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Pasivos de Vida

 

Estaba asustada, no lo puedo negar.

Bueno, no tan asustada, como llena de una ansiedad expectante.

Estoy en esa emoción cada vez que hago algo parecido. Todas “las primeras veces” resultan ser para mi una locura de emoción.

A pesar de la agitación limitante organicé todo con tiempo y el dinero, como siempre, bastó, se multiplicó y sobró un tanto. Los preparativos eran pocos y requerían de una pequeña organización que armé después de los festejos del 24 de diciembre. Las reservaciones estaban listas con dos meses de anticipación y por ese lado me encontraba tranquila.

Esperaba emocionada el día.

Las preocupaciones por “el que dirán” y las justificaciones que la sensación de culpa hacían brotar en mí las caminaba y a pesar de que era la primera vez que pasaba las festividades de año nuevo lejos de mi familia, no temía ninguna oposición. Y salvo alguna mirada nostálgica de mamá y el extraño constante silencio de papá, nada ocurrió. Mi hermana viajaba, con su familia, para Oriente así que la cosa era rotunda. Pero ningún detalle me distrajo de mi objetivo, porque después de un loco y agotador cierre de año mis cansados miembros, la espalda, cuello y mis ánimos emocionales deseaban el solaz que el “spa” al que tanto deseaba ir podían ofrecerme.

Al fin llegó el día. Me fui, bien dispuesta, maleta en mano. Llegué al hotel, ubicaron mi reservación y al darme la llave empecé a disfrutar de un merecido relax.

Me beneficié de las instalaciones porque al entrar ya se sentía un ambiente bucólico. La última semana de diciembre y los primeros días de enero fueron un mar delicioso. Mi visita al centro termal de aguas sulfurosas, sauna, barro y masajes fue un deleite de cuatro noches y cinco días que aproveché hasta que se me arrugaron los dedos y me obstiné de oler a sulfuro.

Conocí a muchas personas, huéspedes y visitantes esporádicos; y platiqué gratamente con algunos de ellos.

Una de las noches, después de una de mis típicas “conversaciones del alma” experimenté un momento extrañamente magnífico.

Sentada en silencio en mi cama advertí al viejo dolor recrudecerse y constreñir mi alma temblorosa. La sensación encogió mi garganta con la reconocida sacudida de pesar que me impide respirar. Suspiré por la boca varias hasta que el malestar cedió y entonces surgieron de mis ojos 8 ó 9 lágrimas calientes, como si vinieran del mismísimo infierno, surcando mis mejillas calmadamente derritiendo mi dolor... fue extraordinario...  sin sollozos desgarradores, ni gemidos ahogados. Solo dolor, seco, sordo, penetrante... único... y todo en un instante insólito de tiempo.

Así fue como encaré mi verdadero temor... (¿se los digo?)... (¿de verdad quieren saberlo?)... antes de comentártelo, amigo lector, déjame pensarlo unos instantes...

Con voz queda, susurrante y secreta puedo confesarte que el miedo, en lo más profundo, abismal y oscuro de mi corazón, consiste en no lograr trascender mi actual soledad, no poder establecer una progenie que vuelva válido y trascendente un sin fin de sueños que viven  en mi. Y que al transcurrir los años  y cuando mis padres ya no estén, sea yo el “anexo” de la familia de mi hermana, tíos o primos.

Esta triste comprensión resultó para mí reveladora, porque en un segundo, los nombres de quienes me han hecho llorar últimamente perdieron interés... desaparecieron de mi vista al quedar desnuda y sin máscara frente a mi propia verdad. Sentí como si las paredes que me rodeaban caían y estaba expuesta ante una inmensa llanura oscura sin barreras. Fue cuando me percaté del vacío interno que estaba experimentando.

La sensación postrera es una de las más deliciosas que he sentido en mi existencia. A cambio de este doloroso reconocimiento experimenté como la vida me  “reconfortaba”  en un cálido y amoroso abrazo. La enormidad del momento me transformó ante la complitud de la comprensión. Desde un vacío tal, no existe nombre de persona que pueda llenar tanta angustia.

Después del llanto... hablé con El Eterno... no mucho ni en la forma cotidiana. No soy obediente a las doctrinas eclesiales y vivo en la certeza de que soy escuchada “siempre” y más cuando pido algo con calmado estilo. Pues si, oré para que ese vacío fuera llenado con amor, propio, ajeno, del que fuera... y la calma posterior, señores, ha sido algo de gran alcance.

Desde ese instante todo ha sido diferente. Comprendí, en primer lugar que mirar lo que deseo desde un vacío de mi existencia es una mentira del ser, una pantalla que perturba el toque concreto de lo deseado. También aprendí, que el bienestar interno está divorciado de nosotros mientras tengamos guardados en nuestros bolsillos, débitos pendientes, detalles a veces ínfimos y otras inmensos que por no cumplirlos generan vacíos.

En mi caso, una vez que saldé una deuda viejísima e importante para mí con un pago generoso y con intereses reditúales (por medio del disfrute de unos días en un spa) suturé la herida, subí un peldaño y pude ver desde allí, el nuevo espacio interno incómodo que requiere de mi atención... ¿coincidencias?... ¿casualidades?... ¿magia?... ¿milagro?... ¿qué nombre deseas colocarle tu, querido lector?.

Después sucedieron millones de situaciones deliciosas, exquisitas, maravillosas que son otras piezas del extraño rompecabezas de mi vida y que iré compartiendo en sucesivas entregas.

Mi vida (¿nuestras?) están repletas de deudas pendientes, a veces con nosotros y en ocasiones con los demás. En algunas oportunidades, la deuda solo consiste  en decirle a alguien, 7 ó 10 años después, lo que sentíamos pero callamos y con ese compartir abrir la bóveda que contenía un misterio delicioso repleto de oportunidades, un alud de abundante dulzura y una secreta libertad poderosa para ser.

Los débitos en nuestra vida, tanto los invisibles y misteriosos como los monetarios; los que son para con nosotros o los que son para quienes nos acompañan en el caminar, son absoluta responsabilidad de cada uno de nosotros, un trabajo de cada día... y a veces de “toda” una vida.

 

Amigo (a)... ¡¡¡¡¡me retoñaron las preguntas!!!!! (¡Eso fue el sauna!) ¿Qué le debes a tu vida? ¿Estás disponible para zanjar tus deudas internas y qué piensas hacer para lograrlo? ¿A cuántas personas le debes un “te quiero”, algún reconocimiento, un “gracias por ser y estar allí siempre” o sencillamente un devolverte, mirarla (o) a los ojos con agradecimiento por toda la bondad que tuvo para contigo?


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