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Sobre “Barton Fink” de Joel y Ethan Coen

-Jesús Nieves Montero
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    Como escritores, aunque se hagan propios y se defiendan algunas páginas que codificamos y asimilamos para nuestro trabajo, no tenemos un libro de texto, por lo tanto, siempre existe una necesidad latente de buscar, en cualquier fuente, reflexiones sobre nuestro trabajo, las preguntas básicas de la humanidad delimitadas a nuestro rol profesional: ¿por qué escribimos? ¿por qué escribimos lo que escribimos? ¿de dónde proviene el impulso para dedicarse a esta tarea? ¿qué variables externas nos influyen?

    Barton Fink, un film escrito por los hermanos Joel y Ethan Coen, el equipo creador de Fargo y Raising Arizona, encontró fuerte oposición dentro de la comunidad hollywoodense por ser una mueca al mundo del cine durante la 2da Guerra Mundial pero con un eco potente que llegaba a los noventa. Sin embargo, aparte de su fuerza como sátira del negocio cinematográfico, ofrece también la posibilidad de ver a un escritor no sólo luchando con sus fantasmas internos sino enfrentándolos físicamente. En esta misma columna, cuando hablamos de Mientras escribo de Stephen King, recordábamos la importancia de apartar lo etéreo de la escritura para poder comprenderla un poco más y practicarla. Barton Fink es una puerta hacia un oficio literario más anclado en la realidad, menos ingenuo.


Poder y creación artística

    En un juego de superposición de realidad, el parlamento final de la obra de teatro que le da éxito a Barton Fink, personaje principal, dramaturgo en sus comienzos, dice: "We'll hear from that kid. And I don't mean a postcard"; perfecta frase que parece anticipar para el propio Barton una carrera exitosa más allá de las fronteras de su propio Nueva York.

    Pero, ¿qué es el éxito en la creación artística? Como los condimentos en algunas recetas, la respuesta es "al gusto". Para Fink es la posibilidad de tener un contrato en Hollywood, escribir películas durante una temporada y volver con dinero suficiente para trabajar en el menos rentable "teatro de autor", lugar común en la época de la guerra cuando Faulkner, Fitzgerald y otros autores encontraron en esta respuesta su forma de supervivencia.

    El problema es que los sueños de inocencia tienden a durar poco y a hacer terrible el despertar. Aunque el camino comience bien, una vez se fracture no habrá manera de restablecerlo y continuar la marcha. El jefe de Fink en Capitol Pictures, el señor Lipnick, le afirma que "el escritor es rey" en su estudio, le llega incluso a besarle los pies a nombre de toda su empresa para "agradecerle por su arte". Sin embargo, el precio es una imposición temática (debe escribir una película de lucha libre) y de profundidad: debe ser una historia de hombres en trajes de lucha, que tengan un interés romántico, ayuden a un discapacitado y se enfrenten en muchas peleas.

    El reto lo toma Fink con obediencia burocrática, pero ha olvidado que desarraigado del ambiente controlado de su familia, sus padres, su tío Maury, no tiene fondo emocional. Es un "turista con máquina de escribir" en una pocilga off-Hollywood en la cual se aloja para espantar los defectos del "sistema". Este nuevo escenario, en relación con su plan original, sólo le servirá para conseguir a quien en la ruta de un héroe común debía convertirse en su guía, Charlie Meadows, pero que termina por arrojarlo un poco más al infierno.

    El desenlace de esta relación con el poder es previsible: la esclavitud. Fink presenta al estudio una obra de la que está orgulloso, pero con el defecto de que las peleas del luchador son internas y eso no es lo que quiere el público. La paciencia de Lipnick se ha agotado, la condiciones serán estas: ni Fink podrá escribir lo que le plazca y lo que escriba, Capitol no lo producirá. La ilusión del regreso en bonanza económica ha muerto.


Creación artística y demagogia

    Caer en la demagogia de un arte, una escritura, un teatro en el caso de Fink, que refleje al pueblo y que pueda ser comprendido por éste, que sea llano, sencillo, es decir, mimesis del quehacer político o politiquero para ser más justos, es un lugar común entre los creadores, para quienes el vínculo ideología-propuesta artística se vuelve un peligroso cable suelto que producirá cortocircuito en cualquier momento.

    Y la demogogia es clara porque cada vez que Charlie, que es un vecino de hotel impertinente, vulgar, pero claro representante de ese "pueblo" que Barton quiere recrear en sus obras, intenta contarle alguna de sus historias de vendedor itinerante promedio norteamericano, Barton lo interrumpe con alguna reflexión acerca de las complicaciones del arte de escribir, de la incertidumbre que se atraviesa al haber escogido el sondear las profundidades de "la vida de la mente".

    Por eso hay mucho de justicia poética cuando Barton, sospechoso de asesinato, incapacitado para escribir, insomne, una situación en la que Charlie, que ha resultado no ser vendedor sino un homicida maníaco, lo ha puesto, le pregunta ¿por qué yo?, recibe una respuesta ejemplarizante: ¡Porque no escuchas!

