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Top-5 sitaciones con animales que me gustaria evitar a toda costa.

Top-5: s. Lista arbitraria, extremadamente personal, hecha por un colaborador de Panfleto Negro.

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O.

1. follar con cualquier tipo de animal.

2. quedarme atrpado en un ascensor que se empiece de pronto a llenar de gusanos.

3. perderme en una montaña rodeado de ovejas asesinas deseosas de mi sangre.

4. atravesar desnudo una nube de zancudos.

5. despertar convertido en una cucaracha.

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Pedro Enrique Rodríguez

5. El avión cae precipitadamente en una vasta y solitaria porción de la amazonía. La suerte, el infortunio, hacen que sobreviva. Llega la noche. Entre las últimas chispas del fuselaje chamuscado se escucha el sonido amenazador de algún animal entre las ramas y los juncos. Las chicharras guardan un súbito silencio. Descarto la más optimista hipótesis de un rescate cinematográfico por parte de unos simpáticos aborígenes. Deseo que todo sea un sueño.

4. Pese a la terrible experiencia de sobrevivir una catástrofe aérea, encuentro el suficiente humor como para viajar al África. Participo en un safari repleto de escandinavos. Mi guía, Ongú, desea mostrarme una bella vista de las planicies del Congo. Ocurre un sonido. Ongú desaparece. Frente a mí, un león abre su boca de un modo desmesurado.  Yo miro ese precipicio de dientes y mal aliento vestido apenas con un pantalón bermuda de caqui y un desguarnecido y (descubro ahora) ridículo casco de corcho.

3. Decido abandonar para siempre las excursiones al mundo salvaje. Recibo una plácida oferta de un resort autóctono en un lugar paradisíaco del Caribe venezolano.  El día transcurre en calma. Una tumbona bajo una sombrilla de colores. Tomo un whisky en las rocas, a la orilla del mar. Después, una cena con mariscos. Luego, un café en una terraza donde se escucha el mar, donde está el recorte de la luz de la luna. Estoy en paz, siento algo de sueño. Abro la puerta de la cabaña. Arriba, entre los listones de caña amarga pende, alerta, una mortífera serpiente.

2. He tenido suerte. Un nativo se enfrenta a ella. El susto ha pasado. Pero no puedo dormir. Decido, entonces, regresar a la terraza. Recibo las bromas de otros temporadistas. Un abogado de camisa hawaiana y bigote me sugiere, entre sonrisas, que intente una demanda contra la compañía a cambio de un año gratis de estadía. Poco a poco recupero la calma. Camino hasta una balaustrada blanca desde la que es posible ver el mar. Apoyo mis manos pienso en el mar, el siempre mar del que hablaba Borges en un poema memorable. Suspiro hondamente. A un lado, en un ángulo que no iluminan las románticas antorchas, asecha un furioso camaleón ofuscado por un estúpido sentido de la territorialidad.

1. He sobrevivido a todos esos percances. Han pasado los años. Soy, ahora, un hombre pleno de confianza en mi valeroso temperamento. Es de noche, tengo muchas historias qué contar a mis hijos. Uno de ellos mi mira con grandes ojos acuosos que imitan, a su manera, al gato con botas de Shrek. Quiere un perro. Llora por un perro. También quiere un gato, un conejo, un loro, un canguro, un oso estepario, tres langostas, un ave fénix, cuatro escarabajos  y dos o tres periquitos.

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Floriana Riccio

5. Supongamos que mis padres me hubieran complacido alguna vez en eso de tener un perro –sería perrita, porque ya sabemos lo que pasa con los machos.  Como toda hembra, mi perra estaría en celo de vez en cuando, y sería a mí a quién le tocaría cuidarla para que ningún macho la agarrara desprevenida.  Eso sería lo de menos, pero en la situación en la que no me gustaría estar, sería que una en la cual mientras que mi perra esté en celo, me encuentre yo sola con un perro macho –que, con mi suerte y mi estatura, seguro será un gran danés– y que éste me huela y confundido, crea que quien está en celo soy yo.  Lo que pasaría a continuación dependería de qué tan rápida sea la reacción del perro, y de la velocidad a la que yo logre correr.

