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Ego-polis

 

La vida me pone a observar en todo lugar, para aprender ¿qué?... ¡aún no lo sé!. Creo que “algo” de cada situación y persona con la que contacto. A duras penas he asimilado esta tarea vital. Persisto con Fe de que algún día comprenderé algo valioso para transmitirlo al entorno.

Disculpen el devaneo de mi mente perniciosa que me aleja del objetivo primario de intentar exponer los malos chistes de Dios. Como decía, la vida me enfrenta en el presente con personas que llenas de su propio endiosamiento pretenden darle significativa relevancia a algo que a los otros se nos escapa.

Es común ver como jóvenes (y otros no tanto) inflados de su ególatra importancia, miran por encima del hombro y con ceja alzada a los otros seres que “comunes” pretenden acercarse para sugerir algún quehacer o conducta. Cuando me sucedió, se trataba de chamos (as) de corta edad mostrando ya la senda aludida.

No suelo hablar de títulos o grados académicos porque me fastidia. En ocasiones han cerrado mil puertas y negado nuevas oportunidades de aprendizaje. Las personas que me conocen saben que miro directamente a los ojos de quien me habla, escucho con profunda atención respetuosa y me hago presente (siempre y cuando lo desee) cuando se me pide y con la misma responsabilidad de siempre.

Cuando me encuentro con personas de ésta “clase” permanezco tranquila. El color canela de mi piel no me avergüenza y resulta muy grato. Por eso, suelo verlos de frente, desnuda y en mi propia verdad comprendiendo en lo mas profundo de mi interior el porque surgen movimientos populistas llenos de reciedumbre aborigen como respuesta a la ira encerrada en el corazón, del que percibe que otro pretende mirarlo desde una superioridad inexistente. Esa ira “justificada” en su origen y absurda en su expresión nos ha traído hasta el proceso socio-político que vivimos. Es la respuesta a un equívoco. Y ésta se convierte en un error de amplias dimensiones porque la contestación suele ser el mismo “ego” hablando de lo propio pero desde la otra orilla.

El yo ambiciona resguardarnos en su odiosa seguridad.  Recuerda todo lo que nos han herido y las miles de formas “malignas” como hemos sido tratado por los otros impidiéndonos así ser verdaderamente libres y espontáneos en lo sustancial. Normalmente la dictadura del ego ve enemigos donde no los hay, posibilidades de desaires en todos, rechazos y negatividad. Oscurece toda visión e imposibilita un avance ligero y fresco. Cuando el ego gobierna “el que no está conmigo está contra mi” es su frase de campaña.

Y es que él es experto en vivir de falsedades. Toda máscara, ficción, cada traje que nos ponemos y con el que pretendemos vivir como una verdad es producto del ego que se crece en su propia mentira.

Suele ver afuera a los culpables de todas sus lamentaciones, problemas e irregularidades dificultándole sobremanera ver “hacia adentro” para comprender las verdades vitales. Tiende a ser irascible, quisquilloso, vengativo y mal pensado. Le encantan las normas y su estricto cumplimiento; como se “cree” la mejor de las “personas” seguro que las cumple y critica con denuedo a aquellos “inferiores” o “diferentes” que no pueden (o no quieren) seguir su ritmo vertiginoso y agotador. Constantemente es juez de toda causa y crítico exacerbado de toda acción ajena. Le resulta muy fácil cuestionar a los demás y casi imposible verse en su totalidad y plenitud. Cuando el ego reina normalmente hay un estado de tensión perenne y el juicio crítico constante inhibe la expresión real del SER. El miedo comanda, paraliza y enturbia el centro y el entorno.

La ciudadela del Ego, la Ego-Polis, está protegida por grandes murallas que el silencio suele utilizar para inhibir un trato natural, cotidiano y sin censura. Cada pared  alzada protege pero separa del vecino y la muralla dice: “el otro es malo, hiere, es distinto a mi y por lo tanto inferior”. Se construye una nueva línea de bloques más alta, fuerte y solitaria. El yo exacerbado suele ser perfeccionista consigo mismo y ver desacierto en los terceros, exigente al máximo, insatisfecho siempre y nunca contento con ningún hacer del otro considera que éste nunca tiene la razón.

Como es una ciudad “débil” necesita de muy buena protección, por eso las murallas de palabras duras y el gasto excesivo en armamento bélico para su defensa generan ataque constante; por eso los ciudadanos de Ego-Polis siempre están enfrascados en discusiones, dimes y diretes, afirmados en una condición de disputa que los mantenga en la creencia de tener siempre la razón y no calmarse hasta que se la den. La serenidad jamás les acompaña y una condición de epiléptica agitación les insta a estar en movimiento todo el tiempo.

Salgo y entro de Ego-Polis. A veces permanezco en sus entrañas meses enteros y luego agotada voy a pasear al campo donde soy verdaderamente feliz, lejos de las estructuras rígidas y limitantes de su gobierno.

Cuando estoy fuera de la ciudadela comprendo que nadie es superior ni mejor que otro. Aquellos que ocupan posiciones de alto rango es por un esfuerzo, conocimiento avanzado o por una compresión rápida que alguno de rango inferior aun no ha podido asumir evolutivamente. Todos somos iguales, hombres, mujeres, adultos, niños. Hay una condición de “igualdad nata” en cada SER y esto se experimenta con independencia del nivel económico-social o de prestigio académico que se tenga en algún momento.

A parte de que en esta vida todo es efímero y muy circunstancial. Las posiciones de poder se pierden y ganan con simpleza sorprendente. El enojo ante una actitud ególatra de algún vecino-reflejo podría ser natural en su origen pero si no pasa por el tamizador consciente de lo temporal de la posición y de su réplica vengativa, estaríamos en presencia de un juego de poder exacto reflejo y de agotador sin-sentido. La vida es mucho mas sabia que esto y por lo que he visto suele encargarse de bajar de los elevados edificios de Ego-Polis a aquellos ciudadanos que presumen equívocamente ser superiores a otros. Conmigo la vida lo hizo de una sacudida y para siempre.

Ego-Polis no existe, de hecho me inventé la palabra compuesta después de escribir el texto. Cosa que siempre sucede al revés. Ego en latín es el yo y del griego tomé polis, palabra que significa ciudad-estado. Me pareció perfecta la “coincidencia” porque el Estado del Ego que describo es un momento mental e interno al que accedemos a cada tanto y en algunos casos permanecemos en él por años enteros. Y aunque es un ambiente ficticio no cuantificable por los sentidos puede crear conductas que reiteradas establecen estructuras y edificaciones que lo convierten en algo muy real. Conducta reincidida crea situación reafirmada. Edificios de mentiras. Construcciones mentales equívocas y sumadas forman una verdadera ciudad.

Lejos de “Ego-Polis”, la vida es ligera y simple, hay mas confianza y alegría; se rumian menos las penas y puedes vivir más consciente de las bendiciones que nos rodean. Coexistes en generosidad porque está permitido sentirse libre, despejado y la paz puede tocar las orillas del alma. En esos momentos la sonrisa es fácil, una suave brisa marina y la dulce miel arropan; podrás sentir la “extraña” confianza de que las cosas se van a solucionar de una forma muy conveniente para todos.

Para concluir, amado lector, ¿Cómo están las cosas en tu Ego-Polis?. ¿Vives permanentemente allí? ¿Cómo te comportas cuando eres un ciudadano de Ego-Polis?.  ¿Conoces el paraíso del SER?. ¿Cómo haces para vivir en el SER?

 


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