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Top-5 episodios de literatura erótica (en ficción o vividos)

Top-5: s. Lista arbitraria, extremadamente personal, hecha por un colaborador de Panfleto Negro.

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Próximo Top-5: "5 películas que nunca me he cansado de ver"


O.

Número 69 de panfletoNegro. Tenía que suceder. Sin embargo, en la serie anterior de Top fives hubo uno en particular, “Top Five Libros que dejarías ‘escondidos’ para que tus hijos descubran lo dura que es la vida”, que yo interprete exclusivamente como libros para que mis hijos, si los llegara a haber, tuvieran un primer contacto literario con el sexo. Quizás porque lo único que yo busqué en los escondites de la casa fueron Penthouses, kamasutras y confesiones de Xaviera Hollander. Así que no os sorprendáis si os resulto repetitivo.

Literarios: pues sí. Uno de los repetidos es el que más recuerdo: Nosotros, de un autor anónimo. El episodio clásico de la púber que es secuestrada y, oh injusticias, inocente víctima del síndrome de Estocolmo, termina por seducir a su tosco, gigantesco, feo, pero dulce guarda, quién se lleva su virginidad, obviamente, con un pene de dimensiones prometéicas. Mención especial le daría al poema “The shower” de Bukowski (when you take it away / do it slowly and easily / make it as if I were dying in my sleep instead of in / my life, amen.), a “The book of the lover” del Pillow Book de Sei Shonagon (I have placed my feet on this book's last pages, / confident of standing so much higher in the world / than I ever stood before.), y al capítulo de “El Anatomista” de Andahazi (que creo que ni antes ni después de eso no escribió nada que valiera la pena) en el que Mateo realiza el descubrimiento.

Cinematográficos: Tierra, de Julio Médem. La escena en la que la puta cría y el medio hombre no hacen el amor es una de las escenas eróticas más memorables que he visto. Volví a respirar un minuto y medio más tarde, con la garganta completamente seca. Crash, de David Cronenberg. Más de uno se salió de la sala cuando Elías Koteas y James Spader empezaron a follar en el asiento de atrás. Creo que la primera vez que la ví, esa fue una de las escenas que más he sufrido en una sala de cine. Comparable en mi historia personal contemporánea con Amityville Horror, sólo, de madrugada, en una casa vacía, y con la escena de Irreversible en el Rectum. Straw Dogs, de Sam Peckinpah. La escena ambigua en la que violan a la esposa de Dustin Hoffman tiene una horrible carga erótica par mí. Un tipo de erotismo enfermo que existe en ese infierno humano de monstruos incomprensibles en el que nuestro héroe parece a ratos entender que sólo la locura funciona en medio de la locura.

3 - En su novela erótica hay un capítulo desafortunado que lleva mi nombre. Me dijo que era virgen y la oportunidad de ser desflorada de manera mítica le fue irresistible: “...perdí mi virginidad en un antiguo monasterio de la Toscana, junto a un joven de rasgos indígenas que recién había conocido en la parada de autobuses. Yo lo había visto y sabía que él me veía. Me preguntó si sabía qué autobús iba a la estación de trenes y yo le respondí que yo iba en esa dirección. Tras hablar y coquetearle me besó e imprudentemente le pedí que me acompañara a Perugia. Se negó, anticipándose al tinte de lo que sucedería por cometer el error de intercambiar emails, pero lo acompañé hasta que tomó su avión. Volvió a desflorarme cada vez que se lo pedí. Excepto la última vez: se negó a hacer el amor en el baño del aeropuerto.”

2 – Tengo un dulce recuerdo de ella. Si me enfrentara a ese duro momento en la vida de los seres sin fortuna en el que tengo que decidir con quién de las personas que quiero pero no amo intentaré pasar el resto de mi vida (opción contraria a la de aquellos benditos que ven a una persona y entienden que no podrán vivir sin ella y además, son correspondidos), ella sería mi única buena salida. Y sería feliz con ella. Es sólo que el momento que nos tocó compartir... Jamás  he estado con otra mujer que disfrute tan salvajemente. Una caricia, un beso, un baile. Tomarnos una foto. Comer pan o salir a cenar. Descubrir nuestros cuerpos de dia o de noche. Quizás si nos hubiéramos entendido mejor no habría sido tan bueno.

