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La Sueca Feminista en el Valle de Elqui

    -Parece que me estoy enamorando de ti.

    Lo dije, Dios mío, con una tranquilidad que me sorprendió, en medio de la noche y en medio de los cerros, en el patio de la única hostería de Pisco Elqui, echados solos en unas sillas de playa, bebiendo vino tinto y mirando el profundo cielo, cielito.

    En ese momento cayó una estrella.

    Ella, una feminista sueca de casi treinta años, sonrió mordaz y silente. Sus labios rojos parecen que van a decir algo. Mas no dicen nada. Me mira teatral y lúdicamente –le hubiese gustado ser una dama de la belle époque o ser la escritora Virginia Wolf- y su pelo negro se confunde con la noche y su maquillaje como de ramera elegante y noble le marca unos giros misteriosos.

    Vinimos desde Suecia a mi país a visitar la tumba de Gabriela Mistral. La sueca escribiría unos artículos para un magazine de mujeres que publica reseñas livianitas de li-te-ra-tu-ra. Vinimos también a buscar el centro magnético de la tierra. Dicen que ahora esta en el Valle de Elqui. Esa frivolidad esotérica, que hoy se rumorea en cualquier café del norte de Europa, nos desatina.
Las uñas de sus pies –también pintadas con un esmalte rojo que cuesta varios dólares- resaltan en la oscuridad. Una de mis manos se posa en su rodilla y se desliza lenta por debajo de su faldita negra y acaricia su calzón negro de seda.

    Sus grandes ojos azules se cierran hacia la noche.

    -Quiero una relación de igual a igual, dice de improviso la sueca feminista, sin abrir los ojos.
Me conmoví.

                                                                            (¡Qué extravagancia, Pancho!)

    Su voz parecía no dudar. Mas, un sutil gesto facial en su perfil de Greta Garbo me hizo suponer que su frase tenía un reverso irónico o un caos peligroso, correcto en la forma pero canalla en el fondo. Su distancia puede ser una forma de pudor.

    Mi mano, mientras tanto, tantea su pequeño sexo, depilado como sus axilas o sus blancas piernas. La mano, por fin, se posa en la línea húmeda que le corta la entrepierna.

    Entonces cayó la segunda estrella en el Valle de Elqui, el centro magnético de la tierra.

    Ella musitó:
    -Creo que me estoy enamorando de ti, Pancho.


La Serena, abril 1992.
(En Memorias eróticas de un chileno en Suecia, 1992,
Foro Nórdico y Editora Kipus 21)

-Omar Pérez Santiago
<[email protected]>

   




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