidad, este documental desaprovecha los recursos del lenguaje cinematográfico, en beneficio de la vanidad y el autombobo del autor, quien confunde cine con telereportaje, información con opinión, e investigación con anecdotario, bajo el orden metodológico de un diario personal, con acotaciones y confesiones tan frívolas como las que componen un reality show.

Hasta qué punto es verdad lo que ven nuestros ojos en Super Size. Dónde termina la ficción y dónde comienza la no ficción. ¿Quién corre con los gastos de la producción y a cuenta de qué? ¿Todo es por la ciencia y el bien común, o hay otros intereses por detrás? Y finalmente ¿es válido considerar un solo caso, aislado y localizado, primero para sostener una hipótesis y después para acusar a toda la industria del fast food?

Por encima de sus buenas intenciones y de su buena voluntad, este trabajo no soporta ni una mínima evaluación académica. Su justificación es deficiente, al igual que su condena, amparada en una sola evidencia: la de Morgan y su metamorfosis. Pero aplazado y todo, Super Size al menos merece un veinte en el apartado de la sintaxis, de la ordenación de los signos y los códigos mediante el montaje. Definitivamente lo mejor del film junto con su poderosa interfaz visual.

 

Yotama cae

Yotama se va volando pero de la cartelera, porque sus alitas de pollo apenas le dan impulso para saltar de la cinemateca al canal dos, y va que chuta.

Además se hace pesadísima desde el despegue (con el plúmbeo temita de María Rivas) y se va en picada por la mitad del viaje. Nada en ella se sostiene por su propio peso, y las actuaciones contribuyen al desplome general.

Ramirez se desplaza como un hipopótamo desorientado, sin gracia, sin convicción, con torpeza. Se limita a posar sus pectorales, a poner caras y a duplicar viejos registros. El cacique y el soldadito (de plomo) de Punto y Raya se le salen por la boca y por los poros cada vez que coge camino.

Marta Tarragona está dura como un pan de preso, y no tiene control sobre sus brazos. Ella es pura tensión, pura rigidez, puro hierro. Y su personaje no se lo cree ni su mamá. Vedla cuando apunta a alguien con sus manos. Es como Vicky la Robot, pero sin su inteligencia.

La niña es un caso especial. Es la peor del conjunto, pero la pobre no tiene la culpa. En todo caso, el responsable es el director, quien por lo visto se le olvido ponerla en cintura, con o sin correa.

Beatriz Vazquez lo hace todo mal, porque tiene un yunque en el ala y una “R” de Rajatabla pintada en la frente. Teatro, lo suyo es puro teatro, un pavoroso simulacro asentado en su experiencia como figurante de culebrones.

En el mismo sentido, la puesta en escena y el guión suscriben los mandamientos de la televisión nacional, anclada en el melodramatismo y en la artificiosidad de los penosos años setenta. Análogamente, la dirección de arte denota descuido y negligencia por parte de sus montadores, quienes parecen inspirarse en los set de programas como Ni Tan Tarde, Planeta de Seis y Las Rotenmayer, con todo y su iluminación uniforme , plana y algunas veces subrayada por matices estereotipados, en un intento por imprimirle carácter y personalidad al plató. Empero, sobre el proscenio de Yotama se cierne un eterno resplandor como una fuente de bombillos de neón.

Si a ello aunamos una austera estrategia de distribución, con apenas doce copias en exhibición, Yotama parece condenada a engrosar nuestra extensa lista roja de fracasos en taquilla. En definitiva, será otro fiasco del cine nacional, cuya responsabilidad deberá atribuirse a sus productores y creadores, pero nunca a quienes cumplen con criticarles.

Y se lo aclaro a los amigos de contracultura.com, los críticos no somos los culpables del descalabro de la industria criolla, y menos del desinteres del público por las producciones de acá. Si así fuese, Yotama tendría asegurado el primer puesto del ranking decembrino, pues ha gozado de un benevolente respaldo mediático que sólo cabe comparar con el que ha recibido la vinochimbo a lo largo de su desigual trayectoria.

           

Ladies Night según el inspector Rodríguez

Pacheco, Pacheco, es el inspector Rodríguez …Ajá Pachecho, sabes que ayer vi una peliculita mejicanita que se llama Laidis Nait. Y bueno la cosa es como la guerra sexos pero dentro de un capítulo de Cosita Rica o de alguna de esas telenovelitas de Televisa, con chamitas como Thalya y galancitos como Fernando Capetillo, haciendo streap tease… Te lo juro Pacheco, la trama es puro Leonardo Padrón. El libreto narra “la historia de una joven que a punto de casarse, se enamora de un nudista que conoce en su despedida de soltera”. ¿Quieres que te cuente lo demás, malvado? ¿Quieres que te explique por qué llegó esta cinta a nuestro país? Pues escucha con atención lo que te voy a decir, a partir de ahorita.

Resulta que Laidis Naick es la primera producción de Miravista, un nuevo estudio fundado en la patria de Paulina Rubio, por parte de Buena Vista International  (Walt Disney Company) y el multimedio español Telefónica, con el fin “recuperar la inversión en una película en el mercado de origen, apoyada por la promoción que puedan hacer socios locales, como Grupo Televisa en México. Luego, estrenarán las cintas en Latinoamerica y España en busca de ganancias.” O sea Pacheco, que los gringos ponen la plata, los mejicanitos ponen el talento, y el abusadorcito del ratón Mickey se come casi todo el queso, en compañía de su panita “iberoamericano”. Bienvenido al cine hispano en la era del tratado de libre comercio.

El presupuesto de Laidis ascendió a 1 millón 600 mil dólares. Y como un tanque de Hollywood, la película se estrenó en 380 salas en México. Compara eso con las quince salas donde se vio Punto y Raya o con las doce donde se proyectó Una Casa con Vista Al Mar.

Su total de recaudación fue superior a los 14 millones de pesos, convirtiéndose en la producción nacional más taquillera del año 2003. Esto sólo se hizo posible por cuatro razones que te explicaré a continuación.

 Todo ha consistido en adoptar y chicanizar el sistema de producción norteamericano, en función de las siguientes pautas: un reparto de estrellitas (de la tele en este caso), una banda sonora llena de temas pegajosos  (para promocionar la película en radio), una estructura genérica a camino entre la comedia populista y el melodrama rosa, y por ultimo, un director que le imprima a la película un “look” de modernidad videoclipera y publicitaria. Es decir, las mismas características de Punto y Raya. Como te habrás “dado de cuenta”, Pacheco, el mercado nos ha hecho iguales… cada vez más iguales a las películas del norte. Es lo que un intelectual llamó alguna vez “El Caballo de Troya de Hollywood”. Y lo que yo podría definir como el “benditico problemita que siempre tenemos con los mejicanitos de la generación Nafta”. Cambio y fuera.