1 - Ella es una novela erótica con un final triste. El primer capítulo es feroz. Ocurre en un paraje montañoso, en el desván de un chalecito, sobre una manta de cuadros que aún conservo. El capítulo de la ducha casi me hace llorar de emoción cada vez que lo releo, generalmente en medio de un insomnio. Cada escena en la que casi destruímos una cama (casi destruímos más de una cama) me recuerda lo deliciosamente poco delicado que era el movimiento de sus caderas. El capítulo final es demasiado largo y doloroso, sin embargo. Pero así está escrita esa hermosa novela sin nombre.

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Luis Nouel

TOP 5
Aquel fue el invierno más duro que España había pasado en los últimos años.  En nuestra ciudad no había nevado pero el aire frío del mar era insoportable.  A pesar de las ventanas cerradas todavía se colaba algo de brisa nocturna por una rendija que no lograba encontrar.  Helado, me paré de la cama echándome a los hombros una cobija para taparla con lo que fuera.  Al comprobar la ventana del cuarto de al lado, noté que la luz del apartamento de enfrente estaba encendida.  Iba a bajar la persiana cuando apareció una forma.  Corrigiendo mi miopía vi que era un solo bulto del que salían dos cabezas, una femenina y otra masculina, con un mejor ángulo pude ver los brazos de ella entrelazados sobre los hombros de él.  Las piernas de la joven atenazaban la cintura de mi vecino mientras este la elevaba y la bajaba tomándola de las nalgas.  Me quedé inmóvil ante aquella imagen.  Sabía que tras mi ventana sería difícil descubrirme, pero no hice ni un ruido, ni un movimiento, nada que pudiera delatarme.  Sin embargo todas las precauciones eran estúpidas.  A ellos le daba igual si el edificio entero estaba espiándoles. Ella arqueaba su espalda y sacudía su pelo negro con una complicidad generosa para los que disfrutamos la escena.  Poco a poco se fue empañando su  ventana.  Me costaba más y más adivinar algo de lo que ocurría. Algún roce de una mano, de un hombro o algún extremo indeterminado de sus anatomías.  Cuando me atreví a acercarme al cristal como un último intento adivinatorio, descubrí que mi ventana también había quedado velada por el vaho.

TOP 4
Sacó una llave del bolsillo, con la duda de que funcionara.  Las copias no siempre quedan bien. Entró sin problema en la cerradura, pero no giró.  Ella lo miró con angustia, pero él siguió concentrado y empezó a mover la llave milimétricamente buscando el juego hasta que al fin giró.  Ella sonrió aliviada.  Al abrirse la puerta dejó en el suelo una marca de polvo. Hacía meses que nadie entraba.  Los padres de él habían comprado aquel apartamento cerca de la playa para las vacaciones; pero ahora que se estaban divorciando, se había convertido en parte de los bienes a repartir.  Él había encontrado la llave en un cajón y no dudó en buscar un cerrajero para que la copiara.  No había luz ni teléfono.  Dejaron en la mesa una bolsa de pollo frito que habían comprado cerca y una sidra que ya empezaba a calentarse.  Se detuvieron junto a la ventana.  Tras el salitre en los cristales, se podía ver como del horizonte comenzaban a desprenderse serpentinas anaranjadas que se reflejaban en el mar despeinado por la brisa.  Se miraron y sonrieron.  A pesar de las paredes desnudas, el sucio sobre el que se marcaban sus huellas y el olor a humedad, no había un mejor lugar que ese.  Abrieron la ventana, dieron la vuelta al colchón, y con la tranquilidad de quien se sabe imposible de encontrar, fueron dejaron que sus oleadas se sincronizaran con la respiración del mar.

