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Manón Kubler

Melancópolis - Marcelo Seguel Bon
(Caracas, 1961)

 Prólogo a la edición de “Olimpia”
 XI
 XXIV
 XVII
 III
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    Manón Kubler es ya famosa por sus atrevidos reportajes en la revista Exceso. Guionista de cine y televisión, ha recibido varios premios nacionales e internacionales por sus cortometrajes. Con “Olimpia”, su primer poemario, Manón Kubler abre un espacio radical y temerario en el mapa de la más reciente poesía venezolana. El lector encontrará aquí la fuerza avasallante de una voz, característica ya y sorprendentemente segura de sí misma, arriesgada, provocadora, violenta.



Prólogo a la edición de “Olimpia”

    Esta poesía puede prestarse a ser maloída. Confesional y aullante, torrencial, masiva, pudiese ocultar a la premura la enorme y muy matizada riqueza que contiene. Aquí el grito se vuelve siempre música, prodigio de escritura. Léxico inagotable, se vuelve. Y se vuelve magníficos desquiciamientos sintácticos y semánticos. Y carrusel de la afectividad que gira y gira, sube y baja, y es nihilista y patética e irónica y erótica e inocente y cortés y descarada y culta y bárbara y sutilmente humanista si por tal se entiende la loca tarea de Sísifo y congéneres. Todo ello revuelto, entreverado, como libérrima descarga asociativa, como conciencia que explota toda ella en cada poema y va a dar a las teclas de la máquina que tienen la difícil tarea de hacer la orfebrería de tantísimo tumulto. La palabra es entonces precipitador, centrífuga, que no agrieta ni transfigura la interioridad febril sino que aumenta su caudal para que se vuelva torbellino y misterio. Toda poesía deshace los códigos de los días, las razonables razones de la sociedad y de la historia. Es inmersión en aguas adánicas, cósmicas, ilímites. Pero esta poesía lo hace especialmente. Sobre todo porque no tiene cálculo estético, porque no mira atrás ni adelante, ni tradiciones ni prospectivas literarias, viene dictada por una desfachatada pulsión ingobernable que no obedece sino a la lógica que inventa. Cosa, sin duda, temeraria y que sólo alcanza la felicidad cuando funda verdaderas ciudades poéticas. Es una apuesta de monta que yo, por mi parte, me atrevo a suscribir: es un acontecimiento grande el que implica el nacimiento de esta escritura.

    Se me ocurren dos palabras para nombrar la forma del espíritu que transcriben estos versos, cara y cruz de una misma moneda: inocencia y riesgo. Podría haber un lugar en el universo, acaso el paraíso, donde reina el deseo y donde el bien y el mal se confunden y se anulan y todos los hombres son fiestas, jubileos. Tierra que no está ciertamente al principio sino al lado de la vida, equidistante del cielo y del infierno, custodiada por la muerte. El viaje a esa región es ciertamente terrible y seguramente sin término. En todo caso Manón ha avanzado por ese derrotero de espejismos, en el empeño de concitar todos los peligros para acercarse a esa imposible ribera. Este libro es el diario de a bordo de ese viaje.

-Fernando Rodríguez



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XI

con un levísimo dolor que podría ser de cabeza, un ocio instalado en los entornos de la casa, el descanso agradecido de mi cuello, lejos, una o dos horas lejos de la voz avinada que recuerdo más tarde, protegida de mí, de esos recovecos que dicen de mi pasado, de la oscura vehemencia que quiere verme caer asomada a las ventanas como viendo algo o viendo algo, no sé qué, pensativa y ausencia para los amigos que vendrán, para la amante fiel que ya no gusta de un beso ni respira detrás de mi almohada, más tarde, con un juego que intenta la horca, una exposición tendida a la morbosidad de mis pérdidas, a los asesinos, a los cautos, una atmósfera cruzada en mi dormitorio donde se asoman ellos para que mi sueño sea siempre el temor a lo oculto, la desprotección, la palidez de una siesta en soledad. que no sea mi cuerpo esto que estoy tocando, la fría orilla donde mi mano se repite monstruo. búscame lugar donde están tus eventos sacude mi cabeza a las diez de la mañana despiértame y busca auxilio hazme resonar con la voz tuya en un estruendo la voz que me saca, de los olores a entraña muerta que se posan en mi cuarto esta voz tuya que no quiere acudir porque sabe ya que soy un pozo.




Poema pertenece al libro “Olimpia”

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XXIV

ahora sé que no moriré esta noche. si transcurro, y si recorro perdida entre resplandores y seres me encuentro en la forma del espejo que separa mi cuello de los otros. si subiendo por intrincadas escaleras y sostenida en barandas he vivido cayendo ahora sé que no moriré esta noche y es porque reposo en el lado vacío de la cama, repetido lado que nombro en minúsculas, y enumero, y quejado va en textos y entiendo que seguirá el vacío aún con la sólida sombra de una hermosa reposando. ahora sé. la mano tendida buscándose en la aridez la falta reventando con esa voz que mancha almas de niños cuando nombro y donde está el espacio reinado que cubren tus hijos y donde está el sueño dictado mientras yo escribía. y sé que no me apodero del gatillo porque no es la voz mía la que despide para siempre los fetiches con que decoro mis ideas, esta noche que no será la última aunque quiera y me sienta demonio con su tos menor y con la arritmia de mis brazos que hinco sobre la máquina para el levantamiento de la queja a punto de morir porque sé que esta noche no es.



Poema pertenece al libro “Olimpia”

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    XVII

    lumpen reincidente. desgracia vespertina repitiendo cada tarde. empleo absurdo de las formas conocidas. asco agobiante fiel visita instalándome en mi voz o debajo de la mesa en el espacio íngrimo de mis pies. presencia fiel descansando en el lado vacío de la cama o posando sus heladas patas sobre mi espalda. ruina sujeta a este andamio que soy, manos sudorosas dando vueltas como noria al irresistible cuello. cuántas puertas cuánto por matar asco por el drama de la tarde por el cándido paso de las aves por el acento y por la voz inconmovible por el pálido esfuerzo de ser otro, morir en otro idioma bajar los puentes y enredarme en el cuerpo remotísimo de Hungría no ser esto ni atravesar tanta espesura abdicar a las nueve y entregarme al sueño.



    Poema pertenece al libro “Olimpia”

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    III

    he terminado con el drama. adolezco de la falta, del aullido brutal y mudo a media noche, del insomnio, de la deuda, del rigor entrando a las ventanas o a la edad. ya no tengo historias crudas que merezcan ser contadas , no me animan las formas nimias ni los cuerpos fríos. la indiferencia cesó su delicioso juego de matarme. estoy evaporada de pasiones. pasé de la agónica existencia al respaldo de la cama, a los pies en alto del descanso. noto mis transformaciones: las mujeres no me rasgan sus recuerdos no se entierran regreso a la casa, contenta de tener casa sin soñar con el fracaso sin aspirar a lo irrevocable al abismo a los brazos inertes, para siempre inertes de un cuerpo maltratado. no me azotan mis filisteos comentarios ni me hieren los idiomas. la lupa de mi lengua no se altera sobre cuerpos inventados no seduce no adora. noto con horror, sin valentía, que comienzo a ser feliz.



    Poema pertenece al libro “Olimpia”

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