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Laberinto

    Allí en la cuarta fila, en la séptima silla a la derecha, estaba sentado Jairo con aire de senador romano, la seguridad de ser el elegido le había dotado de esa sensación de sentirse observado a cada instante; su actitud por tanto, solo era la que debía tener el ganador antes de que se revelara su nombre. Ese "ya lo sabemos: soy yo" en su cara le daba motivos para permanecer en estado pensativo, dando la impresión de que una gran idea está siendo rumiada cuando en realidad su preocupación ahora era acerca de si le fallaría su voz o si algunas partes del cuerpo le temblarían al caminar hasta el escenario para recibir de manos del jurado, el merecido premio. Quedaban a su izquierda cinco de las seis sillas que lo separaban del pasillo más cercano, delante de él estaba sentado alguien con una figura gruesa, por lo que se le dificultaba observar directamente la mesa dispuesta para la ocasión. Había llegado temprano, quizás veinte minutos antes de la hora estipulada por los organizadores del evento, primero se había paseado un rato por los corredores de la vieja casona observando su decorado, cada pieza armonizaba de una manera tan perfecta que era más irreal que esas casas que aparecían en los catálogos de las revistas que normalmente miraba en las salas a la espera de ser atendido para una entrevista de trabajo. Le quedó tiempo incluso de leer los avisos que colgaban en los dos pizarrones en forma de cartelera que ubicados alrededor del patio con la fuente de agua le daban a la casona un aire a Colegio atendido por monjes Benedictinos; las notas allí expuestas solo interesaban a quienes trabajaban en aquella "Casa de la Cultura", pero Jairo las leyó como si fuese el editor encargado de hacer la selección para publicarlas.

Cuando abrieron la puerta del inclinado salón, fue el primero en reaccionar pero con su estudiado caminar y con su aire de perdonavidas dejó pasar delante algunos escritores nóveles y sus acompañantes que se dispusieron a buscar asiento. La visión desde la puerta del salón le llegó nítida, la mesa tendida con mantel blanco, con las dos jarras de agua y los cinco vasos vacíos, apenas si daba espacio para colocar las sillas del otro lado; cuatro estaban del lado de allá, pero una de ellas estaba a un lado de la mesa ( a la izquierda de Jairo) mostrando completamente su perfil y dando la impresión de ser una huérfana a la espera de un padre adoptante.

Se adelantó a los acontecimientos y se vio allí caminando frente a la mesa hasta llegar a la silla desamparada, estrechando las manos de los integrantes del jurado; con la carta, el pergamino o el diploma en su poder, apretando esa insignia que le aseguraba los quince minutos de fama a que tenía derecho. La clara visión se vio interrumpida para darle paso al grupo de seis jóvenes que se adelantaron para sentarse en la primera fila. Su pausado caminar y la inclinación del pasillo del centro lo llevaban hacia el atrayente escenario, los ruidos de las sillas al moverse y la algarabía del grupo de jóvenes lo obligó a despertarle de su ensueño y a dejar dos filas de distancia entre los revoltosos y él. Giró a su derecha y se sentó en la primera silla, pero con un rápido movimiento se levantó de nuevo pues quería darle mas espectacularidad a su salida. Se sentaría un poco mas adentro, para tener que recorrer entre aplausos y la incomodidad propia de salir hacia el pasillo, el camino hasta la mesa. Desde su nueva posición tendría que vencer varias sillas ocupadas por sorprendidos espectadores, que hasta se atreverían a felicitarlo mientras le estorbaban su llegada al objetivo.

Cuando por fin se sentó, cruzó sus piernas como se había cuidado de no hacerlo en las docenas de entrevistas de trabajo a las que había asistido sin éxito, apoyó su mano derecha en su rodilla izquierda y reclinó su mejilla en su delgada mano. Miraba adelante como cuchicheaban entre sí los jóvenes, escuchaba como se llenaban las sillas a su derecha por las gentes que bajaban por el otro pasillo, se incomodó para darle paso a la pareja que entró como él por el pasillo del centro pero que decidió sentarse en las dos únicas sillas disponibles mas allá; mientras dejaban vacías las seis anteriores. Hizo fuerza para que el grueso personaje que decidió sentarse en la fila de adelante, se moviera para otra silla distinta a la que ahora ocupaba pues le obstruía la directa visión al escenario.

