Sobre "Variaciones"

-Jesús Nieves Montero
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    La distancia que separa al escritor de un relato es mayor que la simple progresión cronológica, sobre todo cuando se comienza a practicar este oficio y todo parece estarse descubriendo, de modo que cada película, canción, libro, experiencia, ejercicio, sueño, desvarío, desengaño y alegría hacen avanzar la construcción de la personalidad con la cual se escribe a un paso más violento que el tiempo mismo.

   Los relatos de estas Variaciones fueron concluidos para 1999, cuando junto con cuentos de mi autoría y un par más escritos de manera conjunta entre César Velásquez y yo, participaron bajo el título de Casi un juego en el Primer Concurso de Autores Inéditos de Monte Ávila Editores y obtuvieron una mención para la publicación, la cual sólo se ha cumplido a través de caminos separados.

   De cualquier manera, es el paso del tiempo sobre lo cual quiero centrarme en estas líneas. Porque hoy, César Velásquez tiene consigo una novela terminada y trabaja con gusto una de sus inquietudes, trasladar la palabra a la imagen, como director del proyecto que convierte su relato Alas de plomo en cortometraje, y el cambio de foco de interés en la expresión artística lo hace un creador diferente. Sin embargo, la honestidad de su propuesta hace consistente el período actual con el de estos relatos.

   Hablo de honestidad porque hay mucho de César en estas páginas. El escritor que yo conocí en 1997 en el taller de narrativa del CELARG era relativamente callado, sólo participaba para señalar de manera precisa la falla de los relatos de algún otro participante. Me contaba que alguna vez, al comenzar la carrera de letras le pusieron a escoger entre retirarse o tomar horas extra de práctica de redacción con un profesor. Optó por la segunda y ya estaba concluyendo su tesis. Era una historia poco verosímil, cuatro años de estudios parecían haberle otorgado herramientas para escribir, juicio crítico y desenvoltura en ambos campos. Como mínimo, era una imagen bastante borrosa.

   Porque el César Velásquez del 97 ya llegaba con Aguila y Alas de plomo. El primero un relato melancólico, que tiene la característica que por primera vez me atrajo de su escritura, la capacidad de contar cosas atroces de una manera tan limpia y hermosa que uno se siente culpable entre sentir goce por la lectura o dolor por la historia; un cuento que fija la imagen de los narradores frágiles que frecuentemente utiliza César, la presencia de lo femenino haciendo sombra, acompañando, salvando o condenando; la evocación de la niñez como un período traumático de formación; el uso de imágenes grandes, cinematográficas, desnudas pero con una carga simbólica sólida (la simple frase: "Todos dicen que se mató, pero es mentira, yo observé cuando alzó su vuelo"; le aporta a la historia tanto como cualquier párrafo o personaje). Alas de plomo, por su lado, una historia casi fantástica, que nació con el germen de su posible correlativo visual a partir del juego de los puntos de vista narrativos y la presencia, una vez más, de violencia bien contada, otro vuelo en descenso, liberador, y un personaje que logra ser rescatado.

   Pero mientras continuó el taller, de manera formal hasta 1998 e informal, con sólo César y yo como participantes, los viernes en la mañana en la pastelería Ibiza de El Rosal, en una prórroga de un año, y fueron llegando otros relatos, un ingrediente indispensable se sumó. John Gardner, el novelista norteamericano mentor de Raymond Carver, dice que el escritor joven no necesita un catálogo de reglas para ejercer su oficio sino maestría, es decir, autoridad para ordenar dentro de sus textos la historia que cuenta. Y eso fue fluyendo con cada nueva idea que César llevaba para que discutiéramos, con los borradores más primitivos y con los relatos ya formados. Había más control sobre la escritura en aquellos cuentos entre el 98 y 99.

   Acabo de terminar una relectura de Variaciones. Me he reencontrado con un amigo, César Velásquez, y con otros que fueron mis amigos, sus personajes: José y Josh, el ángel, Andrea y Peter, Leonardo y Mili, Mariana y su esposo, el trío de Julia, David y José Carlos; yo los conocí a algunos ya terminados, otros sin nombres, sin profesiones, sin sentimientos y observé o participé en su formación.

   También he encontrado anécdotas que son reales como cualquier otro evento en mi vida. Así es de importante la historia en estos relatos, de hecho, es una de las banderas con las que nos identificamos César y yo, los relatos deben contar algo. Sin embargo, hay que agregar que estos textos son memorables por la sensación global que producen más que por los personajes y sus circunstancias propiamente dichas. Hay algo de onírico y confuso en Después de la neblina, la ironía y perplejidad que deja Presagio, el pesimismo en Bajo la lluvia.

   Hay frases citables: "cuando no estás suelo inventarte"; " yo quiero comenzar de nuevo... quiero vivir intensamente lo poco o lo mucho, ¿te acuerdas de esas palabras?..."; "mientras tanto, en ese espacio insertado en el vacío, estoy yo..."; " Llevo en el morral lo suficiente para el camino: una morada portátil que se estremece con los vientos y resiste lo posible. Una buena cobija, comida, un pequeño walkman con la música que me trae las imágenes de ella...". Son oraciones, ideas que permiten desarrollarse a la historia y los personajes, pero parecen también ver al autor descubriéndose o escondiéndose, describiendo sin biografiar algunas de sus experiencias.

   Uslar Pietri narra su regreso a Jerusalén diciendo: "No me parecen ni la misma ciudad, ni el mismo hotel, y, sobre todo, tampoco el mismo hombre. (...) Los dos y la relación han cambiado". Así pasa con César, estas variaciones y yo. Tal vez no tengamos la misma frecuencia de trabajo conjunto, entre tantas ocupaciones dispares nos vemos menos pero hay cosas que no cambian. César mantiene su afán de perfección, el revisar cada texto para encontrar cualquier detalle disonante, el tratamiento milimétrico del lenguaje, todo eso me lo ha heredado. Aún podemos sentarnos a conversar y armar y desarmar películas, libros y nuestras vidas, con la misma sintonía estética. Nos reímos del mismo tipo de cosas y tenemos marcadas con claridad las fronteras entre lo cómico y lo ridículo, lo sexual y lo pornográfico.

   No me queda más que invitar a leer este libro, algunas de las razones las he mencionado, el resto se encuentra en los propios relatos que lo componen. Sólo una última acotación. Tal vez alguien llegue al final de último cuento y crea no haber visto a Caracas. No haber sentido la conflictiva realidad latinoamericana. No haber encontrado suficiente "juventud" (en drogas, procacidad, pornografía) en este escritor joven. Haber revisado cada elemento sin encontrar referente preciso en los diarios, los mapas, las Historias. No encuentre reality show. En resumen, concluya que son relatos que no están a la moda.

   No puedo refutar ningún argumento, simplemente quiero decir que la moda importa poco si hay honestidad en la escritura.



   

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