TOP 3
Se sentó a mi lado en el Nuevo Circo.  La última vez se había puesto a mi lado un Guardia Nacional que presumía de recibir los mejores sobornos de la frontera, así que agradecí que fuera joven y bonita.  El autobús salía a las 8:00 de la noche. Vestía sin ninguna provocación, como las chicas de los colegios de monjas; correcta, sin malicia.    Normalmente no me gustaba hablar durante el trayecto, pero nos pusieron una película tonta y ella soltaba risitas de vez en cuando que terminé imitando.  Me contó que vivía en Caracas, muy cerca de mí, que estudiaba en la Central y que iba a visitar a su novio.  Sorprendido, le dije que yo iba a lo mismo, encantados hablamos de lo duro que era aquello de las relaciones a distancia y en un cursi alegato concluimos que siempre podríamos imponernos sobre las dificultades. Al final se apagaron las luces del autobús y sólo quedó el sonido de la salsa que iba poniendo el conductor.  Era imposible dormir. Mientras intentaba insólitas posiciones para acomodarme, sentí su cabeza posarse en mi hombro.  No me moví un milímetro.  Sin embargo aquella era una posición incómoda para los dos, le fui facilitando las cosas muy poco a poco.  Me movía despacio para no dar un solo paso sin su consentimiento; le hice un lugar, la incliné hacia mí, pasé el brazo sobre su nuca.   Sabía que ella no estaba dormida por su respiración agitada muy cerca de mi oído.  Acaricié mi mejilla con su cabello. Cuando rocé mis labios con su frente ella levantó ligeramente la cabeza invitándome al siguiente movimiento.  Comenzamos a besarnos en silencio, amparados en la oscuridad. Las manos pasearon por todo nuestros cuerpos.  Nos lamimos, nos mordisqueamos, nos rozamos durante toda la noche.  Cuando el autobús llegó a Ciudad Ojeda se encendieron las luces. Al igual que los demás pasajeros nos desperezamos como si hubiéramos dormido toda la noche. Sin previo aviso ella se puso de pie y dijo: “aquí me quedo”.  Me hizo un guiño por el pasillo.  “Ya nos veremos”, fue todo lo que dijo.  Abajo su novio le esperaba. Por la ventanilla vi como él arrastraba su maleta. 

TOP 2
No entendía como se había dejado convencer.  Es cierto que Pedro era un tipo atractivo, pero no era la clase de hombre que a ella le solían atraer.  Solía ir tras los futbolistas; jóvenes con dinero, con un buen carro que la llevaran a bonitos lugares.  Pedro era todo lo contrario, tenía unos 50 años y era el encargado de mantenimiento del Estadio; olía a sudor y a fertilizante.  Lo recordaba desde que era niña y su padre la llevaba al Estadio a ver el fútbol.  Desde aquella época seguía a los jugadores en todas sus giras y ya había visto renovarse el equipo entero unas tres veces.  En ese tiempo había salido con varios  futbolistas y aún pensaba que en esos intentos encontraría su porvenir.  Todos  habían sido muy apasionados, es cierto, pero ninguno le había sorprendido.  Sin embargo allí estaba absolutamente erizada al sentir el roce de las ásperas manos de Pedro en sus pezones.  Esos dedos acostumbrados a las herramientas, incapaces de un movimiento delicado, la hacían estremecerse.  Cabalgaba con desesperación a Pedro mientras él apenas se movía.  A ella le bastaba estar ahí, ensartada, para derretirse en su sexo.  Su cuerpo delgado y pequeño, sus tetas menudas y sus nalgas tensas parecían estar luchando contra aquel gigante que sin esfuerzo le arrancaba gemidos cada vez más inesperados.  Y es que los futbolistas tienen buenas casas y  buena ropa, pero ninguno tiene la llave de las puertas del estadio.  Pedro sí, y no existe mayor vértigo que estar en medio del césped, a cielo abierto y rodeado de 50 mil sillas vacías.

