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Top-5 canciones escuchadas en una fiesta de los ochentas

Top-5: s. Lista arbitraria, extremadamente personal, hecha por un colaborador de Panfleto Negro.



Yo en los ochentas tuve de 3 a 13 años. Creo que mi opinión poco aplica en este conteo, pero bueno, es viernes por la tarde y estoy ocioso (en estas circunstancias, Pedro Rodríguez, de la sección Tedios, escribe maravillas).

A inicios de los ochentas, mi papá ponía música en casa todos los domingos en la mañana. Cada domingo era una fiestica, entonces, en la que bailabamos, jugabamos pelota en al sala, rompíamos jarrones etcétera. De esas fiestas, lo mejor era Peace frog de The Doors, por lo cómico que bailaba Gabriel, mi hermanito y Ramble Tamble de Creedence Clearwater Revival, por lo bien que bailaba mi mamá. Ambos temas son bastante anteriores a los ochentas, pero aquí no hay reglas.

Las otras fiestas eran las de cumpleaños, un poco más tarde. De esas recuerdo a Enrique y Ana con los inolvidables hits En-un-bosque-de-la-china-la-chinita-se-perdió y el Alibombo. Recuerdo que me aprendí el orden de los planetas con una canción de Popy y que se burlaban de mí en el colegio con una canción de Juan Corazón pero no las recuerdo en ambiente festivo.

Ya al final de la década asistí a mis primeras fiestas del colegio, a las que no iba antes e incluso no fui después porque me aburría montones. De ahí sólo recuerdo un tema, el tema con el que bailé por única vez con una carajita de apellido Arrieta de la que estaba enamorado en primer año: Te amo demasiado de Fernandito Villalona.


Fue así: ella estaba, sola, de pie, en algún lugar del patio de aquella casa, entre macetas de helechos, árboles transparentes y la jaula donde un pájaro negro y amarillo, afilado, saltaba de tanto en tanto entre los listones de madera de su encierro. Yo tomé un trago de cualquier cosa, algún licor barato, comprado por alguien, algún amigo, que en algún momento jugó a no ser lo que era: un adolescente abstemio. La tarde era fría. Los helechos se movían con el viento. Me animé, caminé hasta ella, le pedí que bailásemos. Mi mano derecha quedó detenida en su espalda desnuda. Hubo una explosión turbadora. La sensación confusa del alcohol, de su tacto, de la luz de la tarde, la corroboración de un suspiro glacial recorriendo mi cuerpo. Ya ni recuerdo su nombre. Pero sé que ese día escuché entre las cornetas de un equipo Pioneer una canción de Juan Luis Guerra y 4:40, una versión de Wild world, el disco entero de Mike and the Mechanicals, Diábolo, de Los Melódicos, y cierta canción de Bryan Adams cuyo nombre ahora no puedo recordar.






En realdidad, incluso hoy, voy poco a fiestas. Pero voy a intentar trabajar con lo poco que recuerdo.

1. A finales de ochenta, principios de los noventa, estaba muy de moda, entre la gente de mi salón de primer año de bachillerato el Grupo Niche de Colombia, sobre todo una canción que se llamaba Nuestro sueño, esa que decía: "una mirada bastó, así sucedió, ausente las palabras, mi cuerpo vibró". Cónchale qué buen ejercicio, un compañero de clases que se llamaba Argenis, ahora recuerdo, del tipo "palo de agua" (le caía a todo el mundo) se levantó unas cuantas chicas con esa canción... ¿seguirá funcionando?

2. Siguiendo en el ámbito de la salsa, también recuerdo que esa misma gente fanática del Grupo Niche puso varias veces en otra reunión Mi mundo de Luis Enrique. Nunca entendí por qué se apasionaban con la frase que dice que el mundo del nicaragüense estaba "lleno de triunfos y fracasos, virtudes y pecados y en él no cabes tú".

3. Una insólita que escuché, de hecho, me hicieron cantar como parte de una minicoral con el grupo con quienes estudiaba japonés es una canción venezolana que en mi vida había conocido, la puerca o algo así, uno de sus versos decía: "esta era una vieja que tenía una puerca bajo la cama la mantenía". Bastante enigmático. Públicamente comprometo a Pedro Enrique Rodríguez a que a la luz de la sicología me haga un pequeño análisis de esta canción.

4.Con la misma gente del japonés conocí a Cindy Lauper porque fue la época cuando vino y supongo que Girls just wanna have fun sonaba, sonaba y sonaba. De verdad que hubo gente en ese curso de japonés que hizo sacrificios para ver a la Lauper. Debe ser por eso que cuando sentado en la oficina de Aserca del hotel Hilton y revisaba una Ocean Drive que tenía a Cindy demacrada sentí que más allá de lo evidente de su físico la imagen era un recordatorio del paso del tiempo.

5. Como mi familia es del Zulia (pero no maracucha sino cabimense o cabimera) escuché mucha gaita en fiestas. Recuerdo algunas de las que obtuvieron premios, como por ejemplo Las petacas (papagayos) o algunas de las que les compone Cardenales del Éxito al negocio principal de su dueño, La Comercial Chichilo, una especie de precursor de Makro. Igual hay otra dedicada a (o en contra de) Carlos Andrés Pérez que decía que "un ojo dimos para hacerte presidente, te creímos competente y un gran defraude tuvimos, pa' vivir como vivimos mejor morir de repente".




Ahhh y me permito un extra porque me gusta. Una vez escuché en una fiesta del grupo Caraota, ñema y tajá, El espanto, esa va: "por allá de no sé dónde, tampoco se sabe cuándo, dicen que sale un espanto... yo lo vi, yo sí lo vi, yo lo vi, yo sí lo vi, era un muerto sin cabeza, sin pantalón ni camisa, con las manos en el bolsillos y una macabra sonrisa"...