    También la inocencia del arte con un fin netamente social se ha desvanecido, aunque uno queda con la impresión de que hay un golpe mayor en el reconocer que se había estado viviendo con un disfraz de defensor artístico de un supuesto pueblo, un conglomerado del que se ignoraba casi todo, por Lipknick es el pueblo, Charlie, Chet (botones del hotel), todos eran pueblo, humanidad, pero Fink estaba muy ocupado reflexionando en sí mismo para escucharlos.


Demagogia, tragedia personal e impulso creativo

    W.P. Mayhew es un personaje calcado de William Faulkner: un novelista brillante que va a Hollywood a ganar dinero y se alcoholiza. Nuevamente nos encontramos con alguien que debía ser una ayuda para Barton, sólo que esta función le es inalcanzable ya que apenas puede mantenerse en pie y sobrio por pocas horas al día.

    En un picnic que comparten Barton, Audrey (la secretaria y amante de Mayhew) y Mayhew, éste último le pregunta a Fink sino considera que escribir es un gran alivio. Barton responde, como si repitiera un credo inexorable que, para él, "escribir surge de un gran dolor interno. Tal vez provenga de descubrir que uno está en la obligación de ayudar a los otros seres humanos a aliviar su sufrimiento. No creo que ninguna gran obra sea posible sin este dolor"

    Esta frase se convierte en una especie de invocación. Barton no puede escribir porque el calor de su habitación, el vecino molesto, el acecho de los jefes en el estudio cinematográfico, el desconocimiento de las películas de lucha libre, nada de eso se convierte en motor creativo suficiente. Pero igual él quiere escribir y volvemos a la frase de Wilde que recuerda que sólo hay dos tragedias en la vida, una no obtener lo que se desea, la otra no obtenerlo; o la de Capote: cuando Dios te da un don te da también un látigo y es únicamente para autoflagelarse.

    Así Fink una noche se acuesta con Audrey, que a la mañana siguiente es un cadáver, los ruegos amables de los jefes se vuelve amenazas, la policía lo interroga por el crimen y está allí, sin apoyo emocional ninguno, enfrentando toda esa carga. No tiene más refugio que la escritura, que es una fuerza contenida, flujo represado hasta que le vemos abrir la gaveta de su escritorio, tomar la Biblia en el libro de Daniel, capítulo 2, versículo 5: "Respondió el rey y dijo a los caldeos: El asunto lo olvidé; sino me mostráis el sueño y su interpretación, seréis hechos pedazos, y vuestras casas serán convertidas en muladares". Sábato afirma que lo importante de la creación artística es que se trata de ex-presión, uno desciende al infierno de los arquetipos más primitivos, como cualquier orate, pero la diferencia es que el creador emerge y filtra a través de su sensibilidad esa experiencia torturante y la plasma en su obra. En un ejercicio de bibliomancia, el texto le dice a Barton que escriba o se atenga a las consecuencias. Ha tenido el aprendiz de dramaturgo la clase práctica de su bien formulado credo.


Impulso creativo y la sección de libros de Panfleto negro

    El busto de Rómulo Gallegos en el Centro de Estudios Latinoamericanos que lleva su nombre tiene inscrita una frase en que el escritor confiesa haber escrito sus libros con el oído puesto en el corazón de Venezuela, del pueblo. Es válido preguntarnos cuánto de venezolanas tienen las novelas de Gallegos o cuánto de Gallegos tienen las generaciones de venezolanos para las que Doña Bárbara y sus postulados progresistas fueron una novela iniciática. Las luces rojas que me señalan una posible demagogia se encienden, dónde terminaba el escritor y empezaba el político o viceversa podría estudiarse a la luz de las novelas, de esas palabras grabadas en metal. De cualquier manera, el nombre de Gallegos ha tomado resonancia más allá de su obra con el Premio Internacional de Novela que de manera bianual se otorga a la mejor novela en lengua castellana publicada durante los dos años previos a la convocatoria.

    En 1999 un escritor muy particular, a quien según sus propias palabras le fastidiaba escribir y sólo quería leer, hacer el amor y jugar en la computadora, obtuvo con sus novela Los detectives salvajes el Premio Rómulo Gallegos y vino a Caracas a recibirlo. Chileno trasplantado en México primero, luego en España, logró evitar el desarraigo de Barton Fink recreando sus raíces, escribiéndolas en todos sus textos que están llenos de colegas escritores, talleres literarios y, por supuesto, libros, a los que se alude, se cita, se admira o se desprecian.

    Bolaño murió hace pocas semanas, con apenas 50 años, un libro en proceso firme, quién sabe cuántos en su cabeza. La lógica y un mínimo de deferencia me hacían pensar que esta columna debía ser dedicada a un libro de Bolaño, sin embargo, al momento de escribirla, simplemente, no salió y emprenderla así, a la fuerza, con la visión del informe técnico de fin de mes, redacción del memorando misceláneo hubiera sido un acto de demagogia.

    “El vicio supremo es la limitación de espíritu. Todo lo que se comprende está bien”, decía Wilde. Ya sabrá Bolaño por qué una columna sobre el guión de una película de dos hermanos norteamericanos es en memoria suya.



   

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