TOP 1
Por tercera vez la voz anunciaba que su vuelo saldría tarde.  Se acomodó en la silla mientras veía como iban desfilando por la puerta 5B, la de al lado, los pasajeros que se embarcaban.  Separados por un cristal, era como si ellos se movieran en una atmósfera distinta; él sentado en un mundo perezoso y ellos frenéticamente haciendo cola, montándose en el autobús y saliendo al avión en un ciclo que se repetía una y otra vez.  En algún momento la vio al otro lado del cristal.  Tranquila, sentada lejos de la cola de salida, como si a pesar del ambiente que la rodeaba, en realidad respirara su misma calma.  Él le dirigió un gesto de resignación por la espera.  Ella se limitó a sonreír y a encogerse de hombros.  Desde entonces no borró esa expresión y de vez en cuando se aseguraba que él siguiera ahí.  Él no volvió a despegar sus ojos de ella y aunque también sonreía, su mirada revelaba una malicia que no dejaba dudas sobre lo que hubiera propuesto si el cristal no estuviera ahí.  Ella, sabiéndose segura y deseada al mismo tiempo, cambió la posición de sus piernas muy despacio, un movimiento sutil que dejaba claro que estaban más relajadas que antes.  Él se acomodó en la silla y apuntó su rostro hacia ella, para otorgarle toda su atención y olvidarse de las cientos de personas que los rodeaban.  Ella pasó su índice por la garganta y lo bajó hasta el primer botón de su camisa.  Allí lo dejó un segundo y luego llevó la mano al bolso que reposaba a su lado.  Él se frotó suavemente el muslo y luego puso la mano también en su maleta.  Las yemas de ella comenzaron a acariciar la piel marrón mientras él seguía con su mano la línea de su equipaje hasta que se detuvo en el cierre, justo en la pequeña  pieza metálica.  Ella se quedó en el mango de su bolso, un firme tubo de piel en forma de arco que comenzó a recorrer de arriba abajo.  Él colocó su dedo en esa pequeña prominencia que sobresale de los cierres y comenzó a acariciarlo muy despacio, primero de arriba abajo, casi distraídamente, y luego con un único dedo de forma circular. Ella respondía a cada giro con un levísimo movimiento de cadera, y él asentía imperceptiblemente con cada paseo de las manos de ella por el mango.  De pronto ella se detuvo, miró hacia el techo y con un suspiro se puso de pie.  Él, respetuosamente quitó los dedos de la maleta y se limitó a observar.  Ella se acercó a la puerta, le dio la tarjeta de embarque a una empleada y antes de entrar  en el autobús, se encogió de hombros igual que había hecho hacía un rato. Él sonrió mientras la voz volvía anunciar que su vuelo saldría con retraso.

 

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Yadelcy Hamber Machado

Mi top-5 son sólo 3.

1.- Respiré profundamente... esquivando sus ojos... Percibí como me veía con cuidado... Con un esfuerzo y después de inspirar profundamente, alcé la vista y... Nuestras miradas se engarzaron y ya no pudimos desviarlas. Se acercó a mí lentamente, deslizándose por el sofá negro de cuero... tan despacio y con una cara de casería... procuré correr, pero me detenía el sofá y el brazo de é que había hecho un cerco al posarlo en el brazo del sofá. Me tocó quedarme allí... paralizada... acercó sus labios a mí, despacio, como saboreando el beso... como si... gustaba mis labios antes de tocarlos. Primero los poso suavemente en mi boca, se separó milímetros y volvió a besar mis labios una y otra vez sin parar. Al principio con besos pequeños y leves y después cada vez  más apretados, fuertes, como mordiscos secos. De improviso me estaba abrazando fuertemente a su pecho sus manos en mi espalda, me apretaban hacia él yo con un suspiro lo abracé al cuello y correspondí... con toda la intensidad que sentía en ese momento. Me acariciaba despacio la espalda, subiendo y bajando sus manos una y otra vez... como disfrutando cada parte... y yo acariciaba sus hombros y suspiraba... de repente estaba sobre sus piernas, medio recostada de su pecho sintiendo como tocaba mis piernas de arriba abajo desde mis pies descalzos hasta mi entrepierna, se  quedaba allí por un rato, acariciando y volvía a bajar repitiendo el recorrido. Mientras, yo abría su camisa, acariciaba su pecho... sin parar. –Te amo,- le decía... suspiraba, me abrazaba fuerte y  decía, -Yo también te amo... ¡mantengámonos unidos!, Y yo suspirando... ¡Sí, sí, sí!. A ratos nos calmábamos y a otros sentíamos como la pasión nos volvía a tocar los sentidos y yo gritaba de placer mientras él tocaba mi sexo y lo acariciaba profundamente... yo me sentía enloquecer y él suspiraba en mi oreja diciéndome lo intensa que era y el placer que ello generaba en él. Me tocó por todos lados y yo a él. Exploré su cuerpo, desvistiéndolo  poco a poco, hasta encontrar su sexo para besarlo y acariciarlo procurando darle el mismo placer que él me había dado. (FICCIÓN. TOMADO DEL CUENTO DE MI AMADA YADE, CAPÍTULO 4, UN FINAL DE NOVELA página 19)