4. Habíamos ido a caminar a la playa y ya estábamos regresando al campamento.  Yo me quedé sola atrás recogiendo caracoles, y mientras tanto mis primos y las perras ya se habían alejado.  Me detuve al ver una concha de botuto que estaba en perfectas condiciones –¡ideal para mi colección!– y de pronto, una bandada de gaviotas me tomó por sorpresa abalanzándose sobre mi.  Me tiré en la arena y les respondí lanzándoles todos los caracoles que había recogido, pero ellas seguían acosándome…Y yo que tanto odio a los pájaros.  Al final Samba y Canela –las perras– llegaron al rescate y las gaviotas volaron despavoridas.  Estaba a salvo, pero creo que después de ese episodio, las muy desgraciadas gaviotas saben que les tengo miedo, porque se me acercan y hacen un ruido como de risita.  Por eso las evito a toda costa y cada vez que se aproximan, yo corro hacia el otro lado de la playa.

3. Basta que alguien lance la propuesta de “vamos a bucear” para que yo tiemble, porque, por mucho que me guste el mar y disfrute la playa, hay ciertas cosas de las que prefiero seguir siendo ignorante –por ejemplo:  la presencia de algún animal marino que no sea de mi agrado.  Entonces, antes de ponerme la máscara y las chapaletas, sólo rezo para que al lanzarme al agua no me encuentre de frente a ninguna “picúa.”  También ruego para que, mientras esté allá abajo explorando, no me llegue a encontrar entre aguas someras y sospechosas en las que –por algún motivo– la musiquita de los tiburones se me viene a la cabeza. 

2. Bajo ningún concepto me gustaría ninguna situación que envuelva conejos, y menos si éstos son blancos y tienen los ojos rojos –combinación bastante común en aquellos roedores.  Me parecen los animales más cínicos del mundo, porque bajo esa piel suavecita y la inocencia que se les atribuye, me da la impresión de que llevan el diablo adentro.  No se si esa certeza me empezó con conejos de peluche, o con los del huerto del colegio, pero el hecho es que los detesto tanto que evito casas donde haya conejitos de mascotas, y ni hablar de comerme uno.

1. Enamorarme de un “chivo.”  Me pasó una vez, y no fue divertido…

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Yadelcy Hamber Machado

Que TOP-5 tan tonto... ¿A quien se le habrá ocurrido?: Just four! 

1. Admito que detesto a las culebras. Tengo una especie de “fobia”. No puedo verlas en la Tele, ni siquiera de pasadita. Toda vez que he soñado con culebras he vivido episodios espeluznantes en mi cotidianidad y problemas tremendos por enfrentar. Quizás esto sea una simple superstición impuesta por las creencias de la abuela materna, pero es tan exacto que ya no me peleo con eso. Así que en sueños o en la realidad evitaría a toda costa a un animal tan repulsivo, peligroso y sigiloso.

2. Una pantera negra en medio de la Selva Asiática. Con sus ojos refulgentes, dispuesta a atacarme y yo armada con una navajita de bolsillo, suena más patético que peligroso. ¿Qué haría?... Correr y gritar como una loca en medio de la selva y entonces se unirían dos temores, la pantera que me persigue y las culebras que quizás con mi bulla se espanten. (¡¡¡!!!)

3. Esta parte no la pude evitar y no fue ficción. Le tengo ASCO a las ratas y en el pasado lugar donde vivía abundaban. Ella resultó ser el último motivo que me obligó a mudarme y el definitivo. Una casera bastante temperamental, tormentosa y el incidente de la llave se convirtieron en sal y agua cuando la noche final de mi estancia, una rata paseó por la tabiquería de separación de las otras habitaciones rompiendo las bolsas plásticas donde guardaban el cochecito del nieto. Desde las tres de la mañana hasta las cinco y media estuve gritando cada vez que pasaba. Ya para las 6:00 a.m. estaba afónica, vestida, en la puerta y con todas las maletas listas esperando a que abrieran la ferretería para comprar el tirro que cerraría la caja de la computadora. Ha sido la mudanza mas tempranera que he vivido. Antes de las 11:00 a.m. ya estaba en mi nuevo hogar libre de ratas y caseras tormentosas. Si hubiera tenido alguna duda (que no la tenía) la rata me convenció que merecía un nuevo y mejor lugar donde vivir; aún hoy y después de tantos meses encojo los dedos de mis pies dentro del zapato al recordarlo.

