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Esquinero: Febresquina

…Look in thy glass, and tell the face thou viewest
Now is the time that face should form another…
-Shakespeare



 “…La gente cuando se lava las manos desaparece, porque las líneas de las manos son vectores unitarios y componentes rectangulares, paralelismos, perpendicularidad de la carne y producto escalar de la edad, es decir, álgebra del azar y la gente en ese momento borra su conexión con el cosmos todo poderoso que da tener tres hermanas o tres cámaras fotográficas en un bolso porque eres única cuando no hay nadie y te portas mal y dices mentiras sin importarte si en Guárico las calles tienen estrellas de papel o el día que regresaste de España…” así seguía hablando mientras el avión no dejaba de dar vueltas sobre la pista.

Ya habíamos dejado de discutir sobre si viviríamos eternamente y el libro de Krishna no era tan importante como al principio, de hecho descansaba en la bolsa que algún día utilizó un mareado y nunca repusieron. Llega un momento en donde uno no escucha a la gente, donde la frecuencia del sonido es mayos a la que cualquier oído humano puede asimilar.

Es impresionante el tamaño que la gente puede alcanzar cuando se porta mal. Ella crecía mientras los roques solo se convertían en azul, ojo y mar y yo no tenía con quien de espeleólogos y de la noticia “La ciudad estará sin agua durante cuarenta y ocho horas” y yo llegando a una playa a mal gastar miles de litros de placer hechos preciado líquido.

Ella me juraba que yo le había robado el corazón mientras algo la música de fondo y la ventana que era mi cárcel me decían que tenía que contarle todo acerca de la fundación de órganos para la que trabajaba, eso podría ser hacerla entrar en shock y así generar ese silencio perfecto que solo puede darse en un avión que no termina de aterrizar.

Fue entonces cuando descubrí que tenía una picada en la muñeca. Que la alergia tenía cinco minutos para comenzar y que no tenía forma de escapar de esto, comencé a hincharme mientras ella me tomaba fotos, porque quería un recuerdo para siempre. Sentí el primer panzazo en la espalda, como un punzón atravesando la carne recién llegada del matadero, no había equilibrio alguno entre el eros y el agaphe y me imagino que por eso o por cualquier otra intención antiquísima ella sacó un espejo de su cartera y me dijo, mira, mira cómo nos vemos juntos.