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Y... ¿dónde me encuentro?

-Yadelcy Hamber Machado
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Un reto...

¡Sí! Un verdadero desafío va resultar para mí la confesión de esta oportunidad.

Hace un tiempo noté lo conveniente de hacer una revisión semestral de todos los asuntos de importancia personal. Me conviene hacerlo. Como buena geminiana, me gustan los cambios y tiendo a la versatilidad. No llego a ser inconstante, pero como producto de esa vigilancia amorosa, logro un profundo conocimiento de mi misma y así consigo entender si mis conductas se parecen o no a mí.

Pues bien, este sería mi primer balance semestral público... Me genera susto y angustia. Se ha dicho que soy miedosa, cobarde ¡¡¡¡jamás!!!!... respiro profundo... sin más preámbulos... ¡¡¡acá voy!!!... ¡¡¡JERONIMOOOO!!!.

Primero, lo más difícil de admitir. Aquello que diría de último o callaría para siempre, escondiéndolo en algún lugar remoto y poco transitado de mis estancias internas, donde reina la telaraña antigua y lo que nunca se muestra a nadie. Una huella indeleble marca mi corazón con una fisura de un calibre que no te puedes imaginar. Dejando atrás la historia (de la que no quiero hablar) lo recuerdo como un dolor atávico, lejano y fiel como una garrapata... el amor que no es amado... o la trillada historia del desamor... Creo que no pudo ser de otra forma; ya no devano mis sesos considerando que este o aquel momento hubieran podido ser diferentes; y la tan  retórica pregunta de ¿qué me falta por hacer?, tan dañina, perdió sentido para mí. Hubiera dado mi vida por lograr “eso”. En cierta forma me la jugué en un buen grado y nada dio resultado. Lo podría definir como un rotundo fracaso.

Como responsable absoluta de lo sucedido (pues tuve la cortesía de preguntarme a cada paso si eso era lo que realmente quería hacer), no quiero ni puedo arrepentirme. Sí me gustaría borrar los constantes recuerdos de la profundidad de mi entrega, porque a veces la memoria quema al invocar los demonios del pasado, como en un funesto velorio de gritos acusadores que con azotes inmisericordes, de epítetos vulgares, me recuerdan la ilusoria creencia de que ganaba algo, cuando lo que realmente hacía era permitir la continuidad de mi propia mentira. Persiste el malestar, y hay días en que es más perturbador que otros. A veces suceden cosas sin importancia, como un desencuentro malentendido o la obligación de poner los límites claros y me estremezco de pura tristeza, con el deseo de correr a “ningún lugar es demasiado cerca”, donde ya no sienta; las lágrimas se me vuelcan a los ojos y me siento terriblemente vulnerable, como si pudiera experimentar en un instante “todo el dolor del mundo”.

Hoy, para mí, no hay culpables; sólo mi herida abierta, separada y pulsante, unida a mi intención de sanarla. Gracias a las estrellas y en virtud de lo palaciega y noble de mi vida, la sensación se ha reducido a ratos cada vez más esporádicos. Con todo esto decidí que no quiero huir de  nadie  por el temor a que le agreguen sal a mi herida, pero con la certeza de querer ejercer el derecho de poner los límites claros en toda relación donde me encuentre; detener la acción lesiva en cuanto se inicie y, además, lograr que ese suceso no me obligue a un silencio cómplice respecto a la expresión de mi actual sentimiento de vulnerabilidad en el amor.

Tampoco he encontrado trabajo, un empleo placer (como lo defino), donde pueda ser yo misma a plenitud y me paguen por hacer algo que me dé full nota (sí me permiten la expresión tan coloquial). Eso podría ser escribir, estar con personas o niños, compartir con ellos desde mi ser interno y además contribuir a la existencia de una sociedad concentrada en la búsqueda y encuentro de nuevas fórmulas de convivencia donde sienta que estoy colaborando para crear un naciente orden de ayuda y progreso para el ser humano. Pero el momento de desempleo dejó de ser frustrante, porque he logrado autoabastecerme económicamente con trabajos a destajo, mantener el nivel de vida hasta ahora experimentado y disfrutar de la posibilidad de hacer lo que me da placer.

No tengo, aún, pareja estable o formal (¿cuál será el significado de eso?). Disfruto de varias amistades y algunos hombres son muy agradables. Con unos comparto de una forma un poco más íntima que con otros y me siento muy a gusto con esas maneras relacionales... pero están de alguna forma comprometidos y eso dificulta que pueda surgir algo más estable y congruente para mí. Quizás en el pre-menstrual me irrito un tanto y a veces hasta lloro, pero estoy convencida de que si me corresponde evolucionar en esa área de vida, va a ser fácil, sencillo, espontáneo y tan natural que llegará a la orilla de mi playa y con el beso de una pequeña ola.