2.- Ella entra en el ascensor. Está solo él. La emoción circula por su cuerpo como un haz volcánico. El la mira con seriedad desde el abismo de sus negros ojos. Ella simula no verlo, se acerca al tablero y coloca al ascensor en pausa. Después se acerca sigilosamente sin palabras, lo mira directamente a los ojos, y se refugia en su pecho, él la abraza apasionadamente... de pronto están engarzados sus labios en el juego peligroso y erótico de poder descubrir que dientes muerden mas o que lengua lame con mas delicia. El ascensor detenido; él se escurre suavemente por la pared del elevador apoyando la espalda sobre la misma y ella queda encima de sus piernas recogidas en un intento de estar cómodos... Siguen besándose, la mano de él se escurre por su pierna derecha y acariciándola toca su centro de amor cuando la falda de su vestido cede al primer intento... ya están gimiendo de placer... cuando ella comienza a desabotonar su camisa, se escucha un crujido... el ascensor se estremece y reinicia el descenso... asombrados, intentan levantarse y sin dejar de besarse, arreglan sus ropas. A los pocos segundos, el ascensor abre las puertas y entran diez personas de  la oficina y se colocan entre ambos. Nadie nota el intento de respirar acompasadamente de él, ni el cabello despeinado de ella. Se miran entre las cabezas del grupo de personas que conversa animadamente y sin sonreír se bajan en el siguiente piso. El toma hacia la derecha y ella hacia la izquierda. (FICCIÓN)

3.- Él la abraza suavemente por la cintura en la parte en que la franelilla se sube y deja al descubierto su piel acariciándola suavemente. Su fuerte brazo se cierra por completo sobre la pequeña cintura de ella; en un abrupto él la coloca frente a sí y ella puede sentir su erección apoyarse en el centro de sus muslos. Comienza a besar y morder su labio superior y cuando ella intenta apartarse por el dolorcillo excitante que eso le genera, él la sujeta suavemente por la cabeza, la mueve con una cadencia deliciosa y la coloca contra el arbusto de palma que está en el jardín de su casa. La otra mano se posa en su trasero y empieza a moverse en círculos concéntricos. Ella se siente deliciosamente atrapada en ese exquisito vaivén y muy protegida, así es como le abre las piernas, él levanta su minifalda, le quita el hilo dental y se baja su short. La penetra con suavidad primero y después con más fuerza mientras ambos intentan no gritar acallando sus gemidos en los labios abiertos del otro... el arbusto de palma intenta resistir el movimiento constante y circular que lo mueve... después silencios, suspiros y la nada.

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Pedro Enrique Rodríguez

5. Explosión (Cien Años de Soledad, Gabriel García Márquez, 1967). Era un tiempo difícil. Mis padres acababan de separarse definitivamente, yo había sido enviado a unas vacaciones en la casa de unos familiares cercanos. Tardes de bicicleta, ensoñaciones lúbricas, noches de autocine llenaban unos días tristes y repetitivos. Una vecina me llevó a su biblioteca. Tomé, por no dejar, tres o cuatro de sus recomendaciones. Tarde en la noche llegué al momento en que Pilar Ternera toca a José Arcadio y ocurre en él una explosión. Objetivamente, el episodio es casual, pero a la edad de doce años ese instante equivalió al más intenso y decidido temblor.

4. El resbalón de Tudsy (Princess Daisy. Judith Krantz, Crown, New York, 1980). Princess Daisy constituyó un verdadero boom bibliográfico a principios de los ochenta, esos años naïf. Vendió 3.2 millones de dólares, superando el record de cualquier best-seller anterior. Yo la leí, supongo, a finales de esa década. Todavía soy capaz de recordar un episodio en la que la joven, tetona e inexperta Tudsy es seducida por una aristocrática lesbiana en dos o tres páginas que hicieron temblar mi mundo a la edad de catorce años en una habitación de 3X3 en una ciudad de cielos despejados.

3. Una plaza se mueve (Revista Pimienta. Folletín mensual). Se llamaba Pimienta y era una revista de pornografía suave. Fotografías en blanco y negro en escenarios de un lujo impostado. Leí al menos siete números en una época febril donde el mundo parecía emerger en cualquier esquina. Recuerdo, sobre todo, un número que recibí en préstamo de un amigo del colegio. Era principios de diciembre y el cielo estallaba entre colores rojizos y nubes oscuras. No pude soportar llegar a casa. Me senté en una plaza, en un banco de hierro y leí, vi, imaginé, anhelé con esa fruición, con ese desespero que sólo existe en el estanque revuelto de la temprana adolescencia, ocultando la revista tras el insípido pretexto de un libro de Física que se oscurecía con la caída súbita de la noche estrellada.