4. Me encanta el mar y la playa. Puedo no ahogarme en algún mar agitado y me encanta chapotear y brincar olas pero le tengo terror-pánico a los tiburones, agua-malas y otros seres extraños del profundo mar. Jamás me ha tocado similar situación pero no me gustaría encontrarme en mar abierto protagonista de un naufragio de noche y rodeada de tiburones, encojo los dedos en este instante al evocar la imagen en mi mente y siento escalofríos de solo pensarlo. He visto escenas televisivas de personas que a duras penas y llenas de cicatrices o desmembramientos cuentan parte de estas historias

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Daniel Pratt

(Que me gustaría no repetir a toda costa)

5. Encontrarme en algún lugar remoto de la geografía Nacional, manejando mi carro a las tres de la madrugada y, por un accidente espacio-temporal, sin papeles. Al pasar por una alcabala ver como sale de ella el fiscal/policía/guardia más solitario/resentido/maricotriste del planeta y hace lentamente una señal para que me orille.

4. “Tócalo, tócalo, los caballos no muerden”

3. Que una de estas personas que desarrolla relaciones afectivas con mascotas que ignoran su existencia me encargue del cuidado de su pez, solo para descubrirlo al día siguiente flotando en la superficie, sin aviso previo, sin ni siquiera un quejido burbujeante.

2. Llegar de viaje a casa de mi novia y encontrar que su perra lleva muerta una buena parte de la semana. Tener que recoger sus treinta kilos en descomposición, recordar como ondeaba con gracia la misma melena que ahora se desprende con facilidad bajo mis dedos. Luego, manejar durante una interminable media hora buscando un sitio para deshacerme de ella, cargarla de nuevo, limpiar el carro, olvidarla.

1. Estar acariciando a mi perro justo en el momento en el que comienza otro de sus ataques epilépticos. Impotente, ver como bota espuma, se caga encima y sigue temblando sobre su mierda, oírlo gemir hasta que enmudece, hasta que se muerde la lengua y brota la sangre y sus ojos casi desorbitados parecen decir con miedo y alegría “¡esta vez sí, esta vez sí!”.

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Luis Nouel

TOP 5.- En una “Feriado” hace varios años, leí acerca de un pececito que habita en los ríos del sur venezolano muy temido por los indígenas por su desagradable hábito de percibir el orín bajo el agua y seguir su rastro hasta dar con la fuente.  Una vez allí se introduce como un rayo en el canal de la uretra donde se engancha gracias a un par de espinas que tiene a los costados.  Lo demás es mejor ni contarlo.  Quizás sea sólo una leyenda; pero desde entonces, entre mis fantasías no figura la del nudismo fluvial.

TOP 4.- Las cucarachas, serpientes y escorpiones son bichos asquerosos; pero ante los que puedo mantener la calma.  Si hay que matar cucarachas para impresionar a mi pareja, se matan; si hay que empujar una serpiente con la escoba para sacarla de la casa, se barre;  hasta me ha tocado quitarme de la ropa algún alacrán con toda la sangre fría que eso requiere.  Sin embargo con las arañas se me desploma el papel de machito.  Para salvaguardar mi hombría, debo aclarar que esta aversión sólo ocurre con bichos de cierto tamaño.  Pero espero nunca encontrarme frente a una araña saltona y peluda en un lugar en el que no pueda huir en dirección contraria.

TOP 3.- Por toda Barcelona vendían peluches del famoso “Copito de Nieve”, el único gorila albino en cautividad.  Con su pelaje inmaculado, aquel animalito inocente aparecía en las fotos con una belleza comparable a la de las focas del ártico.  Todas las guías turísticas llamaban la atención sobre aquella “monada”, así que cuando entré en el zoológico desdeñé a las sigilosas panteras, o al rarísimo tapir.  Lo que yo quería ver, al igual que todos, era al níveo Copito.  Finalmente una aglomeración.  Decenas de personas se apiñaban para ver a aquel prodigio de la naturaleza.  Cuando llegó mi turno, el simio, teñido de marrón,  embadurnaba el cristal que lo separaba del público con su propia mierda. 