 Hace como cuatro meses me mudé a un lugar con un ambiente mucho más grato. Me siento mas cómoda con mis nuevas compañeras de hábitat e incluso con mi casera. Es tal el grado de confort, que ya rompí un plato que era casi una reliquia y el único restante de la vajilla familiar más antigua y querida; también dejé la hornilla de la cocina encendida una noche y casi explotamos todos. En fin, me siento tan en confianza, que ha surgido mi verdadera personalidad un tanto desastrosa y caótica (¡¡¡!!!).

Internamente (¿nos toca lo bueno?) he alcanzado altos niveles de libertad. ¡¡¡Pues sí!!! ¡Que sorpresa! (Incluso para mí). He notado cómo ha crecido mi capacidad para tomar decisiones conscientes y coherentes con el sentir interno. Todo eso me obliga a estar muy atenta a la experiencia corporal diaria y de todos mis encuentros con los otros. Por eso, me pregunto ¿qué siento?... y según la respuesta me quedo o cambio de rumbo. Destreza de exagerado aprecio para mí, ha generado una condición estable interna, manifestada en una constante sensación de bienestar, deliciosa y alargada en el tiempo, que me conduce a seguir haciendo “nada mas” aquello que me genera gusto y buenos ánimos. Esa opción me hace sentir privilegiada y además responsable. Es un arma de doble filo porque ese compromiso requiere, por un lado, la coherencia para perpetuar la condición, y por otro, la obligación de acallar la auto impuesta limitación o la crítica de terceros dudosos de que eso fuera posible.

Soy voluntaria de una actividad social enfocada al rescate de la dignidad del ser humano. Colaboro en una Alcaldía caraqueña para la recuperación integral del indigente. Buscamos que las personas en situación de calle puedan verse desde otra perspectiva y vuelvan a elegir sobre su condición. Esta circunstancia me ha llevado a entender que me considero como un verdadero ente social, se ha despertado en mí una actitud de ayuda al necesitado. Ese colaborar me da, como “única” recompensa, la sabiduría de vislumbrar que la evolución más hermosa es la compartida, aquella plagada de otros, verdaderamente requeridos, de escucha y aceptación ante su diferencia (que no es tal). Esta conciencia social, apolítica, me ha convertido en un ser tolerante, me ha hecho más productiva y menos miedosa en todos los ordenes internos. Advierto que nada tiene más poder para cambiar a una persona que la capacidad de reconocerse como parte de la creación de soluciones, dejando atrás la queja lastimera o la crítica continua e inactiva.

Experimento un grado de “felicidad casual”, matizada de días tristes o lágrimas inesperadas. Con el equilibrio precario del arlequín del medio evo, juego, lanzo las pelotas al aire, obligándolas a hacer círculos celestes, mientras trato de mantenerlas danzando en el aire, y a mí, de pie y al compás. A veces lo logro, otras no. Se esconde con prontitud mi veleidosa felicidad ante el asomo de cualquier asunto como el descrito en los primeros párrafos, pero más tarde o temprano vuelve a mí. Otra experiencia enriquecida y accesoria a esta dicha plácida sería la alegría de vivir que es el misterio de absoluta y perpetua creación. He aprendido a considerar que la vida es un privilegio. Muchos lo olvidan tras la búsqueda de logros externos y ella  se escapa de entre las manos de quienes valoran lo circunstancial, olvidando lo real. No es crítica, solo opinión. Deleito la vida con la experiencia cotidiana, repleta de matices emocionales que enriquecen y pintan mi existencia, sin otra complicación que experimentar cada momento y sensación como si nada mas sucediera. Considero que transito por una real y verdadera etapa existencialista, (existo como soy, con eso basta)

Fui renovada en el Confesionario. Hace seis meses llegué aquí, por un regalo mágico de la vida, que me consiente y en una especie de laboratorio. Y desde entonces el editor en jefe ha estado observando, callado. Meses atrás, escribió cortas críticas sobre mis extraños modismos y además exigió más desnudos para las nuevas entregas. Eso me ha llenado de alegría. Para una escritora novel como  yo, que vivió muchos años elucubrando si esto era una locura... es “el cielo en la tierra”. Con la posibilidad de seguir expresando lo sentido en mi corazón, de esta forma extraña e intima como lo hago, no puedo sino aceptar que el balance del primer semestre de mi exótico 2004 cierra en positivo y con un inmenso GRACIAS a la vida, por darme las fuerzas íntimas para continuar y por seguir escurriendo su néctar divino entre las rendijas agrietadas de mi ser, beneficiándome con su abrazo eterno.

Y tu, ¿dónde te encuentras? ¿Crees en lo conveniente de hacer balances a cada tanto? ¿Los haces, o eres de los que se deprimen en Navidad porque no hicieron nada de lo que se propusieron para ese año? ¿Tus balances cierran en positivo o en negativo? ¿Te identificas con algunas de las cosas que comento? Si tienes respuestas y quieres compartirlas conmigo te invito... [email protected]






   

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