2. Introducción a la literatura de Sade  (Un pasillo del colegio, 1990). Ella era rubia, de labios carnosos y apellido irlandés. No éramos amigos, pero nos encontrábamos en el territorio esquivo de la cordialidad. Una mañana de Abril, de pie junto a un ventanal, me explicó el por qué yo debía leer al marqués de Sade, el cómo los hombres y las mujeres teníamos apenas un leve atisbo del placer y la seducción y el cómo y el por qué ella había perdido recientemente su molesta virginidad. Nunca he podido leer las aventuras de Madame de Saint-Ange, Eugenia y Dolmancé sin pensar en sus labios carnosos, en su mirada algo erótica y trastornada. La fruición de unos labios que enuncian los deleites de la página.

1. La muchacha más linda del mundo (La habana para un infante difunto, Guillermo Cabrera Infante, 1975-1978). Cabrera Infante no es sólo escribió el que, al menos a mi parecer, es el mejor cuento político jamás ejecutado: Delito por bailar el chachachá. También escribió el más hermoso cuento de erotismo adolescente. Una lenta, una demorada evolución que se acompaña del mar de Debussy y que supera, con movimientos de ninfa nadadora, los tópicos de la pornografía y realza, en cambio, sus más ardorosos hallazgos. Felaciones felices, malecones oscuros, una cama destendida a media mañana donde reposa, fijo, el desnudo abrumador de Julieta, Maja Tropical, discípula de Isadora Duncan.

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Daniel Pratt

5. Amsterdam. Le di un beso y otro y otro, comenzamos a explorarnos con nuestras lenguas en silencio, primero el interior de nuestras bocas, luego los labios, las mejillas, mentones, cuellos. La rodeé con mis brazos, apreté sus nalgas y me mordió los labios. Me coloqué encima de ella, metí mis manos por dentro de su franelón, las puse en sus axilas, con los pulgares sobre sus pezones y presioné. Sin aflojar, subí el franelón con mi cabeza, ella se arqueó para ayudarme. Desde su pecho, la recorrí con mi lengua hasta llegar a su sexo. Me detuve allí, todavía con los pulgares en sus pezones, mi lengua sedienta tratando de entrar. Subí de nuevo hasta su boca, me coloqué a su lado, pasé mi mano derecha por debajo de su costado, alcanzando sus nalgas, luego su entrepierna para encontrarme con mi mano izquierda sobre su sexo. Siempre le había gustado cabalgar mi brazo, apreté un poco. El costado de mi muñeca izquierda se abrió paso entre sus labios mayores. Sus caderas comenzaron el movimiento rítmico de la amazona intranquila. Imaginé sus pardos rizos púbicos confundiéndose con los vellos de mis brazos. Mi manos se separaron, la derecha se hundió en sus cabellos, sosteniendo su cráneo; la izquierda, en su sexo

4. Porlamar. Estábamos jugando Rummy en el apartamento de sus padres, con un amigo. La hermana de la persona que sobraba lo llamó y tuvo que ir a buscarla, llevarla a su casa. Volvía en 30 minutos. Lo despedimos, volvimos a la mesa, yo tamborileé los dedos junto al vaso de ginebra, ella me miró. Suficiente. La tomé de la mano, entramos al baño. Sus padres dormían a 10 metros. Me senté en la poceta, ella se subió la falda, aparté sus pantaletas, no hacía falta estimularla más. Ella se sujetó del tubo donde se cuelgan las toallas y de la puerta corrediza de la regadera, se suspendió en el aire durante un instante antes de perderse en una violenta cabalgada cíclica al origen de los tiempos; como si nuestro amigo estuviese a punto de llegar, como si quisiera que sus padres nos descubrieran, atrás-adelante como si yo fuese un consolador adherido con ventosas a la tapa del water. Acabé y ella no se detuvo sino hasta la segunda vez. Se levantó dejando un rastro de varias clases de líquidos. Mientras se lavaba me subí los pantalones. Nuestro amigo volvió al rato. Por una razón sólo atribuible al sexto sentido o el rostro confeso de los que recién han destrozado un baño, él nunca más le hizo una insinuación.

