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La nonchalance
Avec: Têtes Raides

   No hay manera de saber si el Theatre des Bouffes du Nord de París seguiría siendo tan hermoso tras una posible restauración, o si su belleza radica, precisamente, en la desidia que lo caracteriza. Al entrar me sentí como esa psicóloga que entra a una sala abandonada, poblada por mendigos y maleantes, de la mano de Bruce Willis en esa desesperante escena de Twelve Monkeys.

   La decoración es un anticipo de lo que viene: mucha madera, cajas por todos lados, tablas de calidad pobre que cubren el suelo meticulosamente ordenadas, latas, pedazos de techos de zinc, todo eso al nivel del público. Detrás, en una tarima muy alta, hay una litera con una escalerita de madera, una ventana que da a una pared, una mesa con micrófonos y cámaras de video. Objetos cuelgan del techo. La gente que llevaba horas agolpada en la puerta se apresura a apostarse sobre los cojines en el suelo o en las sillas del parterre. Los tres balcones se llenan más despacio. En el techo, una inmensa claraboya se muestra oxidada y parece poseer restos de los vitrales que adornaron su pasado.

   Muy cerca del público está el primer reto para este pseudocronista: hay una cantidad de instrumentos tal que de la mayoría sencillamente desconozco el nombre. Una tuba, un trombón, varios saxofones, un piano, un violoncello, un violín, batería, guitarras acústicas y eléctricas, un bajo eléctrico y un contrabajo, algo que me suena a theremín, pero que no parece ser eléctrico. Por la X, un xilófono. Hay más artefactos, pero su descripción haría este artículo interminable.

   El segundo reto es la banda en sí. Los que hayan leído varios números de esta sección sabrán que mi mayor problema es la clasificación de los estilos. El editor de esta revista se dio cuenta una vez y me regalo un link a una guia multimedia de identificación de estilos musicales :-)

   Yo recién los conocí, a través de un disco de Yann Tiersen, con quién trabajaron en el tema Le jour d´avant, pero Têtes Raides es un grupo legendario en la escena francesa. Con al menos 14 años de presencia y acumulación de fanáticos, han sido siempre liderados por Christian Ollivier, el autor de casi todos los textos, y se han mantenido, a lo largo de su extensa discografía fieles a un contenido, una filosofía. Chanson française, neo realismo poético, rock à la française, es difícil para mí ubicar a este grupo en un renglón. Su música es algo gitana, algo cercana al rock o al ska o al tango o al punk. Una amiga los define con una palabra que a mi me lo dice todo: la nonchalance.

   La nonchalance viene a ser, en el argot caraqueño, algo así como el “antiparabolismo”. En inglés, algo así como “not to give a shit about”. La nonchalance, según esa sonrisa que mira el techo que es a veces Marjanne Sevenant, es algo así como el reducto más que todo parisino de mayo del ´68: ingenuidad, poesía, ropas desaliñadas, dientes careados y mucha calle.

   Ollivier es también responsable de la identidad gráfica de la banda. La estética de sus discos, la estética que puebla hoy el teatro de las Bouffes du nord, es aquella de Delicatessen, el claroscuro versionado por Jeunet et Caro. Los libros de los discos de Têtes Raides están siempre ilustrados profusamente con un imaginario casi infantil de animales, humanos y demás seres fantásticos.

   Así son también los personajes de esta pieza de teatro con matices de concierto, o viceversa. Un noticiero lleva la batuta de las acciones desde la mesa del segundo párrafo. Noticias absurdas y entrevistas a personajes reales a quienes se les dá tribuna para ventilar la problemática de la banlieu parisina, de los inmigrantes o los niños. El noticiero se interrumpe regularmente por cortometrajes de un humor Ionesco y oscuro. “Tengo treinta segundos para convencerlos de que soy mágico” y el tipo de lentes tuertos de nadador, bigotes de Cantinflas y uniforme militar desaparece con el mismo efecto especial con el que el chapulín colorado sufría los efectos de la chiquitolina.

   Cuando esta “nueva” raza de teloneros da paso a las estrellas, el teatro parece caerse entre gritos, silbidos y gente que corea lo himnos más conocidos de los cabezaduras.

   El virtuosismo de los músicos es comparable a sus habilidades histriónicas: sus rostros y las luces cargan la atmósfera de un dramatismo hermoso. Sin embargo, una de las mayores fortalezas musicales de la banda es a la vez uno de los males que los aqueja en vivo: los personajes mutan de un instrumento al otro a cada segundo. Raras son las veces que dos temas no requieren una larga interrupción para desmontar un acordeón y buscar y afinar una guitarra. Ese silencio que queda cuando terminan los aplausos y vítores le resta la emoción del tema anterior al tema siguiente y hay que empezar casi desde cero.

   Pero el milagro sucede y la gente se vuelve a poner de pie y vuelven a patear el piso de madera y yo vuelvo a sentir el balcón temblar. Y no es para menos, porque Iso intercala los golpes al bombo con brincos salvajes sobre la lámina de zinc, Lulu golpea sonreído la batería con unas escobillas infalibles y Christian hace descender una silla vieja de madera que cuelga del techo y la hace chirriar para que el sonido del acordeón se ensucie un poco. De los clásicos solo interpretan un par de temas. Café Arranca con Iso al saxo y es continuado por Anne-Gaëlle en el violoncello. Ginette es interpretado con un solo de esa cosa que no es un theremín. Durante poco más de cinco minutos, cada uno toma un libro de poesía distinto y leen en voz alta, caminando de un lado al otro, tropezándose, turnándose el protagonismo para soltar una frase contundente. Muchos temas del disco recién publicado son ya cantados por muchos de los asistentes. Yo recién había podido oírlo por primera vez unas horas antes, en el Fnac de Champs Elysées.

   Luego de más de dos horas de espectáculo, el público, es inevitable, se queda esperando más. Las luces se encienden pero no tiene sentido, ahí se quedan, coreando Emily, Ginette, Gino y los demás temas de borrachera bohemia, de pie, sobre las sillas o asomados hasta el vértigo de los balcones.

   Solo Christian e Iso salen a saludar, con un reproductor de cassettes. Mi francés es muy pobre como para entender la dedicatoria de la voz de soprano que sale de la corneta. Una zarzuelita que los deja a todos pensativos y satisfechos.

   Yo me fui a caminar. Apenas era medianoche y la vida recién empezaba en montmartre.


O.04102003
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PD: ilustraciones tomadas de los discos Les oiseaux y Viens!

   
 



El dato del mes

   Encontré a Black Eyed Peas en el último comercial del iPod de Apple. Si hubiese escuchado Where is the love?, la melcocha que hicieron con Justin Timberlake, jamás les hubiese dado cinco minutos. Pero menos mal que esa pieza es solo un obstáculo menor en Elephunk. Hey mama, la canción que suena mientras unas siluetas de street-smart-people bailan contra un fondo de colores me dio el pie para The Elephunk Theme, luego Sexy (con un inciso de Insensatez, de Tom Jobim) y finalmente Shut Up, que es el dato del mes por su mezcla balanceada de rythm&blues, hip-hop y letras. Black Eyed Peas es el mejor producto chicle bomba que he escuchado desde Moloko. Recomiendo el disco, además porque bajarlo de Kazaa es una tarea titánica, casi todas las canciones que se consiguen son versiones alteradas de Where is the love? con distintas longitudes (eso si, “¿Where is the love si bajas canciones pirateadas?” es un guiño genial de la disquera, hay que reconocerlo)

-Daniel Pratt
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