Realmente me he divertido con este top five y creo que ha quedado más que demostrado que no voy a fiestas (o que, nací, como el filósofo chino autor del Tao Te Ching, ya de 13 o 14 años en plenos noventa)


Hambre (TOP 5): Me dejan en la entrada del Club Los Cortijos, me bajo del carro lo más lejos posible para que no vean a mi madre al volante. Camino hacia la fiesta convencido de que mi bluyín nevado y mi camisa Polo comprada en Margarita son más poderosos que mi acné y mis 50 kilos de peso. Justo antes de cruzar el umbral se me ocurre otra frase ineludible con la que seduciré al fin a María Luisa, mi mejor amiga. Al cruzar la puerta de vidrio suena Tarzan Boy de Baltimora

Acecho (TOP 4): María Luisa no ha llegado, así que comienzo a recorrer las mesas con un amigo que sólo habla de carros. No tengo idea de lo que es un inyector, sin embargo tengo una asombrosa capacidad para rebatir sus argumentos e incluso mejorarlos. Acordamos que algún día tendremos un Sierra XR4I. En la mesa de los pasapalos descubro que el queso azul tiene la fastidiosa propiedad de adherirse a los frenillos. Tras resolver el problema con un palillo de dientes, puedo volver a mirar a las chicas que estrenan boquitas fosforescentes que imagino, sin excepción, deslizándose en la mía. De la miniteca sale una nube de humo arañada por haces de luz mientras todos brincan con Girls just wanna have fun de Cindy Lauper

Ataque (TOP 3): María Luisa convierte al salón en cóncavo y ella es la única figura superpuesta. Todos los días nos sentamos juntos en clases y siempre me ha parecido hermosa, pero nunca la había visto así; sus hombros suaves emergen de la tela roja que la envuelve, sus ojos verdes relampaguean y sus labios se abultan como un mullido cojín cada vez que se unen.. Chuco, el capitán de futbolito de quinto año, la saluda aunque el hijo de puta no sabe ni como se llama. Me lanzo hasta ella con paso rápido a ritmo de Walk like an Egyptian de Bangles.

Herida (TOP 2): María Luisa me abraza lo suficiente como para presumir. “Hola, amigo”, me dice ella, “Qué lindo estás”. Mantengo mi brazo en su talle triunfalmente hasta que Chuco dice: “Están poniendo merengue ¿Quieres bailar?” ella se desenreda de mí con naturalidad y se va tras él, no sin antes lanzarme un guiño cómplice. Me quedo de pié en la mitad del salón fingiendo una sonrisa de aprobación para mi “amiga”. En la mesa de al lado hay siete sillas vacías. En la octava, una chica de lentes torcidos y un vestido que le queda grande tamborilea sobre el mantel tratando de hacer menos miserable el tiempo que queda de fiesta. No es fea, no es atractiva, no es María Luisa. “¿Quieres bailar?” pregunto sin nada que perder. Le tomo la mano mientras Wilfrido Vargas rapea en El Loco y La Luna.

Carroña (TOP 1): Cerca de la piscina me libero de los brazos de Silvia con un último beso. Me concentro en sus ojos adormilados para no ver la mancha de pintura labial que rodea su boca. Al salir evito la pista de baile. No quiero toparme con María Luisa. Me avergüenza el olor a saliva en mi cara y el dolor en la entrepierna. Tengo un número anotado en una servilleta al que llamaré mañana en busca de algo que no entiendo. Mi padre llega casi sonámbulo, abre la puerta y no pregunta nada. Mientras los postes encuadran la autopista enciendo la radio, me arrellano en el asiento y me dejo llevar por Sara de Fleetwood Mac.





Preadolescentes

5. Take On Me, A-ha: La escuché en estos días por casualidad y recordé esa experiencia que significa identificar en grupo una canción por sus primeras notas y en medio de la torpeza social de los diez años asentir y comentar sin palabras que esa es LA CANCIÓN. Como nota adicional, pienso que el intro de Take On Me es la síntesis de toda la música anglo de los ochentas.

4. Girls just wanna have fun, Cindy Lauper: La canción de fiesta de los ochentas. No sólo por la cantidad de veces que sonó, sino por ser como la década: punk-falsa-naif en medio de un mundo que se devoraba a sí mismo.

3. Careless Whisper, Wham!: “I’m never gonna dance again / Guilty feet have got no rhythm” Dos bloques, niñitos y niñitas, chapuceando a gritos una canción lenta mientras en esa tierra de nadie que eran las pistas de baile prepúberes, una pareja de aventurados se mueven torpemente casi sin saber sostenerse.


Adolescentes

2. Lluvia, Eddie Santiago (según Luis, original de Emmanuel, ¿pero a quién le importa?): el ídolo de la salsa romántica nos enseñó que todos podemos ser salseros eróticos, sin importar si desafinamos como él, con tal de que gritemos las notas altas a todo dar. Lluvia fue la primera canción de salsa en la que escuché al DJ bajar el volumen para que la gente se desgañotara haciendo el coro.

1. Si algún día la ves, original de Francis Cabrel, pero de Sergio Vargas y Los Hijos del Rey para los que vivimos de este lado del Atlántico: Prueba de que una misma canción puede servir para pasar un despecho primigenio hartándose de coca-cola y para bailar con esa muchachita que “tiene la edad del primer corazón” y más o menos nos hace caso mientras el resto de la fiesta desaparece en giros color pastel y reaparece en los quiebres de los metales.




Próximo: "Top-5 conciertos de mi vida"



   




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