TOP 2.- Un chapuzón al amanecer en el pueblo de Amity.  La niebla se va despejando poco a poco.  Como todos los días nado mar adentro hasta una boya cercana.  Allí, en una inquietante tranquilidad, sólo se escucha el gorgoteo de la marea.  Sólo eso y dos notas de contrabajo; dos notas que se repiten cada vez más rápido anunciando que algo se acerca bajo la superficie...

TOP 1.- A finales de los 70 no era difícil encontrar millonarios en Venezuela.  Muchos de ellos presumían de sus fortunas con adquisiciones que competían entre sí por lo extravagantes.  Uno de mis amigos del colegio tenía una leona en casa.  Aún era una cachorra, pero ya tenía el tamaño de un Pastor Alemán. Habían convertido el patio trasero de la casa en una jaula desde la que se accedía directamente por la cocina.  Mi amigo entraba ahí y jugueteaba con el animal como si fuera un gatito mientras yo lo observaba desde la puerta.  Persuadido por aquella inofensiva imagen y por sus burlas, me atreví a entrar y me acerqué sigilosamente.  El animal mansamente se dejó acariciar.  Cumplida mi misión me di media vuelta y me disponía a salir cuando sentí una punzada en el muslo y una sacudida que casi me lanza al suelo.  Me las arreglé para liberarme mientras mi amigo se desgañitaba.  Al final, cuando logramos volver a la cocina, contaba con una  buena herida, pero no era nada para alarmarse.  Sin embargo casi sin aliento, en el suelo, acordamos no contar nada de lo que había pasado a nuestros padres.  Ahora sólo me queda esperar que a mi hija nunca se le ocurra la estúpida idea de entrar en la jaula de un león.

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Gustavo Merida

1. Me hubiese gustado cojerme a una burra. Quiero decir, va más allá de una simple aberración o trauma (dígalo ahí, Pedro Enrique), se trata del contexto. El campo, el banquito, la sombra, el aire puro, uno parado, o mal parado frente, o mejor, tras de la burra, que menea su colita, la botella (adminículo usado para masajear el lomo de la burrita, a esa edad se supone que uno no toma),el temor de una patada, solos tú y ella, en fin, la primera vez. Por otro lado, la posición femenina siempre me intrigó: A media noche, ella se despierta, con el ceño fruncido. Lo toca con la punta de los dedos, casi sin querer, pero lo despierta. Papi, ¿tú te cojiste a una burra? Y ahí el tipo confiesa.

2. Definitivamente, si lo hubiese intentado, habría atado las patas. Sólo de pensarlo...

3. Recurrente. El chiste de los compadres que en el monte se encuentran a una culebra, y a ésta se le ocurre picar a uno justo ahí, pues. Y hay que chupar el veneno, pues. Esa vaina hay que evitarla, por la culebra y por el compadre.

4. Hablo con los zancudos. No puedo evitarlo. Les sugiero que se vayan, los amenazo, les grito, los persigo, los mato sin misericordia. De paso, siempre miro si tenían sangre, algunas veces me pregunto a quién pertenecía, algunas veces no limpio la huella del crimen. Los condenados apenas pueden, vuelan cerca, desde donde pueda escuchar su zumbido, que es aterrador. Que no entren nunca en el oído.

5. Una vez comí cucarachitas de mar, o algo así. Y en otra oportunidad casi como la carnada. Limpiar calamares es un fastidio. Y el coro-coro es sabroso, pero tiene muchas espinas. En Juan Griego, de vaina me ahogo. Los cangrejos no comen tamaño, te miran, te retan. Le tengo culillo a los cangrejos. Hasta en la fosforera los miro de reojo, atento. ¿Y las Agua-Mala? El último intento de arroz con guacuco fue un desastre. Hacerlo en la arena no es recomendable, la arena RASPA. Cuidado con los tiburones.

Con el tiburón. Palo pa'que aprenda, que aquí si hay honor.

Guapea, Daniel.

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