3. Caracas. Confieso, yo también lo hice. Llegaba de viaje y en mi casa estaban mi ex, unos amigos y ella. Mi ex y yo hacíamos los arreglos protocolares para volver. Ella estaba de visita en Caracas por problemas con su esposo. La noche fue una competencia de aguante y disimulo. Ella dijo “me voy”, la fui a despedir a la puerta y me besó, yo la besé, me besó, mordí lentamente su cuello, “nos vemos”. Mi ex se fue al rato. Al sonar el timbre sabía que a nadie se le había quedado algo. Fuimos a mi cuarto, fumó –ella es una de las pocas que puede hacerlo-. Me puse a desempacar, ella se echó en la cama, movió sus piernas, miró al techo, miró como desempacaba, acarició la cama, se desemperezó como una gata. “¿Y ahora qué?”. Tomé un libro de Benedetti  comencé a leer poemas por primera vez –insisto, yo también lo hice-, sin tocarla. Ella se contorsionaba con cada final, intentaba agarrarme. Podía penetrarla atravesando a mi ex y su esposo. Finalmente la besé, ella mordió lentamente mi cuello.

2. Paris. Guardé el minúsculo folleto del Hotel Royal Elysees en el que estaba haciendo notas, me acerque a la que estaba mas próxima y la invite a bailar- “voulez-vous dançer?" -mientras extendía mi mano. La mujer-bella-novia-del-guitarrista-mexicano la interceptó a medio camino. “Te he estado viendo viéndome”, “Sí ¿Quién puede dejar de hacerlo?” –lo resolvimos rápido. Hablamos tres o cuatro cosas y no terminamos de bailar Llorarás. Para cuando comenzó Decisiones, estábamos contra una pared en la oscura y corta rue de la Lingerie , ocultos por cientos de transeúntes. Guardando las distancias, éramos Henry Miller y Anaïs Nin, en pánico perdidos en un beso mientras Paris se doblaba sobre si misma en un carnaval. Laura, que no era ninguna Anaïs, ni siquiera una Anis, como decía Miller, me dio esa noche una lección de como un cuerpo y unas manos deben ser movidos entre pared y pantalón, luego bajo las sábanas, el último día de primavera, al otro lado del Atlántico.

1. Puerto La Cruz. Todo estaba perdido, no podríamos amarnos nunca. Quizás por los fantasmas, la persistencia de la derrota, la maldición de las mujeres maltratadas por mi voluntad incontrovertible. Afuera, la playa invitaba. Miré su cuerpo desnudo y dije “bien, último intento antes de ir a la playa”. En un giro inesperado de los eventos conseguí una erección y entré auspiciado por toda la fuerza de las familias que vencen la vorágine, que acaban con el horror de la selva. Ella abrió los ojos, sus pupilas se dilataron ligeramente y se le desencajó el rostro en una mezcla de sorpresa y placer que marcó el inicio de una encerrona milenaria.

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Adan Fulano

Por un traspié de ella se abre el Don Quijote capitulo XXV Sancho se queja, la muchacha de 18 mira la página traviesa mente, acaba de pedir cambiar la posición, no le importa el libro, seguramente por el prólogo de Vargas Llosa, en un gesto de queja pero solidaridad por el buen ritmo que llevábamos le digo que si y brinco a la orilla de la cama, medio cuerpo afuera es inevitable verla como una "fada" las gotas caen sobre otra edición de 20.000 bolívares.

Armo el desayuno, luego de tanta juventud hay que comer frutas, es un pensamiento recurrente "No es para nada casual que en tope de la cocina esté Sarita, y miguel james recitando poesía en los rosales cuando su única cama era el suelo disimulado por una colchoneta, quién podría decirlo, que una muchacha de la boyera gustara de arañarse con un muchacho de Caricuao tan cerca del cementerio del sur, que dirán sus padres"

Ya van tres días tratando de justificar no ver a la otra, ella que tiene dos caras anda molesta y escribiéndome jódete por todas las paredes, es un tiempo extraño porque soy una liga entre Samsa y el bachiller Alónso Lopez, ella me cree un bicho que sé mucho pero la verdad es que nada se parece a sus repetidas violaciones, gusta de montarse encima cuando estoy dormido y no me permite abrir los ojos, porque su fantasía es estar sola.

Pensaba que no se podía pero dos días caben en uno, la mujer gigante de falda hasta la rodilla me acaba de llamar, deja en mí un mensaje con olor a mandarina y níspero, porque en ella se conjugan las dos frutas, no hay traspié, ni desayuno, ni remembranza kafkeña que la evite, ella me tiene un libro con las cartas secretas de Bolívar a Manuelita y viceversa que son mejores, la voy a visitar hoy que es mañana y que cinco veces he pensado hacerlo porque ella tiene dentro condensados todos el erotismo que he leído, la amo.

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