"De no encontrar trabajo tendré que irme de la capital y regresar al pueblo de mis padres, de donde salí siendo un don nadie y a donde regresaré siendo un don ¿quién?" pensaba mientras su pose de intelectual atareado se diluía. Cuando por fin alguien se sentó a su derecha en uno de los seis asientos vacíos y le miró con intención de saludarlo, con renovada fuerza asumió su pose y saludó compadecido al tipo vestido de negro, con boina, sandalias y con esa mochila de lana que le cruzaba el pecho como bolso "manos libres" de moda. Aunque luego del saludo Jairo siguió mirando al escenario, tenía al recién llegado en su campo de visión y lo catalogó: ése es un jóven de la generación del setenta que se viste como yo lo hacía en los sesenta para parecer que es un pensador de los noventa. Empezó a rezar un padrenuestro por él.

"Caer en la tentación", fueron las últimas palabras que pensó antes de enfocarse de nuevo en el escenario, pues la ceremonia empezó con la entrada abrupta de los cinco jurados. Cuatro de ellos se sentaron tras la mesa y el otro se mantuvo de pié con el micrófono en la mano dando lectura al acta mientras la silla que mostraba su perfil permanecía fría.

Todo transcurrió muy rápido, palabras del uno, del otro, lectura de un poema, de otro, agradecimientos a los unos, a los otros y una luz tenue para dar reseña al autor ganador sin aún dar su nombre. Queremos invitar a un gran escritor que nos acompaña en la sala para que pase a recibir los honores que merece, dice el orador desde el micrófono señalando la silla vacía. "Antes de entregar el premio, quiero decir que considero a Jorge Arcadio el mejor escritor que he conocido en la década que llevo dirigiendo esta Casa de la Cultura", continuó el presentador.

Cuando el robusto escritor que estaba delante de él afectando su campo de visión salió a recibir el honor de sentarse entre el jurado; Jairo sintió vergüenza de no haberlo reconocido antes de escuchar su nombre; pero placer al saborear que su premio sería recibido nada mas y nada menos que de las manos del excelente y admirado escritor, giró el rostro a su izquierda para hacerle señas al oscuro personaje, pero estaba ocupado aplaudiendo; volteó en busca de la pareja de su derecha, y los vió sonrientes y sorprendidos. Los jóvenes de adelante gritaban cosas y se pusieron de pié aplaudiendo al paso de Jorge Arcadio, obligando a los demás a hacer lo mismo.

Cuando Jorge Arcadio salió a recibir el homenaje de sentarse con el jurado, se le entregó además un pergamino enrollado. Fue entonces cuando el homenajeado escritor dijo que nunca había soñado siquiera con recibir un premio como "el mejor escritor de la década en la Casa de la Cultura ", y sacó una lista de personas a las que le expresó su agradecimiento, entre ellas a su madre. "Durante mi niñez en el colegio Benedictino, que ahora es sede de esta Casa de Cultura, si alguien me hubiera dicho que, por mi trabajo literario, me iban a dar el premio de mejor escritor de la década, yo no lo hubiera creído", dijo emocionado Arcadio.

"En realidad, no hubo tal galardón", informó en las carteleras de la Casa de la Cultura, una nota escueta del director y presentador de la ceremonia. "La invitación a sentarse junto al jurado y el pergamino eran un obsequio para celebrar el cumpleaños de Jorge Arcadio, que coincidió con la fecha de la ceremonia. Nuestro querido escritor ha recibido tantos premios durante su carrera, que al parecer se confundió cuando recibió entre aplausos el anuncio de subir al escenario y creyó que se trataba de un premio al escritor de la década. Para evitar un molesto incidente se le hicieron a él los honores reservados para el ganador de la convocatoria, al cual le solicitamos se presente para reclamar su premio en ceremonia privada", decía la nota que Jairo nunca leyó.